sábado, 27 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 18 
María se encontraba en un estado de duermevela cuando percibió movimiento al otro lado de la cama. Se dio la vuelta y alargó el brazo para sentir a su esposo junto a ella. Sin embargo, solo notó la tibieza de las sábanas aun calientes, pues Gonzalo estaba sentado sobre la cama, poniéndose una camisa, y a punto de levantarse.  Al darse cuenta de que la había despertado, se volvió hacia ella y le dio un suave beso en los labios.
-¿Qué hora es? –murmuró María, sin poder abrir los ojos.
-Todavía es temprano, mi vida –Gonzalo le recolocó un mechón del pelo tras la oreja, con cariño y miró hacia la ventana. La oscuridad de la noche se adivinaba a través del cristal-. No ha salido el sol. Vuelve a dormirte que vengo enseguida. Esperanza se ha despertado. Voy a darle el biberón y regreso contigo –volvió a besarla antes de salir del cuarto.
María apenas escuchó sus palabras porque se había quedado dormida de nuevo.
Dos horas después, ambos bajaron a desayunar al salón. Candela y Tristán estaban en la mesa terminándose el café.
-Buenos días muchachos –les saludó Candela secándose con la servilleta-. Hoy se os han pegado las sábanas.
-Un poco Candela –declaró María, tomando asiento. Gonzalo se sentó a su lado, como de costumbre, después de apartar la silla para que su esposa tomase asiento-. Anoche volvimos tarde de la pedida de mano de Isabel Ramírez.
Candela asintió.
-Es cierto, ya ni me acordaba. ¿Y qué tal fue la fiesta?
-¡Qué pregunta, cariño! –le contestó Tristán con sarcasmo mientras se terminaba el zumo-. Las fiestas de mi querida madre son de tirar la casa por la ventana. No escatima ni un céntimo, y mucho más tratándose de alguien ajeno a la familia. Para ellos siempre lo mejor –se volvió hacia su hijo-. ¿O acaso no fue así?
-No se equivoca padre –intervino Gonzalo, sirviéndole una taza de café a su esposa, primero y luego llenando la suya con el aromático café-. Estaba invitada media comarca. Los alcaldes de los pueblos vecinos, los civiles y varias familias adineradas de la capital. Lo que se dice una fiesta por todo lo alto.
-¿Ves, Candela?  –sonrió Tristán-. ¡Cómo si no la conociese!
Su esposa le devolvió la sonrisa. Aunque Tristán pareciese tomárselo con ironía, en el fondo le dolía aquella actitud de la mujer que le había dado la vida.
-Lo cierto es que todo le estaba saliendo a pedir de boca hasta que apareció el hombre ese, el enmascarado –intervino María, cogiendo uno de los pestiños.
Candela palideció.
-¿El enmascarado de la iglesia? –inquirió, sorprendida-. Espera un momento. ¿Cómo es eso de que apareció en la fiesta?
-Como lo oye, Candela –continuó Gonzalo, tras tomar un sorbo de café-. Justo cuando los novios acababan de comprometerse apareció ese hombre, en lo alto de la escalera y amenazó a los caciques abiertamente.
Candela se santiguó, sin poder creérselo.
-¿Y lo cogieron? –preguntó Tristán, frunciendo el ceño-. ¿No hizo daño a nadie, verdad?
-No se preocupe tío que nadie salió herido –se apresuró a tranquilizarle María; y al ver el semblante pálido de Candela, supo que estaba pensando en su sobrina-. E Inés está bien –se apresuró a tranquilizarla-. Precisamente estábamos juntas en ese momento. Lo cierto es que no es nada agradable recordarlo, pero afortunadamente solo se dedicó a soltar amenazas para luego desaparecer.
-¿Entonces no lo cogieron? –insistió la confitera, sin dar crédito a lo que escuchaba-. Toda la casa llena de civiles y no son capaces de capturar a ese delincuente.
Tristán posó una mano sobre la de ella para infundirle ánimos.
-Cuando Mauricio y los otros quisieron ir tras él, las luces de la Casona se apagaron de golpe –explicó Gonzalo, cortando una manzana en rodajas pequeñas-. Lo tenía muy bien planeado, la verdad.
Candela miró el reloj que había sobre la chimenea y se dio cuenta de que se le hacía tarde.
-Mirad que hora es, y yo sin abrir la confitería –se levantó se golpe-. Y todavía tengo que poner la masa a hornear. Nos vemos a la hora de comer.
-¿Te acompaño? –se ofreció Tristán, quien hizo ademán de levantarse, pero ella se lo impidió.
-No es necesario –respondió-. Tienes un montón de trabajo atrasado en la finca así que mejor adelantas aquí.
Su esposo asintió. Se despidieron con un beso y Candela marchó hacia el pueblo.
Minutos después era Tristán el que abandonaba el salón para ir a cambiarse y ponerse la ropa de montar. Esa mañana debía supervisar la llegada de los nuevos ejemplares de caballos que había adquirido.
Cuando escucharon sus pasos subiendo la escalera, Gonzalo se volvió hacia su esposa. Llevaba un buen rato queriendo preguntarle algo pero no había querido hacerlo ni frente a Candela ni a su padre.
-Anoche dijiste que había pasado algo con Inés y que ya me lo contarías hoy –le recordó, dejando el cuchillo sobre la mesa.
María suspiró, mientras terminaba de limpiarse con el borde de la servilleta.
-Lo cierto es que me dejó muy preocupada, mi amor –torció un poco la boca, en un claro gesto de disgusto-. Anoche durante la fiesta vi algo que… no sé cómo explicarlo –tomó aire y lo soltó sin rodeos-. Creo que Isabel encontró a Bosco e Inés en la cocina y descubrió lo que hay entre ellos.
Gonzalo trató de asimilar la noticia.
-¿Estás segura, María? –inquirió él.
Su esposa le explicó que había visto a Isabel salir de la cocina con el semblante pálido, como si hubiese visto algo que la hubiese alterado. Y que momentos después aparecieron Bosco e Inés, casi al mismo tiempo.
-Y le preguntaste a Inés –terminó Gonzalo, escuchándola atentamente.
-Sí, pero no quiso decirme nada –confesó María, irritada porque no logró que Inés le contase lo ocurrido-. Aunque por su semblante… algo debió de ocurrir.
Gonzalo apretó los labios.
-Tú no te preocupes, cariño –dijo finalmente, acariciándole el brazo-. Inés ya sabe que puede contar contigo para lo que necesite.
-Sí –afirmó María, desanimada-. Pero me da lástima la muchacha. Solo tiene a Fe para poder contarle sus cosas. Ni siquiera puede acercarse a Candela.
-¿Has pensado en decírselo a ella?
-No quiero preocuparla sin necesidad –María posó su mano sobre la de Gonzalo y él asintió, apoyando su decisión.
-¿Sabes qué, Gonzalo? Estoy pensando que quizá pueda hablar con Isabel.
Su esposo arrugó el entrecejo, sin comprender.
-¿Con Isabel? ¿Para qué?
-Nos conocemos desde pequeñas, ya lo viste anoche –le expuso María, recobrando el ánimo-. Si es cierto que vio “algo”, como me imagino, va a necesitar a alguien para contárselo. ¿No crees? Y en la Casona no hay gente con quien pueda desahogarse y puede que lo haga con una vieja amiga.
A Gonzalo no le hacía gracia que su esposa se encontrase con la prometida de Bosco, pero debía de admitir que la idea de María era buena.
Finalmente, asintió.
Ella le agradeció su apoyo con un furtivo beso en los labios.
-Voy a ver a Esperanza – la joven se levantó de la mesa, una vez terminado el desayuno-. ¿Se tomó todo el biberón, esta mañana?
Gonzalo alzó la mirada hacia ella.
-Enterito –respondió, sonriendo-. No ha dejado ni una gota de leche.
María le devolvió la sonrisa y marchó hacia el cuarto de la niña. Esperanza estaba despierta y jugando sobre la cuna.
-Buenos días mi niña –su madre la cogió en brazos y le dio un beso en la cabecita-. ¿Cómo has dormido, tesoro mío?
La pequeña Esperanza alargó sus manitas hacia el rostro de su madre para acariciarla, un gesto que María adoraba.
-¿Quieres ver a tu padre? –le preguntó-. Vamos.
Regresaron al salón donde Gonzalo ya había terminado de desayunar y al verlas se levantó para recibirlas.
-Pero mira quién está despierta a estas horas –saludó a su hija, ofreciéndole los brazos. La niña no dudó ni un momento en ir con su padre e inmediatamente comenzó a jugar con su barba-. Parece que se ha despertado juguetona.
-La he encontrado sentadita en la cuna, jugando ella sola –le explicó María, acariciándole una mejilla a la niña, con el dedo-. A este paso tendremos que cambiarla a una cama.
 -Crece muy rápido. Pronto querrá montar uno de esos caballos que tanto te gustan.
-Y yo estaré encantada de enseñarle.
Ambos se quedaron unos segundos embelesados, mirando a su hija con devoción mientras Esperanza jugaba ajena a los planes que sus padres ideaban para ella.
Al instante, Rosario entró en el salón. La abuela de María venía agitada.
-Menos mal que os encuentro.
-Abuela, ¿qué ocurre? –inquirió su nieta, preocupada al ver su rostro compungido.
-¿No os habéis enterado? –les devolvió la pregunta, tratando de tomar aliento. Dejó el capazo de la compra sobre una silla-. Otra vez ese enmascarado. Que esta mañana se ha presentado en las obras del ferrocarril y ha tratado de sublevar a los trabajadores.
Gonzalo y María se miraron, preocupados. Anoche en la Casona y ese misma mañana en las obras del ferrocarril. Aquel hombre estaba tratando de hacer algo, el problema era saber de qué se trataba exactamente.
-¿Está segura, Rosario? –le preguntó el joven.
-Acaba de contármelo Manuela, la mujer del herrero, que se lo ha dicho su hijo Gervasio quien trabaja en la perforación de la montaña. La mujer ha ido a llevarle el almuerzo porque se le había olvidado y se lo ha contado. Esta mañana a primera hora se les ha presentado ese hombre con la idea de convencerles para que se sublevasen. Obviamente, los trabajadores se han negado en redondo.
María negó con la cabeza.
-¡Tamaña insensatez! –declaró la joven, cruzándose de brazos-. ¿En qué estaría pensando? La gente no va a abandonar sus puestos de trabajo por las palabras de un hombre que además oculta su rostro. Lo único que conseguirá con ello es causarles más problemas.
-Sí, ya están pagando las consecuencias de su “heroicidad” –añadió Rosario, más calmada.
-¿Qué quiere decir? –Gonzalo cambio a la niña de posición pues comenzaba a cansarse de estar en el brazo y quería que la dejara en el suelo.
-Pues que desde hoy la jornada de trabajo les ha sido aumentada en dos horas más.
La noticia enfadó aún más a María.
-¡Pero eso es un abuso! –declaró la joven, perdiendo la paciencia. Se volvió hacia su esposo-. ¿Pueden hacer eso? Don Marcial y tú revisasteis el contrato de Germán. ¿Ponía algo sobre los horarios?
Gonzalo trató de recordar aquel detalle.
 -Creo que no –declaró finalmente, molesto-. Es decir, los horarios estaban sujetos a posibles cambios y por tanto pueden hacer lo que les plazca.
-Ese enmascarado es un insensato -María apretó los labios, indignada-. Lo único que ha conseguido es ponerles las cosas más difíciles a los trabajadores. Qué tenga valor y dé la cara, después de lo que ha hecho.
La joven cogió a Esperanza de los brazos de su esposo, quien le pasó a la niña, la única que lograría calmarle su mal humor en esos instantes.
-La verdad es que no ha sido muy prudente de su parte aparecerse allí –declaró Gonzalo más calmado que su esposa-. Quizá pensaba que lograría el apoyo de los trabajadores y se equivocó.
-Ahora mismo, esos pobres hombres están asustados –continuó Rosario-, pensando que por culpa del Anarquista van a perder sus puestos de trabajo.
-¿Anarquista? –repitió Gonzalo.
-Sí, así le han bautizado quienes estaban allí –dijo la abuela de María, tomando asiento. El cansancio por la carrera desde el pueblo empezaba a pasarle factura-. Dicen que por sus ideas de anarquista.
Una sonrisa mal disimulada se dibujó en la boca de Gonzalo. María se dio cuenta.
-¿Te hace gracia? –le recriminó.
-No –se acercó a ella-. Simplemente que… me ha sorprendido.
Le dio un beso en la mejilla para que se serenase.
-A mí me parece ridículo –volvió a la carga María-. Todo este asunto es un completo despropósito. Si de verdad quiere conseguir que las cosas cambien para los trabajadores debería ir a la ley.
-La ley está de parte de los caciques, como siempre –le recordó Rosario, apesadumbrada-. Nada conseguiría por ese camino.
-Pero…
-Ya salió la abogada que lleva dentro –se burló Gonzalo de su esposa, con cariño, cogiéndola por la cintura-. Estoy seguro que contigo defendiéndoles lograrían tener esos derechos que se merecen.
María prefirió no responderle. No sabía si Gonzalo lo decía de verdad o era simple chanza.
Además, se les estaba haciendo tarde y debían ir a la Casa de Aguas donde tenían trabajo acumulado de varios días.

Se despidieron de su hija, dándole un beso y la dejaron al cuidado de Rosario.

CONTINUARÁ... 

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