sábado, 10 de enero de 2015

CAPÍTULO 25 
A la mañana siguiente, María bajó al pueblo con Esperanza para hacer unos recados antes de ir a la casa de aguas. La niña no había pasado buena noche y ahora dormía plácidamente en su carrito.
Su madre estaba a punto de entrar en el colmado a comprar cuando vio salir a Inés y Fe de allí; así que prefirió esperar.
-Buenos días –las saludó, con amabilidad.
Al ver a María, Fe sonrió de oreja a oreja. En cambio Inés, bajó la cabeza.
-Buenos días señita María –saludó Fe, portando un capazo lleno de latas y otros productos-. ¿De paseo tan de buena mañana? Mire que a estas horas los mosquitos se lo pasan pipa por esos caminos. Lo digo por la niña, que a nuestras edades ya no quieren nuestras carnes duras esos bichejos, sin embargo la piel de un bebé se les antoja el mejor de los manjares.
María no supo que contestarle.
-Lo tendré en cuenta, Fe –repuso finalmente, mirando de reojo a la sobrina de Candela, que parecía incómoda-. Buenos días, Inés. ¿Cómo estás?


-Bien, señora, gracias –musitó por lo bajo.
María intercambió una mirada cómplice con Fe, pidiéndole alguna explicación a aquel estado de ánimo tan decaído. Sin embargo, la doncella tan solo se encogió de hombros.
-¿Y cómo siguen las cosas por la Casona? –preguntó María.
-¡Ufff! –se quejó Fe, al instante-. Pos desde que tenemos dos bocas más pa alimentar, aquí servidora anda como pollo sin cabeza de arriba pa bajo todo el santo día. Mire, pa que si haga una idea –posó una mano sobre el brazo de María, con una familiaridad que sorprendió a la joven-, ni tiempo he tenio de remendarle los calzones al Mauricio y anda con el de los domingos desde el martes.
-Así que el gobernador y su nieta os dan mucho trabajo –dedujo María, observando en silencio las reacciones de Inés, que seguía la conversación con aire molesto-. Supongo que estarán muy atareados con los preparativos para la boda.
Fe torció la boca en un gesto de no saber nada sobre ese asunto.
En ese momento, María percibió un leve movimiento tras la cortina del colmado. No era necesario saber quién se hallaba detrás. Dolores Mirañar. Seguramente las había visto hablando y ya estaba con la oreja atenta a cualquier cosa que pudiese escuchar.
-¿Tenéis mucha prisa? –les preguntó María-. Me gustaría hablar un momento con vosotras… pero en un sitio más tranquilo.
-Bueno… -Fe dudó unos segundos pero enseguida hizo acto de presencia su alegría natural-. ¡Pa chasco que no! Los pucheros de la Paca pueden esperar unos minutillos.
-Fe –habló Inés con seriedad, pero sin convicción-. Ya sabes que a la señora no le hace gracia que…
-La seña ni se va a enterar –la hizo callar su amiga, quitándole importancia-. Anda ocupá con sus cosas. Además, si le diese por preguntar ya le inventaremos algo. ¿Ande vamos, señita?
La esposa de Gonzalo miró a su alrededor. ¿Cuál sería el mejor sitio para hablar con tranquilidad? Su mirada se detuvo en la posada que llevaba su nombre.
-Creo que en la posada estaremos bien –tan solo esperaba que su madre no estuviera por allí-. Vamos.
Las tres jóvenes se encaminaron hacia el lugar. Afortunadamente, como bien había pensado María, Emilia no estaba en esos instantes. Seguramente andaría arreglando las habitaciones por lo que tenían unos minutos de intimidad para hablar asolas.
Tomaron asiento en una de las mesas. María dejó el carrito de Esperanza junto a ella mientras Fe observaba el lugar con interés.
-Es mu bonito este lugar –comentó con los ojos brillantes, como si acabase de descubrir algo nuevo-. Mire que he pasao de veces por delante la puerta y ni me he detenio. ¡Anda! Y tiene su mismo nombre: María –rió por lo bajo.
La joven sonrió, divertida.
-Es la posada de mis padres –le explicó, conteniendo la risa-. Por eso lleva mi nombre.
Fe asintió.
-Pero volviendo a lo de antes –María aprovechó para retomar la conversación-. Me decías que teníais mucho trabajo con la presencia del gobernador y su nieta en la Casona… y supongo que será por los preparativos de la boda.
Fe arrugó la nariz.
-Eso es lo más extraño –añadió, en voz baja, pese a no haber nadie cerca que pudiese escucharlas-, que desde el día del matrimoniado… pos ahí se han quedao las cosas. Naide habla del tema y la señoritinga… perdón, la señorita Isabel anda de un alterao que ni le cuento.
-¿Y eso? –se inquietó María, pensando en que el estado de Isabel se debiera a lo que había descubierto esa noche.
Fe se encogió de hombros.
-Igual es por lo de la serpiente –añadió la doncella, pensando en esa posibilidad.
-¿Qué serpiente? –preguntó María, sin ocultar su preocupación.
La doncella miró a Inés de reojo antes de contarle a María lo ocurrido en el cuarto de la prometida de Bosco con la serpiente. La esposa de Gonzalo se estremeció al escuchar lo acaecido. Durante todos sus años en la Casona nunca le había pasado nada igual. Normalmente el agua del pozo era revisada todos los días. Era una de las normas y órdenes de la señora.


-¡Dios santo! –soltó María, al terminar de escuchar la historia. Se volvió hacia Inés que había estado callada-. ¿Y te acusó a ti de haberla puesto allí?
-No sé cómo pudo llegar hasta la bañera –se defendió Inés, cogiéndose las manos, nerviosa y sin atreverse a mirarle a los ojos. La vergüenza la embargaba.
María no le dijo nada, tan solo se quedó observándola en silencio. A leguas se veía lo mal que lo estaba pasando Inés. La muchacha se sentía culpable por lo ocurrido y continuaba dándole vueltas al asunto, reviviendo cada segundo en busca del momento en que aquel reptil se le hubiese colada en el agua.
-Inés –María le tendió una mano para consolarla-. ¿Puedo preguntarte algo?
La sobrina de Candela levantó la cabeza. Su mirada apagada escondía una gran tristeza. La joven asintió, dubitativa.
-¿Qué es lo que vio o escuchó Isabel en la cocina? –le soltó María, sin miramientos-. Necesito saberlo Inés.
La sobrina de Candela se mordió el labio inferior. No quería hablar. Consideraba demasiado humillante la verdad.
-Inés, mujer –intervino Fe, preocupada por su amiga-. La señita solo quiere ayudarte. Cuéntale lo que pide. Ni que fuese de enjundia.
-Es que… -murmuró la muchacha, temerosa-, tú no sabes nada Fe.
-La Fe sabe lo que sabe –le espetó la doncella con orgullo-. Que servidora no es tonta aunque lo parezca. Que la señoritinga esa te tiene entre ceja y ceja, no es un secreto, vamos, creo que lo saben hasta las vacas.


Inés abrió los ojos, desorbitados, asustada por las palabras de su amiga.
-¿Vas a contármelo? –insistió María.
La doncella se volvió hacia ella y asintió, abatida.
-La noche de la pedida de mano, Bosco bajó a la cocina para decirme que me quería y que si iba a comprometerse con la señorita Isabel era tan solo por complacer a doña Francisca –lo soltó de golpe, casi sin respirar, porque sentía que si se detenía un segundo de más, no terminaría de hacerlo, pues la vergüenza la embargaba. ¿Cómo iba a mirar a una señora como María a la cara después de confesarle que tenía amoríos con el señorito de la Casona?
-¿Eso fue todo lo que pasó? –inquirió María, con cautela-. ¿O hubo algo más?
Inés sintió las miradas de las dos mujeres puestas en ella; esperando una respuesta.
-Luego me besó –balbuceó, con la mirada puesta sobre sus manos-. Y… yo le correspondí.
Fe chasqueó la lengua hastiada.
-¡Inés! Tiene bemoles la cosa. ¿En su propia fiesta de pedida? –saltó Fe, sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando-. No me extraña ni una miaja que la muchacha te tenga ojeriza. Vamos, vamos, soy yo y…
-Fe… -Inés comenzó a llorar, incapaz de pronunciar una sola palabra más.
-Vamos, Fe –intervino María, comprensiva-. Bastante pena tiene ya encima Inés como para que nosotras la juzguemos. Sabes lo tontas que podemos llegar a ser por amor…
Tras pensarlo unos segundos, Fe dio su brazo a torcer. Podía no estar de acuerdo con lo ocurrido, pero Inés era su amiga y no pensaba dejarla sola en aquellas circunstancias.
-Está bien –concedió la doncella, relajando sus facciones-. Ya sabes lo bruta que soy a veces. Si más atontás no podemos ser las mujeres. Y yo la primera, que me viene el Mauricio con esos ojillos de enamoriscao y me dice: Fe, eres el sol que me calienta por las noches; y servidora ya no sabe ni si es de día o de noche.
María e Inés sonrieron. La sobrina de Candela tenía el rostro bañado en lágrimas, sin embargo, la ocurrencia de su amiga le devolvió la sonrisa por un instante.
María volvió al tema que le preocupaba.
-Inés, entonces, ¿no sabemos si Isabel lo escuchó todo o no; o si os vio besándoos?
La doncella negó con la cabeza.
-Nos pareció escuchar el sonido de la puerta de arriba pero no sé cuánto tiempo estuvo allí –le confesó, limpiándose las lágrimas-. Y la mirada que me lanzó cuando Bosco le pidió que fuese su esposa fue suficiente para saber que algo había visto o escuchado.
-¿Y con Bosco, cómo están las cosas? –preguntó María, preocupada por si él estaba al tanto-. ¿Has vuelto con él?
-No, no –se apresuró a desmentir aquello-. Después de eso, he evitado quedarme asolas con él. Además, todo se ha complicado con lo de la serpiente. No me lo dijo, pero estoy segura que piensa que lo hice adrede. Debe de pensar que quería hacerle daño a su prometida y desde entonces es él quien me esquiva.
Las palabras de Inés hicieron mella en María, quien sintió lástima de la muchacha. Enamorada de la persona equivocada y sin poder huir de su lado.
-Inés –volvió a cogerla de la mano, transmitiéndole su apoyo-. Voy a pedirte un gran favor.
-Dígame –dijo, solícita y agradecida por haberla escuchado.
-Necesito que seas mis ojos y mis oídos en la Casona –se volvió hacia Fe-. Y tú también, Fe. Quiero saber qué es lo que pasa entre Bosco e Isabel. No quiero ser agorera, pero después de lo que me habéis contado, y conociendo a Isabel, no me extrañaría para nada que hubiese sido ella misma quien colocó la serpiente en el agua para echarte la culpa.
Las dos doncellas miraron a María, sorprendidas por semejante acusación. De todas las posibilidades, aquella era la más descabellada y ruin. No obstante, podía ser cierto.
Las campanas de la iglesia tocaron las diez e Inés se levantó de golpe.
-Se nos hace tarde –repuso, más calmada pero con prisas-. Fe ¿regresamos?
Su amiga le lanzó una mirada extraña.
-Eh… adelántate tú pajarillo que en una miaja te alcanzo –le pidió con cierto aire misterioso.
Inés asintió, preguntándose qué le estaba ocultando ahora su compañera.
-Está bien –declaró al fin-. Te espero en la botica, no tardes –se volvió de nuevo hacia María-. Y no se preocupe, haré lo que pueda. Gracias por ser tan buena conmigo.
María sonrió.
-Eres la sobrina de Candela, a quién quiero como a una madre. Así que no hay nada que agradecer.
Inés le devolvió la sonrisa y se alejó camino de la botica, dejándolas asolas.
María se volvió hacia el carrito, para cerciorarse de que Esperanza seguía dormida; y esperó a que Fe le hablase, pero para su sorpresa, la doncella, se quedó callada. Algo que no era habitual en ella.


-¿Qué pasa, Fe? –tuvo que preguntarle finalmente-. ¿Querías hablar conmigo, no?
-Sí… verá… –comenzó entre titubeos y bajando la voz; cosa que sorprendió todavía más a la joven-. Yo quería… preguntarle…
-Fe, ¿vas a arrancarte de una vez? –la esposa de Gonzalo pareció perder la paciencia.
La doncella tomó aire y lo soltó:
-Quería preguntarle por las aguas milagrosas –dijo del tirón, enrojeciendo levemente-. Quería saber si es cierto eso.
-¿Si es cierto el qué? –le devolvió la pregunta María, sin entenderla.
Fe se acercó más a ella para que solo María pudiese escucharla.
-Pues que si es verdad que esas aguas… suben la apetencia sensual –preguntó con un hilo de voz.
María se separó de ella, sorprendida por su comentario.
-¿De dónde has sacado eso, Fe? –inquirió, aguantando la risa.
-Una, que lo ha escuchao dicir por ahí, que esas aguas son mu buenas para eso, usted ya me entiende.
María tragó saliva, sin saber qué decirle.
-Pues la verdad –repuso con toda la normalidad posible-, no puedo decirte si es cierto o no porque no las he probado.
Fe chasqueó la lengua, malinterpretando sus palabras.
-En su caso, normal –declaró la sirvienta con viveza-. A usted no le hace falta de apetencia con don Gonzalo; que con su permiso, el señor está de toma pan y moja.
-¡Fe! –María enrojeció levemente, avergonzada.
-Pero a lo que íbamos –siguió la doncella, haciendo caso omiso al apuro de María-. ¿Sabe si son buenas en esos casos o no?
-Pero, ¿por qué quieres saberlo? –le devolvió la pregunta, recuperándose del sofoco.
Fe miró a su alrededor para cerciorarse de que nadie rondaba cerca.
-Verá usted señita María –la cogió del antebrazo con aire confidencial-. Como bien sabrá, servidora y el Mauricio estamos a lo que se deice a las puertas del casorio –María asintió-. El asunto es que me tiene preocupá porque anda unos días de lo más mustio, como sin fuerzas. Pa mí que la Paca le hace trabajar demasiao –hizo una leve pausa, pensativa-. Bueno, a lo que iba, que como se acerca la noche de bodas… pues una está todo el día con el come come en la mollera. ¿Y si esa noche me llega totalmente apagao y no cumple? –hizo otra pausa-. Asín que había pensao que… ya que de seguro la Paca no nos deja marchar de viaje de novios y servidora lleva toda la vida pencando pa tener sus ahorrillos… pues que igual la noche de bodas podríamos pasarla en esa casa suya si las aguas eran tan milagrosas como deicen y asín asegurarme que el Mauricio llegue en condiciones. Además, abusando de nuestra amistad, igual puede hacernos una rebajilla en el precio. ¿Qué me dice?
María se mordió el labio inferior, aguantando la risa.
-Fe –declaró finalmente con toda la seriedad posible-, no sé si las aguas son milagrosas o no. Pero si quieres pasar la noche de bodas en la casa de aguas, no hay ningún problema. Es más, acabo de tener una idea. Ese será nuestro regalo de bodas; de Gonzalo y mío. ¿Qué te parece?
El rostro de la doncella se iluminó.
-¡Ay! ¿En serio? –su alegría se esfumó-. Pero no puedo aceptarlo, eso debe de costar sus buenos cuartos y…
-No digas tonterías, Fe –le cortó María-. Está decidido. La noche de bodas la pasáis en la casa de aguas.
La doncella no volvió a negarse.
-¡Ya verá cuando se lo cuente al Mauricio! –declaró con una sonrisa feliz en la boca.
Sin poder contener su alegría, Fe le dio un beso a María en la mejilla y salió en busca de Inés.
María negó con la cabeza, divertida por el momento vivido junto a la doncella de la Casona. Una de las pocas personas que lograban mantenerse alegres en aquella casa donde quién más y quien menos tenía motivos para estar triste.

CONTINUARÁ...











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