domingo, 4 de enero de 2015

CAPÍTULO 22 
Después del paseo con Isabel por la ribera del río, María pasó unos días en que le parecía ver al enmascarado por todos lados, siguiéndola, observándola en silencio. Sus nervios la traicionaban una y otra vez, haciéndole ver fantasmas donde no los había. La mirada de aquel individuo la perseguía en sus sueños, donde le pedía una y otra vez que no le delatase.
Gonzalo notó que algo extraño le pasaba, pero cuando intentaba hablar con ella, su esposa se excusaba en el cansancio y trataba de quitarle importancia. Sin embargo se dio cuenta de que la joven ya no salía a pasear tanto como antes e incluso si lo hacía, evitaba por todos los medios llevarse a Esperanza. Gonzalo no sabía qué hacer, así que lo único que se le ocurrió fue tratar de pasar más tiempo con ellas, quizá así lograra que volviera a sentirse tranquila y segura.
En la casa de aguas el trabajo iba mejor que nunca. Esperaban con ansias las nuevas de Conrado sobre los posibles inversores y las reservas a nivel nacional crecían día a día.
Mientras, en el Jaral, Tristán andaba bastante atareado con la recolecta de una nueva variante de hortaliza que había adquirido en la feria de Villalpanda y que decían que daba mejores resultados que la tradicional. Eso, unido al abono que tiempo atrás le había recomendado Gonzalo y que mejoraba la calidad de la tierra y las abundantes lluvias caídas durante el invierno, hacían prever que la cosecha de ese año iba a ser de las mejores.
Candela le acompañaba alguna tarde al campo, para verle faenar y merendar con él. Otras en cambio, regresaba a la confitería pues los pedidos para el día siguiente no podían esperar. Lo cierto era que la buena mujer no podía quejarse de lo bien que le iba el negocio, porque incluso tenía clientes de los pueblos de alrededor. Sus dulces eran famosos en media comarca.
Una de esas tardes, María le pidió a la esposa de su tío si podía quedarse con Esperanza, ya que la abuela Rosario tenía que ir a la granja de Mariana a ayudarla. Al parecer su hija llevaba unos días que no se encontraba muy bien y el doctor, temiendo que las últimas semanas de embarazo se complicasen más de la cuenta, le recomendó reposo absoluto. Así que María no podía dejar a la niña con su bisabuela.
Candela accedió encantada y se llevó a Esperanza a la confitería. Mientras, María acudió junto a Gonzalo a la casa de aguas a dar una de las clases. La verdad es que gracias a ellas la joven lograba apartar por un rato los problemas y se centraba en enseñar a los trabajadores todo lo que ella sabía sobre las buenas maneras. María no podía quejarse. Sus alumnos eran aplicados y aprendían con rapidez, cosa que se notaba en el trato que dispensaban a los clientes del balneario, quienes después de su estancia en el lugar siempre alababan lo bien que habían sido tratados.
Después de la clase, María fue al despacho de Gonzalo donde su esposo estaba revisando una montaña de papeles.
La joven se acercó a él, sin decirle nada y le dio un suave beso en el cuello. Gonzalo cerró los ojos y sonrió.
-¿Ya has terminado la clase? –le preguntó él, apartando un poco la silla de la mesa.
María aprovechó para sentarse en su regazo y acariciarle el rostro.


-Hace un momento –le dijo, dibujando con sus dedos el contorno de su pómulo. Gonzalo giró un poco la cabeza y besó la palma de su mano, aspirando su dulce aroma-. ¿Te queda mucho trabajo, cariño?
Su esposo se reclinó hacia atrás, con aire cansado.
-Todo ese montón de papeles –señaló con la mirada la superficie de la mesa-, que tenían que estar para ayer.
-Pues sí que estamos buenos –se burló ella-. Entonces será mejor que me marche y te deje trabajar.
Quiso levantarse pero Gonzalo la detuvo.
-Espera.
María se volvió hacia él y vio en sus ojos pardos ese brillo especial que tanto le gustaba. No necesitaban de palabras para decirse las cosas. Sus gestos y miradas hablaban por sí solos. Gonzalo le acarició el rostro un instante, antes de atraerla hacia él y besarla con ternura.
Su esposa se dejó llevar, aceptando sus besos y caricias. Cerró los ojos y le correspondió con la misma entrega. Se olvidó de todo a su alrededor, sintiendo solo los latidos de su corazón, acelerado por la pasión que despertaba Gonzalo en ella.


-Gonzalo –logró balbucear mientras él besaba su cuello con suavidad-. Será mejor que dejemos esto para luego. Así no va a desaparecer la montaña de papeles.
-No –murmuró él; María sintió la suavidad de sus labios sobre la oreja, produciéndole cosquillas-. Pero me ayudará a terminarlo antes.
Realizando un gran esfuerzo, la joven le apartó un poco.
-Pues ya sabes –le dijo ella, con una sonrisa pícara-. Tú termina primero el trabajo y luego ya cobrarás la recompensa.
María se levantó de su regazo, dejando a su esposo con gesto asombrado.
-¿Vas a dejarme así? –le preguntó él, haciéndose la víctima-.Tu crueldad no tiene límites, María Castañeda.
La joven tragó saliva. Su corazón saltaba de alegría cada vez que él la llamaba así. Era su particular manera de decirle cuanto la quería.
-Qué poco me conoces, Gonzalo Valbuena –repuso ella, volviendo hacia él y besándolo de nuevo con intensidad. Se separó de él y le limpió los labios con la punta de los dedos-. Este ha sido el aperitivo, si quieres el resto, termina primero el trabajo –miró por la ventana y vio el sol luciendo en lo alto-. Aprovecharé que tengo que ir a por Esperanza a la confitería y les haré una visita a mis padres.
El joven asintió.
-Está bien –le concedió al fin, sabiendo que ella tenía razón y que lo primero era terminar con aquella montaña de papeles-. ¿Quieres que pase a por ti a la casa de comidas?
-No hace falta. Regresaré con Candela.
Volvió a besarle y se marchó del despacho antes de que se arrepintiese de dejarle solo.
De camino hacia el pueblo, María no dejó de recordar aquel momento que acababa de vivir junto a su esposo. Instantes de felicidad que la llenaban de dicha. Hacía días que no se sentía tan tranquila y eso tan solo lo conseguía el amor de Gonzalo. Sin él y Esperanza, su vida carecía de todo sentido.
En la bifurcación de la loma de San Mamerto, tomó la senda de la derecha que conducía a Puente Viejo. El camino era poco transitado si no era por algún aldeano que iba a trabajar sus fincas.
María estaba tan absorta en sus pensamientos, disfrutando de la agradable tarde de finales de primavera, que no percibió los pasos que la seguían. Unos pasos sigilosos; cautelosos, que se acercaban a ella.


De repente, la joven se detuvo, alertada por su sexto sentido. Algo no estaba bien se dijo. Sentía los latidos del corazón martilleándole la cabeza. Giró sobre sus pasos y no vio nada. Estaba totalmente sola en aquel camino, sin embargo…
Al volver la vista al frente, su corazón se detuvo unos segundos. Delante de ella se encontraba aquella mirada que la perseguía en sus sueños. El hombre enmascarado a quien todos conocían como el Anarquista estaba a solo dos pasos de la joven. Enfundado en su habitual atuendo que apenas dejaba ver sus ojos a través de la tela del pañuelo.
El Anarquista no tuvo tiempo de decirle nada. La sorpresa y el miedo paralizaron a María, que vio como la vista se le nublaba de pronto. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, girando a una velocidad vertiginosa y el mundo se oscureció de repente.
Cuando abrió los ojos de nuevo, enseguida supo que ya no estaba en mitad del monte. Su mente tardó apenas unos segundos en reaccionar y recordó lo ocurrido. Se había topado con el famoso enmascarado que tenía a media comarca tras él. El cuerpo de María se tensó, presintiendo el peligro. Tomó conciencia de que estaba en un lugar cerrado; cuatro paredes de color oscuro, con una ventana pequeña que apenas dejaba pasar la luz del sol. Olía a madera mojada y paja apilada.
Estaba tumbada sobre un viejo jergón, junto a la pared, que le permitía observar con libertad todo a su alrededor. Finalmente, María tuvo el valor de moverse para ver el resto del lugar. Se encontraba en una especie de viejo cobertizo, casi derruido por el paso del tiempo. El techo se vislumbra negro como el carbón, posiblemente comido por las llamas, tiempo atrás, y la puerta se mantenía en pie a duras penas.
Entonces se dio cuenta de que podía moverse con total libertad. Se miró las manos y los pies, cerciorándose de que no tenía ningún rasguño.
-¿Te encuentras bien? –preguntó una voz grave y gruesa tras ella.
La joven se volvió movida por un resorte.
Allí estaba el enmascarado, sentado sobre un taburete, observándola atentamente, con la cabeza gacha, oculta tras su sombrero de ala ancha.
Sin responder a su pregunta, María corrió hacia la puerta y trató de abrirla sin éxito.
-No te esfuerces –volvió a hablar el hombre, sin emoción alguna-. Está cerrada con llave –hizo una pausa-. Y si has pensado en gritar, nadie te oirá. Estamos en un paraje lejos de la civilización.
María se volvió, con un brillo extraño en los ojos.
-¿Qué es lo que quieres? –logró preguntar, temiéndose que en cualquier momento aquel hombre le hiciese algo.
-Tranquila –repuso-. No voy a hacerte nada. No soy de esa clase de individuos.
María entrecerró los ojos. El miedo y la sorpresa inicial comenzaba a ser sustituido por la rabia. Rabia por hallarse a merced de aquel ser que la privaba de su libertad y que además, osaba decirle que él no era como el resto de los delincuentes comunes.
-¿Qué es lo que quieres? –volvió a repetir ella, pegándose contra la pared, lo más lejos posible de él.
El Anarquista alzó la cabeza, por primera vez.
Sus ojos, apenas se dejaban ver a través de aquella pequeña ranura que dejaba al descubierto entre el sombrero y el pañuelo que le tapaba el resto de la cara.
-Información –dijo-. Información sobre Isabel Ramírez.
María podría haberse esperado cualquier cosa, menos aquello. El delincuente más buscado de toda la comarca la raptaba para pedirle información sobre la nieta del gobernador.
La joven parpadeó varias veces, incrédula.
-¿Por qué de Isabel, precisamente? –le devolvió la pregunta, mientras trataba de serenarse y ordenar sus ideas.
-Eso es asunto mío –respondió con sequedad-. Necesito saber cierta información sobre ella y tú puedes ayudarme.
La mente de María era un torbellino. Sus pensamientos se entremezclaban, queriendo resolver el puzle que se le presentaba. El Anarquista quería información sobre Isabel. Algo que María supiese sobre ella. ¿Pero que podía ser? Quizá pensase que eran amigas. Eso debía de ser. Al verlas juntas durante el paseo, aquel individuo debió de pensar que eran buenas amigas y que María conocía sus secretos o tenía cierta información que podría interesarle.
-Creo que te equivocas de persona –dijo la joven, apoyando las manos sobre la pared fría-. Si el otro día me viste pasear con ella fue por casualidad, la nieta del gobernador y yo apenas nos conocemos.
El hombre no respondió. Aquel silencio la llenaba de zozobra. ¿Qué le haría ahora que se daba cuenta de que se había equivocado de persona?
-¿De qué hablasteis la otra tarde? –volvió a preguntarle, como si no hubiese escuchado su respuesta.
María pareció pensárselo.
-De… de vaguedades… no lo recuerdo bien –balbuceó, buscando una respuesta que pudiese satisfacer a su captor-. Recordamos momentos de cuando éramos pequeñas y jugábamos juntas. De cuando yo viajaba a Madrid y…
-¿De nada más? –la interrumpió él, sin miramientos.
María sintió un frío helador recorriéndole el cuerpo. Una incertidumbre comenzó a rondarle por la cabeza. ¿Acaso había escuchado su conversación aquella tarde? Quizá desde su escondite, el Anarquista no logró oír bien de qué hablaban y por ello ahora la interrogaba.
-No, nada más –se atrevió a mentirle con la esperanza de que creyese sus palabras. Aunque también era su manera de saber si había escuchado o no la conversación con Isabel. María sabía que su jugada era arriesgada, pero no tenía otra opción.
La joven no podía ver que bajo el pañuelo el Anarquista se mordió el labio inferior, pensativo.
-Está bien –le concedió finalmente-. No me dejas otra alternativa que ser más directo –volvió a mirarla fijamente-. Necesito saber si Isabel Ramírez está al tanto de los amoríos clandestinos de su prometido.


Por segunda vez esa tarde, María se sorprendió. El Anarquista podía pedirle cualquier información importante sobre Isabel y que concerniese al propio gobernador, uno de los hombres más importantes de la comarca; sería lo más lógico, pensó la joven. Sin embargo quería saber lo que a muy pocos les interesaba. Lo que nadie sabía.
La joven alzó la mirada hacia su captor. Fueron apenas unos segundos. Él seguía mirándola, esperando una respuesta. María no pudo resistirlo y apartó su mirada.
-¿Vas a decírmelo? –insistió él, perdiendo la paciencia.
-¿Para qué quieres saberlo? ¿Ahora te interesan los cotilleos? –se atrevió a retarle-. Creía que luchabas por otros ideales. Que querías ayudar a los trabajadores de las vías del ferrocarril y que si hacías todo esto era por una buena causa; aunque las formas no me gusten –soltó de pronto, sin poder contenerse-. ¿Qué puede interesarte la vida amorosa de Isabel?
El Anarquista se levantó. María se pegó más a la pared, queriendo fundirse con ella. Temió que sus palabras le hubiesen enfurecido.
El hombre dio un par de pasos al frente y se detuvo junto a la ventana, mirando hacia el horizonte. El sol comenzaba a declinar a esas horas. María se preguntó si ya se habrían dado cuenta de su desaparición. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había salido de la casa de aguas?
-No es fácil de explicar –comenzó el hombre, volviéndose hacia ella-. La nieta del gobernador puede ser la única que puede ayudarme a salvar a esos trabajadores.
-¿Crees que Isabel ayudará a un delincuente? –preguntó María, con escepticismo.
El hombre se removió incómodo.
-Supongo que es así como me ves, como un delincuente –repuso él-. Y no te culpo. Muchos lo hacen. Pero es la única manera de hacer algo por esa gente –soltó un leve suspiro-. No tendría por qué contarte esto, pero lo voy a hacer –se tomó unos segundos antes de continuar. María le observó atentamente, buscando algún gesto que delatase su identidad. ¿Quién era aquel individuo? ¿Le conocía o era simplemente un desconocido venido de fuera?-. Necesito saber si Isabel está al tanto de la infidelidad de Bosco o no; porque si lo sabe romperá inmediatamente su compromiso y con él. Y con ello, los tratos entre la Montenegro y el gobernador quedarán sumamente dañados.
María trataba de asimilar toda la información que aquel individuo le estaba confesando.
-¿Y qué ganas tú con todo esto?
 -Yo nada –respondió rápidamente-. Los trabajadores son los que ganan. Si la Montenegro ya no tiene influencia sobre el gobernador, éste puede que acceda por fin a revisar los documentos de las obras y vea que fueron manipulados.
-¿Manipulados? –repitió ella, incrédula. Un sudor frío le recorrió la espalda. Una idea comenzó a abrirse paso en su mente. Una idea aterradora-. Hablas en los mismos términos que lo hace mi esposo.
El Anarquista soltó una sonora carcajada.
-Qué más quisiera yo que tener por esposa a una mujer como tú –le respondió él, seriamente-. El señor Castro tiene mucha suerte de tenerte. Pero ese no es el tema que estamos tratando.
María tragó saliva, apartando la mirada, incómoda.
-Entonces, ¿cómo sabes que han sido manipulados los informes? –insistió ella.
-Tengo mis contactos dentro del estudio de arquitectos que realizó el proyecto –le explicó él-. Y sé lo que pasó.
-¿Tienes las pruebas que demuestran que esos informes fueron manipulados? –quiso saber María. Si Gonzalo lo supiera…
-No, no tengo las pruebas –negó el hombre, echando por el suelo las esperanzas de ella-. Es lo que estoy buscando.
-A través de Isabel –murmuró María, comprendiendo parte del plan del Anarquista.
-Exacto. Si ella rompe cualquier vínculo con el protegido de la Montenegro, el gobernador quedará libre de las influencias de esa harpía y solo así lograremos que revise el proyecto de nuevo.
María se acercó unos pasos, dubitativa.
-Pero sigo sin comprender qué consigues tú con todo esto.

-Justicia –declaró él-. Estoy harto de ver cómo los caciques se salen siempre con la suya.
-Pues da la sensación de que tuvieses algo personal contra la Montenegro –se atrevió a decir la esposa de Gonzalo.
-Francisca Montenegro es solo una más dentro de la larga lista de personas que se creen con derecho sobre el resto del mundo tan solo por estar en una posición privilegiada –repuso el Anarquista. Sus palabras estaban llenas de resentimiento, algo que no le pasó desapercibido a la joven-. Los tiempos cambian y es necesario que la gente como ella sepan que muy pronto su tiranía quedará en el olvido.
-Un discurso muy bonito. Pero cambiar las cosas es muy difícil y más cuando es solo uno quien lucha por ello.
-Pero no imposible –le rebatió él-. Por eso necesito saber qué te contó Isabel Ramírez. ¿Vas a decírmelo?
María se mordió el labio inferior, pensativa y volvió la mirada hacia el exterior. Los últimos rayos del sol comenzaban a ponerse tras las montañas más altas.
-Lo siento, pero no estoy de acuerdo con tus métodos –le retó ella. Alentada por su sinceridad, María pensó que quizás accediese a escucharla-. Utilizar los sentimientos de Isabel es… rastrero. ¿No te das cuenta de que no solo le afecta a ella, sino también a Inés? ¿Cómo quedaría esa muchacha frente al resto de la gente?
-Entonces sí que te dijo algo, ¿no? –trató de redirigir la conversación hacia el terreno que a él le interesaba.
María suspiró, exasperada.
-Aunque te dijese que sí, de nada te serviría –le confesó finalmente.
-Bueno… tú dímelo, y ya decidiré yo si me sirve o no –le exigió él.
La joven tragó saliva, pensando qué hacer.
-Isabel no está dispuesta a perder a Bosco, así como así –le explicó con seriedad-. Opina que un desliz de ese tipo puede perdonarse.
-Entonces sí lo sabe –decretó el Anarquista, frunciendo el ceño.
-No me lo dijo abiertamente, pero creo que sí –le confesó ella-. Pero ya te digo que no te servirá de nada. Es más, estoy casi segura que Isabel no es tan… tan buena como parece.
-¿A qué te refieres? –se extrañó él.
-A que tengo la sensación de que lo que pretende es hacerle daño a Inés por considerarla una cazafortunas. No le dejará el camino libre con Bosco tan fácilmente –razonó María en voz alta-. Y lo que no quiero es que esa chiquilla sufra más. Bastante tiene ya viviendo lejos de su familia y enamorada de alguien que no sabe valorarla como se merece.
El enmascarado no dijo nada.
Durante unos instantes, el silencio se instaló entre ellos. María se preguntaba qué estaría pensando su captor. Ojalá pudiese hacerle cambiar de opinión. No le gustaba su idea de utilizar a Isabel para derrotar a la Montenegro pues por el camino quien más sufriría sería la sobrina de Candela.
-¿Qué vas a hacer ahora? –le preguntó María, sin poder contenerse. Necesitaba saber cuál sería su siguiente paso.
El Anarquista le dirigió una mirada extraña, sopesando si contárselo o no. Finalmente avanzó hacia María, que se quedó clavada en el sitio, asustada. Pero el hombre pasó junto a ella y se encaminó hacia la puerta. Se escuchó un suave clic y al instante ésta ya estaba abierta, dejando entrar los últimos rayos de sol.

-Puedes irte –le dijo él.
María se volvió, confundida. ¿La dejaba marchar, así, sin más? ¿No iba a retenerla ni a hacerle nada?
-¿Me dejas ir? –murmuró, temerosa de que fuese una trampa.
-Ya te he dicho que tan solo quería información –repuso él, apartando la mirada de ella-. No era mi intención asustarte.
María caminó hacia la salida, dubitativa. Al pasar junto a él se detuvo.
-¿Qué piensas hacer ahora? –le preguntó, sin poder aguantarse.
-Eso es asunto mío –respondió el hombre con sequedad.
-Por favor –musitó ella, suplicante-, solo te pido que no hagas nada que pueda perjudicar a una inocente.
El Anarquista clavó sus ojos en ella y María se estremeció.
-Será mejor que te marches –le dijo él, con indiferencia-. La noche está a punto de caer y estos caminos no son seguros. Solo tienes que coger la loma de la izquierda y caminar unos veinte metros. Encontrarás el camino que lleva a Puente Viejo.
A la joven le resultó irónico que fuese precisamente él quien le hablase de la poca seguridad del camino cuando estaba allí por su culpa. Sin embargo prefirió callar y no tentar a la suerte.
Salió por la puerta del cobertizo y se encaminó hacia el pueblo siguiendo las instrucciones del Anarquista. Por un momento estuvo tentada a echar la mirada hacia atrás, ver lo que hacía aquel hombre y seguir sus pasos. Pero prefirió no hacerlo.
Lo único que quería era regresar junto a los suyos porque había llegado a pensar que no volvería a verles nunca más.

Mientras volvía al pueblo, en la mente de María solo había cabida para un pensamiento: reunirse con Gonzalo y Esperanza, lo antes posible.

CONTINUARÁ...



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