martes, 6 de enero de 2015

CAPÍTULO 23 
Hacía pocos minutos que Candela había cerrado la confitería. La tarde había sido bastante ajetreada. Gente entrando y saliendo a cada dos por tres, deseosos de comprar sus famosas exquisiteces. La esposa de Tristán no daba abasto e incluso estaba pensando seriamente en contratar a una ayudante. Muchas veces soñaba con que esa ayudante bien podría haber sido su sobrina, Inés, si hubiese acudido a ella desde su llegada a Puente Viejo y no a la Casona. Ahora esa posibilidad parecía del todo improbable.
Al salir de la trastienda donde había dejado ya la masa en reposo preparada para el día siguiente, se quedó parada junto al mostrador, viendo a la pequeña Esperanza sentada en la mesa, jugueteando con el trozo de masa que le había dejado para que se entretuviese durante la tarde. Candela puso los brazos en jarras.
-Pero bueno Esperancita, ¿has visto cómo te has puesto? –la niña levantó su inocente mirada hacia ella. Llevaba su dulce carita llena de harina y sonreía divertida-. Tu madre va a matarnos.
En ese instante la puerta de la confitería volvió a abrirse. María entró en la tienda a toda prisa.
-Hola Candela –saludó a la mujer, tratando de recuperar el aliento-. Siento el retraso.
-Tranquila muchacha –la disculpó Candela, preocupada por la agitación que se adivinaba en su mirada-. ¿Estás bien?
-Sí, sí –repuso María, tragando el nudo que se le había formado en la garganta-. Traigo el gaznate reseco. ¿Tiene un vaso de agua?
-Por supuesto –inmediatamente Candela tomó la jarra que tenía sobre una de las estanterías y llenó un vaso con agua.
-Ten. Y bebe despacio.
María bebió. Estaba más sedienta de lo que creía. Al terminar, dejó el vaso sobre la mesa y entonces se fijó en Esperanza. El gesto asustado de su rostro se suavizó.


 -¿Y esto? –preguntó María acercándose a la niña y agachándose junto a ella-. ¿Has estado ayudando a Candela, mi bien?
Esperanza continuó moviendo sus manitas por la mesa, esparciendo harina por todos lados. El hecho de manchar todo de blanco parecía divertirla en gordo.
-Enseguida la lavo –se ofreció Candela-. He tenido mucho trabajo con la masa y le he dado un trozo para que se entretuviese.
-No se preocupe, Candela –la disculpó María, cogiendo ella misma en brazos a la niña. Tan solo necesitaba tenerla cerca para calmar su ánimo-. Ahora me encargo yo. Bastante ha hecho con cuidármela; con todo el trabajo que tiene.
-Pero si sabes que es un placer hacerlo –le rebatió la esposa de Tristán. Cogió la manita de Esperanza, que trataba de volver a la mesa donde había dejado su juguete preferido y no le había hecho gracia que su madre la apartase de la diversión-. Este ángel nos devuelve a todos la sonrisa.
María sonrió, mirando a su hija. Después del mal rato vivido esa tarde, tener a su hija de nuevo en sus brazos, la colmaba de paz. Le dio un sentido beso en su cabecita, aspirando su aroma de bebé.
-Es un pedacito de cielo –confesó, orgullosa de Esperanza-. Doy gracias a Dios, cada día, por tenerla junto a mí.
Candela asintió.
-Por cierto, estaba comenzando a preocuparme con tu tardanza –repuso-. Pensé que habías dicho que vendrías pronto.
-Lo siento mucho, Candela –se disculpó María. Durante su vuelta al pueblo había pensado seriamente si contar o no lo ocurrido. ¿De qué serviría alertar a los suyos? Al fin y al cabo, el Anarquista no le había hecho ningún mal. Además, algo en su interior le decía que lo mejor era que callase-. Esa era mi intención, pero al salir de la casa de aguas como hacía tan buena tarde fui a dar un paseo por el río y se me fue el santo al cielo.
-No pasa nada –la tranquilizó la esposa de su tío, quitándole importancia-. Solo que temía que te hubiese pasado algo.
-Estoy perfectamente, como puede comprobar –añadió, mordiéndose el labio inferior. Candela le sonrió-. ¿Ha terminado ya por hoy?


-Sí. Ya he dejado la masa preparada para mañana e iba a lavar a Esperancita.
-Pues yo me encargo –la liberó María de esa obligación-. Mientras, vaya recogiendo las cosas, que en el Jaral deben de estar esperándonos.
Después de lavarle la cara a la niña y cerrar la confitería, ambas mujeres regresaron a casa donde encontraron a Rosario con la mesa casi preparada.
-¡Ya era hora! –se quejó la abuela de María-. Estaba a punto de mandar a Tristán o a Martín a por vosotras.
-Lo siento mucho abuela –se disculpó María por segunda vez esa tarde-. La culpa es mía que he perdido la noción del tiempo –sacó a la niña del carro y la dejó en el suelo. Inmediatamente, Esperanza salió disparada hacia el despacho, como si intuyese dónde estaba su padre-. ¿Y Gonzalo? ¿Ha vuelto ya de la casa de aguas?
Rosario hizo un gesto con el mentón, señalando tras ella. María se volvió para verle sentado tras el escritorio del despacho con el teléfono en la mano.
-Está hablando por teléfono con Conrado –le explicó la buena mujer, dejando los últimos platos sobre la mesa-. Llevan más de diez minutos.
-¿Y Tristán, Rosario? –le preguntó Candela-. ¿Ha vuelto ya de las tierras?
Antes de que la abuela respondiese, su esposo entró en el salón.


-¿Preguntando por mí, cariño? –la saludó, cogiéndola del rostro para besarla-. Yo también te echaba ya de menos. Estaba aseándome para la cena –se volvió hacia su sobrina-. ¿Qué tal la tarde, María?
-Bien, tío –contestó ésta.
Gonzalo seguía hablando por teléfono cuando vio a su hija acercarse a él con la intención de llamar su atención, y le sonrió.
-Conrado, tengo que dejarte –le dijo a su cuñado-. Dale un fuerte abrazo a mi hermana de parte de todos.
Se despidió del marido de Aurora y colgó el teléfono para coger a la niña y darle un fuerte beso.
-¿Cómo está mi niña? –le preguntó, sabiendo que no iba a responderle-. ¿Te has divertido con la abuela Candela?
Con ella en brazos, se unió al resto en la sala. Al ver a María la saludó con un beso en los labios.
Rosario se disculpó un momento, marchando hacia la cocina y dejando a los cuatro solos con la niña.
-Tenías que haberla visto –le explicó María, que había escuchado la pregunta de su esposo-. Llevaba harina hasta detrás de las orejas. ¡Se ha puesto perdida!
-Que sepáis que vuestra hija tiene muy buena maña para preparar dulces –la defendió Candela, cogida de la cintura de Tristán-. Estoy pensando en contratarla como ayudante oficial.
Los cuatro soltaron una carcajada, felices. Aquellos ratitos de júbilo compartido en familia llenaban sus vidas de alegría. Las penas que durante tantos años habían inundado cada rincón del Jaral ahora eran tan solo un mal recuerdo.


Rosario regresó con un cuenco de papilla para Esperanza. La acompañaba una de las doncellas que portaba la bandeja con la cena.
-¿Perdices escabechadas, abuela? –replicó María, viendo el plato. Tomó asiento en la mesa, al igual que el resto.
Gonzalo colocó a Esperanza en su sillita junto a María, quien tomó el cuenco que le pasó su abuela.
-Cazadas esta misma mañana –intervino Tristán, colocándose la servilleta sobre las rodillas-. Y con las manos que tiene mi querida Rosario para estos platos… -alargó el brazo para tocar el de la buena mujer, a quién quería como a una madre, agradecido por todo el cariño que les daba-. ¡ummmm! Deben de estar para chuparse los dedos.
-Anda, anda, zalamero –le recriminó Rosario con cariño-. Que luego con el postre le dices lo mismo a tu esposa.
Candela sonrió. La abuela de María tenía razón. Tristán era todo galanterías para con ellas, cosa que las alagaba.
-Martín, ¿qué te ha dicho Conrado? –cambió de tema Tristán, comenzando a cenar-. ¿Cómo están él y tu hermana?
-Están bien, padre –explicó su hijo, llenando de vino las copas de los presentes-. Aurora muy atareada con los estudios, como siempre. Pero contenta con las notas.
-¿Y tenemos noticias de los inversores esos? –intervino Candela.


  -Pues en ello estamos –Gonzalo se llevó un trozo de carne a la boca y la saboreó con ansias-. Conrado tiene muchas expectativas puestas en sus negociaciones. Cree que muy pronto tendremos noticias.
Mientras seguían con la conversación, María le dio la papilla a Esperanza que se la comió sin rechistar. Al parecer su tarde de juegos le había abierto el apetito. Gonzalo percibió el semblante serio y callado de su esposa, quien apenas había dicho nada.
-Mi vida, ¿estás bien? –le preguntó, preocupado, dejando los cubiertos sobre la mesa-. Apenas has hablado.
-¿Qué? –reaccionó ella, con el pensamiento ausente-. Lo siento, Gonzalo. Estaba pensando en otras cosas. ¿Qué me decías?
Su esposo se volvió hacia los presentes, ¿pensarían lo mismo que él? Algo le pasaba a María.
-Te preguntaba si estás bien –repitió, acariciándole la mano. Ella tragó saliva. No había podido disimular la desazón que la invadía, y Gonzalo, que tan bien la conocía, lo había percibido al instante.
-Perfectamente –mintió, con el corazón acelerado. Le devolvió la caricia para tranquilizarle-. Tan solo un poco cansada.
Gonzalo asintió, levemente, aceptando su excusa.
-¿Has visitado a tus padres? –le preguntó él, retomando la cena.
María sentía las miradas de Tristán, Candela y Rosario puestas en ellos.
-Al final no –repuso, empezando a cenar a pesar del nudo que tenía en el estómago-. Cambié de opinión al salir de la casa de aguas y fui a dar un paseo por el río, con la tarde tan buena que hacía -su esposo frunció el ceño, y ella trató de cambiar de tema-. Es una lástima que no pudieses acompañarme, mi vida. ¿Terminaste con la montaña de papeles?


-Afortunadamente sí –afirmó Gonzalo; y le dio un trago al vaso de vino-. Tenía mucho trabajo acumulado y mañana nos traen dos depósitos más para instalar.
-A ver si el próximo día puedes acompañarme a dar el paseo –le invitó su esposa.
-Lo intentaré –le concedió él, sonriendo.
-Me llamaréis mojigata –intervino Rosario, sin poder contenerse-, pero no me hace ni pizca de gracia que María ande sola por esos caminos. Y mucho más con ese individuo suelto.
El corazón de su nieta se detuvo. Afortunadamente, ninguno de los presentes se dio cuenta de su malestar al nombrar al enmascarado.
-¿Habla del Anarquista, Rosario? –le preguntó Candela, ladeando la cabeza, mientras dejaba los cubiertos sobre el plato-. ¿Acaso hay noticias de que haya vuelto a actuar?
-No, no. Dios no lo quiera –se apresuró a decir la abuela de María, estremeciéndose-. Pero nunca se sabe con esos delincuentes. Una no puede fiarse –se volvió hacia su nieta-. Por eso digo que es mejor que vayas acompañada.
-Abuela, entiendo su preocupación –trató de tranquilizarla María, aunque ella misma todavía sentía el miedo metido en el cuerpo después de lo ocurrido-. Pero no puedo dejar de salir de casa por eso. No puedo vivir con miedo.
-Ya pero…


-No se preocupe, Rosario –intervino Gonzalo, tras limpiarse la boca con la servilleta-. No dejaré que le pase nada malo.
Cogió la mano de su esposa con fuerza y ella le devolvió una mirada, agradecida. Sus palabras la llenaban de seguridad. Si de algo no dudaba María era que junto a Gonzalo nunca le pasaría nada.
Terminaron de cenar y María subió a acostar a Esperanza. Al regresar al salón se sentó junto a Gonzalo que la acogió entre sus brazos. Sin darse cuenta, esa noche se acurrucó más de lo normal,  aunque su esposo no le comentó nada.
Candela y Tristán estaban sentados en el otro sofá, junto a la ventana, enfrascados en una apasionante partida de ajedrez.
 Había sido toda una sorpresa Candela supiese jugar. Y su esposo estaba encantado de tener a alguien con quien compartir dicho pasatiempo.
Rosario volvió al salón con una bandeja con las infusiones y los pasteles.
María observó la escena al completo, llena de paz y contenta por compartir una agradable velada en familia.
Apoyó la cabeza sobre el hombro de Gonzalo y disfrutó de esa sensación tan agradable, escuchando los acompasados latidos de su corazón.
Estaba en casa y eso era lo que realmente importaba.



CONTINUARÁ...



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