CAPÍTULO 385: PARTE 1
Apenas habían tenido tiempo de reaccionar
cuando llegó Tristán, quien al ver a tanta gente en su casa se detuvo de golpe.
¿Qué hacían allí? La gente contuvo el aliento al ver al señor del Jaral.
Tiempo atrás, Tristán Castro había sido un
hombre alegre y amable con todo el mundo, pero después de la muerte de Pepa se
había encerrado en sí mismo volviéndose una persona huraña y amargada.
Gonzalo le miró pero su padre tenía la
mirada puesta en otra persona: Francisca. Sus ojos no podían ocultar todo el
odio que sentía hacia aquella mujer y sus palabras así lo demostraron. Tristán
no dudó en echarle en cara su osadía. ¿Cómo se presentaba en su casa después de
todo lo que le había hecho? ¿Cómo tenía el cuajo de ir a rezar por el alma de
su querida Pepa cuando había demostrado que solo sentía odia hacia ella?
Tristán no podía soportar el cinismo de su madre y terminó echando a todo el
mundo de su casa.
Fue entonces cuando Gonzalo le pidió que
respetase al resto de las mujeres que habían acudido de buena fe. Tristán
estaba tan furioso que si no hubiese sido por don Anselmo habría sacado a
Gonzalo a patadas del Jaral.
Finalmente todo el mundo decidió marcharse
ya que no querían tener problemas con el marido de Pepa.
Gonzalo regresaba a la casa parroquial a
paso ligero tan furioso con su padre que no se dio cuenta de que María le había
seguido desde el Jaral.
-¡Gonzalo espera! –corrió la muchacha tras
él.
El joven se detuvo. Su mirada se endureció,
cargada de furia.
-¿Qué haces aquí? –le espetó, molesto-. ¿Me
vienes siguiendo desde el Jaral?
-No seas tan fatuo –le recriminó María,
ofendida-. No todo el que se encuentra contigo es porque te siga o te busque. Y
menos en un pueblo tan pequeño –miró a su alrededor y su tono de voz se
suavizó-. Pero… sí que quería verte. Me siento muy avergonzada por lo ocurrido.
-No ha sido culpa tuya –se contuvo Gonzalo
sabiendo que no podía desahogarse con ella.
-Aun así me siento culpable –insistió la
sobrina de Tristán. No quería que Gonzalo se formara una mala opinión sobre su
persona-. Que fui yo quien te invitó a que acudieras a rezar el rosario.
-Lo hiciste de buena fe –declaró él con
calma-. Nadie esperaba que pasara lo que pasó.
-Yo solo buscaba presentarte a mi tío y que
lo conocieras con tranquilidad y… mira como terminó la cosa.
-Lo cierto es que no me comporté como un
verdadero cristiano –convino el joven diácono, sabiendo que se había dejado
llevar por su espíritu rebelde y que tantos problemas le acarreaba siempre.
Pero no le gustaban las injusticias y Tristán había cometido una al echarles de
su casa de aquellos modos-. Jesús decía que debíamos poner la otra mejilla pero
es difícil ante un hombre tan soberbio y violento como tu tío.
-Mi tío no es soberbio ni violento –le
defendió María quien a pesar del serio carácter de Tristán, sabía que en su
corazón había bondad.
-Te prometo que no me place en absoluto
hablar de él en esos términos –siguió Gonzalo, a quien le dolía enormemente
descubrir que ya no quedaba nada del Tristán noble y cariñoso que había
conocido de pequeño. Aquel hombre que fue su padre había muerto junto a Pepa.
Ahora su corazón nadaba en un pozo de tristeza continua-. Pero has visto con
tus propios ojos lo que acaba de pasar.
-¿Y solo por lo que ha pasado hoy ya le
echas sentencia? –María frunció el ceño, sin entender cómo alguien que iba a
dedicarse a servir a Dios no era capaz de perdonar-. ¿Tan poco te basta para
juzgar a un hombre?
-Sí. Para mí ha sido más que suficiente
–Gonzalo hablaba desde la rabia. El joven no era así, pero en ese instante
sentía un inmenso dolor que le nublaba la mente y le impedía razonar.
-Has de saber que Tristán siempre fue amable
y justo –le dijo María quien por nada del mundo quería que Gonzalo se llevase
aquella impresión equivocada de su tío-. Y dicen que cuando estaba casado con
Pepa era la felicidad en persona.
-Tú lo has dicho bien, era –Gonzalo no
estaba dispuesto a dar su brazo a torcer-. Pero fue hace mucho tiempo. Ese
hombre ha cambiado y para mal. Quizá la muerte de su esposa le causa… hondos
remordimientos.
-Pudiera ser –convino ella, quien tampoco
entendía muy bien su actitud arisca-. Ver morir a tu esposa sin poder hacer
nada para salvarla debe ennegrecerte el alma.
-Quizá lo que le remuerde es que no hizo
todo lo que debía haber hecho por ella –el corazón de Gonzalo no quería
aceptarlo pero cada vez tenía más claro que la actitud de Tristán se debía a
que tenía algo que ver con la muerte de su madre.
-Nadie estaba allí para verlo. Pero yo sé
que mi tío no es malo – insistió la muchacha, cansándose de chocar con el muro
que había levantado Gonzalo contra Tristán-. Ha cambiado, sí, pero quién no lo
haría al perder a sus dos hijos, y si muere su esposa al poco de casarse.
-Que la vida nos haya tratado con injusticia
no es excusa para que humillemos al prójimo.
-Esas son palabras fáciles de decir –María
no podía creer lo que estaba oyendo-. Pero habría que pasar por lo que ha
pasado mi tío para saber qué se siente.
-A muchos nos ha zarandeado la vida y no por
ello vamos humillando a nadie –insistió Gonzalo dándole la espalda.
-¿A ti también? –quiso saber ella-. ¿Qué te ha ocurrido a ti que esté a la altura
de las desgracias que ha sufrido mi tío?
-Eso no viene ahora al caso –Gonzalo trató
de cambiar de tema, volviéndose hacia ella.
-Ya –María no le creyó y se estaba cansando
de aquella actitud tan cerrada-. Seguro que no te acercas ni de lejos a la
soledad y al sufrimiento con los que se enfrenta él cada día.
-Si está solo es porque él lo ha elegido
–miró de nuevo a su alrededor para vez que nadie les escuchaba-. Tiene una hija
a la que mantiene alejada de él, ¿no es así?
-Sí, es cierto –musitó María, perpleja
porque Gonzalo ya supiera aquello-. Mi prima Aurora. ¿Quién te ha enterado?
-En los pueblos estas cosas andan en boca de
todo el mundo.
-Aquí son muy amantes del chismorreo –dijo
entre dientes, malhumorada de que la gente cotillease a espaldas de su familia.
-Si tan solo y triste está… -pensó el joven
en voz alta-, ¿no se aliviarían sus penas con su hija a su vera?
-No sé por qué la mantiene lejos –declaró
María, quien se hacía aquella misma pregunta todos los días y nunca había
obtenido respuesta-. Nadie lo sabe.
-Seguro que sí conoces la razón –le echó en
cara Gonzalo, sin creerla-. Lo que pasa que lo ocultas para no dejar en mal
lugar a tu tío.
Si algo molestaba a María era que la
tacharan de mentirosa y no iba a permitirle a Gonzalo que siguiese tratándola
de ese modo.
-Te digo que no lo sé –le gritó ella-. Una
cosa es que a los pocos días de estar por aquí te pongan al corriente de los
cuatro chismes que circulan por el pueblo. Y otra que alcances a explicarte en
este tiempo lo que nadie ha conseguido entender en años.
-Y ni tú, que pareces tener respuesta para
todo, la tienes para esto –Gonzalo estaba fuera de sí y lo estaba pagando con
quien menos lo merecía.
-Pues no, no la tengo –contestó enfadada y
en parte decepcionada por aquella actitud-. Y dado lo que piensas sobre mi
familia, no sé si en caso de tenerla querría compartirla contigo –le miró unos
instantes. Sus ojos no podían ocultar la tristeza y la decepción que sentía en
ese momento. Había creído que Gonzalo sería diferente, que no se dejaría llevar
por la primera impresión de los hechos pero veía que se había equivocado con
él-. Adiós padre Gonzalo.
Sin darle tiempo a disculparse, María dio
media vuelta y regresó a la Casona. Gonzalo apretó los labios, incapaz de
reconocer que se había equivocado al acusarla de estar mintiendo; sin embargo
en ese momento no era capaz de pensar con claridad. El reencuentro con aquellas
personas que habían formado parte de su infancia le había afectado más de lo
esperado. Su padre Tristán ya no era el mismo hombre que recordaba y la
Montenegro seguía siendo la misma mujer altiva que se encargaba de manipular a
todo el mundo a su antojo. Tan solo el recuerdo de la dulce Rosario aliviaba un
poco el sufrimiento que su alma acarreaba.
CONTINUARÁ...
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