sábado, 13 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 12
Varios días después, la noticia del compromiso de Bosco e Isabel se había difundido por toda la comarca. En una semana tendría lugar una fiesta en la Casona, para hacerlo oficial. Doña Francisca así lo había decidido. No quería perder el tiempo.
En la cocina de la Casona, Fe estaba cortando zanahorias para el puchero mientras Inés se encargaba de limpiar las habitaciones. Tenía orden expresa de la señora de ocuparse de todo lo concerniente a Isabel. Cualquier cosa que la prometida de Bosco necesitara, ahí debía estar la doncella para dárselo. Inés sabía que aquella era la manera que tenía la señora de decirle cuál era su lugar en aquella casa; la de una simple criada.


 Pese a la tristeza de Inés, su amiga Fe mantenía su buen humor de costumbre. La doncella cortaba las zanahorias al mismo tiempo que cantaba y bailaba una canción muy conocida por aquellos lares:
Quiebras corazones a tu paso y al andar
Tiembla hasta el suelo, tiembla, tuve yo que tropezarrrrr
Me colma de dichaaaa, ver latir tu corazón
Furioso sentimientoooooo
Exánimeee pasiónnnnnnnnnnnnn
Sublime placeeeerrrrrr, saberte muerta de amooooorrrrrrrr
Pero cuanto máaaaaaaa muerta, cuanto máaaaaaa muerta mejor.
Tan absorta estaba cantando y moviéndose en pequeños círculos, al ritmo del tango que cuando se abrió la puerta que daba al patio ni siquiera miró a ver de quién se trataba, dando por hecho que era Mauricio.
-Hombre, mocetón, ya te echaba servidora de menos hoy –dijo con su voz alegre-. ¿Se ti han pegao las sábanas? Mira que la seña anda de un humor que ni el caballo ese del señorito… el “nicho” o el “richo”, como se diga.


-Buenos días Fe –saludó finalmente la voz de María.
Inmediatamente la doncella se volvió, sorprendida.
-Señita María –murmuró, sosteniendo el cuchillo en la mano. De todas las personas que podían aparecer en la cocina de la Casona, la que fue la ahijada de la Montenegro era a quien menos se esperaba ver-. ¿Qué… que hace usted aquí? –lanzó una mirada de recelo hacia las escaleras-. Mire que si la Paca se entera que está aquí, nos corta en rodajillas pequeñas a las dos. A usted por entrar sin permiso y a mí… por… porque me tiene ganas.
-No quiero ponerte en un compromiso Fe –declaró María, con seriedad-. Pero necesito hablar con Inés.
-¿Con la Inés? –repitió la doncella, dejando el cuchillo sobre la mesa y limpiándose las manos-. Mire que anda con el ánimo por los suelos, como si la hubiesen confundio con una fregona y después de limpiar toos los suelos de la Casona la hubieran echao a los puercos. No sé yo si tendrá el cuerpo pa recibir visitas.
María se acercó a Fe y bajó la voz.
-¿Está así por el compromiso de Bosco e Isabel? –preguntó.


Fe se mordió el labio, pensativa. Hasta qué punto podía confiar en María. Hasta el momento la señora del Jaral había demostrado ser una mujer cabal y digna de confianza; además de vivir bajo el mismo techo que la tía de Inés. La doncella decidió contarle cómo andaban las cosas realmente.
-Mire usted –comenzó Fe apartando una silla para sentarse; María hizo lo mismo-. Si las cosas ya estaban bien revueltas, con el compromiso del señorito se han puesto más piores. La Inés anda como alma en pena, no come y de dormir ya ni le cuento… la escucho dar más vueltas que una peonza por las noches. Servidora trata de animarla pero na… que el pajarillo está de un mustio que ni le cuento.
María comprendió que debían actuar cuanto antes.
-Pues con mayor razón tengo que hablar con ella. Quizá ahora acceda a escuchar mi propuesta.
-¿Su propuesta? –sonó la voz de Inés desde lo alto de la escalera.


Fe y María se volvieron hacia ella. No habían escuchado la puerta de arriba.
-Hola Inés –la saludó María, con amabilidad-. ¿Cómo estás?
Inés bajó hasta la cocina, casi arrastrando los pies y portando dos pozales de lavar el piso.
-Bien –respondió con sequedad. María y Fe intercambiaron una mirada de no creerse ni una sola palabra.
La sobrina de Candela siguió con sus quehaceres, dejando los utensilios de limpieza en su sitio.
Fe se levantó.
-Voy a ver si la seña Francisca necesita algo, así ustedes pueden darle a la húmeda sin que haya “moriscos” en la costa.
María le agradeció el gesto con una sonrisa. Solo cuando se hubo quedado asolas con Inés, se atrevió a hablar, aunque el ambiente entre las dos era bastante tenso.


-Inés, quería hablar contigo desde hace días –comenzó María, levantándose de la mesa. La sobrina de Candela siguió con sus quehaceres, dejando clara cuál iba a ser su postura-. En el Jaral estamos preocupados por ti.
-No veo por qué –repuso secamente, limpiando unos vasos, con demasiado brío-. Aquí estoy muy bien. Tengo un buen trabajo y la señora es buena conmigo. No puedo pedir más.
María se acercó a ella y posó una mano, amiga, sobre el hombro de la muchacha.
-Eso no es cierto; tú y yo lo sabemos. Ni Francisca es buena contigo ni trabajas a gusto aquí.
-¡Usted que sabrá! –saltó Inés de malos modos, dejando la fregada a medio terminar y apartándose de María-. Si ha venido para que deje la Casona pierde su tiempo. Ya se lo he dicho muchas veces, aquí estoy bien.


Inés estaba cerrando todas las puertas y a María no le quedó otra opción que ser más drástica.
-Todo lo bien que se puede estar siendo la amante del señorito, ¿no es así? –le espetó con dureza la esposa de Gonzalo. María sabía que era la menos indicada para dar lecciones de moral pero no tenía más opción con la sobrina de Candela para tratar de abrirle los ojos-. ¿Qué clase de vida te espera siendo la otra? ¿Sabes que jamás te tomará enserio?
A Inés le hubiese gustado huir en ese instante. Dejar todo atrás y marcharse de Puente Viejo para no volver nunca. Pero no podía hacerlo. La Montenegro conocía su más oscuro secreto y si Inés decidía marcharse, todo el mundo terminaría conociéndolo.
Sin embargo, las palabras de María le devolvían su propia realidad. Se había convertido en la amante del señorito. Nadie volvería a respetarla jamás.
-Eso es asunto mío –repuso al fin, con un hilo de voz-. Yo he decidido mi destino, y es quedarme aquí. No puede hacer ni decir nada para que cambie de opinión.


-¿A qué le tienes miedo Inés? –le preguntó María a bocajarro. Con ella ya no valían las medias tintas-. Y no me lo niegues porque lo veo en tu mirada. Tienes miedo y por eso no puedes abandonar la Casona. No es por Bosco.
Por primera vez, Inés se atrevió a mirarla a los ojos. María se dio cuenta del dolor que había en ellos. Dolor y desesperación. Una combinación peligrosa. Inés necesitaba desahogarse con alguien, un hombro en el que llorar y había llegado hasta el límite.
-Hace tiempo cometí un grave error –dijo la sobrina de Candela, dejando caer la muralla que había levantado entre ella y el mundo-. Doña Francisca conoce mi secreto y si me marcho de aquí lo hará público –sus ojos se llenaron de lágrimas-. Terminaré en un penal.
María palideció.
-Inés, ¿qué hiciste? –murmuró la joven, pensando algo horrible.
-Le robé las joyas a mi madrastra –le explicó-. Las joyas que eran de mi madre.
María suspiró con cierto alivio.
-¿Y cómo sabe eso Francisca?
-Las descubrió entre mis pertenencias y desde entonces me tiene en sus manos –Inés rompió a llorar, dejando escapar toda la tensión acumulada desde hacía meses.
-Ahora entiendo tu negativa a marcharte de aquí. Te tiene amenazada, ¿no es así?
-Descubrió eso y… lo de Bosco –contarle sus problemas a alguien, sin que la cuestionase, era lo que Inés llevaba necesitando desde hacía mucho tiempo-. Me exigió que le dejase. No entiende que le amo.
-La señora solo entiende de clases sociales, Inés –le explicó María, que la conocía perfectamente-. Para ella el amor es solo un sentimiento que nos hace débiles frente al mundo.
Inés asintió.
-¿Entiende ahora por qué no puedo marcharme de aquí? Si lo hago, será para irme derechita a la cárcel.
María comprendía la encrucijada en la que estaba metida la sobrina de Candela. Pero aun había otro asunto que no le quedaba claro.
-¿Y Bosco? La señora te exigió que le dejases, pero tengo entendido que sigues viéndote con él.
Inés enrojeció, avergonzada.
-Quise alejarme, lo juro –se defendió, con la cabeza cacha, incapaz de sostenerle la mirada a María-. Pero… le amo demasiado.
-¿Y él, siente lo mismo por ti? –quiso saber María-. Porque si de verdad te amara se habría enfrentado a su señora hace tiempo, y sin embargo acaba de comprometerse con otra mujer. Eso no es amor, Inés.
Inés no respondió. ¿Con qué argumentos defendía la actitud y el proceder de Bosco? Ni ella misma era capaz de perdonarle su traición.


-Mi relación con él ha terminado –respondió la muchacha, secándose las lágrimas con el dorso de la mano-. No tiene que preocuparse por eso.
María se preguntaba cuánto duraría la determinación de Inés. Ella mejor que nadie sabía lo que era amar incondicionalmente a alguien, sentirse incapaz de renunciar a ese amor que daba aliento a su vida; aunque su caso fue bien distinto porque Gonzalo le correspondía con la misma fuerza. Sin embargo Bosco estaba demostrando que lo único que sentía por la sobrina de Candela era simple atracción física, un deseo carnal para satisfacer sus instintos.
-Inés, sabes que puedes contar con nosotros –le recordó María. Después de que la muchacha se sincerase, no iba a dejarla en la estacada-. Las puertas del Jaral siempre estarán abiertas para ti. Y te recibiremos como una más de la familia. Sé que por el momento no podemos hacer nada, pero déjame ayudarte. Encontraré la manera de liberarte del yugo de la señora y entonces podrás marchar.
La muchacha agradeció las palabras de María, aliviada por fin.
-Siento mucho no haber sido sincera antes –repuso, con una media sonrisa-. Pero me avergonzaba que mi tía supiese que soy una simple ratera que se acuesta con el primero que se le pone por delante.
-Candela jamás pensaría eso de ti – María se apresuró a sacarla de su error-. Tu tía tiene un corazón que es oro molido y te recibirá con los brazos abiertos, sin cuestionar tu pasado, ni tus acciones.
En ese instante, Fe bajó corriendo.
-¡La Paca, que viene! –soltó a la carrera.
Apenas tuvieron tiempo de levantarse de la mesa. Inés reemprendió la limpieza del fregadero y María se puso de pie.
En cuanto la Montenegro entró en la cocina, su mirada fría se clavó en su antigua ahijada.
-¿Qué haces tú aquí? –le espetó, alzando una ceja y olvidando cualquier saludo cordial.
-He venido a traerle un recado a Fe –respondió María con total naturalidad.
La respuesta sorprendió a la señora.
-¿Ahora te dedicas a traer y llevar recados? –escupió con sarcasmo-. Veo que el negocio de las aguas debe de ir viento en popa si tienes tanto tiempo libre.


Las ironías de la Montenegro ya no herían a María. Desde hacía tiempo había dejado de importarle lo que ella opinase.
 -No se preocupe que ya me iba –dio media vuelta, dispuesta a salir por el patio de atrás, cuando la señora la detuvo.
-Espera –su tono autoritario irritaba a María, pero obedeció por cortesía-. Ya que estás aquí aprovecharé la ocasión para invitaros a ti y al pele… a tu esposo, a la pedida de mano de la nieta del gobernador.
María frunció el ceño, desconcertada. ¿A qué venía la invitación? La señora jamás haría algo así, pensó de repente. No les quería ver ni en pintura y ahora les invitaba a la fiesta, sin más.
-Ha sido el gobernador quien le ha pedido que nos invitase –afirmó María, con una sonrisa cargada de ironía, al comprender lo que ocurría.
El gesto de la señora se endureció.


-Entenderemos perfectamente que no queráis asistir –le espetó, dando por hecho que María rechazaría la invitación; y ni que decir de Gonzalo-. Supongo que tendréis cosas más importantes que hacer.
María se tomó su tiempo para responderle; sopesando las opciones que tenía. Por supuesto que no iban a ir, Gonzalo sería el primero en negarse a poner un pie en la Casona; pero no iba a darle el gusto a la señora de rechazar su negativa, a las primeras de cambio.
-Qué considerada, por su parte –la joven sonrió sin disimulos-. Es cierto que tenemos mucho trabajo, sin embargo tratándose de la pedida de mano de Isabel Ramírez, podremos hacer una excepción –María vio a través del rostro inalterable de Francisca que no era esa la respuesta que había esperado-. Se lo comunicaré a mi esposo y le daremos una respuesta lo antes posible. Buenas tardes.
Sin esperar que la señora le devolviese el saludo de despedida, María abandonó la cocina de la Casona, orgullosa de su pequeño triunfo.
Las cosas no habían salido tan mal, pensó la esposa de Gonzalo; había logrado un pequeño acercamiento con Inés, a la que tarde o temprano lograrían sacar de la Casona. Y su desencuentro con la que un día fue su madrina le había dejado buen sabor de boca.

Por una vez, María sentía que aquellos tiempos en que siempre quedaba por debajo de la señora quedaban en el pasado. La nueva María no se dejaba pisotear así como así.

CONTINUARÁ...




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