lunes, 26 de enero de 2015

CAPÍTULO 33 
La mañana en la Casona estaba siendo bastante tranquila. Francisca se había encerrado desde muy temprano en su despacho y allí seguía, enfrascada con los papeles de la finca. Mauricio se encontraba en las caballerizas ocupado en el nacimiento de uno de los potros. El asunto se estaba complicando y el capataz andaba preocupado, así que no tuvo más remedio que informar a la señora de lo que ocurría.
Por su parte, las doncellas estaban atareadas limpiando las habitaciones y preparando las comidas. Apenas tenían tiempo para descansar.
Inés salió al jardín para recoger la bandeja del desayuno de Isabel. La prometida de Bosco prefería desayunar al aire libre que en el salón de la casa. La doncella andaba tan perdida en sus pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de la llegada de Bosco. El joven se detuvo bajo el pórtico del jardín para contemplarla en silencio. Hacía días que trataba de hablar con ella a solas y no había hallado la forma de hacerlo. Inés se encargaba de estar siempre acompañada de Fe; y su amiga, conocedora de la relación clandestina que había mantenido con el señorito de la casa, se las ingeniaba para no dejarla sola con Bosco; y eso que él lo había intentado mandándola a realizar alguna tarea, pero ni por esas. Incluso por la noche había acudido a su cuarto pero ahora siempre lo hallaba con el cerrojo puesto cuando tiempo atrás Inés no había dudado ni un momento en dejarle pasar a su alcoba.
Pero ahora que estaba allí no iba a desaprovechar la ocasión.
-Inés…
Al escuchar su gruesa voz, la sobrina de Candela dio un respingo y se quedó quieta. Tenía un vaso en la mano y a punto estuvo de soltarlo.
Inmediatamente recuperó el movimiento y recogió con rapidez las cosas con la clara intención de marcharse de allí sin hablar con él, pero Bosco se interpuso en su camino.
-Tenemos que hablar, Inés –le insistió, cogiéndola de los brazos, sin importarle que alguien les viese.
La muchacha tenía la mirada clavada en la bandeja, sin querer mirarle a los ojos.
-Estoy muy ocupada –repuso con un hilo de voz. Quiso que sonase con determinación, sin embargo no lo logró-, si me disculpa tengo que volver a la cocina.
-No –la detuvo él. No iba a permitir que esta vez se le escapase-. Tenemos que aclarar las cosas.
Inés levantó la mirada, con esfuerzo. Sus ojos estaban húmedos pero tenían cierta determinación.
-Las cosas están muy claras, señor –recalcó la última palabra-. Usted lo dejó bien claro. Ya sabemos cuál es el lugar de cada uno, no es necesario hablar de ello. Yo soy solo una simple criada que debe de cumplir con sus obligaciones y quehaceres; que en este momento son muchos. Con permiso.
Bosco la soltó pero no se apartó. Su gesto se endureció ligeramente.
-Entonces, como señor de la casa te ordeno que me escuches.
-¿Tiene alguna queja? –le respondió ella, apretando los labios y aguantando la rabia. No soportaba que la menospreciara así.  Cuando el joven no lograba lo que quería por las buenas, recurría a su posición para salirse siempre con la suya, e Inés hasta el momento había soportado sus humillaciones. Pero su aguante tenía un límite- ¿Algo que no haya hecho debidamente?
-Tenemos que hablar –insistió él con calma-. Aunque sé que este no es el lugar ni el momento. Solo te pido que me dejes ir esta noche a tu cuarto y hablaremos.
-Ya –repuso ella, hastiada y preguntándose si eran ciertas sus palabras-. “Hablar”. ¿Se trata de eso o de otra cosa? Porque si espera de mí algo más que palabras anda muy equivocado, señor.
-Déjame explicarte esta noche, y te demostraré que las cosas no son como crees –le susurró, acercándose más de la cuenta.
-Bosco –Francisca apareció en ese instante, observando la escena desde el otro lado del jardín-. ¿Ocurre algo?
Inés se separó del joven, bajando la cabeza y maldiciendo para sus adentros. Entre todas las personas que podían haberles interrumpido, la peor de todas era la señora. La Montenegro estaba al tanto de lo ocurrido entre ellos, desde el principio. Era consciente de la relación entre su protegido y la sirvienta, pero había hecho la vista gorda hasta el momento; no sin antes advertirle a Inés que sabía lo que ocurría y que si no tomaba cartas en el asunto era porque para Bosco la sobrina de Candela era un simple entretenimiento. Solo cuando llegase a ser un verdadero problema la aplastaría como a un simple insecto.
-Para nada, señora –declaró su protegido, volviéndose hacia ella-. Tan solo le estaba dando unas instrucciones a la doncella. Se dirigió a Inés, recuperando su despotismo-. ¿Te ha quedado claro?
-Sí, señor –contestó ella, sumisa.
La señora sonrió levemente. Nunca se sabía que ocultaba realmente tras sus sonrisas. ¿Eran sinceras o pura fachada?
Se acercó a él, haciendo que Inés diese un paso atrás.
-Te estaba buscando, querido. Necesito que vayas a las caballerizas. El nacimiento del nuevo potrillo no va bien y Mauricio ya no sabe qué hacer.
-¿Hay complicaciones? –inquirió su joven protegido, visiblemente preocupado. Por todos era sabido el gran amor de Bosco por los animales y especialmente por los caballos.
-Eso parece –repuso Francisca con gesto triste-. Me quedaría más tranquila si estuvieses presente en ese parto.
El joven asintió y salió hacia las caballerizas, sin perder más tiempo.
Solo cuando estuvo lo bastante lejos e Inés se encaminaba hacia la cocina, la señora la detuvo.
-Espero que no hayas vuelto a las andadas –le espetó la Montenegro, sin mirarla, como si hablase para ella misma.
-Disculpe, señora –musitó Inés, temerosa-. No… no sé de qué me está hablando.
-Las de tu calaña no conocéis lo que es la decencia, ni la dignidad –siguió Francisca con dureza, plantándose frente a su criada-. Ni siquiera respetas que el señorito Bosco esté comprometido. Debería echarte ahora mismo con cajas destempladas a la calle.
-Señora, no…
-Soy una blanda, ¿qué le voy a hacer? –se rascó la frente en un gesto característico suyo. Sabía lo cruel que estaba siendo, y por ello continuó-. Pero te lo advierto, como se te ocurra volver a acercarte a él, lo pagarás muy caro. Se te acabarán las ganas de abrirte el uniforme.
Inés apretó con fuerza la bandeja; tanto que se escuchó el tintineo de los vasos al entrechocar con las cucharillas. La muchacha tuvo que tragarse una réplica para defenderse de tanta injuria hacia su persona. Era tan injusto, pensó, reteniendo las lágrimas que querían escapar de sus ojos.
-No, señora, le juro que…
-¿Acaso crees que me importan tus juramentos? –le cortó de nuevo, sin darle tregua-. ¿Qué es lo que te estaba diciendo el señor? Y ni se te ocurra mentirme porque lo averiguaré igualmente.
Inés trago saliva. La señora no amenazaba en vano. Sin embargo, no podía decirle la verdad bajo ninguna circunstancia.
-Solo me estaba preguntando por la señorita Isabel –improvisó-. Quería saber dónde estaba.
Francisca entrecerró los ojos, convirtiéndolos en dos finas líneas como las de un depredador a punto de saltar sobre su víctima, en este caso sobre Inés.
-Por tu bien, espero que sea cierto –declaró finalmente. Inés soltó el aire contenido-. Isabel es la esposa perfecta para Bosco y no permitiré que nada ni nadie se interponga entre ellos; y mucho menos una arrabalera como tú –la señora tomó asiento en el jardín y suspiró con cierto alivio-. Y ahora tráeme una limonada fresca. Hace un día maravilloso para quedarse dentro.
-Enseguida, señora –respondió Inés a media voz.
Dio media vuelta, deseando que la Montenegro se olvidase de ella lo antes posible.
La sobrina de Candela maldecía el día en que aceptó  trabajar en la Casona. En aquel momento creyó que las cosas serían bien distintas. La señora la trataba bien, con amabilidad, e incluso le había regalado uno de los vestidos que habían pertenecido a su hija Soledad. Todo parecía perfecto…
Pero solo fue un espejismo, una máscara para que Inés se confiara y cayese en su red, tal como ocurrió. Se desentendió de su tía Candela, dándole la espalda y apoyó a quién no se lo merecía.
Ahora estaba pagando las consecuencias de ello; viviendo bajo el yugo y la tiranía de aquella mujer sin escrúpulos que no perdía ocasión para humillarla y recordarle constantemente cuales eran sus faltas. Y por si no fuera suficiente, iba a ser testigo de cómo el hombre que amaba se desposaría, en poco tiempo, con otra mujer.
Inés no podía sentirse más desdichada.

CONTINUARÁ...



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