jueves, 25 de junio de 2015

CAPÍTULO 386: PARTE 2
Por su parte, María volvió a la Casona. Al entrar, Mariana se dio cuenta enseguida de que algo le había pasado y le preguntó. Su sobrina, que seguía con el enfado, le contó su conversación con Gonzalo. Podía perdonarle muchas cosas pero no que hablase mal de su madrina. La joven buscó la comprensión de su tía. Quería que le confirmase que no estaba errada en cuanto a Francisca, pero para su desazón, Mariana había padecido en sus propias carnes la maldad de la señora y no podía defenderla y le explicó que ella solo se ponía de parte de quienes habían sufrido la crueldad de la Montenegro. Aquellas palabras dejaron a María navegando entre dos mares.
¿Qué iba a hacer? ¿De verdad su madrina era aquel monstruo que todos se empeñaban en dibujar o la mujer dulce y cariñosa que ella conocía? Antes de subir a su cuarto, Mariana le indicó que la señora la había estado buscando, de manera que la muchacha no tuvo más remedio que ir a verla a su despacho.
Mientras, Gonzalo queriendo olvidar su discusión con María, se acercó a la casa de comidas para hablar con Emilia sobre lo ocurrido la noche anterior. La esposa de Alfonso, ya más calmada, se decidió a explicarle al joven que las cosas con su esposo no andaban bien debido a que Alfonso nunca había aceptado que María se criase junto a la Montenegro, su mayor enemiga. Llegados a ese punto, Gonzalo trató de averiguar el verdadero motivo que había tenido Emilia para dejar a su hija con la señora; sin embargo, la mujer se cerró en banda y no hubo manera de que le contase la verdad.
En la Casona, María acudió a la llamada de Francisca que enseguida se da cuenta de que algo rondaba por la cabeza de su ahijada. La joven le preguntó si era cierto lo que contaban de ella, que no era justa con sus trabajadores.
 La Montenegro una vez más, consiguió convencerla, con sus argucias, de que eso era mentira, y que ella siempre se preocupaba por el bienestar de la gente. María inocentemente la creyó y terminó confesándole que había estado hablando con Gonzalo sobre el tema. La señora no le dijo nada, sin embargo sabía que la incipiente amistad de María con el nuevo sacerdote no le convenía en absoluto.
Poco después, María se presentó en el Jaral a visitar a su tío Tristán con la intención de pasar más tiempo con él. El hijo de Raimundo aceptó la presencia de la joven a regañadientes y es que su sobrina era de las pocas personas que lograban acercarse a él. La muchacha aprovechó la ocasión para preguntarle los verdaderos motivos por los cuales no se llevaba bien con su madrina.
María ya conocía la versión de Francisca, pero quería saber también la de Tristán, pues solo así lograría juzgar por sí misma la verdad. Su tío, conociendo la bondad que atesoraba la joven en su corazón no quiso malmeter contra su madre.
Por alguna extraña razón, Francisca quería a María y él no era nadie para predisponer a su sobrina contra ella. No obstante, Tristán se dio cuenta de que tanta pregunta no era normal y quiso saber a qué se debía. María trató de engañarle pero él enseguida comprendió que no era ella quien hacía esas preguntas sino el nuevo diácono, alguien que a Tristán no le gustaba. ¿A qué venía tanto interés por saber de la vida de los habitantes de Puente Viejo?
Tristán advirtió a su sobrina de que no se fiase de Gonzalo. La muchacha enseguida le sacó de su error: el joven no era su amigo y no tenía que preocuparse por ello. Tristán se tranquilizó al escuchar aquellas palabras y solo por ello accedió a salir de paseo con María por el pueblo; cosa que no solía hacer desde hacía tiempo.
En la casa de comidas, Gonzalo charlaba animadamente con don Pedro y Alfonso. El joven trataba de conocer mejor a los parroquianos, y que mejor lugar que el negocio de los Castañeda, frecuentado por la gente. Sin embargo, en cuanto llegó Mauricio, el ambiente se enrareció de golpe, y es que todos sabían que era éste quien le pasaba la información a la señora, de lo que ocurría en el pueblo.
Don Pedro queriendo mostrarse amable con Gonzalo, le preguntó que le había parecido el pueblo, hasta el momento.
El joven, sin temor, le contó que no tenía queja alguna, pero que le había sorprendido ver el río en tan mal estado. El antiguo alcalde recordó con pesar que eso se debía a la fábrica textil, pues los residuos que generaba iban a parar a su cauce; motivo por el cual había dejado de ser el alcalde del pueblo, ya que no estaba de acuerdo con el proceder de la Montenegro en aquel asunto.
Mauricio, al escuchar aquello, no dudó en defender a su señora y tuvo que ser Alfonso quien pusiera paz entre los tertulianos. Pero Gonzalo ya se había hecho una idea de cómo eran las cosas entre ellos y en que bando estaba cada uno.
Mientras, María y Tristán paseaban por la plaza. La muchacha se sentía feliz de haber logrado su propósito de sacar a su tío del Jaral después de tanto tiempo sin pisar el pueblo. Sin que ella se diese cuenta, los recuerdos invadieron a Tristán, recordando los momentos vividos con su amada Pepa en aquel lugar.
Momentos que le acompañaban en su día a día, y que le entristecían al saber que nunca más volvería a verla allí.
Poco después de haber llegado, Tristán no lo soportó más y le dijo a su sobrina que regresaba a casa. En ese instante, sus pasos se encontraron con los de Gonzalo.
Ambos se quedaron mirando unos segundos, sin saber qué decir. Finalmente, el joven les saludó cortésmente y marchó de la plaza hacia las afueras del pueblo.
Había algo en aquel hombre que a Tristán no le gustaba y así se lo hizo saber a María, quien le confiesa que había sido Gonzalo el que le había enseñado que no debía quedarse con una sola versión de los hechos, sino buscar otras para poder juzgar por sí misma. Aquellas palabras dejaron pensativo a Tristán; quizá se había equivocado con el joven y no era cómo él pensaba.
Mientras tío y sobrina regresaban al Jaral, los pasos de Gonzalo se dirigieron de nuevo al cementerio, a visitar la tumba de su madre.
El joven le promete que descubrirá la verdad sobre su muerte, aunque ahora se sienta perdido, porque pensó que las cosas a su regreso serían como antes, sin embargo se ha encontrado con un padre al que no reconoce; al igual que nadie ha sabido ver en él al pequeño Martín, el niño que un día fue.
Al volver a la casa parroquial, Gonzalo se llevó una sorpresa pues don Anselmo le esperaba con el gesto serio. El viejo sacerdote le recriminó su comportamiento, enfrentándose tanto a doña Francisca como a don Tristán, las dos personas más importantes del pueblo. Gonzalo le pidió perdón y le prometió que no volvería a ocurrir. Pero don Anselmo ya había tomado una decisión, forzada por la presión de la Montenegro.
Sin atreverse a mirarle a los ojos le informó a su joven diácono que tenía que marcharse de Puente Viejo lo antes posible.
CONTINUARÁ...


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