CAPÍTULO 385: PARTE 2
Esa misma noche, don Anselmo, increpó a su
joven discípulo por lo ocurrido. Le recordó que en apenas dos días se había
enfrentado a las dos personas más importantes del pueblo, Tristán Castro y
Francisca Montenegro. Gonzalo, lejos de disculparse por lo ocurrido le recordó
el trato que Tristán había dispensado a las mujeres que habían ido de buena fe
a rezar el rosario al Jaral por el alma de su esposa; y en cuanto a la señora, no
iba a bajar la cabeza y a actuar como si no viese nada.
Don Anselmo le pidió prudencia. Sabía que
tras aquel espíritu rebelde se escondía un joven de gran corazón que solo
quería el bien para la gente; pero no le gustaba el camino que Gonzalo
utilizaba para ello.
En la Casona, después de cenar, María se
quedó con su madrina a conversar sobre lo ocurrido en el Jaral. La muchacha
admiraba a Pepa; todo el pueblo hablaba maravillas de la partera y nadie tenía
un mal recuerdo de ella; sin embargo, doña Francisca no era de la misma opinión
que el resto y así se encargó de hacérselo saber a su joven ahijada,
tergiversando la realidad para que creyera que la esposa de su tío Tristán
había sido una mala mujer que había sabido esconder su verdadero rostro a la
gente y que solo ella, Francisca Montenegro, la había conocido tal y como era
en realidad: una embaucadora sin escrúpulos. María no podía creer aquellas
palabras y pese al gran cariño que le tenía a la mujer, le dijo que hablaría
con su madre, ya que ella había sido la mejor amiga de Pepa. Solo Emilia podía
sacarla de dudas. Francisca viendo que sus mentiras podían dejarla en evidencia
tejió una mentira más: su madre solo conocía la cara buena de Pepa, así que
jamás diría lo contrario. Sus palabras dejaron un mal sabor de boca en María,
pues no sabía qué pensar sobre la mujer de su tío.
A la mañana siguiente, Gonzalo se cruzó con
Roque en la plaza y aprovechó para pedirle que ayudase a la familia del difunto
dándole trabajo al hijo en la fábrica textil. Para su sorpresa, Roque se negó y
cuando Gonzalo quiso saber el porqué, apareció Mauricio, el nuevo alcalde, y se
hizo cargo de la situación. El antiguo capataz de la Casona le explicó al joven
que ellos no se dedicaban a la caridad y que se metiera en sus asuntos.
Gonzalo, lejos de achantarse, le plantó cara dejándole claro que no temía sus
amenazas.
Alfonso, que había sido testigo de dicha
discusión hizo llamar al joven más tarde para ofrecerle, en presencia de su
esposa, que le llevase al muchacho pues ellos podían darle trabajo como botones
de la posada.
La idea emocionó a Gonzalo, no así a Emilia
quien vio en esa oferta la manera de llevarle la contraria a la Montenegro. Los
padres de María se pusieron a discutir frente al diácono y sacaron a relucir
que sus desavenencias venían porque Alfonso no entendía las razones que habían
llevado a su esposa a dejar que María se criara junto a la Montenegro.
Finalmente Emilia se marchó enfadada y Alfonso trató de quitarle hierro al
asunto mientras Gonzalo se preguntaba cuáles debían ser los motivos reales que
escondía Emilia para haber dejado a María bajo la tutela de Francisca.
Una María que en cuanto regresó a la Casona
esa noche se quedó escuchando una conversación entre su madrina y Mauricio, el
alcalde, quien le estaba poniendo al corriente sobre lo ocurrido con Gonzalo.
La Montenegro comenzaba a cansarse de las continuas intromisiones de aquel cura
y ordenó a su antiguo capataz que si llegaba el caso, no dudase en dar su
merecido al joven diácono, para que dejara de meter las narices en lo que no le
importaba.
CONTINUARÁ...
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