CAPÍTULO 384: PARTE 3
Su tía Mariana se extrañó al ver como la
muchacha se acicalaba y le preguntó adónde iba. Su sobrina no dudó en contarle
que al rezo. La doncella que la conocía muy bien supo que algo escondía y así
se lo contó ella, pues era en la única que confiaba de verdad.
María no dudó en narrarle a su tía que
Gonzalo era el mismo muchacho que habían visto en la plaza y con el que había
quedado en el puente. Mariana había vivido lo suficiente para saber que aquel
juego era peligroso y así se lo advirtió a su sobrina quien seguía deslumbrada
por el joven diácono y mucho más después de su última conversación. Mariana
viendo que sus palabras no surtían efecto la amenazó con contárselo a la
Montenegro. No era lo que más deseaba hacer, pero sabía que a la larga sería lo
mejor. María se dio cuenta de que quizá había sido demasiado libertina en sus
deseos y la tranquilizó. Gonzalo era un hombre prohibido para ella y no haría
nada que pudiera ponerles en un apuro. Respetaría la decisión del joven de
dedicar su vida a Dios.
Marina no dijo nada. La conocía lo
suficiente como para saber que pese a su promesa, María era una mujer
obstinada. Solo esperaba que su inteligencia la hiciera actuar con prudencia y
no cometer una locura de la que pudiera arrepentirse.
Esa misma tarde, las mujeres del pueblo
acudieron al Jaral para el rezo. Don Anselmo y Gonzalo conversaron con algunas
de las feligresas mientras Candela repartía sus dulces entre la gente y Rosario
se encargaba del resto. Al ver a la abuela de María, el corazón de Gonzalo
sintió un calambre al recordar quién era. Sin poder evitarlo, se acercó a ella
y le dijo que por su rostro se veía que era una buena mujer. Rosario no supo
que responderle aunque algo le decía que conocía a aquel joven sacerdote o que
le recordaba a alguien de su pasado.
María les observó en silencio y solo cuando
su abuela dejó a Gonzalo para seguir atendiendo al resto de feligresas, se
acercó a él. Había estado toda la tarde siguiendo sus movimientos por el Jaral,
sin perderle de vista ni un momento y por fin había encontrado la ocasión para
acercarse a él.
-Mi abuela Rosario, tozuda como ella sola
pero con un corazón de oro –le informó colocándose a su lado.
-Desde luego tu familia es un buen atadijo
–opinó Gonzalo sin dejar de mirar a Rosario pues todavía estaba consternado por
el reencuentro con la mujer que le daba de merendar en la Casona cuando él era
pequeño.
Se volvió hacia María con el semblante
serio.
-No veo entre los presentes al señor Castro.
¿Acaso no va a unirse al rezo tal y como me dijiste?
-Supongo que estará al llegar –se extrañó
ella-. Habrá ido a dónde va cada día.
-¿Y adónde va cada día? –insistió Gonzalo.
La muchacha ladeó la cabeza. Seguía sin
comprender aquel interés por su tío y Pepa.
-¿No te ha dicho nunca nadie que eres
demasiado chismoso para querer ser sacerdote? ¿O es que va aparejado al cargo?
-No me respondas si no quieres –Gonzalo se
puso a la defensiva y apartó la mirada, enfadado. ¿A qué venía aquella
ausencia? ¿Por qué Tristán no estaba allí?-, pero la mía es sana curiosidad.
Estamos en su casa y rezamos por su esposa. Ha de tener una buena excusa para
no estar aquí.
-Y la tiene –siguió defendiéndole María-. Si
no me equivoco ahora estará en el lugar donde murió Pepa –su mirada se tiñó de
tristeza por su tío-. O al menos así lo asegura él por qué su cuerpo no
apareció por mucho que lo buscó y rebuscó la Guardia Civil.
-Tal es lo que sigo sin comprender –alzó la
voz Gonzalo, cada vez más irritado por la falta de información-. ¿Cómo es posible
que la Guardia Civil no encontrara el cuerpo?
María dejó de escucharle porque su mirada se
posó en la persona que acababa de llegar al Jaral. Una persona que no era
bienvenida en aquella casa y que pese a saberlo, había tenido la osadía de
presentarse.
-¡Madrina! –musitó la muchacha.
Gonzalo se volvió inmediatamente y se
sorprendió de ver allí a la Montenegro. Todas las miradas se posaron en la
madre de Tristán y los presentes enmudecieron.
CONTINUARÁ...
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