CAPÍTULO 15
Lo primero que hizo María al llegar al Jaral
fue quitarse los zapatos. Tenía los pies doloridos de permanecer tanto rato de
pie.
-¿Quieres tomar algo, mi amor? –le preguntó
Gonzalo, sirviéndose para él un coñac.
-No gracias –respondió ella, sentándose en el
sofá. Se mordió el labio inferior, aliviada.
La joven tenía el susto metido en el cuerpo,
todavía. Todo había sucedido muy rápido y poco tiempo para asimilarlo. El
estruendo, la interrupción de aquel individuo, sus amenazas y su desaparición.
En apenas tres minutos había convertido la fiesta de la Casona en un completo
caos.
-¿Quién crees que puede ser, Gonzalo?
–preguntó María, masajeándose los pies. Su esposo se sentó junto a ella,
tomando un sorbo de la copa de coñac.
-No tengo la menor idea –declaró él-. Podría
ser cualquier trabajador descontento con la señora.
-No sé. Tengo la sensación de que es alguien
conocido.
Gonzalo ladeó la cabeza, sorprendido.
-¿Qué te hace pensar eso? –le preguntó,
recolocándole el pelo tras la oreja, un gesto que solía hacer a menudo y que
calmaba a María.
-Es solo una sensación –respondió ella.
Gonzalo asintió y dejó la copa sobre la mesa.
No quería insistir más en el tema. Habían sido demasiadas emociones por esa
noche.
-¿Por qué no subes al cuarto? –le propuso a
su esposa acariciándole la mano-. Mientras, iré a ver cómo está Esperanza.
María asintió, dándole un leve beso en los
labios.
Gonzalo comprobó que la niña dormía
plácidamente. Se quedó unos instantes observando la carita angelical de la
pequeña, agradeciendo la suerte que tenían de tenerla junto a ellos. Esperanza
llenaba sus vidas de luz.
Cerró la puerta de la habitación de la niña,
dejándola un poco abierta por si se despertaba a media noche, poder oírla.
Al entrar en su alcoba, María ya se había
puesto el camisón, y se cepillaba el pelo frente al tocador.
-¿Cómo está la niña? –le preguntó, mirándole
a través del espejo.
-Duerme como un angelito –dijo Gonzalo
acercándose a su esposa por detrás.
Posó sus manos sobre sus hombros y comenzó a
masajeárselos con calma. María detuvo el cepillado de su cabello y cerró los
ojos, dejando que aquella sensación placentera le recorriese todo el cuerpo.
Los mimos de su esposo eran la mejor medicina para cualquier contratiempo.
-Estás muy tensa, cariño –Gonzalo parecía
preocupado-. ¿Sigues pensando en lo ocurrido?
-Cómo no hacerlo –confesó, volviéndose hacia
él. Gonzalo detuvo el masaje-. Creo que lo que pretende ese individuo es un
suicidio. Enfrentarse así… abiertamente a los caciques. Lo único que puede
conseguir es que sus ataques dañen, todavía más, a los trabajadores.
-¿Qué quieres decir? –su esposo frunció el
ceño, y se acuclillo frente a ella. La tomó de las manos, esperando una
explicación.
-Que es una utopía lo que pretende, liberar
a los pobres trabajadores de la esclavitud en la que trabajan. No es tan
sencillo y lo único que va a conseguir es que sus condiciones de trabajo se
endurezcan aún más –hizo una pausa. Sus palabras estaban cargadas de desánimo-.
Conozco bien a la Montenegro. Si alguien la amenaza de esa forma, ella se
defiende, atacando donde más le duela a su enemigo. No sabrá quién es ese
individuo pero sabe que su prioridad es la gente humilde; y con ellos no tendrá
piedad.
Gonzalo bajó la cabeza, pensativo. María
tenía razón. La Montenegro era muy astuta y no se dejaba mangonear por nadie y
mucho menos chantajear. Si ese enmascarado pretendía acorralarla, la señora se
revolvería como una culebra, más implacable que nunca.
-Tienes razón –declaró el joven,
acariciándole el rostro a su esposa, en un gesto de comprensión-. Quizá se haya
precipitado en sus acciones y no debería haberla enfrentado así. Pero creo que sus
intenciones dentro de lo que cabe son buenas –María ladeó la cabeza-, no me
malinterpretes. No estoy defendiéndole.
Tan solo digo que creo que lo único que pretende es que se haga
justicia.
-¿Justicia? –repitió ella, alzando la voz-.
¿Y a qué precio? ¿Poniendo la vida de los trabajadores en peligro? Las cosas no
se hacen así, Gonzalo. Hay otras maneras de conseguir que esto cambie y no es a
base de amenazas.
La madurez de sus palabras desarmaron al
joven. Cada día admiraba más a su esposa. Se complacía de ser testigo del
cambio que había sufrido en los tres últimos años. María había pasado de ser
una niña que vivía un cuento de hadas a una mujer que sabía lo que quería y que
defendía a los suyos con uñas y dientes, siempre desde el razonamiento bien
argumentado.
-¿Sabes qué? –cogió suavemente el mentón de la
joven, obligándola a mirarle-. Creo que por hoy ya hemos tenido suficiente –se
levantó, cogiendo las manos de su esposa y tirando de ella, suavemente, para
que también se levantase-. Vamos a descansar. Ha sido un día muy largo.
Gonzalo la rodeó con sus brazos por la
cintura, sintiendo la calidez de su cuerpo templado, a través del fino y sedoso
camisón. María le miró a los ojos, cautivada por el amor que desprendía su
mirada.
-Demasiado largo –corroboró ella-. Y eso que
aún no te he contado lo de Inés.
-¿Lo de Inés? –repitió Gonzalo, frunciendo
el ceño-. ¿Qué le pasa a Inés?
-Mañana te lo cuento –decidió al final-. Es complicado
y estoy cansada.
Gonzalo no insistió, ya tendrían tiempo de
sobra para hablar de la sobrina de Candela.
Mientras María se metía en la cama, él se
quitó la ropa y se puso solo unos pantalones de pijama. En cuanto se reunió con
ella, la joven se abrazó a su esposo, posando la cabeza sobre su torso desnudo,
y sintiendo la calidez de su cuerpo.
-Podría quedarme así, abrazada a ti para
siempre –le confesó, ruborizada.
Gonzalo sonrió.
-Y yo, mi vida –dijo él, acariciando sus
brazos desnudos.
-Tenemos tanta suerte de tenernos el uno al
otro que a veces creo que esto es un sueño del que de un momento a otro
despertaré.
Gonzalo
le hizo alzar la mirada, cogiéndole el mentón. María sintió un leve pinchazo en
el corazón al contemplarse en los ojos de su esposo.
-Esto no es ningún sueño, amor mío –le
susurró el joven-. Estamos juntos y así permaneceremos para siempre. No tienes
nada que temer.
María asintió levemente, aferrándose a
aquella promesa. Gonzalo besó sus labios con dulzura y entrega.
La joven volvió a recostarse sobre su pecho.
Cerró los ojos y se dejó llevar por el rítmico compás que marcaba el corazón de
Gonzalo. Se durmió entre sus brazos, arropada por sus caricias.
Mientras permaneciesen juntos, las cosas
solo podían salir bien.
CONTINUARÁ...
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