viernes, 19 de junio de 2015

EL PACTO (parte 1) 
María ya se estaba arrepintiendo de haber aceptado aquel trato.
En un principio había pensado que sería buena idea, sin embargo, ahora que estaba a punto de comenzar con la lección de equitación, las dudas habían comenzado.
Gonzalo había accedido a que ella le enseñara a cabalgar con una sola condición; y era eso lo que la atormentaba, porque no estaba segura de llegado el momento ser capaz de cumplir con su parte de lo acordado.
La joven había elegido el lugar para comenzar con la clase. Cerca del río, alejados del pueblo y de miradas indiscretas; se trataba de un pequeño prado de tierra firme, sin muchas alteraciones en el terreno para que los caballos no se encabritasen más de la cuenta.
Cada uno había llegado al lugar con el suyo propio. Gonzalo ya la esperaba junto a su caballo, Cerbero, al que acariciaba el lomo para tranquilizarlo.
-Ya te estás arrepintiendo –declaró él, con un brillo divertido en los ojos y dejando traslucir un gesto burlón que la puso aún más nerviosa-. Como si lo viese.
María apretó los labios, maldiciéndose. Gonzalo la conocía tan bien que sabía leer cualquiera de sus gestos sin necesidad de decir ni una palabra.
Pero no le iba a dar el gusto; no señor. Si a algo no le ganaba nadie era a cabezota.
-No tendrás esa suerte, cariño –se bajó del caballo con gesto altivo, y tras dejar a su yegua atada a un árbol, se acercó hasta donde estaba Gonzalo y su caballo-. Me he propuesto enseñarte a cabalgar… y lo voy a conseguir.
El brillo de determinación de sus ojos hizo saber a su esposo que no le sería tarea sencilla hacerla cambiar de opinión. María era orgullosa y no cedería tan fácilmente.
El problema de Gonzalo con los caballos era bien sencillo: les temía porque les respetaba. Tiempo atrás, cuando volvió a Puente Viejo, había salido a cabalgar alguna que otra vez con su difunto padre, Tristán, pero tan solo para darle el gusto pues en realidad, había heredado de su madre, Pepa, el temor a los caballos y prefería estar en tierra firme antes que a lomos de uno de ellos.
Por el contrario, María era una excelente amazona, que había crecido rodeada de los mejores ejemplares de la comarca que se encontraban en la Casona, donde había recibido clases de equitación.
Y solo por ella, Gonzalo había accedido a que le enseñara a controlar a su caballo y a perderle el miedo porque sabía lo importante que era para María salir a cabalgar por las tierras; y su esposo deseaba poder acompañarla sin que aquel pasatiempo se convirtiera en una agonía para él.
-Entonces… cuanto tú digas, comenzamos –la alentó Gonzalo.
María miró a Cerbero, un magnífico ejemplar blanco, de pura raza que le había regalado su hermano Tristán a Gonzalo por su último cumpleaños. La joven le acarició el lomo con mimo para tranquilizarlo. Cerbero bufó dos veces y luego se calmó.
-Está bien –se volvió hacia Gonzalo con gesto serio-. Lo haremos de este modo. Montaremos los dos sobre Cerbero. Te enseñaría con mi yegua pero es más mansa y ya me conoce de sobra.
Gonzalo abrió los ojos, sorprendido por el comentario.
-¿Mansa, tu yegua? –repitió él, sin dar crédito-. Pero si la he visto antes en las cuadras dar unas coces que cualquiera se atreve a acercarse a ella.
Su esposa enarcó una ceja.
-Eso es porque algo la habrá asustado –defendió a la yegua, poniendo sus brazos en jarra-. Normalmente conmigo es muy noble.
-Igual es que te tiene miedo, María –declaró el joven con una mirada burlona, y se llevó la mano al pecho, como pidiendo perdón-. Yo te lo tendría, y más cuando te pones tan seria.
-Gonzalo, o te tomas esto en serio o… –le reprendió entre titubeos, incapaz de mostrarse enfadada con él-,… o lo dejamos aquí.
Dio media vuelta haciéndose la ofendida pero su esposo la detuvo cogiéndola del brazo.
-¡Ni hablar! Ya te gustaría que me echase para atrás –negó con la cabeza, divertido, sabiendo a que se debía su pronta renuncia. La soltó y se acercó de nuevo a su caballo-. Veamos…
-¡Espera! –le detuvo ella, acercándose a la carrera; no quería que el animal se encabritase.
Gonzalo dejó que ella tomase las riendas. María colocó un pie en el estribo del caballo, tomó impulso y con elegancia se sentó sobre su lomo. Cerbero apenas dio un par de pasos, pero sin alterarse.
-Eh… cariño, se supone que debería ser yo quien montara para domarlo, ¿recuerdas? –dijo él, alzando la mirada hacia María, que cogía las riendas con fuerza.
-Sube –le ordenó ella, sin tener en cuenta sus palabras.
-¿Cómo? –Gonzalo se puso serio, sin comprender qué pretendía.
-Que subas –le repitió, ladeando la cabeza. Su mirada no admitía un no como respuesta-, y te coloques detrás de mí; cabalgaremos juntos. No te habrás creído que iba a dejarte solo con él, el primer día, ¿verdad? Así que sube, que yo lo llevo.
-Está bien –Gonzalo alzó las manos, dándose por vencido. En ningún momento se le había pasado por la cabeza que su primera lección sería de aquella manera.
Puso el pie en el estribo y se sentó sobre el lomo del animal, tras María, pegado a su espalda.
-Esto va a ser más divertido de lo que me imaginaba –murmuró en la oreja de ella, rodeándole la cintura con el brazo.
La joven trató de hacer caso omiso a su provocación y mantuvo el gesto inalterable y la mirada al frente, a pesar de sentir la presión de la mano de Gonzalo sobre su estómago.
-Lo primero y más importante es que el caballo no sienta tu miedo, así que debes de relajar tus extremidades, mantener la postura erguida y relajarte –le indicó ella, llevando a cabo sus propios consejos-; sino, no te respetará cuando le des un orden. ¿Entiendes?
-Perfectamente –susurró Gonzalo, apoyando el mentón en el hombro de ella y haciéndole cosquillas en la oreja-. La teoría la explicas divinamente, ahora en la práctica, ya veremos si me entiendo con él. Pero continúa.
María giró un poco la cabeza, para encontrarse con sus labios a escasos centímetros de los suyos. No sabía si su esposo la estaba tomando en serio o seguía con la chanza; así que prefirió continuar.
 -Tienes que coger las riendas con fuerza –las alzó para enseñárselas-, así; pero no con demasiado vigor porque sino…
Gonzalo puso sus manos sobre las de María y tiró de las riendas con demasiada fuerza, sin hacer caso a sus recomendaciones. Cerbero comenzó a moverse, agitado y a relinchar, de manera que María tuvo que emplearse a fondo para apaciguar al animal.
Su esposo se agarró a ella para no caer del caballo.
-Pues sí que tiene genio –ironizó él, una vez controlada la situación.
-Gonzalo… ¿ves lo que sucede por no atender? –le reprochó María, con el corazón en un puño, todavía asustada-. Debes tirar suavemente pero con firmeza. Sino, se encabrita.
-Está bien. Perdona –se disculpó él.
La joven aceptó sus disculpas y continuó.
-Para hacerle caminar tan solo hay que presionar suavemente sobre la grupa. Si quieres que salga al galope debes darle un pequeño apretón. Los caballos son animales muy listos y enseguida comprenden lo que intentas ordenarle.
María presionó con los talones sobre la grupa del caballo y este comenzó a caminar lentamente.
-¿Ves? Tan solo tienes que hacerle comprender que quien manda eres tú. Coge las riendas –le entregó las cuerdas que tenía en las manos y sintió como Gonzalo la rodeaba con sus brazos con mayor fuerza-. Pero no tires mucho porque si no le harás daño en la boca y perderás el control.
El joven trató de seguir sus indicaciones a la vez que mantenía su cabeza tan pegada al cuello de ella que sentía su respiración cerca de su oreja, desconcentrándola.
-Si llego a saber antes que esto iba a ser así, no me habría resistido tanto a que me enseñaras a cabalgar –murmuró el joven besándole el lóbulo de la oreja.
María se estremeció al sentir aquella caricia que por un momento le hizo perder la concentración.
-¡Gonzalo! –trató de zafarse de él, sin éxito pues la tenía cogida con fuerza-. Pon atención a lo importante.
-Ya lo hago –respondió con voz suave-. Y muy atentamente.
Volvió a besarla, pero esta vez en el cuello, depositando sobre su fina piel pequeños besos.
Mientras, el caballo continuaba avanzando por el prado con tranquilidad.
María trató de mantenerse firme y no caer en la provocación de su esposo. Quería reñirle por no estar pendiente del caballo; cosa que le tocaba a ella, pero se sintió incapaz de pararle.
La joven puso todo su empeño en dirigir a Cerbero con calma pero una de las caricias de Gonzalo, peligrosamente cerca de su hombro le hizo apretar la grupa con mayor fuerza y el caballo salió al trote.
Gonzalo dejó el juego y prestó atención a lo que sucedía. Tomó las riendas del caballo y tiró de ellas con precisión, como si lo hubiese hecho toda la vida, controlando a Cerbero al instante, bajo la atenta mirada de María que no daba crédito a lo que veía.
-Tranquilo –le musitó a su caballo, que pareció entenderle de inmediato las órdenes de su dueño, pues fue deteniéndose poco a poco, con mansedumbre. En cuanto se quedó quieto, Gonzalo le acarició el cuello-. Bien hecho, Cerbero, bien hecho.
María se volvió hacia su esposo, parpadeando, incrédula.
-¿Cómo…? –musitó, sorprendida-. Pero…
Sin darle mayor explicación, el joven bajó del caballo y le tendió los brazos a su esposa para ayudarla a bajar. Ella se dejó ayudar, todavía perpleja por lo que acababa de ocurrir. Solo en tierra firme, su mente logró darse cuenta de la verdad.
-Tú ya sabes cabalgar, ¿verdad, Gonzalo? –frunció el ceño, comenzando a enfadarse, a la vez que se preguntaba dónde había aprendido a hacerlo-. Sino, no es imposible que hubieras controlado así al caballo. Te ha obedecido porque te reconoce –sentenció.
Su mirada le delató, así como la media sonrisa de su boca.
-Tristán me enseñó al poco tiempo de llegar aquí –le confesó, mesándose la barba, un gesto que delataba su incomodidad-. Sabía lo importante que son los caballos para ti y cuanto disfrutas con los paseos. Tan solo quería acompañarte y que disfrutáramos juntos de esos paseos.
-Y… ¿por qué no me lo has dicho hasta ahora? –inquirió ella, sin entender su silencio-. Me habrías ahorrado todo esto y…
Palideció de pronto al entender sus verdaderos motivos.
-Comprendo –dijo ella, sintiendo un sudor frío por todo el cuerpo. Su enfado aumentaba por momentos-. Lo has hecho adrede. Pues ni creas que voy a…
Gonzalo entendió que no había obrado bien, y trató de que le perdonase.
-¡Ah, no! –la cogió del brazo pues ya marchaba hacia su yegua, con gesto aireado-. Sabes que un pacto es un pacto. Yo he aprendido a cabalgar solo por ti. Ahora es tu turno.
-El pacto era si yo te enseñaba –le rebatió ella, sin ceder. Allí estaba la salida que necesitaba para romper aquel absurdo trato y librarse de él-. Pero me has tendido una trampa. Tú ya sabías montar a caballo… y muy bien, por lo que he visto. Así que olvídate de que yo aprenda a…
-¡Ni hablar! –le cortó Gonzalo, conociéndola. Sabía que tras aquel “enfado” en realidad se escondía una doble intención: lo veía en sus ojos. No estaba enfadada con él, sino consigo misma por haber caído como una ilusa en la provocación de aquel pacto.
-Gonzalo… -le suplicó a media voz, dejando de lado su gesto malhumorado-. No me hagas esto… por favor.
Su esposo se acercó y la besó con mimo.
-Tranquila, mi vida –le concedió él, y el corazón de María sintió cierto alivio al verse libre del acuerdo; un alivio que duró apenas unos segundos-. Ya verás –le acarició el pómulo con el dorso de la mano, y sonrió burlonamente-; se te va a dar de guinda.
La joven cerró los ojos, derrotada. Lo había intentado, pero a la vista estaba que su esposo no iba a perder la ocasión.

Tan solo esperaba salir de aquel embrollo lo más dignamente posible.


CONTINUARÁ...

2 comentarios:

  1. Que nervios por ver la 2ª parte :))

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  2. Grazie grazie grazieee che meraviglia!!! Sono cosi felice di poter leggere i tuoi meravigliosi racconti e sapere che Gonzalo e Maria sono felici e innamorati più che mai!!! Aspetto con ansia la seconda parte e la terza la quarta la milionesima!!!! Viva Gonzalo e Maria Viva Cuba Viva El Anarquista :-))))

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