martes, 20 de enero de 2015

CAPÍTULO 30 
El lunes por la mañana amaneció soleado y desde muy temprano el sol comenzó a apretar. El verano se había instalado de lleno en Puente Viejo.
Esa mañana, Gonzalo había salido antes del alba hacia la granja de Nicolás y Mariana, tal como le había prometido que haría, el día anterior. Estaba seguro que el marido de Mariana necesitaba ayuda con el trabajo pero conociéndole, no iba a pedirla. No por orgullo sino simplemente por no ser una molestia.
Aprovechando que su marido no iría a la casa de aguas esa mañana, María bajó al pueblo acompañada por su tío Tristán y Esperanza. La joven tenía que hacerle unos encargos a Dolores y de paso visitaría a sus padres en la casa de comidas.
-¿Puede llevarse con usted a Esperanza, tío? –le pidió María, al llegar a la plaza. Tristán portaba el carrito con orgullo-. Tengo que ir al Colmado a comprar. No tardaré mucho.
-No te preocupes, María –le concedió Tristán-. Yo me llevo a la niña. Cuanto menos escuche a Dolores Mirañar, mucho mejor. Es demasiado pequeña para que la torturemos con sus comentarios. Ya se cansará de ella cuando crezca.
Su sobrina sonrió, negando débilmente con la cabeza.
Les vio entrar en la casa de comidas y luego se dirigió hacia el negocio de los Mirañar. Tan solo esperaba no tener que pasar mucho tiempo allí.
-Buenos días –saludó al entrar, creyendo que estaría solo Dolores, sin embargo ya había una clienta delante de ella, a quien saludó-. Buenos días… Isabel.
La prometida de Bosco estaba frente al mostrador, siendo atendida por la esposa de don Pedro.
-Buenos días, María –la saludó con cordialidad.
-Dichosos los ojos, María –la saludó también Dolores, que estaba empaquetando unos complementos-. Hacía días que no te pasabas por aquí.
-Bueno, Dolores, ya sabe… -se disculpó la joven, cerrando la puerta-. El negocio de la casa de aguas que nos tiene muy atareados.
-A tu marido tampoco se le ve mucho el pelo por el pueblo –insistió la buena mujer, tratando de sonsacarle algo más-. ¿Es cierto eso que dicen de que van a venir unos extranjeros a invertir en el negocio de las aguas?
María ladeó la cabeza, sorprendida. Apenas se habían enterado el día anterior y ya había llegado a oídos de la esposa de don Pedro.
-¿Cómo sabe eso, Dolores?
-Una, que lo ha escuchado por ahí –se hizo la interesante, terminando de empaquetar el pedido de Isabel, quien las escuchaba en silencio-. Dicen que van a invertir una buena suma de dinero y que el pueblo se verá muy beneficiado.
-Como corren las noticias –declaró María, molesta y preguntándose cómo se había enterado Dolores de ello-. Ni que tuviese acceso a mi línea telefónica.
El rostro sonrosado de Dolores Mirañar perdió el color de repente, volviéndose tan blanco como la cal. María comprendió que de algún modo había dado en el clavo: la antigua alcaldesa de Puente  Viejo se había enterado de la inversión de los americanos porque probablemente, “alguien”, había escuchado la conversación entre Conrado y Gonzalo. Alguien que tenía acceso a todas las líneas telefónicas del pueblo y que por un casual se llamaba Chelo y era amiga de Dolores.
-Ya veo –dijo finalmente María, mordiéndose el interior del labio.
-¿Ya ves qué? –preguntó Dolores con temor.
-Que ya veo que no voy mal encaminada –respondió la joven-. Lo tendré en cuenta la próxima vez que hable por teléfono.
-¡Ay! No te enfades, María –insistió la mujer-. Si se trata de una buena noticia la inversión esa. Seguro que nos deporta grandes beneficios a todos –se volvió hacia Isabel, buscando su ayuda-. ¿A que usted también lo cree así, señorita Isabel?
-Lo siento –se disculpó la muchacha, con gesto confundido-. No sé de qué hablan.
-Pues de la inversión que unos americanos ricachones piensan hacer en la casa de aguas La Esperanza; y gracias a esos cuartos, el balneario se ampliará y vendrán muchos más forasteros al pueblo a comprar a mi colmado. Y si contamos que dentro de unos meses ya estará en funcionamiento las vías del tren, la gente vendrá como moscas a la miel.  
-El progreso siempre es bueno –declaró Isabel, sin saber muy bien qué responderle a aquella mujer a quien apenas conocía.
-Pues debería alegrarse un poquito más –le espetó Dolores sin miramientos-. Ya que va a casarse con el señorito Bosco, muy pronto Puente Viejo también será su hogar –se hizo un poco hacia delante, con aire confidencial-. Y ya que ha sacado el tema, ¿ya tienen fecha para la boda? Lo pregunto más que nada para ir preparando el vestido, que para una boda de alto copete como tiene que ser la suya, servidora tiene que estar a la altura del cargo.
-¿De qué cargo me está usted hablando? –preguntó la nieta del gobernador, asombrada por el descaro con que Dolores se había autoinvitado a su boda.
María asistía a la conversación entre molesta y divertida. Conocía a la esposa de Pedro Mirañar desde que era pequeña y ya nada de lo que hiciese podía sorprenderla. Por el contrario, Isabel apenas acababa de conocerla y no sabía de qué era capaz la antigua alcaldesa consorte para enterarse de lo acaecido en cualquier lugar ni de sus habituales ocurrencias.
-Pues de qué cargo va a ser, mujer –pareció ofendida porque la muchacha no lo supiese-. Como madre del actual alcalde del pueblo y esposa del antiguo. Vamos, dos cargos muy importantes. Yo diría que de lo más importante de la comarca después del cargo de gobernador, claro está –se apresuró a decir-. Pero a lo que estábamos, ¿la boda para cuándo?
Isabel se volvió hacia María, quien le dirigió una mirada esclarecedora. Más le valía contestarle sino quería que Dolores Mirañar continuase con el interrogatorio.
-La verdad es que no hay prisa –respondió con toda la cordialidad que fue capaz de reunir-. Todavía es pronto y nos estamos conociendo. Todo se andará.
En ese instante, María recordó el interés que había tenido el Anarquista en esa relación. ¿Habría averiguado algo más al respecto, el enmascarado? Una idea cruzó por su mente. ¿Y si…? No. Sería demasiado arriesgado por su parte, pensó. Además si hubiese ocurrido algo así, la noticia habría corrido como la pólvora e Isabel no estaría allí tan tranquila, como si nada. El Anarquista no sería tan estúpido como para… aunque… si estaba desesperado… y con ella lo había hecho, ¿por qué no con Isabel?
-Dolores –dijo de pronto María-, ya que usted está al tanto de todo lo que ocurre por el pueblo, ¿se ha enterado de las últimas noticias que corren sobre ese conocido bandido… el Anarquista?
-¿Te refieres a lo de los robos? –le devolvió la pregunta la mujer, con el rostro compungido y santiguándose.
-¿Ese enmascarado ha robado? –intervino Isabel, sin ocultar su sorpresa-. Creía que se dedicaba a clamar venganza y luchar por no sé qué ideales de los trabajadores; pero no a robar.
María observó la reacción de la joven.
Al parecer, Isabel estaba bastante al tanto de quién era el Anarquista. Aunque viviendo en la Casona era normal que doña Francisca estuviese preocupada por su presencia en la zona y seguramente sería uno de los temas que tratarían en sus tertulias. Desafortunadamente, María no podía sacar ninguna conclusión con aquella escasa información. Necesitaba algo más. Algo que le confirmase sus sospechas.
-Ese individuo es un simple ladronzuelo que se presenta aquí como un salvador, clamando venganza y a las primeras de cambio empieza a robar a los pobres campesinos a quienes parecía defender. Espero que la guardia civil dé pronto con él y termine con sus huesos en prisión por una buena temporada –continuó Dolores- ¿Le pongo algo más, señorita Isabel?
La joven se mordió el labio inferior, pensativa.
-¿Tiene las telas que le pedí?
-Sí, ahora mismo se las subo.
Dolores entró en la trastienda y María aprovechó que estaba asolas con Isabel para indagar más.
-¿Has bajado sola al pueblo, Isabel?
-Sí –le confirmó la joven-. Bosco está ocupado con la finca y además, aquí entre tú y yo, no le hace gracia acompañarme a comprar telas.
María le sonrió, levemente.
-Aun así, deberías haber venido con alguien –insistió la esposa de Gonzalo-. Con ese bandido suelto, los caminos no son nada seguros. Y mucho más siendo quien eres. ¿Quieres que te acompañe de vuelta a la Casona?
-No es necesario, María –repuso con seguridad, aunque su mirada se ensombreció-. Hay… hay mucha gente que recorre los caminos a estas horas. Y el de la Casona es muy transitado. No hay de qué preocuparse.
-Aun así me quedaría más tranquila si te acompaño –insistió de nuevo.
-De verdad, que no es necesario –volvió a rechazar su ofrecimiento con mayor ímpetu, como si ocultase algo. María se dio cuenta de inmediato-. Ese bandido no se atrevería a asaltar a la nieta del gobernador. Sería cómo meterse de lleno en la boca del lobo. No será tan inconsciente. Una cosa es meterse con un par de campesinos analfabetos y otra bien distinta secuestrar a la nieta de un alto cargo público. No es tan estúpido para hacer eso.
María asintió levemente. La familiaridad con la que Isabel hablaba del enmascarado fue suficiente para saber que sus temores eran reales. El Anarquista y ella se habían encontrado. Algo le decía a María que no se equivocaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo, poniéndola en alerta.
-Bueno, de todos modos, ten mucho cuidado –le dijo a Isabel-. Nunca se sabe.
En ese instante, Dolores regresó cargada con tres grandes paquetes.
-Aquí tiene las telas que me encargó –depositó los fardos sobre el mostrador-. ¿Quiere que se los mande a la Casona con algún mozo o podrá llevarlos usted misma?
-Mejor me los manda con un mozo –le concedió la nieta del gobernador sacando el dinero del bolso-. ¿Me dice cuanto es todo?
-Pues serán… catorce pesetas.
Isabel le dio el dinero. Si le pareció caro o no, no dijo nada. Después de pagar se despidió de ambas mujeres y abandonó el Colmado.
-Qué muchacha más rara –declaró Dolores, mientras María seguía los pasos de Isabel a través de la ventana. La joven desapareció por una de las callejuelas que llevaban a las afueras del pueblo.
-¿Rara por qué, Dolores? –inquirió María, volviéndose hacia ella.
-Pues porque el día que vino a hacerme el encargo de las telas estaba asustada como un pajarillo; como si le hubiese pasado algo al bajar al pueblo o hubiera visto un fantasma –Dolores hizo una pequeña pausa, recordando lo ocurrido-. Y mira que le insistí, una y otra vez, que si le había pasado algo, pero no hubo manera de que soltará ni una palabra. Y ahora te dice que no tiene miedo de ir sola por los caminos. ¡No hay quien la entienda!
María alzó la cabeza y frunció el ceño. 
-¿Ha estado cotilleando, Dolores? –la reprendió María, consciente de que por mucho que le dijese a la antigua alcaldesa consorte, nunca cambiaría.
-¡Pero por quién me tomas! –se defendió, haciéndose la ofendida-. Vosotras, que habláis tan alto que se oye todo –y alzó el mentón, muy digna-. ¿Qué te pongo?
María no quiso replicarle. Sabía que no valía la pena. Además, las palabras de Dolores habían terminado por confirmar sus sospechas sobre Isabel.
Mientras Dolores le hacía el pedido, los pensamientos de María no dejaban de dar vueltas. ¿Qué habría averiguado el Anarquista? ¿Le habría dado Isabel la información que quería? Y lo más importante, ¿por qué no le había dicho la nieta del gobernador a nadie que se habían encontrado?

CONTINUARÁ...

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