sábado, 13 de junio de 2015

LA MEDALLITA (parte 2) 
Gonzalo frunció el ceño. Aún no había tenido tiempo ni para ponerse la bata y tan solo llevaba una toalla alrededor de la cintura. El pelo mojado dejaba en su rostro algunas gotas de agua que se adherían a su piel.
Cogió la medalla y la observó, como si la viese por primera vez.
-Esto… me lo ha dado Adelita –repuso el joven con tranquilidad, sin entender a qué venía el interrogatorio-. ¿Por?
-¿Y me lo dices así, tan tranquilo? –le espetó ella, sin poder contenerse-. ¿Te parece normal que una muchacha te regale una medalla con semejante declaración?
Gonzalo abrió los ojos, sorprendido por las palabras de María, sin entender su reacción.
-Un momento –la detuvo, y volvió a mirar la medalla por si se le había pasado algo por alto-. ¿Qué te hace pensar que esto es para mí?
La pregunta alteró más a la joven. O su esposo trataba de tomarla por tonta o allí el tonto era él.
-¿Se puede saber qué estaba hablando contigo cuando fui a buscarte? –inquirió ella, sin poder ocultar sus celos-. ¿Por qué te tenía cogido de las manos? ¿Y a qué vino el beso que te dio?
 Gonzalo ladeó la cabeza y sonrió de pronto, comprendiendo lo que le sucedía a María; era eso lo que la había tenido toda la tarde en aquella actitud tan sombría. La joven se enfureció al verle la sonrisa, creyendo que se estaba burlando de ella.
-María, ¿estás celosa? –le preguntó, sorprendido.
La joven apretó los labios, tratando de mantenerse firme. Apartó la mirada levemente para que no viese en sus ojos lo que estaba sintiendo en realidad.
-Solo te pido la verdad –murmuró su esposa, apretando los puños para contenerse.
Gonzalo se acercó a ella. Algo en su interior se regocijaba al ver a María celosa. Posó sus manos sobre su cintura, atrayéndola hacia él.
-¿Acaso te he dado alguna vez motivos para que estés así? –le susurró él, buscando su mirada, que la mantenía baja, evitando mirarle directamente.
Finalmente se armó de valor y levantó la cabeza para encontrarse con un brillo divertido en la mirada de Gonzalo que la hizo enfadarse y se soltó de su abrazo.
-¿Te hace gracia? Porque a mí ninguna.
Gonzalo observó en silencio su reacción, aguantando una sonrisa y enarcando una ceja. Volvió a acercarse a ella y sin dejarla reaccionar, la besó, tomándola por sorpresa al principio. Un beso que pretendía acallar sus dudas, declarándole con su entrega que no había motivos para que desconfiase de él.
Cuando se separó de María, su esposa tenía la respiración entrecortada y los ojos cerrados.
-Espero que esto sirva para que dejes de pensar lo que no es.
Al escuchar sus palabras, la joven abrió los ojos, como si despertara de un sueño.
-¡Eh!... Yo… -se quedó sin saber qué decirle.
Su esposo dio media vuelta para vestirse pero ella le detuvo.
-Gonzalo Valbuena –le llamó. Su enfado seguía allí-. No me vas a comprar con un simple beso. ¿Qué le pasa a Adelita contigo? ¿Qué es lo que pretende regalándote esa medalla?
El joven dio media vuelta y frunció el ceño.
-¿Tú has leído lo que pone en la medalla? –le devolvió la pregunta.
Su esposa palideció levemente. ¿Qué quería decir? ¡Por supuesto que lo había leído! Si no, no estaría tan enfadada.
Gonzalo se la tendió de nuevo.
-Lee –le pidió él, con paciencia.
-Ya sé lo que pone –se negó a leerla, cruzándose de brazos y tratando de hacerse la ofendida; pero Gonzalo se la acercó y no tuvo más remedio que ceder.
Suspiró, y leyó de nuevo.
-Para mi Martín. Te amo –murmuró entre dientes y le devolvió la medalla.
-¿Y?
-¿Y qué? –repitió ella, exaltada y sin comprender-. Lo pone bien claro, me parece.
-Para mí sí que está bien claro –dijo él, dejando la medalla sobre la cómoda-. Eres tú la que no lo ve.
Aquel rompecabezas le estaba provocando jaqueca y la ambigüedad con la que hablaba Gonzalo la estaba sacando de quicio.
-Gonzalo, o te explicas de una vez o… o tiro la dichosa medalla por la ventana.
Su esposo comprendió que en ese estado, María no era capaz de darse cuenta de lo que pasaba.
-Estás tan celosa que no ves lo más obvio –dio unos pasos hacia ella-. Esa medalla es para Martín. Martín Cifuentes, el hijo de Remigio, que entró la semana pasada a trabajar en la hacienda. Adelita y él están enamorados y al parecer sus familias no aprueban la relación. Y como no les dejan verse, me ha pedido que le entregara la medalla como símbolo de su amor. ¿Contenta?
El rostro de María perdió color a medida que iba comprendiendo la verdad. ¿Cómo no se había dado cuenta de que la medalla era para Martín y no para Gonzalo? En ese momento quiso que se la tragase la tierra.
-Lo… lo siento –murmuró, entre avergonzada y sintiéndose una tonta por aquella reacción desmedida. ¿Qué iba a creer Gonzalo de ella? Quería que la tierra se la tragase…-. Pensé que…
-… pensaste que Martín era yo –su esposo había comprendido al instante cual había sido su error pero verla celosa era algo tan inusual en ella; algo que la volvía adorable a sus ojos, que quiso que fuera la propia María quien se diese cuenta del malentendido; cosa que finalmente no había ocurrido.
María asintió levemente, incapaz de mirarle a los ojos. Su esposo le levantó el mentón y le acarició la punta de la nariz con la suya.
-Debes de pensar que soy la mayor de las estúpidas –declaró sintiéndose mal por su reacción-. Nunca me has dado ningún motivo para que desconfíe y…
-… ¿y acaso lo has hecho? –le cortó él.
-No –se apresuró a decirle ella. Si había tenido algo claro, desde el principio, era que Gonzalo la quería a ella; que no podía haber otra mujer; sin embargo, sus dudas y recelos eran hacia la propia Adelita-. Jamás dudaría de ti, mi amor. Era de ella de quien no me fiaba.
Gonzalo la besó con intensidad, saboreando sus labios, que le entregaban la ternura y el amor que él mismo sentía por ella.
-Pero me vas a prometer una cosa –le exigió María, de pronto cuando dejó de besarla.
-¿El qué? –se extrañó él.
-Que si alguna otra se acerca a ti con “ciertas intenciones”, me lo dirás.
-¿Para?
-Para sacarle los ojos si es necesario –declaró con firmeza.
Gonzalo soltó una carcajada, divertido, al ver a su esposa sacar el carácter que sabía ocultar tan bien tras aquella imagen de mujer frágil y razonable.
-Pobre –se burló él-. Será mejor que no la haya.
-Sí… mejor –añadió María, dejando que volviese a besarla.
De repente, Gonzalo se puso serio; algo se le había pasado por la cabeza… una duda que no había tenido en cuenta.
-¿Y… se puede saber desde cuándo para ti soy Martín? Porque nunca me has llamado por mi verdadero nombre para que hayas llegado a la conclusión de que la medalla era para mí.
María se quedó pensando en ello. Su esposo tenía razón. Ni siquiera ella había caído en aquel detalle.
Lo cierto era que había dado por hecho tantas cosas con aquel malentendido que no se había detenido a pensar, ni un instante, que para ella siempre había sido Gonzalo Valbuena y no Martín Castro.
La joven se encogió de hombros, sin saber qué responder. Su mirada se tiñó de cierto pesar. ¡Menuda había liado!
Su esposo comprendió lo ocurrido. María se había dejado llevar por unos celos infundados y su parte racional le había jugado una mala pasada.
-Bueno… y después de aclarar este malentendido –comenzó a decirle él con calma-; creo que merezco una recompensa.
-¿Qué clase de recompensa? –María le lanzó la pregunta, temiendo saber la respuesta, pues conocía la mirada pícara que le estaba dedicando.
Sin darle tiempo a reaccionar, Gonzalo la cogió en brazos.
-Me debes un baño –le dijo mientras se encaminaba con ella en brazos hacia la alcoba contigua.


2 comentarios:

  1. Enhorabuena Mel,me encanto la segunda parte de tu relato,como no podia ser de otra forma.Describes tan bien las situaciones y los personajes que los ves,sin necesidad de imaginarlos..Original la resolucion de la pequeña historia y deseando leer el proximo relato!!!

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    1. Muchas gracias Pepi!!! Espero tenerlo pronto el siguiente ;) para que podáis seguir disfrutando de Maria y Martín.

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