CAPÍTULO 32
María se detuvo, vacilante, ante la vieja
puerta de madera y tomó una bocanada de aire dejando su mano suspendida sobre
el pomo. ¿Qué estaba haciendo allí? Se preguntó antes de tomar una decisión.
Su subconsciente le pedía a gritos que se
marchase cuanto antes; que lo que pensaba hacer era una locura y que terminaría
arrepintiéndose, sin embargo sus pies no se movieron. Cogió el pomo con fuerza
y lo giró. Se produjo un sonido chirriante al abrir la puerta. Dentro estaba
completamente oscuro a pesar de ser media tarde y el olor a madera vieja y
quemada le llegó como una bofetada.
Aun se quedó unos instantes plantada en el
umbral de la puerta, decidiendo que hacer. ¿Entraba y dejaba la misiva que
había preparado o se marchaba y olvidaba todo aquel asunto? La segunda opción
era la más tentadora… pero no podía hacerlo. Había demasiado en juego.
Soltando un enorme suspiro entro en la
cabaña medio derruida donde el Anarquista la había retenido días atrás. Todo
seguía igual que entonces. El camastro viejo arrinconado junto a la pared y el
taburete de tres patas en medio del cuarto. El suelo continuaba sucio y lleno
de paja y las paredes desconchadas por la humedad. Una humedad que impregnaba
el ambiente. Sintió un escalofrío. No le gustaba estar allí, así que cuanto
antes terminase con lo que había ido a hacer, mucho mejor.
Se acercó a la única mesa que había en el
lugar, carcomida por el tiempo y con una buena capa de polvo cubriéndola; y
dejó la carta encima. ¿Estaba haciendo lo correcto?, se preguntó de nuevo antes
de retirar definitivamente la mano.
Apretó los labios. No quería darle más
vueltas a su decisión. Lo hecho, hecho estaba. Dio media vuelta y…
-¿Qué haces aquí? –le preguntó el
Anarquista, plantado en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados y observándola
atentamente.
El corazón de María dejó de latir unos
segundos. Lo último que se esperaba era encontrarle allí. Había supuesto que
las posibilidades de que aquel hombre se hallara en el cobertizo, a esas horas,
eran más bien escasas. Se había equivocado por completo. Apenas podía
distinguir la silueta del enmascarado a contraluz.
Se había metido de lleno en la boca del lobo
y el problema sería salir sin pagar las consecuencias.
-Te estaba buscando –dijo con voz firme,
aunque en su interior el miedo le acechaba, amenazando con invadirla-.
Necesitaba hablar contigo.
El hombre no respondió de inmediato, ladeó
la cabeza y entró en la cabaña cerrando la puerta tras él. El pulso de la joven
se aceleró. Su mente no dejaba de repetirle que había sido mala idea ir allí y
que se arrepentiría.
-Pues aquí me tienes –le preguntó,
plantándose frente a ella, a tan solo unos centímetros-. Tú dirás.
María tragó saliva. Los rayos del sol
comenzaban a decaer a lo lejos dibujando extrañas sombras en el interior del cobertizo.
La joven apenas se atrevió a mirarle. El Anarquista seguía ocultando bien sus
facciones tras aquel sombrero raído y el pañuelo negro. Su apariencia seguía
siendo la de un bandolero. Tan solo sus ojos quedaban al descubierto.
-La última vez que… que nos vimos –comenzó a
decir María, apretando los puños para calmarse- me dejaste preocupada.
-¿Preocupada?–inquirió él, entrecerrando los
ojos-. ¿Por mí?
-No, no por ti –le sacó ella de su error
inmediatamente-. Sino por Isabel Ramírez. Estabas muy interesado en ella y… y
me preguntaba si… si has hablado con ella.
El enmascarado pasó junto a María, quien
soltó un leve suspiro aliviada. Prefería no tenerle de frente. Le resultaba más
fácil hablarle de lejos.
-¿Qué te hace pensar que voy a decírtelo?
–repuso con tranquilidad, acercándose hasta la mesa. Su mirada se detuvo en la
carta que María le había dejado.
La joven se esperaba aquella respuesta. En
realidad no había motivo alguno para que él le contase nada. ¿Quién era ella
para inmiscuirse en sus planes?
-Me lo debes –contestó la esposa de Gonzalo,
volviéndose hacia él-. Podría haberte delatado a las autoridades después de que
me retuvieses el otro día. Y sin embargo… no dije nada.
-Gracias –le cortó, sin mirarla-. Pero no
tenías por qué hacerlo. Es más… –se volvió y la tomó por sorpresa. María dio un
paso hacia atrás, alerta, pero él no pareció notarlo-, me pregunto por qué no
lo hiciste. ¿Por qué no me denunciaste a la Guardia Civil? Al fin y al cabo te
privé de tu libertad durante unas horas.
María no respondió pues ni ella misma lo
sabía. En realidad se merecía que le denunciara, pero…
-Si tú tienes tus motivos para callar, yo
también tengo los míos –le espetó, manteniendo el aplomo.
-¿Y no temes convertirte en mi cómplice?
–dio un paso hacia ella, acortando la distancia que les separaba-. Si algún día
me cogen, bien podría delatarte y decir que eras mi cómplice y que me ayudabas.
Que estabas conmigo en esto desde el principio.
María apretó la boca, con rabia. ¿Cómo se
atrevía a amenazarla así? A ella que se lo estaba jugando todo por mantener
aquel secreto. Su instinto le pidió a gritos de nuevo que se marchase de allí,
pero una vez más no lo hizo. Trató de serenarse y no replicar a su provocación.
-¿Vas a decirme si has hablado con la nieta
del gobernador, sí o no? –le exigió ella, sabiendo que su tono no era el más
apropiado.
-¿Qué te hace pensar que lo he hecho? –le
devolvió él la pregunta, sin inmutarse. Se cruzó de brazos e incluso parecía
divertirle su insistencia.
-Porque ella misma me lo dijo –mintió María
con descaro. Si sus sospechas eran ciertas, su estrategia podía salir bien; si
por el contrario, se equivocaba, el Anarquista la pillaría enseguida.
-¿Tan amiga suya eres para que te cuente
nuestros encuentros? –volvió a responderle con una pregunta. Aquel juego
comenzaba a cansar a la joven.
-¿Me lo vas a decir, sí o no?
El enmascarado calló. María sabía que había
ido demasiado lejos en su insistencia y que había perdido la batalla. Lo mejor
sería dar media vuelta y…
-Está bien –le concedió finalmente él-.
Supongo que de alguna manera… te debo la verdad ya que fuiste tú quien me dio
la información que necesitaba en un principio –hizo una pausa antes de continuar-.
Sí, hablé con Isabel Ramírez. Al principio se negó a ayudarme. Supongo que no es
fácil confiar en alguien que te oculta su identidad; pero sus ansias de
venganza le hicieron cambiar de opinión.
-¿Y cómo va a ayudarte? –le preguntó María,
con temor. Por un lado quería saber qué planes tenía el Anarquista, pero por
otro prefería no saberlos porque estaba segura que no iban a gustarle ni una
miaja -¿Has conseguido que rompa con Bosco, así sin más? No fue la impresión
que me dio cuando hablé con ella. Me dejó bien claro que perdonaría su
“infidelidad”.
El hombre cogió el taburete y se sentó,
haciéndole un gesto a María para que se sentase sobre el jergón. Ella aceptó el
ofrecimiento. Estaba más cansada de lo que creía. Los nervios tenían aquel
efecto sobre su cuerpo.
-No –explicó con calma-. La nieta del
gobernador va a investigar los negocios sucios de la Montenegro, y cuando
tengamos las pruebas que necesitamos para hundirla, el resto vendrá rodado.
-¿De verdad piensas que será tan sencillo?
–María no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Ese era el plan del Anarquista,
dejarlo todo en manos de Isabel para que lograse las pruebas contra la señora?
Definitivamente aquello no podía salir bien-. Francisca sabe cubrirse muy bien
sus espaldas. Nunca deja ningún cabo suelto. La conozco muy bien.
-Isabel conseguirá lo que quiero, estoy
seguro –le rebatió él con firmeza-. Está tan deseosa de librarse de su
compromiso con Bosco que pondrá todo su empeño en conseguirlo.
María soltó un bufido de incredulidad. Se
levantó, enfadada.
-Cuando hablé con ella me dejó bien claro
que no estaba dispuesta a dejar a Bosco así como así –volvió a insistirle.
El enmascarado se encogió de hombros.
-Se lo habrá pensado mejor –se encogió de
hombros-. ¿Quién querría pasar el resto de su vida junto a alguien que no le
quiere?
María no respondió. Ella misma había vivido un
primer matrimonio sin amor y sabía el infierno en que podía convertirse la
relación. Quizá Isabel no deseaba para ella algo así y se lo había pensado
mejor. Aun así, habría que estar al pendiente porque no creía que aquel cambio
de parecer fuese motivado por esa razón.
-El problema es si lo hace por venganza
–dijo la joven de pronto-. Es un sentimiento peligroso que a veces no puedes
controlar. Yo no me fiaría de ella. Podría cambiar de opinión en cualquier
momento y delatarte.
El Anarquista se levantó y se acercó a
María. Fuera casi había anochecido y la oscuridad envolvía la zona. La joven no
se movió, temerosa de que cualquier movimiento pudiese ser malinterpretado por
él como un intento de salir corriendo.
-¿Ahora te preocupas por un bandido como yo?
–inquirió él, más cerca de ella de lo que esperaba.
-Mis
razones son las mismas de siempre –dijo a media voz-. Quien me preocupa es
Inés. ¿Cómo le afectará todo esto a ella? Si Isabel rompe su compromiso con
Bosco saldrá a la luz su relación clandestina con Inés. ¿Quién crees entonces
que sufrirá al respecto, él? –María hizo un gesto negativo con la cabeza-.
Bosco quedará libre y nadie pondrá en duda su reputación, sin embargo la de la
sobrina de Candela quedará manchada para siempre.
-Si esa es tu mayor preocupación, no tienes nada
que temer –trató de calmarla-. Si Isabel consigue lo que necesito, será el
mismo gobernador quien rompa ese compromiso sin ni siquiera saber las
verdaderas razones, e Inés ni se verá involucrada en ello.
-¿Cómo? –insistió María, que seguía
preocupada.
-Es mejor que de momento no sepas nada. Ya
te he contado suficiente.
María quiso insistir, pero algo le decía que
no sacaría nada más del Anarquista.
Bastante había logrado, de momento.
-Otra cosa –dijo ella, cambiando de tema-.
¿Qué hay de cierto en eso que dicen de que ahora te dedicas a robar a los
pobres campesinos? ¿Es cierto?
-¿Tú lo crees? –volvió a devolverle la
pregunta.
-Lo que yo crea no importa, sino lo que
piense Isabel al respecto. Porque si ella cree que es verdad que eres un simple
ladrón puede cambiar de opinión y no ayudarte, ¿y entonces, qué? ¿Tienes otro
plan previsto para acabar con la Montenegro?
El Anarquista no respondió de inmediato.
-Bueno, esperaremos a ver qué hace Isabel, y
luego ya decidiré –repuso finalmente-. En cuanto al tema de los robos, era algo
que debía haber previsto… -bajo el pañuelo que ocultaba su rostro, torció la
boca en un gesto de disgusto-. Esos delincuentes se están aprovechando de mi
existencia para hacer de las suyas.
María no dijo nada al respecto.
Apenas una fina línea dorada en el horizonte
anunciaba la llegada de la noche.
-Será mejor que me vaya –dijo de pronto la
joven-. Los caminos a estas horas no son seguros. Y no quiero que se preocupen
por mí en casa, si no llego a hora.
Apenas podía distinguir el contorno del
bandido envuelto en sombras.
Dio media vuelta, dispuesta a marcharse
cuando la voz del Anarquista la detuvo.
-Antes de irte, una pregunta –María no se
movió y dejó que continuase-. ¿Qué es esto?
No tuvo más remedio que volverse para ver lo
que era. El hombre sostenía en sus manos la carta que había dejado sobre la
mesa.
-Te había escrito una carta, creyendo que no
te encontraría aquí, para que pudiéramos hablar lo más pronto posible –le explicó ella-. Puedes romperla.
La joven dio media vuelta y salió del
cobertizo dejándole solo.
El Anarquista recorrió con sus dedos el fino
papel, pensativo. Luego se guardó la carta en el bolsillo y abandonó el lugar.
CONTINUARÁ...
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