lunes, 29 de junio de 2015

CAPÍTULO 387: PARTE 1 
Las palabras de don Anselmo dejaron a Gonzalo sin saber qué decir. ¿Iba a pedir al obispado su traslado a otro pueblo? Pero… ¿por qué? El joven diácono no podía marcharse de Puente Viejo; no ahora que tenía que descubrir qué se ocultaba tras la misteriosa muerte de su madre.
Cuando por fin logró reaccionar, Gonzalo le preguntó a don Anselmo qué razones tenía para querer que se marchase y si había alguien más tras esa petición, pues se hacía una idea de quién podía estar tras aquella injusta decisión. El viejo sacerdote se negó a decírselo por mucho que su pupilo insistió y Gonzalo le recordó que su misión como sacerdote era la de remover conciencias, y que si esa su falta, trataría de remediarla. Sin embargo, Don Anselmo estaba atado de pies y manos, y nada podía hacer. El hombre tan solo le recordó que el pueblo seguía chapado a la antigua y que por muy buenas que fuesen sus ideas no lograría hacerles cambiar la visión que los aldeanos tenían de la vida.
Gonzalo quiso seguir la conversación ya que estaba seguro de que tarde o temprano don Anselmo terminaría contándole las verdaderas razones de su marcha. Sin embargo, el sacerdote comenzó a sentirse mal y el joven diácono no tuvo más remedio que dejar la conversación y acompañar a don Anselmo a su cuarto para que descansara. Lo último que quería era que su mentor enfermara por su culpa.
Al día siguiente, viendo que don Anselmo no mejoraba, Gonzalo se dispuso a ir al Colmado para comprarle unos remedios. Justo antes de llegar a la plaza, el diácono se encontró por el camino con Mauricio quien, inmediatamente le dijo que estaba al tanto de su marcha del pueblo. Las palabras del alcalde tan solo hicieron que confirmar las sospechas de Gonzalo: la Montenegro estaba tras su traslado. Y así era, tal como Mauricio le aclaró. A la señora no le había hecho ni miaja de gracia que Gonzalo comenzara a meter las narices en sus asuntos. En un principio lo había dejado pasar, pero viendo que el joven diácono no iba a cejar en su empeño de querer alzar a la gente contra ella, Francisca había decidido cortar de raíz aquel problema.
Pero Gonzalo no era hombre de rendirse a las primeras de cambio. Francisca Montenegro podía ordenar su marcha de Puente Viejo a la mismísima Roma, que ya vería él cómo evitarlo. Se había prometido permanecer en el pueblo y así se lo hizo saber a Mauricio para que le llevase la noticia a la señora: tan solo se marcharía cuando él quisiera. Mauricio comprendió que no iba a ser fácil deshacerse de aquel joven diácono que osaba enfrentarse a la señora de frente, sin embargo, sabía que la batalla estaba perdida de antemano para él. La Montenegro hacía y deshacía a su voluntad y nadie era rival para ella.
Al entrar en la plaza, Gonzalo se encontró con don Pedro. El antiguo alcalde andaba preocupado pues había descubierto que el lugar había amanecido lleno de una sustancia que se quedaba pegada al suelo. El hombre necesitaba saber si tras ello se encontraba la mano del diablo y no dudó ni un instante en preguntarle al joven, quien ya comenzaba a ver los extraños comportamientos de la familia Mirañar. Mostrando una paciencia inusual le explicó al marido de Dolores que no creía que el diablo tuviese nada que ver, y don Pedro quedó satisfecho con su explicación.
Mientras Gonzalo entraba por fin en el Colmado, María llegó a la plaza acompañada por una de las criadas de la Casona. Como cada día, la joven había bajado al pueblo para dar un paseo y hablar con sus gentes; aunque ese día llevase oculta otra intención. Una intención que para la esposa de don Pedro no pasó desapercibida.
Nada más verla, Dolores Mirañar se acercó a hablar con la joven y sin un ápice de vergüenza le preguntó a bocajarro si estaba buscando al joven diácono. Afortunadamente, María supo reaccionar a tiempo respondiéndole que a su edad era bastante normal tener las dudas teológicas que tenía. A pesar de la respuesta, Dolores no se quedó muy satisfecha y la ahijada de doña Francisca aprovechó el momento para preguntarle si había visto a Gonzalo.

Después de indicarle que acababa de entrar en el Colmado, María se dirigió hacia allí.
CONTINUARÁ...

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