viernes, 5 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 8
María estaba revisando unos libros para las clases en la casa de aguas cuando Gonzalo y Rosario regresaron del entierro de Germán. Candela y Tristán se habían marchado a la Confitería para que ella terminase de hornear el pan antes de la hora de la comida. Mientras su esposo aprovecharía para pasarse por la casa de comidas a tomar un chato de vino con su cuñado.
En un principio, Emilia y Alfonso habían pensado allegarse hasta el Jaral para visitar a su María y a Esperanza, pero después de lo acontecido en la iglesia, la mayor parte de los aldeanos querían ir a la cosa de comidas para templar los ánimos y el cuerpo; así que no les quedó de otra, a los padres de María, que abrir el negocio. Ya visitarían a su hija y a su nieta en cuanto pudiesen.
Gonzalo se acercó a su esposa y la beso, como solía hacer siempre que llegaba a casa.
-¿Cómo ha ido? –preguntó ella, dejando unos papeles sobre la mesa.
-Necesito un vaso de agua –declaró Rosario, con el semblante desencajado.
Antes de que Gonzalo pudiese decirle nada, María ya sabía que algo no iba bien y se asustó.
-¿Qué ha pasado? –insistió la joven, preocupada, mientras le servía a su abuela el vaso de agua.

La mujer se lo bebió de golpe, queriendo que aquella desazón heladora que llevaba instalada en el cuerpo desde que el enmascarado había interrumpido en la iglesia, desapareciese.
-Por fortuna nada de lo que debamos preocuparnos –habló su esposo al fin, mientras se servía una copa de coñac. Rosario se había sentado en el sofá-. Pero antes del funeral ha habido un incidente.
María se volvió hacia él, sin comprender.
-¿Qué clase de incidente?
-Un desalmado que ha interrumpido en la iglesia antes de que la ceremonia comenzara y ha lanzado amenazas de todo tipo, apuntando a la gente con un rifle –le explicó Gonzalo, a grandes rasgos. El joven se acercó a la abuela de su esposa y posó una mano sobre su hombro para tratar de calmarla.
-¡En la iglesia! –repitió Rosario, que seguía sin creerlo-. ¿Qué clase de persona comete tal atrocidad? Si no fuera porque sabemos que está muerta pensaría que se trataba del demonio de Jacinta. Solo alguien tan perturbado como ella es capaz de interrumpir en un momento tan doloroso.
-¿Pero qué es lo que quería? –María se sentó junto a su abuela, tratando de infundirle ánimos.
-Al parecer ha amenazado con que la muerte de Germán no será la única si las cosas continúan igual –le dijo Gonzalo.
María se volvió hacia él, sorprendida.
-¿Eso ha dicho?
Su esposo asintió.
-¿Y sabéis de quién se trataba? –insistió María, sin poder creer que aquellas cosas pasaran en un lugar como Puente Viejo; un lugar que todo el mundo consideraba tranquilo.
Rosario negó con la cabeza.
-Apenas se podía distinguir su sombra y… creo que llevaba sombrero y el rostro cubierto con un pañuelo –le explicó su abuela exaltada y moviendo la mano alrededor de la cabeza, señalando las partes del cuerpo que llevaba ocultas-. No sé… estaba tan nerviosa y todo ha ocurrido tan rápido que no lo recuerdo bien.
-Nadie le ha visto el rostro –añadió Gonzalo, con los brazos cruzados y manteniendo el semblante serio-. Además, no sabemos cómo ha logrado salir de la iglesia sin que nadie le viese. La única salida del coro es por las escaleras, y mientras Mauricio subía por allí, el enmascarado ha desaparecido. Es todo muy extraño.
-Yo lo único que sé es que podía haber ocurrido una desgracia y nos hemos salvado de milagro –declaró Rosario, levantándose del sofá. Se volvió hacia su nieta, como si la viese por primera vez-. Con todo esto casi lo olvidaba, y la niña, ¿cómo sigue? ¿Ha venido el doctor Zabaleta a visitarla?
-Sí –le confirmó María-. Dice que no es nada, que se trata de un simple resfriado. Me ha recetado unas gotas que tenemos que darle en las comidas. En unos días estará mucho mejor. No se preocupe.
-Voy a verla –dijo la abuela, algo más tranquila-. A ver si así se me pasa un poco el susto.
Gonzalo y María esperaron que Rosario marchara hacia las habitaciones para hablar con tranquilidad de lo ocurrido.
-¡Pobre abuela! –se quejó María con lástima mientras su esposo se sentaba a su lado-. A su edad estos sustos no son nada buenos. Solo espero que encuentren pronto a ese alterador.
-Lo veo difícil –confesó Gonzalo, acariciándole la mano-. No ha dejado rastro alguno para que sepamos de quién se trata.
-Lo que no termino de entender es que pretendía interrumpiendo de esa manera en la iglesia –razonó María, pensativa-. ¿Amenazó con más muertes? ¿Acaso la explosión fue intencionada? ¿Es eso?
-No lo creo –se apresuró a decir Gonzalo-. Por lo que me han contado, más bien sus amenazas iban dirigidas hacia la Montenegro y el gobernador, no hacia los trabajadores.
María frunció el ceño.
-¿Por lo que te han contado? –repitió ella,  sin entender-. ¿Acaso no estabas allí para verlo con tus propios ojos?
-No –confesó Gonzalo-. Había ido a buscar a don Anselmo a la sacristía por si necesitaba ayuda y cuando regresamos, ya había ocurrido todo.
-Y dices que la señora y el gobernador han acudido al entierro –repitió María, sorprendida-. Es la primera vez que escucho que Francisca acude al funeral de un simple trabajador.
-Tan solo ha ido para guardar las apariencias –sentenció Gonzalo, sin ocultar su malestar por la presencia de la señora-. Ni a ella ni a don Federico les importa lo más mínimo la muerte de Germán.
-Bueno –María posó su mano sobre la rodilla de su esposo-, de Francisca lo podemos esperar, pero del gobernador… dicen que es un hombre de principios, que se preocupa por la gente. No le metería en el mismo saco que a la Montenegro.
-Puede –le concedió Gonzalo, poco convencido.
Se quedaron unos segundos en silencio, pensativos.
-¿Y tienes idea de quién ha podido ser? –insistió María sin dejar de darle vueltas al asunto.
-Lo cierto es que no –siguió acariciándole la mano con el dorso de la suya-. Podría ser cualquier trabajador insatisfecho, furioso por lo ocurrido… no sé; incluso un simple aldeano que ha aprovechado la ocasión para lanzar sus amenazas –Gonzalo suspiró, sin saber qué pensar-. Mauricio y sus hombres se han quedado después del entierro para ver si encuentran algo que les lleve hasta él. 
-Hay algo en todo esto que me desconcierta –dijo de pronto María-. No creo que su intención fuera matar a nadie si lo primero que hace es amenazar.
Gonzalo asintió. María tenía razón. Si el misterioso encapuchado hubiese querido matar a alguien habría disparado sin más, sin dar opciones.
-Quizá solo pretendiese asustar a la Montenegro –aventuró el joven.
-Francisca no se asusta así como así, mi amor –declaró María, que la conocía muy bien-. Hacen falta más que cuatro amenazas para que algo la inquiete. Además, ¿cómo estás tan seguro que las amenazas fueran dirigidas a ella?
-¿A qué te refieres? –Gonzalo frunció el ceño sin entender adónde quería llegar su esposa.
 -A que allí también estaba el gobernador y… tú –dijo al fin, sintiendo un escalofrío de tan solo pensar que fuera su esposo el destinatario de esas amenazas-. No me gustaría pensar que las advertencias de ese desalmado fuesen dirigidas hacia ti.
Gonzalo le acarició la mejilla y sonrió.
-No creo que las amenazas fueran para mí –la seguridad con la que habló, desconcertó a María-. Mi querida “abuelita” tiene más enemigos que yo.
-Eso no puedes saberlo –insistió María, con el corazón encogido. El solo hecho de pensar que algo malo le ocurriera a Gonzalo la estremecía por completo-. Y no estaré tranquila hasta que hayan detenido a ese hombre.
-Bueno… si te quedas más tranquila, puedo poner más seguridad en el Jaral –sugirió su esposo mirándola con cariño.
María suspiró, más relajada.
-¿Harías eso por mí?
-Claro –le susurró mientras le acariciaba el lóbulo de la oreja y la miraba con infinito amor-. Solo quiero que seas feliz y que no tengas más preocupación que esa.
Su esposa sonrió y se acercó a él para agradecerle con un beso su gesto. La calidez de sus labios calmó el frío del miedo que había sentido hacía unos segundos.
Al separarse de él, María sintió la respiración entrecortada. Cada día que pasaba, amaba más a Gonzalo. Incluso había llegado a preguntarse si alguna vez su amor por él dejaría de crecer. 

CONTINUARÁ...


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