CAPÍTULO 387: PARTE 1
Las palabras de don Anselmo dejaron a
Gonzalo sin saber qué decir. ¿Iba a pedir al obispado su traslado a otro
pueblo? Pero… ¿por qué? El joven diácono no podía marcharse de Puente Viejo; no
ahora que tenía que descubrir qué se ocultaba tras la misteriosa muerte de su
madre.
Cuando por fin logró reaccionar, Gonzalo le
preguntó a don Anselmo qué razones tenía para querer que se marchase y si había
alguien más tras esa petición, pues se hacía una idea de quién podía estar tras
aquella injusta decisión. El viejo sacerdote se negó a decírselo por mucho que
su pupilo insistió y Gonzalo le recordó que su misión como sacerdote era la de
remover conciencias, y que si esa su falta, trataría de remediarla. Sin
embargo, Don Anselmo estaba atado de pies y manos, y nada podía hacer. El
hombre tan solo le recordó que el pueblo seguía chapado a la antigua y que por
muy buenas que fuesen sus ideas no lograría hacerles cambiar la visión que los
aldeanos tenían de la vida.
Gonzalo quiso seguir la conversación ya que
estaba seguro de que tarde o temprano don Anselmo terminaría contándole las
verdaderas razones de su marcha. Sin embargo, el sacerdote comenzó a sentirse
mal y el joven diácono no tuvo más remedio que dejar la conversación y
acompañar a don Anselmo a su cuarto para que descansara. Lo último que quería
era que su mentor enfermara por su culpa.
Al día siguiente, viendo que don Anselmo no
mejoraba, Gonzalo se dispuso a ir al Colmado para comprarle unos remedios.
Justo antes de llegar a la plaza, el diácono se encontró por el camino con
Mauricio quien, inmediatamente le dijo que estaba al tanto de su marcha del
pueblo. Las palabras del alcalde tan solo hicieron que confirmar las sospechas
de Gonzalo: la Montenegro estaba tras su traslado. Y así era, tal como Mauricio
le aclaró. A la señora no le había hecho ni miaja de gracia que Gonzalo
comenzara a meter las narices en sus asuntos. En un principio lo había dejado
pasar, pero viendo que el joven diácono no iba a cejar en su empeño de querer
alzar a la gente contra ella, Francisca había decidido cortar de raíz aquel
problema.
Pero Gonzalo no era hombre de rendirse a las
primeras de cambio. Francisca Montenegro podía ordenar su marcha de Puente
Viejo a la mismísima Roma, que ya vería él cómo evitarlo. Se había prometido
permanecer en el pueblo y así se lo hizo saber a Mauricio para que le llevase
la noticia a la señora: tan solo se marcharía cuando él quisiera. Mauricio
comprendió que no iba a ser fácil deshacerse de aquel joven diácono que osaba
enfrentarse a la señora de frente, sin embargo, sabía que la batalla estaba
perdida de antemano para él. La Montenegro hacía y deshacía a su voluntad y
nadie era rival para ella.
Al entrar en la plaza, Gonzalo se encontró
con don Pedro. El antiguo alcalde andaba preocupado pues había descubierto que
el lugar había amanecido lleno de una sustancia que se quedaba pegada al suelo.
El hombre necesitaba saber si tras ello se encontraba la mano del diablo y no
dudó ni un instante en preguntarle al joven, quien ya comenzaba a ver los
extraños comportamientos de la familia Mirañar. Mostrando una paciencia inusual
le explicó al marido de Dolores que no creía que el diablo tuviese nada que
ver, y don Pedro quedó satisfecho con su explicación.
Mientras Gonzalo entraba por fin en el
Colmado, María llegó a la plaza acompañada por una de las criadas de la Casona.
Como cada día, la joven había bajado al pueblo para dar un paseo y hablar con
sus gentes; aunque ese día llevase oculta otra intención. Una intención que
para la esposa de don Pedro no pasó desapercibida.
Nada más verla, Dolores Mirañar se acercó a
hablar con la joven y sin un ápice de vergüenza le preguntó a bocajarro si
estaba buscando al joven diácono. Afortunadamente, María supo reaccionar a
tiempo respondiéndole que a su edad era bastante normal tener las dudas
teológicas que tenía. A pesar de la respuesta, Dolores no se quedó muy
satisfecha y la ahijada de doña Francisca aprovechó el momento para preguntarle
si había visto a Gonzalo.
Después de indicarle que acababa de
entrar en el Colmado, María se dirigió hacia allí.
CONTINUARÁ...
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