CAPÍTULO 384: PARTE 1
Tras la sorpresa inicial, María logró
reaccionar y tras asistir a un intercambio de opiniones entre doña Francisca y
Gonzalo donde el joven diácono no tuvo problemas en echarle en cara a la
Montenegro que la gente que trabajaba para ella lo hacía en unas condiciones
pésimas, la muchacha se lo llevó para enseñarle la Casona.
Al llegar al jardín Gonzalo se detuvo
mientras María no dejaba de parlotear, nerviosa.
-Lo que ha de quedarte meridiano es que el
que discute con mi madrina acaba escaldado. Más te valdría agachar la cerviz
ante ella y cuando estés lejos hacer lo que se te antoje.
Un antiguo recuerdo volvió a la mente de
Gonzalo. La escena se desarrollaba en aquel mismo jardín. Él apenas tenía seis
años y jugaba con Pepa a la guerra; su madre le llamaba “soldado Martín” y el
niño trataba de que su padre le ayudase mientras Pepa se burlaba con cariño de
su falta de puntería.
-Gonzalo, ¿me estás oyendo? –la voz de María
le trajo de nuevo a la realidad-. Gonzalo, ¿estás bien? Te has quedado
desnortado perdido.
-Es este lugar –le confesó a media voz-. Me
ha recordado a un sitio que frecuenté en mi infancia.
La muchacha enarcó una ceja.
-Y a lo visto lo frecuentaste en tiempos
pesarosos.
Gonzalo avanzó unos pasos y se sentó en el
banco de piedra, rememorando con cariño aquellos viejos recuerdos.
-Al contrario –declaró sonriendo-, eran
tiempos felices. Los más felices de mi vida.
-Así suele ser la niñez –María se sentó a su
lado. Todavía seguía sorprendida tras descubrir que el joven era diácono-.
Dichosa y despreocupada –su tono de voz, ácido, no pudo ocultar su malestar-. Pero
pasan los años y uno decide convertirse en cura y entonces todo va cuesta abajo
–se volvió hacia él-. ¿Por qué no me lo dijiste?
¿Por qué habría de hacerlo? –se defendió
Gonzalo, poniéndose a la defensiva.
Con María no sabía muy bien cómo actuar. Por
algún extraño motivo, la muchacha le ponía nervioso; era como si su sola
presencia lograra perturbarle y hacerle actuar sin medir las consecuencias.
-¿No te parece un detalle capital?
-He decidido dedicar mi vida a servir a Dios
–expuso él, poniéndose a la defensiva-. Pero es mi vida, no la tuya. No veo en
qué pueda interesarte o en qué cambia en que te lo diga o no.
-Pues todo cambia –insistió la muchacha que
se sentía dolida por no haber sabido antes que el joven estaba prohibido para
ella-. Por ejemplo… ¿Qué pasaría si te prendases de mí?
-María… -la pregunta le tomó por sorpresa
pues no se esperaba que la joven fuese tan directa. Era la primera vez que
Gonzalo tenía que enfrentarse a aquel tipo de preguntas y no sabía bien cómo
salir de aquel aprieto. Siempre había tenido muy claro cuáles eran sus
prioridades y sabía que quería dedicar su vida a servir a Dios. Siempre lo
había sabido… hasta ahora; aunque todavía no era consciente de sus dudas-. Eso
es imposible. Hablas de cosas prohibidas para mí.
-Creí que Dios predicaba el amor –la
muchacha se levantó e siguió insistiendo; esa era su pequeña venganza por
haberle ocultado la verdad. Quería verle dudar-. ¿Acaso se te prohíbe el amar?
-A una mujer, sí –quiso dejarle claro
Gonzalo-. Por si no te has dado cuenta llevo sotana.
-Cosas más raras han ocurrido –torció el
gesto María y clavó sus ojos en él-. ¿Y si sucediera? ¿Si te enamorases de mí?
Estarías contraviniendo tus preceptos y como es natural yo tendría que estar al
tanto para actuar en consecuencia.
Gonzalo tragó saliva. Al parecer la muchacha
no iba a darse por vencida.
-No te apures que no me he planteado y
plantearé nunca contravenir precepto alguno –declaró con determinación esta
vez-. Y en cualquier caso ya estás avisada. Me convertiré en sacerdote en
cuanto tome los votos definitivos.
-Cada uno es dueño de su propio destino –apuntó
María viendo que su estrategia no iba a funcionar con él. Se volvió de nuevo,
dándole la espalda-. Lo que me sorprende es que hayas aportado en este pueblo a
tomar esos votos. ¿Qué te ha traído?
-La iglesia lo decidió.
-Como es habitual en ella –María volvió a
mirarle y sonrió-. Mi abuelo Raimundo detesta a los cura. Al Vaticano y a Roma
entera.
-A lo mejor parte de razón tiene –convino
Gonzalo algo más relajado-. Yo creo que Dios quiso que los sacerdotes dedicasen
su vida a ayudar a los demás y a luchar por la justicia. Pero yo he conocido a
algunos llamados hombres de Dios que solo se amaban a sí mismos.
-Y encima te mandan a Puente Viejo –ironizó
la muchacha, burlándose de su suerte-. Más cochambroso no podía ser este
pueblo. Y ya habrás podido comprobar que sus vecinos están lejos de la
normalidad.
-A pocos he podido conocer hasta el momento.
Pero uno de ellos me sorprendió en gordo por lo intratable de su carácter
–Gonzalo recordó el encontronazo que había tenido unas horas antes con
Tristán-. Un hombre que se manifiesta con esa ira hacia sus semejantes no es
trigo limpio.
-¿Y dónde viste al tal? –inquirió María
olvidando su mal humor.
-En el cementerio.
-Mira que te gusta ese sitio –se burló ella
divertida-. Y… ¿cómo era ese señor?
-Alto… delgado… demacrado, con ojos tristes.
-Mi tío –su semblante se ensombreció. Tan
solo había una persona con aquellas características en Puente Viejo y María
supo que se trataba de él-. Ese hombre debe de ser mi tío Tristán.
La muchacha volvió a sentarse en el banco.
Su alegre mirada se había teñido de tristeza.
-En efecto –afirmó Gonzalo sentándose junto
a ella-. No sabía que era pariente tuyo.
-¿Y cómo ibas a saberlo? –replicó sin
entender-. Si yo te contara el zipi zape
que tengo yo por familia –y volvió al tema de su tío-. Tristán tiene un
temperamento algo particular –se volvió hacia Gonzalo. No quería que se llevase
una mala impresión de su tío-. Pero no te aflijan que yo intervendré para que
pronto estéis a partir un piñón. Si vas de mi mano ten por seguro que todo irá
sobre ruedas.
-Esperaré pues a que me lo presentes para formarme
una opinión concluyente –convino el joven diácono con prudencia-. Pero por el
momento no puede ser más negativa.
-Cambiará a mejor. Pierde cuidado –de
repente su semblante se ensombreció de nuevo-. Y ahora regresemos con mi
madrina y don Anselmo. Han de estar preocupados, preguntándose por nuestro
paradero y haciendo cábalas sin descanso.
Gonzalo se dio cuenta enseguida que hablar
de Tristán era algo delicado, también para María.
-¿Te encuentras bien? –se preocupó por ella.
-Claro –sonrió la muchacha, ocultando su
tristeza tras una gran sonrisa-. Y mejor estaré cuando mi madrina te eche el
rapapolvo que te mereces por osarte a contrariarla. Vamos.
Ambos regresaron al interior de la Casona.
CONTINUARÁ...
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