CAPÍTULO 28
Isabel detuvo sus pasos y cerró la sombrilla
de paseo. Había llegado al lugar indicado. Un lugar apartado, cubierto de
sombras y resguardado de la vista de la gente. Un lugar que recordaba
perfectamente de la última vez.
Miró a su alrededor con el ceño fruncido, atenta
y buscando alguna señal que le indicase la cercanía del enmascarado, pero no la
halló. Todo seguía tranquilo. A esas horas de la tarde los campos y fincas que rodeaban
Puente Viejo se hallaban medio desiertos. El verano avanzaba a paso firme y las
copas de los árboles lucían frondosas y verdes. Pasear bajo ellas se antojaba
una de las mayores delicias del lugar.
Sin embargo Isabel no estaba para paseos. Tras
pensarlo detenidamente, por fin se había decidido a acudir a la cita con el
llamado Anarquista. No le hacía ni pizca de gracia tener tratos con alguien de
su calaña pero las circunstancias la habían arrastrado a ello. Cada vez que
pensaba en el rechazo de Bosco, humillándola de aquella forma tan vergonzosa,
sentía la sangre hervir por sus venas, clamando venganza. Una venganza que solo
el enmascarado podía darle.
-Vaya, vaya, veo que al final has acudido
–dijo la voz grave del Anarquista tras ella.
Isabel se volvió como un resorte y se
encontró con el famoso criminal apoyado en el tronco de un árbol con gesto
relajado y la cabeza gacha. Daba la sensación de que había estado allí desde el
principio, camuflado, observando a la muchacha en silencio.
-¿Puedo saber qué es lo que te ha hecho
cambiar de opinión? –continuó él, levantando la cabeza ligeramente-. En nuestro
último encuentro estabas muy decidida a no volver.
Isabel tragó saliva, molesta. Recordó su
fría risa y estuvo tentada de marcharse y dejarle allí plantado. Sin embargo su
rabia se lo impidió.
-Supongo que te haces una idea de por qué
estoy aquí –repuso ella con ambigüedad. Bajo ningún concepto le contaría lo
ocurrido con su prometido. Ese secreto se lo llevaría a la tumba-. Es lo único
que debe importarte.
El Anarquista apretó los labios ocultos bajo
el pañuelo, sopesando las opciones que se le presentaban.
-El único motivo que encuentro para que
hayas venido es que has podido comprobar por ti misma que yo tenía razón
–insistió el hombre, sin importarle lo impertinente que podía llegar a sonar-.
Que Bosco no te quiere y solo está contigo por mandato de la Montenegro.
La respiración de Isabel se hizo más
intensa. Apretó los puños, aguantándose las ganas de darle dos bofetadas a
aquel individuo.
-Ya te he dicho que eso no es asunto tuyo
–repitió con el gesto altivo y orgulloso-. Si estoy aquí es porque puede que me
interese la propuesta que me hiciste el otro día. Dijiste que si te conseguía
cierta información, tú me ayudarías con Bosco. ¿Cómo puedes hacerlo?
El hombre se acercó a ella, alejándose del
árbol y se detuvo a medio camino.
-Vamos por partes –repuso él con lentitud-.
Primero tendrás que conseguirme la información que requiero de la Montenegro.
-¿Qué clase de información? –Isabel se cruzó
de brazos-. Francisca es una mujer que no confía en nadie. No creo que vaya a
revelarme, así como así, lo que le pregunte.
El Anarquista sonrió por lo bajo.
-Estoy seguro que tienes tus estrategias
para conseguir lo que deseas –le espetó.
La muchacha no supo cómo interpretar
aquellas palabras. ¿Eran una especie de alago o se trataba de un insulto?
-Está bien –le concedió finalmente-.
Continúa.
- Quiero que seas mis ojos dentro de la
Casona. Quiero estar al tanto de todo lo que ocurra allí y que pueda serme de
utilidad. Pero sobretodo quiero saber cuáles son los secretos de Francisca
Montenegro.
-Un momento –le detuvo Isabel-. ¿Por qué
Francisca? ¿Cómo voy vengarme de Bosco a través de ella? No veo cómo eso va a
ayudarme a mí.
-Si lo que pretendes es dañar a Bosco, solo
hay una forma de hacerlo y es a través de ella –le explicó con calma-. Si atacas
directamente a Bosco, tu reputación quedará dañada a vista de todos. Todo el
mundo sabrá lo que te ha hecho y tu venganza no habrá servido de nada. Pero si
lo haces a través de Francisca…
-¿Y qué hay de esa maldita doncella? –le
interrumpió Isabel comenzando a alterarse y a pensar que había sido muy mala
idea acudir allí-. Quiero que pague también por lo que ha hecho. Si tu plan
consiste solo en destruir a la Montenegro, no cuentes conmigo. Quiero que esa
cazafortunas se arrepienta toda su vida de haber puesto sus ojos en alguien que
no le pertenecía.
El Anarquista levantó un poco la mirada
hacia ella.
-De la criada ya me ocuparé yo –repuso. Su
tono no admitía réplica alguna e Isabel lo supo-. No se te ocurra hacer nada al
respecto. Pagará por ello también. Ya me encargaré de eso.
Sus últimas palabras parecieron serenar a la
nieta del gobernador.
-Está bien –aceptó-. Continúa.
-Lo que te estaba diciendo, si atacamos a
Bosco saldrás perjudicada, pero si lo hacemos sobre la señora, la cosa cambia.
Tú podrás verte libre de ese compromiso con su protegido y nadie sabrá la
verdadera razón nunca.
-¿Y cómo piensas conseguirlo? –inquirió
Isabel con escepticismo-. ¿Además, quién te ha dicho que lo que quiero es
librarme de él? Quiero que pague. Quiero verle sufrir tanto como él me ha hecho
sufrir a mí.
-¿Tan poco te quieres a ti misma que eres
capaz de permanecer al lado de un hombre que no sabe valorarte? Creí que
querías romper el compromiso con Bosco.
Isabel no había pensado en aquella opción. Se
mordió el interior del labio con rabia. Su mente solo pedía a gritos venganza
contra el protegido de la Montenegro, sin embargo en ningún momento se había
planteado dejarle libre. Libre para volver con Inés. Aunque claro, si el
Anarquista le prometía que ella también iba a pagar por su osadía, lo que
ocurriese después, a la nieta del gobernador le daba igual. Lo único que quería
era verles sufrir a los dos y si eso pasaba por aliarse con aquel hombre y sacar
a la luz los secretos de la Montenegro, lo haría.
-De acuerdo –accedió de nuevo-. Entonces
según tu plan, si consigo la información que precisas para destruir a doña
Francisca, quedaré libre de mi compromiso con Bosco y mi reputación no se verá
afectada.
-Exacto –confirmó el enmascarado-. Verás,
Francisca Montenegro está metida en un negocio muy importante que le retribuye
grandes beneficios. Sin embargo, sé que para conseguirlo ha tenido que sobornar
a Ricardo Altamira, el arquitecto que ha realizado los planos del proyecto del
ferrocarril –hizo una pausa para que la nieta del gobernador asimilase la
información-. Lo que necesitamos para hundirla son los pagarés que demuestren
ese soborno. ¿Lo entiendes?
Isabel asintió, lentamente. No entendía
mucho de negocios porque su abuelo apenas le explicaba nada, pero sabía a qué
se refería el Anarquista.
-Si logramos desenmascararla frente a todo
el mundo, y sobre todo frente al gobernador –recalcó, clavando sus ojos en
ella-, de quién se comenta que es un hombre recto a quién no le gustan esa
clase de argucias; estoy seguro que no dejará que su única nieta se case con el
protegido de la señora. De este modo, quedarías libre y nadie sabría que todo
esto ha sido un plan para deshacerte de Bosco. Yo consigo desenmascarar a la
Montenegro y tú librarte de su protegido. Ambos salimos ganando.
Isabel se quedó pensativa. Meditando el plan
propuesto por aquel hombre. Lo cierto era que lo tenía muy bien calculado.
Conocía a su abuelo, y el Anarquista estaba en lo cierto, era un hombre recto,
que no admitía aquel tipo de artimañas en los negocios. Rectitud y honestidad
eran sus dos cualidades principales y siempre se enorgullecía de ellas. En
cuanto supiese que la Montenegro era la clase de persona que se aprovechaba de
su dinero y posición para conseguir sus propósitos, no dudaría en rechazar
cualquier tipo de trato con ella y rompería toda relación con la señora,
incluido el compromiso de Isabel con Bosco. Todo el mundo pensaría que se debía
a las desavenencias entre ambas familias y la reputación de la joven no se
vería envuelta en un asunto de engaños amorosos.
Levantó la mirada hacia el Anarquista que
esperaba una respuesta a su plan.
-Está bien. Trataré de averiguar lo que
pueda sobre sus negocios –accedió, con un brillo excitado y firme en los ojos-.
Algo se me ocurrirá para que me cuente sus secretos.
-Estoy seguro de ello –le concedió él,
satisfecho por el trato-. Pero debes darte prisa. No tenemos mucho margen.
Cuanto más tiempo pase, más posibilidades hay que vuelva a ocurrir una
desgracia en esas obras. Y demasiado han sufrido ya esos trabajadores.
A Isabel no le importaba lo más mínimo
aquella gente, como tampoco le importaba no ocultarlo; el Anarquista lo sabía,
lo veía en sus ojos, carentes de cualquier atisbo de sensibilidad. Para ella
eran simples trabajadores que no merecían ni un pensamiento por su parte.
La única razón por la que ambos iban a
aliarse era bien simple. Cada uno tenía un motivo para vénganse de los
Montenegro y en ello se basaba su pacto.
-Tengo que irme –dijo Isabel, al ver que la
tarde caía y en la Casona pronto comenzarían a echarla en falta-. En cuanto
sepa algo… -entonces cayó en la cuenta-. ¿Cómo puedo ponerme en contacto
contigo?
El hombre pareció pensarlo unos segundos.
-¿Conoces el camino largo que va a Munia?
–le preguntó. Ella asintió-. Pues en la bifurcación que parte hacia la quebrada
de los lobos hay un pequeño montículo de piedras. Déjame allí aviso de nuestra
próxima cita. Y nos reuniremos en ese mismo lugar.
Isabel apretó los labios.
-Está bien.
Sin despedirse, dio media vuelta dispuesta a
volver a la Casona cuando un pensamiento la embargó.
-Una última pregunta –dijo volviéndose hacia
él. Su mirada no pudo ocultar cierto tinte de curiosidad-. No me creo que hagas
esto solo por unos simples trabajadores. ¿Qué tienes en realidad contra la
Montenegro?
El Anarquista le lanzó una extraña y
enigmática mirada que Isabel no supo entender. Sin responderle, dio media
vuelta y se internó en el bosque, dejándola sola y sin una respuesta.
CONTINUARÁ...
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