CAPÍTULO 24
El camino que iba de la Casona a Puente
Viejo era uno de los más transitados por los aldeanos, ya fuese porque iban a
trabajar los terrenos de la Montenegro o a sus propias fincas. De manera que
era habitual encontrarse con alguien en él.
Isabel aun no conocía muy bien la zona, sin
embargo, decidió tomar camino hacia el pueblo con la intención de acercarse al
colmado y ver unas telas nuevas que Dolores había adquirido recientemente. La
nieta del gobernador estaba acostumbrada a comprar el mejor género, puesto que
en la capital tenía toda clase de facilidades para hacerlo. En cambio, en aquel
pequeño lugar olvidado de la mano de Dios, si querías algo con cierta “clase”
tenías que acudir al colmado o pedirlo por catálogo.
La joven le habría pedido a Bosco que la
acompañase pero su prometido estaba ocupado con la siembra y se había marchado
después de comer con Mauricio a comprobar que todo se hiciese según lo
establecido. Doña Francisca tenía que solucionar unas gestiones que no
adquirían más demora y su abuelo había viajado a Madrid a primera hora de la
mañana; de manera que no le quedaba más remedio que ir sola. Lo cierto era que
a Isabel no le gustaba mucho Puente Viejo porque le resultaba aburrido y falto
de interés. Pero por nada del mundo lo admitiría. Se había propuesto conquistar
al protegido de Francisca Montenegro, un joven que algún día heredaría una de
las mayores fortunas de la comarca, lo que le convertía en un objetivo más que
apetecible para la ambición de Isabel.
Todavía no llevaba recorrido ni un cuarto
del trayecto cuando ya se arrepintió de no haberle pedido a la señora que le
prestase la calesa. Los baches y piedras con las que tropezaba no estaban
hechos para sus delicados pies, acostumbrados a las adoquinadas calles de
Madrid.
Sin embargo, cada vez que Isabel se cruzaba
con algún aldeano trataba de mostrarse con paso seguro y con gesto digno. Que
nadie dijese nunca que la nieta del gobernador era una señoritinga de ciudad
incapaz de vivir en el campo.
A mitad camino se detuvo, cansada y acalorada
por el inclemente sol que caía a esas horas. Se secó las gotas de sudor que
cubrían su pálida frente y se abanicó un poco. Tenía el gaznate reseco pero no
llevaba agua ni sabía si había cerca algún manantial para poder beber. Debería
esperar a llegar al pueblo para hacerlo, pensó la joven, hastiada por todos los
contratiempos que encontraba en ese maldito lugar. Afortunadamente se había
llevado consigo la sombrilla de paseo para protegerse del sol.
Hacía un buen rato que no se había cruzado
con nadie porque los lugareños, conocedores del terreno se resguardaban a esas
horas en sus casas o en los cobertizos que había en las tierras, esperando que
la tarde declinase un poco para seguir faenando.
Isabel suspiró, antes de retomar el paso.
Fue entonces cuando escuchó un sonido entre los matorrales. La joven se detuvo
de golpe, asustada. ¿Sería algún animal salvaje? ¿O se trataba tan solo de
alguna lagartija? Aguzó el oído, esperando escuchar algo más.
Silencio.
Los latidos de su corazón le martilleaban en
la cabeza, desbocados. Isabel cerró los ojos tratando de serenarse. Allí no
había nadie. No tenía nada que temer.
Volvió a retomar el paso cuando escuchó de
nuevo. Eran pasos acelerados tras ella. Antes de que tuviese tiempo a
reaccionar se encontró con unas fuertes manos que le taparon la boca e
inmovilizaron su cuerpo.
La joven intentó con todas sus fuerzas
defenderse y librarse de la presión pero le fue imposible quedar libre de su
captor.
-¡Tranquila! –murmuró con autoridad la voz
grave del conocido como Anarquista. Isabel lo reconoció de la fiesta en la
Casona. Aquella voz amenazadora no la olvidaría nunca-. Si te quedas quieta y
me prometes no gritar, te soltaré. ¿De acuerdo?
Isabel no podía verle el rostro, tan solo
sentía su aliento en la nuca y la presión de su cuerpo sobre el suyo,
impidiendo que se moviese.
La joven asintió con los ojos desorbitados
por el miedo. Lentamente, el enmascarado retiró la mano de su boca,
permitiéndole respirar con mayor facilidad. Sin embargo, mantenía a la muchacha
sujeta, impidiendo que se volviese.
-¿Qué va a hacerme? –le preguntó con la voz
teñida de temor.
-Nada –repuso él, sujetándola por los
brazos-. Solo quiero hablar un momento contigo.
-Si me suelta, prometo que no le diré a
nadie que nos hemos encontrado –le suplicó ella-. Nadie lo sabrá.
El Anarquista aflojó la presión, poco a
poco, dejándola libre. Isabel se volvió temiendo ver el rostro de aquel
individuo. Pero como era su costumbre, iba tan cubierto que apenas se dejaba
ver.
La prometida de Bosco dio unos pasos hacia
atrás, temblando. Su instinto la hizo reaccionar y gritó con todas sus fuerzas.
Sin embargo, el enmascarado lo había visto venir y actuó con rapidez, volviendo
a taparle la boca con su mano enguantada y la sujetó de nuevo con más fuerza
aún.
-¡Te dije que no gritases! –le recriminó con
furia, caminando rápidamente con ella, alejándose del camino y entrando en una
zona boscosa donde nadie pudiera verles.
Isabel se defendió de su captor como pudo,
sin éxito. Él era más fuerte y por mucho que ella pataleara no conseguía
soltarse.
-Voy a darte otra oportunidad –le dijo de
nuevo, deteniéndose-. Te soltaré pero a la mínima que intentes hacer algo te
arrepentirás.
Isabel se dio cuenta de que hablaba enserio.
Había sido una imprudente al chillar de aquella manera. No había nadie cerca
que pudiera escucharla e ir en su auxilio. Estaba a merced de aquel hombre y si
no le obedecía, saldría mal parada. La muchacha volvió a asentir.
Por segunda vez en apenas cinco minutos, el
Anarquista la dejó libre. Sin embargo, Isabel había aprendido la lección y no
gritó, ni huyó.
-¿Qué es lo que quiere? –le preguntó de
nuevo, acariciándose sus doloridos brazos-. ¿Dinero? Mi abuelo le dará lo…
El Anarquista soltó una carcajada que le
heló la sangre.
-No es dinero lo que busco –repuso con
seriedad, clavando una dura mirada en ella-. Quiero información.
-¿Información? –Isabel frunció el ceño-.
¿Qué clase de información? Yo no sé nada sobre los negocios…
-Información sobre la Montenegro –le cortó
él, perdiendo la paciencia ante tanta interrupción-. Y solo tú puedes dármela.
-¿Sobre doña Francisca? –volvió a repetir
ella, cada vez más desorientada-. ¿Qué puedo saber yo de ella? Apenas la
conozco.
-Pero puedes conseguir esa información –le
rebatió, seguro de ello.
-¿Y qué le hace pensar que voy a ayudarle?
–se defendió la muchacha, alzando el mentón-. No es más que un simple bandido
que atemoriza a las jóvenes como yo…
El Anarquista dio un paso hacia ella e
Isabel calló de golpe. Había ido demasiado lejos, pensó.
-No juegues conmigo, niña –su voz, apenas un
susurro, llevaba consigo un tinte amenazador-. ¿Quieres saber por qué vas a
ayudarme? –Isabel tragó saliva, asustada-. Porque sé que estás al tanto de los
amoríos de tu prometido con la doncella de la casa.
Un gélido escalofrío recorrió el frágil
cuerpo de la nieta del gobernador. ¿Cómo sabía él que Bosco la engañaba con la
criada? Ella no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a María en aquella
excursión. Confesarle a alguien que el que iba a ser su esposo mantenía
relaciones con una cazafortunas de menor rango social, era una humillación que Isabel
no estaba dispuesta a sufrir.
La muchacha le lanzó una mirada cargada de
furia.
-Eso no es cierto –repuso con la mayor
dignidad posible-. Bosco me es fiel y jamás se rebajaría a…
-No te esfuerces –le cortó él, sin
miramientos-. Estoy al corriente de todo.
Isabel se mordió el interior del labio,
hastiada porque su secreto fuera conocido por un simple bandido; y eso solo
podía significar que no era el único que estaba al tanto.
-¿Quién más lo sabe? –murmuró, dándose por
vencida-. ¿Acaso son de dominio público los deslices de mi prometido?
-De momento no –repuso el Anarquista,
complacido por su avance-. Pero Puente Viejo es un pueblo pequeño y aquí, tarde
o temprano, todo se termina sabiendo. No creo que te haga gracia ser la
comidilla del pueblo, ¿no?
Isabel notó como la furia se extendía por
todo su ser. ¿Quién se creía que era aquel don nadie para hablarle con tanta
libertad?
-Lo de Bosco es un simple pasatiempo del
pasado –se defendió la muchacha-. No voy a dejar a mi prometido por una
tontería así.
El enmascarado rió, divertido; lo que alteró
aún más a Isabel.
-¿Qué es lo que tanta gracia le hace? –le
preguntó a bocajarro, perdiéndole el miedo.
-Me río al ver como tratas de autoconvencerte
de tu propia mentira. Allá tú si quieres seguir viviendo en ese cuento de
hadas. Solo te advierto que quizá cuando quieras ponerle remedio, ya será
demasiado tarde. Yo solo quería darte una salida digna a tu “problema”, pero
veo que solo he perdido el tiempo.
El Anarquista dio media vuelta, dispuesto a
marcharse, pero ella le detuvo.
-¡Estás muy equivocado! –le gritó la
muchacha, apretando los puños-. Mi prometido me quiere y vamos a casarnos.
El enmascarado se detuvo y durante unos
segundos pareció meditar su respuesta. Finalmente se volvió hacia ella.
-Si tan convencida estás de su amor por ti,
¿por qué no le pones a prueba? –la retó-. ¿O acaso tienes miedo de lo que vayas
a descubrir?
La nieta del gobernador se quedó pensativa,
unos segundos. Su mente no dejaba de dar vueltas. No permitiría que una simple
doncella de la Casona le ganase la partida. Bosco se casaría con ella y aquella
mujerzuela tan solo pasaría a ser un mal recuerdo en sus vidas. Sin embargo… la
duda…
-No tengo porque dudar de su amor –respondió
finalmente, lanzándole una mirada retadora-. Jamás le traicionaré; ni él a mí.
El Anarquista se encogió de hombros.
-Está bien –declaró, vencido por la
seguridad de Isabel-. Está visto que he perdido mi tiempo contigo –se volvió
con la intención de marcharse, pero pareció pensárselo mejor-. Pero si cambias
de opinión y decides ponerle a prueba, te espero aquí dentro de dos días a esta
misma hora, si estás dispuesta a colaborar –clavó una mirada retadora en la
muchacha-. Yo puedo ayudarte… si tú me ayudas.
El hombre retomó el paso y desapareció tras
unos arbustos, mezclándose con la maleza, sin dejar rastro alguno, como si no
hubiese estado allí.
-¡Ni pienses que voy a volver! –le espetó
ella esperando que la escuchase.
Se
había quedado sola, en aquel rincón del bosque.
Isabel miró a ambos lados, esperando que
aquel enmascarado saliera de nuevo. Sin embargo los segundos pasaban y nada de
eso ocurrió. El hombre se había marchado. Estaba sola.
En ese instante sintió como el pánico se
apoderaba de ella. Había estado retenida por el famoso enmascarado que tenía
atemorizada a media comarca y había salido sin ningún rasguño, tan solo herida
en su orgullo. Algo que la nieta del gobernador consideraba mucho peor que
cualquier herida infringida sobre su cuerpo. Muy pocos osaban cruzarse en su
camino y salir impunes.
Isabel regresó al camino, pensativa, cansada
pero sobretodo malhumorada. Aquel individuo conocía su secreto y no estaba
dispuesta a que lo pregonase a todo el mundo. ¿Qué iba a hacer? ¿Le contaría a
su abuelo que había sido retenida esa tarde por el Anarquista o sería mejor
callar y esperar a que los acontecimientos de desarrollasen por sí solos?
Y había algo más. Algo que le había dicho
aquel hombre y que había calado en ella.
Un pensamiento que posiblemente no fuese
mala idea. La pregunta era bien sencilla, ¿estaba dispuesta a correr el riesgo?
Tenía tiempo de sobra para pensarlo durante
su ida al pueblo. Una vez allí, decidiría que hacer.
CONTINUARÁ...
Me encantan estas historias. Una pregunta, ¿cada cuánto tiempo cuelgas una?
ResponderEliminarHola Angela. Me alegro que te guste. Lo cuelgo cada dos días ;)
EliminarMuchas gracias melania. Y otra pregunta, ¿estas historias sobe Puente Viejo te las inventas tu o las coges de algún sitio?
EliminarSon totalmente inventadas por mí. No las he cogido de ningún sitio.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPues me parecen muy divertidas enhorabuena ;)
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