CAPÍTULO 22
Después del paseo con Isabel por la ribera
del río, María pasó unos días en que le parecía ver al enmascarado por todos
lados, siguiéndola, observándola en silencio. Sus nervios la traicionaban una y
otra vez, haciéndole ver fantasmas donde no los había. La mirada de aquel
individuo la perseguía en sus sueños, donde le pedía una y otra vez que no le
delatase.
Gonzalo notó que algo extraño le pasaba,
pero cuando intentaba hablar con ella, su esposa se excusaba en el cansancio y
trataba de quitarle importancia. Sin embargo se dio cuenta de que la joven ya
no salía a pasear tanto como antes e incluso si lo hacía, evitaba por todos los
medios llevarse a Esperanza. Gonzalo no sabía qué hacer, así que lo único que
se le ocurrió fue tratar de pasar más tiempo con ellas, quizá así lograra que
volviera a sentirse tranquila y segura.
En la casa de aguas el trabajo iba mejor que
nunca. Esperaban con ansias las nuevas de Conrado sobre los posibles inversores
y las reservas a nivel nacional crecían día a día.
Mientras, en el Jaral, Tristán andaba
bastante atareado con la recolecta de una nueva variante de hortaliza que había
adquirido en la feria de Villalpanda y que decían que daba mejores resultados
que la tradicional. Eso, unido al abono que tiempo atrás le había recomendado
Gonzalo y que mejoraba la calidad de la tierra y las abundantes lluvias caídas
durante el invierno, hacían prever que la cosecha de ese año iba a ser de las
mejores.
Candela le acompañaba alguna tarde al campo,
para verle faenar y merendar con él. Otras en cambio, regresaba a la confitería
pues los pedidos para el día siguiente no podían esperar. Lo cierto era que la
buena mujer no podía quejarse de lo bien que le iba el negocio, porque incluso
tenía clientes de los pueblos de alrededor. Sus dulces eran famosos en media
comarca.
Una de esas tardes, María le pidió a la esposa de su tío si podía quedarse con Esperanza, ya que la abuela Rosario tenía que ir a la granja de Mariana a ayudarla. Al parecer su hija llevaba unos días que no se encontraba muy bien y el doctor, temiendo que las últimas semanas de embarazo se complicasen más de la cuenta, le recomendó reposo absoluto. Así que María no podía dejar a la niña con su bisabuela.
Una de esas tardes, María le pidió a la esposa de su tío si podía quedarse con Esperanza, ya que la abuela Rosario tenía que ir a la granja de Mariana a ayudarla. Al parecer su hija llevaba unos días que no se encontraba muy bien y el doctor, temiendo que las últimas semanas de embarazo se complicasen más de la cuenta, le recomendó reposo absoluto. Así que María no podía dejar a la niña con su bisabuela.
Candela accedió encantada y se llevó a
Esperanza a la confitería. Mientras, María acudió junto a Gonzalo a la casa de
aguas a dar una de las clases. La verdad es que gracias a ellas la joven
lograba apartar por un rato los problemas y se centraba en enseñar a los
trabajadores todo lo que ella sabía sobre las buenas maneras. María no podía
quejarse. Sus alumnos eran aplicados y aprendían con rapidez, cosa que se
notaba en el trato que dispensaban a los clientes del balneario, quienes después
de su estancia en el lugar siempre alababan lo bien que habían sido tratados.
Después de la clase, María fue al despacho
de Gonzalo donde su esposo estaba revisando una montaña de papeles.
La joven se acercó a él, sin decirle nada y
le dio un suave beso en el cuello. Gonzalo cerró los ojos y sonrió.
-¿Ya has terminado la clase? –le preguntó él,
apartando un poco la silla de la mesa.
María aprovechó para sentarse en su regazo y
acariciarle el rostro.
-Hace un momento –le dijo, dibujando con sus dedos el contorno de su pómulo. Gonzalo giró un poco la cabeza y besó la palma de su mano, aspirando su dulce aroma-. ¿Te queda mucho trabajo, cariño?
-Hace un momento –le dijo, dibujando con sus dedos el contorno de su pómulo. Gonzalo giró un poco la cabeza y besó la palma de su mano, aspirando su dulce aroma-. ¿Te queda mucho trabajo, cariño?
Su esposo se reclinó hacia atrás, con aire cansado.
-Todo ese montón de papeles –señaló con la
mirada la superficie de la mesa-, que tenían que estar para ayer.
-Pues sí que estamos buenos –se burló ella-.
Entonces será mejor que me marche y te deje trabajar.
Quiso levantarse pero Gonzalo la detuvo.
-Espera.
María se volvió hacia él y vio en sus ojos
pardos ese brillo especial que tanto le gustaba. No necesitaban de palabras
para decirse las cosas. Sus gestos y miradas hablaban por sí solos. Gonzalo le
acarició el rostro un instante, antes de atraerla hacia él y besarla con
ternura.
Su esposa se dejó llevar, aceptando sus
besos y caricias. Cerró los ojos y le correspondió con la misma entrega. Se
olvidó de todo a su alrededor, sintiendo solo los latidos de su corazón,
acelerado por la pasión que despertaba Gonzalo en ella.
-Gonzalo –logró balbucear mientras él besaba su cuello con suavidad-. Será mejor que dejemos esto para luego. Así no va a desaparecer la montaña de papeles.
-Gonzalo –logró balbucear mientras él besaba su cuello con suavidad-. Será mejor que dejemos esto para luego. Así no va a desaparecer la montaña de papeles.
-No –murmuró él; María sintió la suavidad de
sus labios sobre la oreja, produciéndole cosquillas-. Pero me ayudará a
terminarlo antes.
Realizando un gran esfuerzo, la joven le
apartó un poco.
-Pues ya sabes –le dijo ella, con una
sonrisa pícara-. Tú termina primero el trabajo y luego ya cobrarás la
recompensa.
María se levantó de su regazo, dejando a su
esposo con gesto asombrado.
-¿Vas a dejarme así? –le preguntó él,
haciéndose la víctima-.Tu crueldad no tiene límites, María Castañeda.
La joven tragó saliva. Su corazón saltaba de
alegría cada vez que él la llamaba así. Era su particular manera de decirle
cuanto la quería.
-Qué poco me conoces, Gonzalo Valbuena
–repuso ella, volviendo hacia él y besándolo de nuevo con intensidad. Se separó
de él y le limpió los labios con la punta de los dedos-. Este ha sido el
aperitivo, si quieres el resto, termina primero el trabajo –miró por la ventana
y vio el sol luciendo en lo alto-. Aprovecharé que tengo que ir a por Esperanza
a la confitería y les haré una visita a mis padres.
El joven asintió.
-Está bien –le concedió al fin, sabiendo que
ella tenía razón y que lo primero era terminar con aquella montaña de papeles-.
¿Quieres que pase a por ti a la casa de comidas?
-No hace falta. Regresaré con Candela.
-No hace falta. Regresaré con Candela.
Volvió a besarle y se marchó del despacho
antes de que se arrepintiese de dejarle solo.
De camino hacia el pueblo, María no dejó de
recordar aquel momento que acababa de vivir junto a su esposo. Instantes de
felicidad que la llenaban de dicha. Hacía días que no se sentía tan tranquila y
eso tan solo lo conseguía el amor de Gonzalo. Sin él y Esperanza, su vida
carecía de todo sentido.
En la bifurcación de la loma de San Mamerto,
tomó la senda de la derecha que conducía a Puente Viejo. El camino era poco
transitado si no era por algún aldeano que iba a trabajar sus fincas.
María estaba tan absorta en sus
pensamientos, disfrutando de la agradable tarde de finales de primavera, que no
percibió los pasos que la seguían. Unos pasos sigilosos; cautelosos, que se
acercaban a ella.
De repente, la joven se detuvo, alertada por su sexto sentido. Algo no estaba bien se dijo. Sentía los latidos del corazón martilleándole la cabeza. Giró sobre sus pasos y no vio nada. Estaba totalmente sola en aquel camino, sin embargo…
De repente, la joven se detuvo, alertada por su sexto sentido. Algo no estaba bien se dijo. Sentía los latidos del corazón martilleándole la cabeza. Giró sobre sus pasos y no vio nada. Estaba totalmente sola en aquel camino, sin embargo…
Al volver la vista al frente, su corazón se
detuvo unos segundos. Delante de ella se encontraba aquella mirada que la
perseguía en sus sueños. El hombre enmascarado a quien todos conocían como el
Anarquista estaba a solo dos pasos de la joven. Enfundado en su habitual
atuendo que apenas dejaba ver sus ojos a través de la tela del pañuelo.
El Anarquista no tuvo tiempo de decirle
nada. La sorpresa y el miedo paralizaron a María, que vio como la vista se le
nublaba de pronto. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, girando a una
velocidad vertiginosa y el mundo se oscureció de repente.
Cuando abrió los ojos de nuevo, enseguida supo que ya no estaba en mitad del monte. Su mente tardó apenas unos segundos en reaccionar y recordó lo ocurrido. Se había topado con el famoso enmascarado que tenía a media comarca tras él. El cuerpo de María se tensó, presintiendo el peligro. Tomó conciencia de que estaba en un lugar cerrado; cuatro paredes de color oscuro, con una ventana pequeña que apenas dejaba pasar la luz del sol. Olía a madera mojada y paja apilada.
Cuando abrió los ojos de nuevo, enseguida supo que ya no estaba en mitad del monte. Su mente tardó apenas unos segundos en reaccionar y recordó lo ocurrido. Se había topado con el famoso enmascarado que tenía a media comarca tras él. El cuerpo de María se tensó, presintiendo el peligro. Tomó conciencia de que estaba en un lugar cerrado; cuatro paredes de color oscuro, con una ventana pequeña que apenas dejaba pasar la luz del sol. Olía a madera mojada y paja apilada.
Estaba tumbada sobre un viejo jergón, junto
a la pared, que le permitía observar con libertad todo a su alrededor. Finalmente,
María tuvo el valor de moverse para ver el resto del lugar. Se encontraba en
una especie de viejo cobertizo, casi derruido por el paso del tiempo. El techo
se vislumbra negro como el carbón, posiblemente comido por las llamas, tiempo
atrás, y la puerta se mantenía en pie a duras penas.
Entonces se dio cuenta de que podía moverse
con total libertad. Se miró las manos y los pies, cerciorándose de que no tenía
ningún rasguño.
-¿Te encuentras bien? –preguntó una voz
grave y gruesa tras ella.
La joven se volvió movida por un resorte.
Allí estaba el enmascarado, sentado sobre un
taburete, observándola atentamente, con la cabeza gacha, oculta tras su
sombrero de ala ancha.
Sin responder a su pregunta, María corrió
hacia la puerta y trató de abrirla sin éxito.
-No te esfuerces –volvió a hablar el hombre,
sin emoción alguna-. Está cerrada con llave –hizo una pausa-. Y si has pensado
en gritar, nadie te oirá. Estamos en un paraje lejos de la civilización.
María se volvió, con un brillo extraño en
los ojos.
-¿Qué es lo que quieres? –logró preguntar,
temiéndose que en cualquier momento aquel hombre le hiciese algo.
-Tranquila –repuso-. No voy a hacerte nada. No soy de esa clase de individuos.
-Tranquila –repuso-. No voy a hacerte nada. No soy de esa clase de individuos.
María entrecerró los ojos. El miedo y la
sorpresa inicial comenzaba a ser sustituido por la rabia. Rabia por hallarse a
merced de aquel ser que la privaba de su libertad y que además, osaba decirle
que él no era como el resto de los delincuentes comunes.
-¿Qué es lo que quieres? –volvió a repetir
ella, pegándose contra la pared, lo más lejos posible de él.
El Anarquista alzó la cabeza, por primera
vez.
Sus ojos, apenas se dejaban ver a través de
aquella pequeña ranura que dejaba al descubierto entre el sombrero y el pañuelo
que le tapaba el resto de la cara.
-Información –dijo-. Información sobre
Isabel Ramírez.
María podría haberse esperado cualquier
cosa, menos aquello. El delincuente más buscado de toda la comarca la raptaba
para pedirle información sobre la nieta del gobernador.
La joven parpadeó varias veces, incrédula.
-¿Por qué de Isabel, precisamente? –le
devolvió la pregunta, mientras trataba de serenarse y ordenar sus ideas.
-Eso es asunto mío –respondió con sequedad-.
Necesito saber cierta información sobre ella y tú puedes ayudarme.
La mente de María era un torbellino. Sus
pensamientos se entremezclaban, queriendo resolver el puzle que se le
presentaba. El Anarquista quería información sobre Isabel. Algo que María
supiese sobre ella. ¿Pero que podía ser? Quizá pensase que eran amigas. Eso
debía de ser. Al verlas juntas durante el paseo, aquel individuo debió de
pensar que eran buenas amigas y que María conocía sus secretos o tenía cierta
información que podría interesarle.
-Creo que te equivocas de persona –dijo la joven, apoyando las manos sobre la pared fría-. Si el otro día me viste pasear con ella fue por casualidad, la nieta del gobernador y yo apenas nos conocemos.
-Creo que te equivocas de persona –dijo la joven, apoyando las manos sobre la pared fría-. Si el otro día me viste pasear con ella fue por casualidad, la nieta del gobernador y yo apenas nos conocemos.
El hombre no respondió. Aquel silencio la
llenaba de zozobra. ¿Qué le haría ahora que se daba cuenta de que se había
equivocado de persona?
-¿De qué hablasteis la otra tarde? –volvió a
preguntarle, como si no hubiese escuchado su respuesta.
María pareció pensárselo.
-De… de vaguedades… no lo recuerdo bien
–balbuceó, buscando una respuesta que pudiese satisfacer a su captor-.
Recordamos momentos de cuando éramos pequeñas y jugábamos juntas. De cuando yo
viajaba a Madrid y…
-¿De nada más? –la interrumpió él, sin
miramientos.
María sintió un frío helador recorriéndole
el cuerpo. Una incertidumbre comenzó a rondarle por la cabeza. ¿Acaso había
escuchado su conversación aquella tarde? Quizá desde su escondite, el
Anarquista no logró oír bien de qué hablaban y por ello ahora la interrogaba.
-No, nada más –se atrevió a mentirle con la
esperanza de que creyese sus palabras. Aunque también era su manera de saber si
había escuchado o no la conversación con Isabel. María sabía que su jugada era
arriesgada, pero no tenía otra opción.
La joven no podía ver que bajo el pañuelo el
Anarquista se mordió el labio inferior, pensativo.
-Está bien –le concedió finalmente-. No me
dejas otra alternativa que ser más directo –volvió a mirarla fijamente-.
Necesito saber si Isabel Ramírez está al tanto de los amoríos clandestinos de
su prometido.
Por segunda vez esa tarde, María se sorprendió. El Anarquista podía pedirle cualquier información importante sobre Isabel y que concerniese al propio gobernador, uno de los hombres más importantes de la comarca; sería lo más lógico, pensó la joven. Sin embargo quería saber lo que a muy pocos les interesaba. Lo que nadie sabía.
Por segunda vez esa tarde, María se sorprendió. El Anarquista podía pedirle cualquier información importante sobre Isabel y que concerniese al propio gobernador, uno de los hombres más importantes de la comarca; sería lo más lógico, pensó la joven. Sin embargo quería saber lo que a muy pocos les interesaba. Lo que nadie sabía.
La joven alzó la mirada hacia su captor.
Fueron apenas unos segundos. Él seguía mirándola, esperando una respuesta.
María no pudo resistirlo y apartó su mirada.
-¿Vas a decírmelo? –insistió él, perdiendo
la paciencia.
-¿Para qué quieres saberlo? ¿Ahora te
interesan los cotilleos? –se atrevió a retarle-. Creía que luchabas por otros
ideales. Que querías ayudar a los trabajadores de las vías del ferrocarril y que
si hacías todo esto era por una buena causa; aunque las formas no me gusten
–soltó de pronto, sin poder contenerse-. ¿Qué puede interesarte la vida amorosa
de Isabel?
El Anarquista se levantó. María se pegó más
a la pared, queriendo fundirse con ella. Temió que sus palabras le hubiesen
enfurecido.
El hombre dio un par de pasos al frente y se
detuvo junto a la ventana, mirando hacia el horizonte. El sol comenzaba a
declinar a esas horas. María se preguntó si ya se habrían dado cuenta de su
desaparición. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había salido de la casa de
aguas?
-No es fácil de explicar –comenzó el hombre,
volviéndose hacia ella-. La nieta del gobernador puede ser la única que puede
ayudarme a salvar a esos trabajadores.
-¿Crees que Isabel ayudará a un delincuente?
–preguntó María, con escepticismo.
El hombre se removió incómodo.
-Supongo que es así como me ves, como un
delincuente –repuso él-. Y no te culpo. Muchos lo hacen. Pero es la única manera
de hacer algo por esa gente –soltó un leve suspiro-. No tendría por qué
contarte esto, pero lo voy a hacer –se tomó unos segundos antes de continuar.
María le observó atentamente, buscando algún gesto que delatase su identidad.
¿Quién era aquel individuo? ¿Le conocía o era simplemente un desconocido venido
de fuera?-. Necesito saber si Isabel está al tanto de la infidelidad de Bosco o
no; porque si lo sabe romperá inmediatamente su compromiso y con él. Y con
ello, los tratos entre la Montenegro y el gobernador quedarán sumamente
dañados.
María trataba de asimilar toda la información que aquel individuo le estaba confesando.
María trataba de asimilar toda la información que aquel individuo le estaba confesando.
-¿Y qué ganas tú con todo esto?
-Yo
nada –respondió rápidamente-. Los trabajadores son los que ganan. Si la
Montenegro ya no tiene influencia sobre el gobernador, éste puede que acceda
por fin a revisar los documentos de las obras y vea que fueron manipulados.
-¿Manipulados? –repitió ella, incrédula. Un
sudor frío le recorrió la espalda. Una idea comenzó a abrirse paso en su mente.
Una idea aterradora-. Hablas en los mismos términos que lo hace mi esposo.
El Anarquista soltó una sonora carcajada.
-Qué más quisiera yo que tener por esposa a
una mujer como tú –le respondió él, seriamente-. El señor Castro tiene mucha
suerte de tenerte. Pero ese no es el tema que estamos tratando.
María tragó saliva, apartando la mirada,
incómoda.
-Entonces, ¿cómo sabes que han sido
manipulados los informes? –insistió ella.
-Tengo mis contactos dentro del estudio de
arquitectos que realizó el proyecto –le explicó él-. Y sé lo que pasó.
-¿Tienes las pruebas que demuestran que esos
informes fueron manipulados? –quiso saber María. Si Gonzalo lo supiera…
-No, no tengo las pruebas –negó el hombre,
echando por el suelo las esperanzas de ella-. Es lo que estoy buscando.
-A través de Isabel –murmuró María,
comprendiendo parte del plan del Anarquista.
-Exacto. Si ella rompe cualquier vínculo con
el protegido de la Montenegro, el gobernador quedará libre de las influencias
de esa harpía y solo así lograremos que revise el proyecto de nuevo.
María se acercó unos pasos, dubitativa.
-Pero sigo sin comprender qué consigues tú
con todo esto.
-Justicia –declaró él-. Estoy harto de ver cómo los caciques se salen siempre con la suya.
-Justicia –declaró él-. Estoy harto de ver cómo los caciques se salen siempre con la suya.
-Pues da la sensación de que tuvieses algo
personal contra la Montenegro –se atrevió a decir la esposa de Gonzalo.
-Francisca Montenegro es solo una más dentro
de la larga lista de personas que se creen con derecho sobre el resto del mundo
tan solo por estar en una posición privilegiada –repuso el Anarquista. Sus
palabras estaban llenas de resentimiento, algo que no le pasó desapercibido a
la joven-. Los tiempos cambian y es necesario que la gente como ella sepan que
muy pronto su tiranía quedará en el olvido.
-Un discurso muy bonito. Pero cambiar las
cosas es muy difícil y más cuando es solo uno quien lucha por ello.
-Pero no imposible –le rebatió él-. Por eso
necesito saber qué te contó Isabel Ramírez. ¿Vas a decírmelo?
María se mordió el labio inferior, pensativa
y volvió la mirada hacia el exterior. Los últimos rayos del sol comenzaban a
ponerse tras las montañas más altas.
-Lo siento, pero no estoy de acuerdo con tus
métodos –le retó ella. Alentada por su sinceridad, María pensó que quizás
accediese a escucharla-. Utilizar los sentimientos de Isabel es… rastrero. ¿No
te das cuenta de que no solo le afecta a ella, sino también a Inés? ¿Cómo
quedaría esa muchacha frente al resto de la gente?
-Entonces sí que te dijo algo, ¿no? –trató
de redirigir la conversación hacia el terreno que a él le interesaba.
María suspiró, exasperada.
-Aunque te dijese que sí, de nada te
serviría –le confesó finalmente.
-Bueno… tú dímelo, y ya decidiré yo si me
sirve o no –le exigió él.
La joven tragó saliva, pensando qué hacer.
-Isabel no está dispuesta a perder a Bosco,
así como así –le explicó con seriedad-. Opina que un desliz de ese tipo puede
perdonarse.
-Entonces sí lo sabe –decretó el Anarquista,
frunciendo el ceño.
-No me lo dijo abiertamente, pero creo que
sí –le confesó ella-. Pero ya te digo que no te servirá de nada. Es más, estoy
casi segura que Isabel no es tan… tan buena como parece.
-¿A qué te refieres? –se extrañó él.
-A que tengo la sensación de que lo que
pretende es hacerle daño a Inés por considerarla una cazafortunas. No le dejará
el camino libre con Bosco tan fácilmente –razonó María en voz alta-. Y lo que
no quiero es que esa chiquilla sufra más. Bastante tiene ya viviendo lejos de
su familia y enamorada de alguien que no sabe valorarla como se merece.
El enmascarado no dijo nada.
Durante unos instantes, el silencio se
instaló entre ellos. María se preguntaba qué estaría pensando su captor. Ojalá
pudiese hacerle cambiar de opinión. No le gustaba su idea de utilizar a Isabel
para derrotar a la Montenegro pues por el camino quien más sufriría sería la
sobrina de Candela.
-¿Qué vas a hacer ahora? –le preguntó María,
sin poder contenerse. Necesitaba saber cuál sería su siguiente paso.
El Anarquista le dirigió una mirada extraña,
sopesando si contárselo o no. Finalmente avanzó hacia María, que se quedó
clavada en el sitio, asustada. Pero el hombre pasó junto a ella y se encaminó
hacia la puerta. Se escuchó un suave clic y al instante ésta ya estaba abierta,
dejando entrar los últimos rayos de sol.
-Puedes irte –le dijo él.
-Puedes irte –le dijo él.
María se volvió, confundida. ¿La dejaba
marchar, así, sin más? ¿No iba a retenerla ni a hacerle nada?
-¿Me dejas ir? –murmuró, temerosa de que
fuese una trampa.
-Ya te he dicho que tan solo quería
información –repuso él, apartando la mirada de ella-. No era mi intención
asustarte.
María caminó hacia la salida, dubitativa. Al
pasar junto a él se detuvo.
-¿Qué piensas hacer ahora? –le preguntó, sin
poder aguantarse.
-Eso es asunto mío –respondió el hombre con
sequedad.
-Por favor –musitó ella, suplicante-, solo
te pido que no hagas nada que pueda perjudicar a una inocente.
El Anarquista clavó sus ojos en ella y María
se estremeció.
-Será mejor que te marches –le dijo él, con
indiferencia-. La noche está a punto de caer y estos caminos no son seguros.
Solo tienes que coger la loma de la izquierda y caminar unos veinte metros.
Encontrarás el camino que lleva a Puente Viejo.
A la joven le resultó irónico que fuese
precisamente él quien le hablase de la poca seguridad del camino cuando estaba
allí por su culpa. Sin embargo prefirió callar y no tentar a la suerte.
Salió por la puerta del cobertizo y se
encaminó hacia el pueblo siguiendo las instrucciones del Anarquista. Por un
momento estuvo tentada a echar la mirada hacia atrás, ver lo que hacía aquel
hombre y seguir sus pasos. Pero prefirió no hacerlo.
Lo único que quería era regresar junto a los
suyos porque había llegado a pensar que no volvería a verles nunca más.
Mientras volvía al pueblo, en la mente de
María solo había cabida para un pensamiento: reunirse con Gonzalo y Esperanza,
lo antes posible.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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