viernes, 16 de enero de 2015

CAPÍTULO 28 
Isabel detuvo sus pasos y cerró la sombrilla de paseo. Había llegado al lugar indicado. Un lugar apartado, cubierto de sombras y resguardado de la vista de la gente. Un lugar que recordaba perfectamente de la última vez.
Miró a su alrededor con el ceño fruncido, atenta y buscando alguna señal que le indicase la cercanía del enmascarado, pero no la halló. Todo seguía tranquilo. A esas horas de la tarde los campos y fincas que rodeaban Puente Viejo se hallaban medio desiertos. El verano avanzaba a paso firme y las copas de los árboles lucían frondosas y verdes. Pasear bajo ellas se antojaba una de las mayores delicias del lugar.
Sin embargo Isabel no estaba para paseos. Tras pensarlo detenidamente, por fin se había decidido a acudir a la cita con el llamado Anarquista. No le hacía ni pizca de gracia tener tratos con alguien de su calaña pero las circunstancias la habían arrastrado a ello. Cada vez que pensaba en el rechazo de Bosco, humillándola de aquella forma tan vergonzosa, sentía la sangre hervir por sus venas, clamando venganza. Una venganza que solo el enmascarado podía darle.
-Vaya, vaya, veo que al final has acudido –dijo la voz grave del Anarquista tras ella.
Isabel se volvió como un resorte y se encontró con el famoso criminal apoyado en el tronco de un árbol con gesto relajado y la cabeza gacha. Daba la sensación de que había estado allí desde el principio, camuflado, observando a la muchacha en silencio.
-¿Puedo saber qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? –continuó él, levantando la cabeza ligeramente-. En nuestro último encuentro estabas muy decidida a no volver.
Isabel tragó saliva, molesta. Recordó su fría risa y estuvo tentada de marcharse y dejarle allí plantado. Sin embargo su rabia se lo impidió.
-Supongo que te haces una idea de por qué estoy aquí –repuso ella con ambigüedad. Bajo ningún concepto le contaría lo ocurrido con su prometido. Ese secreto se lo llevaría a la tumba-. Es lo único que debe importarte.
El Anarquista apretó los labios ocultos bajo el pañuelo, sopesando las opciones que se le presentaban.
-El único motivo que encuentro para que hayas venido es que has podido comprobar por ti misma que yo tenía razón –insistió el hombre, sin importarle lo impertinente que podía llegar a sonar-. Que Bosco no te quiere y solo está contigo por mandato de la Montenegro.
La respiración de Isabel se hizo más intensa. Apretó los puños, aguantándose las ganas de darle dos bofetadas a aquel individuo.
-Ya te he dicho que eso no es asunto tuyo –repitió con el gesto altivo y orgulloso-. Si estoy aquí es porque puede que me interese la propuesta que me hiciste el otro día. Dijiste que si te conseguía cierta información, tú me ayudarías con Bosco. ¿Cómo puedes hacerlo?
El hombre se acercó a ella, alejándose del árbol y se detuvo a medio camino.
-Vamos por partes –repuso él con lentitud-. Primero tendrás que conseguirme la información que requiero de la Montenegro.
-¿Qué clase de información? –Isabel se cruzó de brazos-. Francisca es una mujer que no confía en nadie. No creo que vaya a revelarme, así como así, lo que le pregunte.
El Anarquista sonrió por lo bajo.
-Estoy seguro que tienes tus estrategias para conseguir lo que deseas –le espetó.
La muchacha no supo cómo interpretar aquellas palabras. ¿Eran una especie de alago o se trataba de un insulto?
-Está bien –le concedió finalmente-. Continúa.
- Quiero que seas mis ojos dentro de la Casona. Quiero estar al tanto de todo lo que ocurra allí y que pueda serme de utilidad. Pero sobretodo quiero saber cuáles son los secretos de Francisca Montenegro.
-Un momento –le detuvo Isabel-. ¿Por qué Francisca? ¿Cómo voy vengarme de Bosco a través de ella? No veo cómo eso va a ayudarme a mí.
-Si lo que pretendes es dañar a Bosco, solo hay una forma de hacerlo y es a través de ella –le explicó con calma-. Si atacas directamente a Bosco, tu reputación quedará dañada a vista de todos. Todo el mundo sabrá lo que te ha hecho y tu venganza no habrá servido de nada. Pero si lo haces a través de Francisca…
-¿Y qué hay de esa maldita doncella? –le interrumpió Isabel comenzando a alterarse y a pensar que había sido muy mala idea acudir allí-. Quiero que pague también por lo que ha hecho. Si tu plan consiste solo en destruir a la Montenegro, no cuentes conmigo. Quiero que esa cazafortunas se arrepienta toda su vida de haber puesto sus ojos en alguien que no le pertenecía.
El Anarquista levantó un poco la mirada hacia ella.
-De la criada ya me ocuparé yo –repuso. Su tono no admitía réplica alguna e Isabel lo supo-. No se te ocurra hacer nada al respecto. Pagará por ello también. Ya me encargaré de eso.
Sus últimas palabras parecieron serenar a la nieta del gobernador.
-Está bien –aceptó-. Continúa.
-Lo que te estaba diciendo, si atacamos a Bosco saldrás perjudicada, pero si lo hacemos sobre la señora, la cosa cambia. Tú podrás verte libre de ese compromiso con su protegido y nadie sabrá la verdadera razón nunca.
-¿Y cómo piensas conseguirlo? –inquirió Isabel con escepticismo-. ¿Además, quién te ha dicho que lo que quiero es librarme de él? Quiero que pague. Quiero verle sufrir tanto como él me ha hecho sufrir a mí.
-¿Tan poco te quieres a ti misma que eres capaz de permanecer al lado de un hombre que no sabe valorarte? Creí que querías romper el compromiso con Bosco.
Isabel no había pensado en aquella opción. Se mordió el interior del labio con rabia. Su mente solo pedía a gritos venganza contra el protegido de la Montenegro, sin embargo en ningún momento se había planteado dejarle libre. Libre para volver con Inés. Aunque claro, si el Anarquista le prometía que ella también iba a pagar por su osadía, lo que ocurriese después, a la nieta del gobernador le daba igual. Lo único que quería era verles sufrir a los dos y si eso pasaba por aliarse con aquel hombre y sacar a la luz los secretos de la Montenegro, lo haría.
-De acuerdo –accedió de nuevo-. Entonces según tu plan, si consigo la información que precisas para destruir a doña Francisca, quedaré libre de mi compromiso con Bosco y mi reputación no se verá afectada.
-Exacto –confirmó el enmascarado-. Verás, Francisca Montenegro está metida en un negocio muy importante que le retribuye grandes beneficios. Sin embargo, sé que para conseguirlo ha tenido que sobornar a Ricardo Altamira, el arquitecto que ha realizado los planos del proyecto del ferrocarril –hizo una pausa para que la nieta del gobernador asimilase la información-. Lo que necesitamos para hundirla son los pagarés que demuestren ese soborno. ¿Lo entiendes?
Isabel asintió, lentamente. No entendía mucho de negocios porque su abuelo apenas le explicaba nada, pero sabía a qué se refería el Anarquista.
-Si logramos desenmascararla frente a todo el mundo, y sobre todo frente al gobernador –recalcó, clavando sus ojos en ella-, de quién se comenta que es un hombre recto a quién no le gustan esa clase de argucias; estoy seguro que no dejará que su única nieta se case con el protegido de la señora. De este modo, quedarías libre y nadie sabría que todo esto ha sido un plan para deshacerte de Bosco. Yo consigo desenmascarar a la Montenegro y tú librarte de su protegido. Ambos salimos ganando.
Isabel se quedó pensativa. Meditando el plan propuesto por aquel hombre. Lo cierto era que lo tenía muy bien calculado. Conocía a su abuelo, y el Anarquista estaba en lo cierto, era un hombre recto, que no admitía aquel tipo de artimañas en los negocios. Rectitud y honestidad eran sus dos cualidades principales y siempre se enorgullecía de ellas. En cuanto supiese que la Montenegro era la clase de persona que se aprovechaba de su dinero y posición para conseguir sus propósitos, no dudaría en rechazar cualquier tipo de trato con ella y rompería toda relación con la señora, incluido el compromiso de Isabel con Bosco. Todo el mundo pensaría que se debía a las desavenencias entre ambas familias y la reputación de la joven no se vería envuelta en un asunto de engaños amorosos.
Levantó la mirada hacia el Anarquista que esperaba una respuesta a su plan.
-Está bien. Trataré de averiguar lo que pueda sobre sus negocios –accedió, con un brillo excitado y firme en los ojos-. Algo se me ocurrirá para que me cuente sus secretos.
-Estoy seguro de ello –le concedió él, satisfecho por el trato-. Pero debes darte prisa. No tenemos mucho margen. Cuanto más tiempo pase, más posibilidades hay que vuelva a ocurrir una desgracia en esas obras. Y demasiado han sufrido ya esos trabajadores.
A Isabel no le importaba lo más mínimo aquella gente, como tampoco le importaba no ocultarlo; el Anarquista lo sabía, lo veía en sus ojos, carentes de cualquier atisbo de sensibilidad. Para ella eran simples trabajadores que no merecían ni un pensamiento por su parte.
La única razón por la que ambos iban a aliarse era bien simple. Cada uno tenía un motivo para vénganse de los Montenegro y en ello se basaba su pacto.
-Tengo que irme –dijo Isabel, al ver que la tarde caía y en la Casona pronto comenzarían a echarla en falta-. En cuanto sepa algo… -entonces cayó en la cuenta-. ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo?
El hombre pareció pensarlo unos segundos.
-¿Conoces el camino largo que va a Munia? –le preguntó. Ella asintió-. Pues en la bifurcación que parte hacia la quebrada de los lobos hay un pequeño montículo de piedras. Déjame allí aviso de nuestra próxima cita. Y nos reuniremos en ese mismo lugar.
Isabel apretó los labios.
-Está bien.
Sin despedirse, dio media vuelta dispuesta a volver a la Casona cuando un pensamiento la embargó.
-Una última pregunta –dijo volviéndose hacia él. Su mirada no pudo ocultar cierto tinte de curiosidad-. No me creo que hagas esto solo por unos simples trabajadores. ¿Qué tienes en realidad contra la Montenegro?
El Anarquista le lanzó una extraña y enigmática mirada que Isabel no supo entender. Sin responderle, dio media vuelta y se internó en el bosque, dejándola sola y sin una respuesta.

CONTINUARÁ...




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