martes, 9 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 10
El negocio de la casa de aguas marchaba a las mil maravillas y gran parte de su éxito se debía a la buena gestión de Gonzalo y a la dirección de María, quien gracias a la educación recibida por la Montenegro sabía de normas y de comportamientos refinados, algo que debían de tener en cuenta para mantener a la clientela contenta.
Tampoco había que olvidar el trabajo que realizaba Conrado desde la capital, buscando siempre nuevos inversores para ampliar las instalaciones y contactando con otros empresarios del sector.
Lo cierto es que no podían quejarse de lo bien que iba el negocio; ya ni recordaban sus problemáticos inicios cuando la riada se llevó parte de las obras y tuvieron que volver a comenzar prácticamente desde cero. Y el accidente que casi le costó la vida a Conrado era solo un mal recuerdo.
Era media tarde y María se hallaba junto a varios trabajadores en una de las salas que habían acondicionado con mesas y sillas, para impartir las clases. Llevaba el uniforme blanco del balneario, como era su costumbre. La joven estaba explicándoles las diferentes formas que había de tratar a un cliente, dependiendo de la importancia de su rango. La manera de dirigirse a una persona era totalmente diferente dependiendo de si se trataba de simples individuos o alguien de alta alcurnia. Sin quererlo, María recordó aquella tarde en que le dio las mismas explicaciones a Bosco. ¡Cuánto tiempo había pasado desde entonces! Y qué diferente era ahora aquel muchacho de mirada clara y generosa. La maldad de la Montenegro había enturbiado aquella alma generosa y limpia, moldeándola a su imagen y semejanza. La joven sacudió la cabeza, apartando aquel recuerdo de su mente. No valía la pena perder ni un segundo de su tiempo recordando algo que no tenía remedio.
Una de las mujeres que se encargaba de la recepción, Agustina, le pidió a María ayuda con unas cuentas. Se trataban de simples operaciones de sumar y restar pero que a muchos de ellos les costaba comprender. Esa era otra de las materias que la joven se encargaba de enseñarles. Muchos de sus trabajadores no habían tenido la oportunidad de asistir, de pequeños al colegio, y ahora en sus nuevos puestos requerían ciertos conocimientos básicos que María les enseñaba con gusto. Podían haber contratado personal especializado para trabajar en la casa de aguas, pero junto con Conrado y Aurora decidieron que el negocio debía de favorecer a los habitantes de Puente Viejo, de manera que los trabajadores debían de ser los mismos aldeanos.
Mientras la joven estaba ocupada con las clases, Gonzalo aprovechó para reunirse en su pequeño despacho con don Marcial, el hermano de don Anselmo, y ahora también su abogado. Desde que el buen hombre les había defendido, tanto a él como a María, en el pasado, se había convertido en su persona de confianza y recurrían a él siempre que necesitaban de sus servicios.
El abogado revisaba los papeles que Gonzalo le había pasado, con el ceño fruncido, concentrado, mientras el joven esperaba, impaciente, una respuesta a sus dudas.
-¿Y bien? –le preguntó Gonzalo, sin poder contenerse por más tiempo. Don Marcial llevaba más de cinco minutos leyendo uno de los contratos de las obras del ferrocarril. Concretamente el contrato del hijo de Epifanio-. ¿Podemos hacer algo?
El abogado levantó la mirada de los papeles.
-Me temo que no –sentenció, apretando los labios-. Está todo en regla.
Gonzalo se dejó caer hacia atrás, contrariado. Había puesto todas sus esperanzas en encontrar en aquel contrato algún fallo o cláusula con que poder demandar a los responsables de las obras.
-¿Lo ha mirado bien, don Marcial? –insistió sin darse por vencido-. Puede que necesite revisarlo con calma; Lléveselo. Tómese el tiempo que sea necesario para estudiarlo bien.
El hermano de don Anselmo negó con la cabeza, apesadumbrado.
-No es necesario, Gonzalo. El contrato está en regla –le explicó, devolviéndole los papeles-. Las condiciones son claras. El trabajador sabe que existe un riesgo y lo asume al firmar el contrato.
Gonzalo se mesó la barba, desesperado, buscando otra salida. No podía darse por vencido tan pronto. Algo se podría hacer para que los responsables de las obras pagaran por la muerte de Germán. Se lo debía a su familia.
-¿Y qué podemos hacer? –se levantó y sirvió dos copas de brandy; una para don Marcial y otra para él; quizá el licor templase sus ánimos-. No podemos dejar que los trabajadores sigan en esas condiciones. El otro día fue Germán, pero en cualquier momento otra galería se viene abajo y tendremos que enterrar a otro de nuestros vecinos.
-Gonzalo, sé cómo te sientes –trató de calmarle el abogado; tomó un sorbo de la copa-. Pero ningún juez, sin pruebas puede hacer nada. Los informes geológicos indican que las formaciones rocosas son sólidas y en cualquier caso, lo ocurrido lo considerarían un hecho aislado. No hay pruebas que respalden tu teoría de que es peligroso construir el túnel; no más de las normales en estos casos.
Gonzalo sabía que don Marcial estaba en lo cierto. No tenían pruebas para acusar formalmente ni al arquitecto, ni a los peritos. Ni mucho menos inculpar a la Montenegro. Desafortunadamente, todos tenían las espaldas bien cubiertas. Si al menos hubiese forma de demostrar que los informes habían sido manipulados… o al menos esa era la teoría de Conrado; y Gonzalo creía en él, no así el resto de la gente. La reputación de Buenaventura como geólogo dejaba mucho que desear en Madrid. Todo el mundo conocía lo ocurrido en la presa de Villar del Apóstol, su estancia en prisión, aunque fuese inocente, y los problemas iniciales con la casa de aguas. Eran pocos quienes confiaban en su criterio en esos temas. Sin embargo, sus gestiones como director del balneario no podían dar mejores resultados.
-Si al menos el gobernador no se hubiera cerrado en banda –se quejó Gonzalo-. Quizá nos permitiese pedir la opinión de otros geólogos que demostrasen la peligrosidad del terreno.
-Lo veo muy difícil, sinceramente –declaró el abogado, sabiendo que ya lo habían intentado más de una vez, siempre con el mismo resultado: don Federico confiaba en el buen hacer del arquitecto y si sus informes decían que la montaña era segura, no había nada más que hablar-. Sin el apoyo del gobernador no podemos hacer nada, lo siento.
Gonzalo se quedó unos minutos pensativo.
-María cree que podríamos hablar con otras personas –se aventuró a decir, tomando en cuenta aquella posibilidad-. Gente de más alto cargo que don Federico. Si conseguimos que nos escuchen…

-Olvídate de esa posibilidad, Gonzalo –le cortó don Marcial, mandando las pocas esperanzas del joven al garete-. Nadie por encima del gobernador va a contradecirle, aunque tengan potestad para hacerlo. Don Federico Ramírez es un hombre recto, como pocos. Todos en Madrid le tienen en muy alta estima. No tiene enemigos que quieran su mal. Así que ya puedes ir olvidándote de encontrar aliados que se enfrenten a sus decisiones. Si él ha decidido que esos informes son correctos, nadie moverá un dedo para contradecirle.
Gonzalo se mordió el labio inferior, conteniendo la rabia que le embargaba. Se sentía atado de pies y manos. Una sensación que le asfixiaba. Su naturaleza rebelde le impedía quedarse de brazos cruzados, como un terrateniente más, insensible a los problemas de los trabajadores. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Lo había intentado todo para pararles los pies.
Dos golpes en la puerta le devolvieron a la realidad.
-Adelante –dijo.
María entró en el despacho. La joven se había quitado el uniforme del balneario dando así por terminada su jornada.
-Siento molestaros –repuso sonriendo, y se volvió hacia el abogado saludándole afablemente-. ¿Cómo está don Marcial? Cuanto tiempo sin tenerle por aquí.
-Buenas tardes, María –le devolvió el saludo-. Veo que continúas igual de hermosa que siempre –ella sonrió por el cumplido, al igual que su orgulloso esposo-. ¿Cómo está la pequeña Esperanza?
-Creciendo a pasos agigantados –confesó María, con un brillo de felicidad en los ojos-. Ya no la reconocería.
-A ver si un día de estos me paso por el Jaral y la veo.
-Cuando quiera –dijo Gonzalo, levantándose. Se acercó a María y la cogió de la cintura-. Ya sabe que puede venir cuando le plazca. Las puertas del Jaral siempre estarán abiertas para usted.
El abogado sonrió, agradecido. Sabía de la estima que le tenía la pareja y él también les apreciaba.
-Muchas gracias, a los dos –miró su reloj-. Se me ha hecho un poco tarde. ¿Tenías algo más que decirme, Gonzalo, o eso era todo?
Gonzalo negó con la cabeza.
-Eso era todo, don Marcial. Y gracias por su tiempo.
El hombre se levantó y recogió su cartera llena de papeles.
-Ojalá pudiese hacer algo más –volvió a repetirle-. Si necesitas alguna otra cosa, solo tienes que llamarme.
El joven asintió, agradecido.
-Hasta más ver –se despidió don Marcial, dejándoles solos en el despacho.
Cuando la puerta se cerró, María se volvió hacia su esposo.
-¿Cómo ha ido? –le preguntó, sin poder contenerse.
Gonzalo suspiró de mala gana.
-No muy bien –confesó, torciendo el gesto-. El contrato está en orden y no hay manera de inculpar a nadie. Se mire por donde se mire, la muerte de Germán fue un “accidente aislado”.
María posó la mano sobre el pecho de Gonzalo, demostrándole su apoyo.
-Bueno –trató de quitarle importancia con voz calmada, algo que siempre lograba apaciguar a Gonzalo-. Todavía tenemos la opción que te comenté, la de hablar con otras personalidades importantes que pueden…
-Don Marcial me ha dicho que nos olvidemos de ello –le cortó su esposo-. Nadie se pondrá en contra del gobernador.
María veía como todas las puertas se cerraban. Y lo peor era esa sensación de impotencia al ver a Gonzalo abatido y no poder hacer nada.
-Seguro que existe algo que podamos hacer –dijo de pronto. No permitiría que su esposo se viniese abajo-. ¿Por qué no te tomas lo que queda de tarde libre?
-Tengo muchos papeles que revisar aun, María –declaró él, apenado.
-Papeles que seguro pueden esperar hasta mañana –insistió ella, que no iba a aceptar un no como respuesta-. Yo he terminado las clases y he pensado que podríamos ir a pasear con Esperanza por la ribera del río. Hace una tarde estupenda para pasarla los tres juntos. ¿Qué me dices? ¿Prefieres pasarte la tarde encerrado aquí revisando papeles o disfrutar con tu familia de una agradable velada en el campo?
Gonzalo le dedicó una mirada llena de ternura. ¿Cómo negarse a aquel plan? Sus problemas pasaban a un segundo plano en cuanto pensaban en María y Esperanza. Ellas lo hacían todo más sencillo. Le devolvían las fuerzas para continuar luchando; y en ese momento era justo lo que necesitaba. Cerró los ojos y asintió levemente.
María sonrió, satisfecha. Quizá no podría solventar el problema de las obras pero sí apoyar a su esposo, ofreciéndole aquellos momentos de felicidad junto a su familia.
Se acercó a él y le besó dulcemente, dejando que aquel roce de sus labios les llenase cada sentido. Al separarse de él, vio que Gonzalo mantenía los ojos cerrados aún.
-Me estás malacostumbrando –le dijo su esposo, con una sonrisa pícara.
 -Ah… si quieres no vuelvo a hacerlo –le retó María, siguiéndole el juego.
Se volvió con intención de marcharse pero Gonzalo la asió del brazo y la hizo volver.
-Ni pensarlo –susurró, posando su frente sobre la de ella. Ambos sonrieron antes de volver a fundirse en otro beso, mucho más apasionado que el primero.


Su vida en común se escribía con momentos como aquel. Momentos de complicidad. Momentos de amor. Momentos para recordar que pasara lo que pasase, siempre se tendrían el uno al otro.
CONTINUARÁ...



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