CAPÍTULO 31
Las noches de verano en un lugar como Puente
Viejo, resguardado por las altas montañas, se volvían agradables con la caída
de la tarde; y el calor daba por fin un respiro a la gente. Era entonces cuando
los aldeanos aprovechaban la caída del sol para salir de sus casas y respirar
el frescor suave de la noche.
Gonzalo y María habían ido a pasear por la
ribera del río después de terminar su jornada de trabajo en la casa de aguas; algo que solían hacer bastante a menudo,
siempre que sus obligaciones les dejaban. En esta ocasión dejaron a Esperanza
con Candela y Tristán pues la niña andaba algo resfriada y no querían que su
estado empeorase. Les gustaba pasear cerca del río, cogidos de la mano o
agarrados por la cintura, sin otra preocupación que no fuera el sacarle una
sonrisa de felicidad al otro. Incluso la mayoría de las veces llevaban la
merienda y buscaban un lugar algo apartado para disfrutar de ese instante de
intimidad, con los árboles y los pájaros como únicos testigos de su amor.
Después del agradable paseo de esa tarde,
disfrutando el uno del otro como una pareja de recién casados, acudieron a la
casa de comidas donde les esperaban sus padres para cenar. Después de casarse,
hacía ya casi un año, era bastante habitual que María y Gonzalo se reuniesen,
al menos una vez por semana, ya fuera en el Jaral o en la casa de comidas, con
sus padres para disfrutar de una cena familiar.
Al llegar, encontraron a Candela y Emilia
preparando la mesa para los seis, mientras Alfonso y Tristán conversaban
animadamente junto a la barra dando buena cuenta de dos vasos de vino.
-Buenas noches –saludaron ambos jóvenes.
-Hola, cariño –Emilia se acercó a su hija y
le dio un beso en la mejilla. Luego saludó a su yerno de igual forma-. ¿Qué tal
Gonzalo?
-Muy bien, suegra –le dijo éste
devolviéndole el saludo.
-¿Y Esperanza, madre? –le preguntó María.
-Acaba de cenar y la hemos dejado en el
cuarto de atrás, durmiendo como una bendita –le contó Candela que salía en ese
momento de la cocina con una bandeja de deliciosos entrantes-. No veas lo que
ha corrido por la plaza. Creo que mañana Tristán no podrá levantarse –le lanzó
una mirada a su esposo, sin que se diera cuenta-. Se ha pasado la tarde detrás
de ella.
María y Gonzalo rieron, mirando al padre de
éste que no había escuchado las palabras de su esposa. Se acercaron a la barra
para saludarles. María pasó dentro para darle un beso a su padre y luego se fue
a la cocina a ayudar a su madre y a Candela. Gonzalo por su parte se quedó con
ellos. Alfonso le sirvió un chato de vino.
-Para ir abriendo apetito –dijo su suegro,
quien andaba más contento de lo habitual.
-¿Le ocurre algo, Alfonso? –le preguntó
Gonzalo, tomando su vaso-. Hacía días que no se le veía tan dicharachero.
-Pues sí –confirmó el esposo de Emilia con
un brillo jubiloso en los ojos-. Estoy decidido a cultivar mis propias viñas y
parece ser que las tierras donde pienso plantarlas son muy buenas para ello.
-Eso es una excelente noticia, suegro –se
alegró Gonzalo, y alzó su vaso-. Brindemos por ello.
Los tres hombres alzaron sus vasos y tras
brindar por las buenas nuevas, bebieron un trago.
-Le estaba diciendo a Alfonso que puede
contar con nosotros para lo que necesite –le informó Tristán-. Incluso puedo
mover algunos hilos e informarme de qué clase de vid es mejor para este
terreno, así como los abonos que requeriría.
-Te lo agradecería mucho, Tristán –declaró
el padre de María, sonriendo aún más. La ilusión por emprender aquel negocio le
llenaba de dicha. Una dicha que no compartía Emilia, quien era más comedida en
los negocios-. A ver si entre todos logramos convencer a tu hermana que no ve
bien que invirtamos los cuartos en el cultivo de vid.
-¿Y eso? –preguntó Gonzalo, dejando el vaso
vacío sobre la barra-. ¿Acaso cree que no es un buen negocio?
-No se trata de eso –intervino Emilia, que
venía en ese momento de la posada y les había oído-. Lo único que le pido es
que sea prudente. Que no invierta todos nuestros ahorros ahí cuando no sabe si
le va a ser rentable o no.
-En eso le doy la razón a mi hermana
–declaró Tristán con gesto serio-. No te apresures. ¿Por qué no buscas algún
inversor? –se volvió hacia su hijo-. Nosotros mismos podríamos mirar si podemos
invertir algo, ¿no? Ahora que las cosas en la casa de aguas van bien y las
cosechas de este año se presentan tan buenas, creo que los beneficios que vamos
a sacar serán mayores que otros años.
Gonzalo asintió, conforme.
-Me parece buena idea padre –le apoyó en su
iniciativa.
Emilia no respondió, aunque seguía teniendo
sus dudas. La esposa de Alfonso entró en la cocina donde encontró a Candela y
su hija preparando un par de ensaladas.
-¿Ocurre algo madre? –le preguntó María al
ver el gesto de preocupación en su rostro-. ¿Acaso hay noticias de la tía
Mariana?
-No, hija. Tu tía sigue igual. Mientras haga
caso al doctor no tenemos de qué preocuparnos –la tranquilizó, abriendo el
horno para ver como seguía el asado. El exquisito aroma inundó la cocina-. Se
trata de tu padre y ese dichoso negocio de las viñas, que no sé dónde vamos a
terminar. Ahora ha convencido a Tristán y a Gonzalo para que inviertan.
-Bueno Emilia –trató de calmarla Candela-,
eso es buena señal. Tristán sabe mucho de ese tipo de cultivos y si él apoya la
iniciativa, no tienes porque preocuparte.
-¿Tú crees, Candela? –se volvió hacia su
cuñada, arrugando la nariz, poco convencida-. Solo faltaría que ese negocio no
saliese bien y no solo nos arruinásemos nosotros sino que encima os arrastramos
a vosotros.
-Madre, hoy anda torcida –le espetó María-.
Aquí no va a arruinarse nadie. Si mi padre y el tío Tristán creen que el
cultivo de viñas es un buen negocio, seguro que todo sale perfectamente. ¿O es
que acaso ahora no saben cómo cultivar las tierras? Ambos lo llevan en la
sangre. Ya verá como dentro de unos años los vinos Castañeda son los más
demandados de toda la comarca.
Por primera vez, Emilia sonrió, agradecida
por las palabras de ánimo de su hija.
Las tres mujeres regresaron al salón con la
cena ya lista y todos tomaron asiento.
-¿Entonces mañana vas a llamar a ese
viticultor amigo tuyo, Tristán? –continuó Alfonso tomando la primera
empañadilla.
-Alfonso, por favor –dijo Emilia, cansada de
escuchar lo mismo-. ¿Podemos dejar el trabajo para otro momento? Si nos
reunimos en familia es para disfrutar y hablar de otras cosas que no sean los
negocios.
-Mi suegra tiene razón –la apoyó Gonzalo,
partiendo un trozo del asado-. El trabajo puede esperar.
-¿Y de qué quieres que hablemos? –Alfonso se
volvió hacia su esposa, sonriendo.
-Pues… -Emilia titubeó, mientras las miradas
de todos estaban puestas en ella-. Pues… -sus ojos se detuvieron en su hija-,
por ejemplo, para cuándo pensáis darnos otro nieto. Esperanza está creciendo y
necesita un hermano o hermana para jugar.
María estaba a punto de llevarse un trozo de
empañada a la boca pero lo detuvo a medio camino. Se le había formado un nudo
en la garganta y no podía tragar. Y al parecer no era la única porque Gonzalo
apuró el vaso de vino y miró a su esposa, buscando una respuesta.
-Bueno… madre –habló la joven al fin, algo azorada-. No creo
que haya prisa. Es verdad que muy pronto Esperanza necesitará a otros niños
para jugar pero todavía es muy pequeña –Gonzalo la cogió de la mano, en un
claro gesto de apoyo.
-Queremos disfrutar de ella antes de que
vengan más hijos –añadió él con una sonrisa-. Pero no se preocupe, suegra que
los nietos llegarán. Que su hija quiere al menos cinco, ¿verdad, cariño?
María se volvió hacia él, intercambiando una
mirada cómplice.
-Por supuesto que sí –confirmó sus palabras
con una sonrisa-. Y los tendremos. Te doy mi palabra, mi amor.
Gonzalo la besó en la frente, y María cerró
los ojos un instante, disfrutando de aquel gesto de cariño.
-Bueno, pues ya que tenemos el tema de los
nietos resueltos –dijo Alfonso alzando la voz un poco más de lo normal y
volviéndose hacia su cuñado-, vamos con el de los sobrinos. ¿Para cuándo,
Tristán?
El padre de Gonzalo miró a su esposa que se
había puesto colorada.
-A nosotros nos pasa lo mismo que a los
muchachos –declaró finalmente Tristán-, no tenemos prisa. Además, si quieres
sobrinos, ya tienes de momento dos, bien creciditos y uno en camino. Por ahora
andas bien servido.
Alfonso frunció el ceño, pensativo.
-Está bien –le concedió, dándose por
vencido-. Lo dejaré pasar, de momento –apuntilló-, pero dentro de unos años
volveré a preguntar.
Los seis rieron su comentario.
-Y cambiando de tema –intervino Candela-.
Esta tarde ha pasado la tía Benancia por la confitería y me ha dicho que el Anarquista ha vuelto a
actuar. Pero que ahora no se dedica a amenazar a los ricos y poderosos sino a
robar a los pobres campesinos. Al parecer entró en la granja de los Giménez
hace dos noches exigiéndoles todos los cuartos. Menos mal que aún no habían
vendido las reses que tenían apalabradas con los Mendoza porque si no…
María y el resto habían escuchado a Candela
en silencio, sin interrumpirla. Era la primera vez que se tocaba el tema del
Anarquista estando todos juntos.
-Dolores me comentó lo mismo esta mañana en
el colmado –añadió María, sin levantar la mirada de su plato, tratando de
mostrarse indiferente.
-No, si al final va a resultar que ese
bandido es un simple delincuente –declaró Alfonso, con cierto pesar-. Y yo que
creía que luchaba por unos ideales y que se preocupaba por esos pobres
trabajadores del ferrocarril –negó con la cabeza, sin ocultar su decepción-. Al
final son todos iguales. Unos delincuentes que solo miran por ellos mismos.
-Pues no parecía de esa clase –habló de
nuevo María, con tranquilidad-. Como bien dice, padre, no se le veía la clase
de bandido que se dedica a robar a los pobres… no sé. ¿Y si otros bandidos han
aprovechado la existencia del Anarquista para hacerse pasar por él y cometer
sus fechorías sin que nadie lo sepa?
-Creía que no estabas de acuerdo con sus
actos, María –dijo su esposo, sorprendido.
La joven se volvió hacia él con el gesto serio.
-Y no lo estoy. Sigo pensando que esas no
son maneras de conseguir las cosas –se defendió ella alzando la voz sin darse
cuenta-. Pero también digo que me resulta extraño que hasta ahora se haya
dedicado a amenazar a los ricos y a exigir las mejoras de los trabajadores y de
repente se convierta en un simple ladrón. No creo que ese sea su proceder.
-Sea o no su proceder no hay manera de saber
si quién comete los robos es él. De momento es el delincuente más buscado de
toda la comarca. Y según me dijo Benancia, él mismo es quien da su nombre al
cometer los robos –intervino Candela, quien ya había terminado su empanada y se
disponía a tomarse su parte del asado.
-Eso es verdad –le apoyó Tristán, llenando
el vaso de su esposa con el espumoso vino-. Esta mañana uno de los trabajadores
del Jaral me lo contó. El hombre no tiene ningún problema en decir que es el
Anarquista.
-¿Y eso lo ven normal? –insistió María, cada
vez más convencida de su teoría-. Si de verdad se tratara de ese bandido no
iría por ahí diciendo quién es, simplemente cometería su robo y se marcharía.
¿Qué criminal es tan estúpido para dar su nombre a sus víctimas?
Los cinco se quedaron pensando en ello.
María tenía razón. Ningún delincuente se presentaba a sus víctimas para que
luego pudieran identificarle.
-Bueno, sea como fuere, y tenga las razones
que tenga para actuar de un modo u otro, se trata de un simple delincuente
–declaró Emilia, cortando más trozos del cordero que se enfriaba-. Y estoy
segura que tarde o temprano será detenido y pagará por su osadía.
-Eso no lo dude, suegra –añadió Gonzalo,
pasándole el plato a Emilia para que le pusiera otra ración-. Ha sido un total
inconsciente metiéndose con la mujer más poderosa de la comarca, la Montenegro.
Mi querida abuelita no dejará pasar esta ofensa.
Tristán suspiró levemente.
-Eso es cierto. Conociendo a mi madre moverá
Roma con Santiago para apresarle. No hay madriguera en la que pueda esconderse
ese delincuente.
María sintió un leve escalofrío al darse
cuenta ello. Era algo en lo que no había pensado. El Anarquista había amenazado
a Francisca abiertamente, y ésta no era de las de quedarse de brazos cruzados
si veía peligrar su seguridad. Algo tendría que estar maquinando o al menos
tendría a sus hombres tras la pista del enmascarado.
-Y habéis oído que esta mañana ha habido
nuevos derrumbes en las obras del ferrocarril –les informó Alfonso-. Un par de
paisanos lo estaban comentando este mediodía. Al parecer nada importante.
-Nada importante hasta que vuelva a ocurrir
una desgracia –añadió Gonzalo con el gesto serio, casi enfadado. María le miró
de reojo. Era nombrarle las obras del tren y algo en su interior se revelaba-.
Ojalá pudiéramos hacer algo.
-Bueno… -trató de calmarle su esposa,
posando la mano en su brazo-. Tengamos fe en que Conrado logre hablar con ese
alto cargo del ministerio. ¿No te dijo que esta semana que viene podía
atenderle?
Gonzalo asintió, torciendo la boca.
-Sí –recordó él, desanimado. Llevaban varias
semanas esperando que el inspector general de fomento se dignase a recibir a
Conrado y por fin parecía haber conseguido una cita para la siguiente semana-.
Pero hasta que se reúnan, los trabajadores siguen jugándose la vida, cada día.
-Tengamos fe en que no vuelva a ocurrir
ninguna desgracia –dijo Emilia, tratando de cerrar el tema-. Y ahora hablemos
de otras cosas más agradables.
Ninguno de los presentes se opuso. Bastante
habían tenido por esa noche hablando del Anarquista y de los problemas de los
trabajadores.
Dejaron de lado aquellos asuntos y
terminaron de cenar, disfrutando de una agradable velada en familia.
CONTINUARÁ...
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