CAPÍTULO 34
Isabel ya había cumplido con su parte del
acuerdo.
Tal como había quedado con el Anarquista en
su último encuentro, se hallaba junto al montículo de piedras que dividía el
camino a Munia en dos sendas. El día anterior ya había estado allí para dejarle
la nota con la fecha y la hora del encuentro. Ahora volvía a por la respuesta.
Nada más llegar, volteó en ambas
direcciones, cerciorándose de que no había nadie en los alrededores que pudiese
ver lo que hacía. Palpó con cuidado en el interior del montículo para ver si su
nota continuaba allí. Su primera sensación fue que sí, que el enmascarado no
había recogido la nota y que debería cambiar la cita para otro día. Sin
embargo, al sacar el trozo de papel pudo ver que no se trataba del suyo. Lo
desplegó y leyó la misiva, con cierta dificultad, pues la letra no era muy
clara, más bien parecía escrita por un niño que por un adulto:
Camina doscientos pasos hacia la peña
de los muertos. Llegarás a una pradera desde la que se puede vislumbrar en
dirección norte el pico del diablo; camina ciento cincuenta pasos hacia allí.
Isabel levantó la mirada, buscando el camino
hacia la peña de los muertos. Todavía no conocía mucho los alrededores de
Puente Viejo, sin embargo recordaba aquel lugar porque le había llamado
especialmente la atención cuando Bosco le habló de él. Su prometido le explicó
que antes de vivir en la Casona, había vivido en aquella zona, plagada,
precisamente, de anarquistas.
Una vez tuvo por segura la dirección,
comenzó a caminar los doscientos pasos. Los primeros fueron lentos, casi
midiendo la distancia de uno a otro. A medida que fue avanzando se volvieron
más seguros y rápidos. Todo a su alrededor era tranquilidad, cosa que la ponía
más nerviosa aún. La naturaleza la observaba como a una intrusa y así se sentía
la prometida de Bosco. Estaba segura que en cualquier momento algún animal
salvaje saldría de su madriguera y la perseguiría con la intención de darle
caza.
Nada más vislumbró la pradera que le
indicaba la nota, dejó de contar los pasos y se apresuró a llegar. La hierba
rozó sus delicados pies y dio un respingo cuando una de las matas más largas le
rozó la pantorrilla creyendo que se trataba de alguna serpiente.
Isabel tomó aire y después de volver a leer
las instrucciones levantó la mirada buscando el pico del diablo. Según le había
contado Bosco, se trataba de una cordillera muy escarpada que daba el aspecto
de tener dientes de sierra. Nadie en su sano juicio se aventuraba a subirla
sino tenía los conocimientos necesarios sobre el terreno, le había dicho su
prometido.
Los ciento cincuenta pasos se le hicieron
eternos. Tanto que estuvo tentada de regresar a la Casona y olvidarse de todo.
Sin embargo recordó el desprecio con que la había tratado Bosco y eso le dio
fuerzas para continuar.
Al llegar a la falda de la montaña se
detuvo. Allí terminaban los pasos. Volvió a leer la misiva buscando algún dato
que se le hubiese pasado por alto, aunque sabía que no encontraría más
instrucciones a seguir. Los árboles en aquella zona crecían frondosos y muy
juntos, creando una atmósfera asfixiante.
-Has encontrado fácilmente el lugar –afirmó
la voz del enmascarado, oculto en algún lugar cerca de Isabel.
La muchacha miró en todas direcciones,
buscando el origen de aquella voz grave, sin hallarlo. Detestaba aquel juego en
que era ella la observada y él el observador.
-No esperaba menos –continuó él, saliendo de
detrás de un matorral-. Sabía que no te sería difícil encontrarlo.
-Podrías haberme citado dónde quedamos –le
recriminó ella, volviéndose-. No sé a qué viene todo este juego de acertijos
–le enseñó la nota antes de guardársela en el bolsito.
-Como bien comprenderás teníamos que
encontrarnos en un lugar más apartado que la otra vez. No me gusta estar tan
cerca de la Casona. Es un lugar muy transitado y podría vernos alguien. Y a
ninguno de los dos nos conviene.
Isabel torció el gesto. ¿Era esa la
verdadera razón o había otra?
Estuvo tentada a preguntarle, sin embargo no
lo hizo. Mejor esperar, pensó.
-Sígueme –le ordenó él, de pronto; dando
media vuelta e internándose en el bosque.
Isabel obedeció y fue tras él.
Caminaron durante más de diez minutos,
rodeando la montaña y llegaron a una zona boscosa.
-¿Adónde me llevas? –le preguntó finalmente
la nieta del gobernador, cansada de aquel juego-. No tengo todo el día y si
tardo más de la cuenta, en la Casona se preocuparán.
-Ya estamos llegando –respondió el
Anarquista, a quien apenas le costaba caminar entre la maleza mientras que a
Isabel cada paso le resultaba un mundo. Sus zapatos estaban hechos para caminar
sobre terreno plano y limpio; no pedregoso y lleno de vegetación.
Finalmente, el hombre se detuvo frente al
cobertizo. Antes de entrar se volvió hacia Isabel, asustándola.
-Me estoy arriesgando mucho confiando en ti
–le espetó con seriedad-. Espero que valga la pena.
La prometida de Bosco dio un paso hacia él,
con el gesto altivo.
-No eres el único que está arriesgando
cosas, por si no lo sabes. ¿Cómo crees que quedaría mi reputación si supieran
que tengo tratos con un bandido?
El enmascarado soltó un débil bufido,
burlón.
Sin añadir nada más, le cedió el paso para
que entrase en la cabaña. Nada más poner un pie dentro, Isabel arrugó la nariz
y se llevó la mano a la boca.
-¿A qué huele aquí? –su voz sonó algo
distorsionada.
-Es la humedad –repuso él, pasando a su lado
e ignorando su malestar-. Siento que esto no tenga las comodidades de la
Casona. No me ha dado tiempo a limpiarlo.
Isabel se volvió de golpe, indignada por la
ironía del comentario. Apretó los labios mientras le veía encender los restos
de una vela sobre la mesa.
-Y bien –el Anarquista la miró de frente,
cruzándose de brazos-. Supongo que si estás aquí es porque tienes algo que
contarme, ¿no es así? ¿Qué has descubierto?
La prometida de Bosco se quitó los guantes
de seda. Necesitaba que sus finos dedos sintieran de nuevo el aire.
-No mucho, la verdad –respondió con cierto desdén-.
Me costó lo mío que hablase del tema –levantó la cabeza hacia el enmascarado.
Sus ojos brillaron con orgullo-. Al parecer Francisca tiene varios negocios
fuera de Puente Viejo. En ese sentido no pude sacarle mucho… sin embargo me
confesó que guarda gran parte de su fortuna en el banco de la Puebla, y en la
caja fuerte de la Casona tan solo tiene lo imprescindible.
Oculto bajo su disfraz, el Anarquista
analizó las palabras de Isabel.
Francisca Montenegro tenía gran parte de su fortuna en el banco de la
Puebla. Algo bastante lógico ya que no era ningún secreto que la Montenegro era
poseedora de una gran riqueza. La fortuna amasada a lo largo de su vida no era
poca cosa y mantener en la Casona grandes sumas de dinero, así como las joyas
de mayor valor, era cuanto menos peligroso, por muy bien custodiada que se
encontrase su hacienda. En un banco también podría ocurrir un robo, pero en
esos casos, el seguro pagaba a sus clientes.
-Dices que en la caja fuerte de la Casona
solo guarda lo imprescindible –repitió el enmascarado, frunciendo el ceño.
Isabel asintió.
-Eso me dijo. Supongo que tendrá guardado el
dinero necesario para algún imprevisto o algún cobro de última hora –declaró la
muchacha pensativa-. Al menos mi abuelo en Madrid hacía eso.
-Pero lo que buscamos no está en un banco –dijo
el Anarquista de pronto-. Y mucho menos si no quiere que caiga en otras manos…
aunque sea por error. No –cada vez parecía tenerlo más claro-. Los papeles que
buscamos deben estar a buen recaudo, y cerca de ella. Tan cerca que pueda
verlos cuando precise.
-La caja fuerte de su despacho –murmuró
Isabel, dándose cuenta de ello-. Debe de tenerlos allí.
-Exacto –afirmó el Anarquista, ocultando una
sonrisa satisfecha-. El único lugar al que solo ella tiene acceso. En un banco
pueden estar seguros hasta cierto punto, pero si son robados, ¿cómo explicas
luego que esos papeles, que supuestamente no existen, han sido robados?
La nieta del gobernador asintió.
-¿Sabes la combinación de la caja fuerte?
–le preguntó él, casi sabiendo la respuesta.
-No –respondió al momento y le lanzó una
media sonrisa sarcástica-. Como comprenderás, la Montenegro solo confía en ella
misma. No va contando a diestro y siniestro cual es la combinación de su caja
fuerte –antes de que él pudiese contestarle, Isabel continuó-. Sin embargo,
tengo un plan para conseguirla.
-¿Un plan? –ladeó la cabeza, sorprendido.
-Sí –le confirmó, ignorando el tono burlón
que había usado-. Le pediré a la señora que guarde las joyas de mi madre en la
caja fuerte y así podré ver la combinación.
El Anarquista soltó una sonora carcajada e
Isabel se ofendió.
-¿De verdad crees que será tan sencillo y
que te mostrará la combinación, así como así? –le preguntó él, aun riendo-. Siento
decirte que tu “plan” naufraga por todos lados.
-¿Tienes uno mejor? –le espetó la prometida
de Bosco, con rabia-. Porque si eres tan listo, no me necesitas para nada, así
que…
Isabel dio media vuelta, dispuesta a
marcharse. No dejaría que nadie se burlase de ella y mucho menos un simple
bandido de tres al cuarto.
-¡Espera! –la detuvo-. Tienes razón. Lo
siento.
La muchacha se detuvo en la puerta pero no
se volvió. Aquel hombre no sabía con quién se las estaba viendo. Si pensaba que
con una simple disculpa estaba todo olvidado, es que no la conocía.
-Si crees que va a ser tan fácil, estás muy
equivocado –respondió la nieta del gobernador volviéndose hacia él. Su mirada
mostraba tal determinación y firmeza que asustarían a cualquiera, excepto al
Anarquista-. Eres tú quién más necesita de mi ayuda. Espero que la próxima vez
que se te ocurra burlarte de mí, lo tengas en cuenta.
El enmascarado dio dos pasos en su dirección
y se plantó frente a ella, clavando sus ojos con dureza en los de ella.
-Y tú no olvides que ahora eres mi cómplice
–repuso él con la misma determinación con que le había hablado la nieta del
gobernador-. Si me traicionas, caerás conmigo. Eso no lo dudes.
Las manos de Isabel temblaron. No de miedo
sino de impotencia. Desgraciadamente aquel individuo tenía razón. Estaban
juntos en ello; él para destruir a Francisca Montenegro y ella para deshacerse
de Bosco.
-Reconozco que no tengo otro plan en mente
–continuó él, recobrando la serenidad y alejándose unos pasos-. Así que… está
bien. Hagámoslo a tu manera.
Isabel asintió, de mala gana. Después de
aquel momento de tensión lo único que quería era marcharse de allí cuanto
antes.
-Cuando tenga algo te avisaré –respondió
ella, con sequedad.
Sin esperar a que el Anarquista añadiese
algo más, la muchacha dio media vuelta y abandonó el cobertizo airada.
El enmascarado no se movió. Su mente viajó
lejos, a otro encuentro ocurrido allí mismo, no hacía mucho. Las palabras de
María resonaron en su mente, con fuerza, más vívidas que nunca.
-El
problema es si lo hace por venganza. Es un sentimiento peligroso que a veces no
puedes controlar. Yo no me fiaría de ella. Podría cambiar de opinión en
cualquier momento y delatarte.
Era algo que el Anarquista tendría en cuenta
de ahora en adelante. Por el momento, ya había dado el primer paso para tomar
sus precauciones.
CONTINUARÁ...
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