CAPÍTULO 30
El lunes por la mañana amaneció soleado y
desde muy temprano el sol comenzó a apretar. El verano se había instalado de
lleno en Puente Viejo.
Esa mañana, Gonzalo había salido antes del
alba hacia la granja de Nicolás y Mariana, tal como le había prometido que
haría, el día anterior. Estaba seguro que el marido de Mariana necesitaba ayuda
con el trabajo pero conociéndole, no iba a pedirla. No por orgullo sino
simplemente por no ser una molestia.
Aprovechando que su marido no iría a la casa
de aguas esa mañana, María bajó al pueblo acompañada por su tío Tristán y
Esperanza. La joven tenía que hacerle unos encargos a Dolores y de paso visitaría
a sus padres en la casa de comidas.
-¿Puede llevarse con usted a Esperanza, tío?
–le pidió María, al llegar a la plaza. Tristán portaba el carrito con orgullo-.
Tengo que ir al Colmado a comprar. No tardaré mucho.
-No te preocupes, María –le concedió
Tristán-. Yo me llevo a la niña. Cuanto menos escuche a Dolores Mirañar, mucho
mejor. Es demasiado pequeña para que la torturemos con sus comentarios. Ya se
cansará de ella cuando crezca.
Su sobrina sonrió, negando débilmente con la
cabeza.
Les vio entrar en la casa de comidas y luego
se dirigió hacia el negocio de los Mirañar. Tan solo esperaba no tener que
pasar mucho tiempo allí.
-Buenos días –saludó al entrar, creyendo que
estaría solo Dolores, sin embargo ya había una clienta delante de ella, a quien
saludó-. Buenos días… Isabel.
La prometida de Bosco estaba frente al
mostrador, siendo atendida por la esposa de don Pedro.
-Buenos días, María –la saludó con
cordialidad.
-Dichosos los ojos, María –la saludó también
Dolores, que estaba empaquetando unos complementos-. Hacía días que no te
pasabas por aquí.
-Bueno, Dolores, ya sabe… -se disculpó la
joven, cerrando la puerta-. El negocio de la casa de aguas que nos tiene muy
atareados.
-A tu marido tampoco se le ve mucho el pelo
por el pueblo –insistió la buena mujer, tratando de sonsacarle algo más-. ¿Es
cierto eso que dicen de que van a venir unos extranjeros a invertir en el negocio
de las aguas?
María ladeó la cabeza, sorprendida. Apenas
se habían enterado el día anterior y ya había llegado a oídos de la esposa de
don Pedro.
-¿Cómo sabe eso, Dolores?
-Una, que lo ha escuchado por ahí –se hizo
la interesante, terminando de empaquetar el pedido de Isabel, quien las
escuchaba en silencio-. Dicen que van a invertir una buena suma de dinero y que
el pueblo se verá muy beneficiado.
-Como corren las noticias –declaró María,
molesta y preguntándose cómo se había enterado Dolores de ello-. Ni que tuviese
acceso a mi línea telefónica.
El rostro sonrosado de Dolores Mirañar
perdió el color de repente, volviéndose tan blanco como la cal. María
comprendió que de algún modo había dado en el clavo: la antigua alcaldesa de
Puente Viejo se había enterado de la
inversión de los americanos porque probablemente, “alguien”, había escuchado la
conversación entre Conrado y Gonzalo. Alguien que tenía acceso a todas las
líneas telefónicas del pueblo y que por un casual se llamaba Chelo y era amiga
de Dolores.
-Ya veo –dijo finalmente María, mordiéndose el
interior del labio.
-¿Ya ves qué? –preguntó Dolores con temor.
-Que ya veo que no voy mal encaminada
–respondió la joven-. Lo tendré en cuenta la próxima vez que hable por
teléfono.
-¡Ay! No te enfades, María –insistió la
mujer-. Si se trata de una buena noticia la inversión esa. Seguro que nos
deporta grandes beneficios a todos –se volvió hacia Isabel, buscando su ayuda-.
¿A que usted también lo cree así, señorita Isabel?
-Lo siento –se disculpó la muchacha, con
gesto confundido-. No sé de qué hablan.
-Pues de la inversión que unos americanos
ricachones piensan hacer en la casa de aguas La Esperanza; y gracias a esos
cuartos, el balneario se ampliará y vendrán muchos más forasteros al pueblo a
comprar a mi colmado. Y si contamos que dentro de unos meses ya estará en
funcionamiento las vías del tren, la gente vendrá como moscas a la miel.
-El progreso siempre es bueno –declaró
Isabel, sin saber muy bien qué responderle a aquella mujer a quien apenas conocía.
-Pues debería alegrarse un poquito más –le
espetó Dolores sin miramientos-. Ya que va a casarse con el señorito Bosco, muy
pronto Puente Viejo también será su hogar –se hizo un poco hacia delante, con
aire confidencial-. Y ya que ha sacado el tema, ¿ya tienen fecha para la boda? Lo
pregunto más que nada para ir preparando el vestido, que para una boda de alto
copete como tiene que ser la suya, servidora tiene que estar a la altura del
cargo.
-¿De qué cargo me está usted hablando?
–preguntó la nieta del gobernador, asombrada por el descaro con que Dolores se
había autoinvitado a su boda.
María asistía a la conversación entre
molesta y divertida. Conocía a la esposa de Pedro Mirañar desde que era pequeña
y ya nada de lo que hiciese podía sorprenderla. Por el contrario, Isabel apenas
acababa de conocerla y no sabía de qué era capaz la antigua alcaldesa consorte
para enterarse de lo acaecido en cualquier lugar ni de sus habituales
ocurrencias.
-Pues de qué cargo va a ser, mujer –pareció
ofendida porque la muchacha no lo supiese-. Como madre del actual alcalde del
pueblo y esposa del antiguo. Vamos, dos cargos muy importantes. Yo diría que de
lo más importante de la comarca después del cargo de gobernador, claro está –se
apresuró a decir-. Pero a lo que estábamos, ¿la boda para cuándo?
Isabel se volvió hacia María, quien le
dirigió una mirada esclarecedora. Más le valía contestarle sino quería que
Dolores Mirañar continuase con el interrogatorio.
-La verdad es que no hay prisa –respondió
con toda la cordialidad que fue capaz de reunir-. Todavía es pronto y nos
estamos conociendo. Todo se andará.
En ese instante, María recordó el interés
que había tenido el Anarquista en esa relación. ¿Habría averiguado algo más al
respecto, el enmascarado? Una idea cruzó por su mente. ¿Y si…? No. Sería
demasiado arriesgado por su parte, pensó. Además si hubiese ocurrido algo así,
la noticia habría corrido como la pólvora e Isabel no estaría allí tan
tranquila, como si nada. El Anarquista no sería tan estúpido como para… aunque…
si estaba desesperado… y con ella lo había hecho, ¿por qué no con Isabel?
-Dolores –dijo de pronto María-, ya que
usted está al tanto de todo lo que ocurre por el pueblo, ¿se ha enterado de las
últimas noticias que corren sobre ese conocido bandido… el Anarquista?
-¿Te refieres a lo de los robos? –le
devolvió la pregunta la mujer, con el rostro compungido y santiguándose.
-¿Ese enmascarado ha robado? –intervino
Isabel, sin ocultar su sorpresa-. Creía que se dedicaba a clamar venganza y
luchar por no sé qué ideales de los trabajadores; pero no a robar.
María observó la reacción de la joven.
Al parecer, Isabel estaba bastante al tanto
de quién era el Anarquista. Aunque viviendo en la Casona era normal que doña
Francisca estuviese preocupada por su presencia en la zona y seguramente sería
uno de los temas que tratarían en sus tertulias. Desafortunadamente, María no
podía sacar ninguna conclusión con aquella escasa información. Necesitaba algo
más. Algo que le confirmase sus sospechas.
-Ese individuo es un simple ladronzuelo que
se presenta aquí como un salvador, clamando venganza y a las primeras de cambio
empieza a robar a los pobres campesinos a quienes parecía defender. Espero que
la guardia civil dé pronto con él y termine con sus huesos en prisión por una
buena temporada –continuó Dolores- ¿Le pongo algo más, señorita Isabel?
La joven se mordió el labio inferior,
pensativa.
-¿Tiene las telas que le pedí?
-Sí, ahora mismo se las subo.
Dolores entró en la trastienda y María
aprovechó que estaba asolas con Isabel para indagar más.
-¿Has bajado sola al pueblo, Isabel?
-Sí –le confirmó la joven-. Bosco está
ocupado con la finca y además, aquí entre tú y yo, no le hace gracia
acompañarme a comprar telas.
María le sonrió, levemente.
-Aun así, deberías haber venido con alguien
–insistió la esposa de Gonzalo-. Con ese bandido suelto, los caminos no son nada
seguros. Y mucho más siendo quien eres. ¿Quieres que te acompañe de vuelta a la
Casona?
-No es necesario, María –repuso con
seguridad, aunque su mirada se ensombreció-. Hay… hay mucha gente que recorre
los caminos a estas horas. Y el de la Casona es muy transitado. No hay de qué
preocuparse.
-Aun así me quedaría más tranquila si te
acompaño –insistió de nuevo.
-De verdad, que no es necesario –volvió a
rechazar su ofrecimiento con mayor ímpetu, como si ocultase algo. María se dio
cuenta de inmediato-. Ese bandido no se atrevería a asaltar a la nieta del
gobernador. Sería cómo meterse de lleno en la boca del lobo. No será tan
inconsciente. Una cosa es meterse con un par de campesinos analfabetos y otra
bien distinta secuestrar a la nieta de un alto cargo público. No es tan
estúpido para hacer eso.
María asintió levemente. La familiaridad con
la que Isabel hablaba del enmascarado fue suficiente para saber que sus temores
eran reales. El Anarquista y ella se habían encontrado. Algo le decía a María
que no se equivocaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo, poniéndola en alerta.
-Bueno, de todos modos, ten mucho cuidado
–le dijo a Isabel-. Nunca se sabe.
En ese instante, Dolores regresó cargada con
tres grandes paquetes.
-Aquí tiene las telas que me encargó
–depositó los fardos sobre el mostrador-. ¿Quiere que se los mande a la Casona
con algún mozo o podrá llevarlos usted misma?
-Mejor me los manda con un mozo –le concedió
la nieta del gobernador sacando el dinero del bolso-. ¿Me dice cuanto es todo?
-Pues serán… catorce pesetas.
Isabel le dio el dinero. Si le pareció caro o
no, no dijo nada. Después de pagar se despidió de ambas mujeres y abandonó el
Colmado.
-Qué muchacha más rara –declaró Dolores,
mientras María seguía los pasos de Isabel a través de la ventana. La joven
desapareció por una de las callejuelas que llevaban a las afueras del pueblo.
-¿Rara por qué, Dolores? –inquirió María,
volviéndose hacia ella.
-Pues porque el día que vino a hacerme el
encargo de las telas estaba asustada como un pajarillo; como si le hubiese
pasado algo al bajar al pueblo o hubiera visto un fantasma –Dolores hizo una
pequeña pausa, recordando lo ocurrido-. Y mira que le insistí, una y otra vez,
que si le había pasado algo, pero no hubo manera de que soltará ni una palabra.
Y ahora te dice que no tiene miedo de ir sola por los caminos. ¡No hay quien la
entienda!
María alzó la cabeza y frunció el ceño.
-¿Ha estado cotilleando, Dolores? –la
reprendió María, consciente de que por mucho que le dijese a la antigua
alcaldesa consorte, nunca cambiaría.
-¡Pero por quién me tomas! –se defendió, haciéndose
la ofendida-. Vosotras, que habláis tan alto que se oye todo –y alzó el mentón,
muy digna-. ¿Qué te pongo?
María no quiso replicarle. Sabía que no
valía la pena. Además, las palabras de Dolores habían terminado por confirmar
sus sospechas sobre Isabel.
Mientras Dolores le hacía el pedido, los
pensamientos de María no dejaban de dar vueltas. ¿Qué habría averiguado el
Anarquista? ¿Le habría dado Isabel la información que quería? Y lo más
importante, ¿por qué no le había dicho la nieta del gobernador a nadie que se
habían encontrado?
CONTINUARÁ...
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