sábado, 20 de junio de 2015

EL PACTO (parte 2) 
María había rezado para que al día siguiente cayera un gran diluvio y así posponer los planes de Gonzalo.
Sin embargo, el sol lucía radiante sobre el cielo azul, augurando un hermoso día.
Gonzalo la pilló mirando el cielo, con el gesto torcido.
-Por más que reces no va a llover –le dijo él en cuanto llegaron al prado.
Su esposa de cruzó de brazos, y apretó los dientes.
-¿No has podido elegir otro lugar mejor? –inquirió ella, irritada-. Se supone que necesitamos un terreno firme y sin muchas alteraciones. ¿O quieres que me rompa algo?
-Mira que te gusta el dramatismo –le echó él en cara, con ironía-. No te va a pasar nada. Ya verás que en cuanto aprendas, no querrás dejarlo.
María miró la bicicleta que había llevado Gonzalo. En mala hora había accedido a que él le enseñara a montar en una. Tan solo había aceptado porque el trato implicaba que él aprendería a montar a caballo; cosa que ya sabía hacer, como había descubierto el día anterior. De manera que todo había sido una argucia de su esposo para tenerla en aquella situación; muy divertida para él, pero un tormento para la joven.
Se acercó a él y soltó un leve suspiro.
-Y por qué no lo dejamos para otro día –le pidió ella, posando sus manos sobre su pecho y lanzándole una mirada amorosa y seductora-. Podríamos aprovechar este rato para otras cosas –pasó sus dedos por las solapas de su chaleco, y bajó la mirada avergonzada.
Gonzalo la observó sin alterarse.
-¿Estás intentando comprarme? –sonrió él, con cierta malicia-. María Castañeda de Castro, esto no me lo esperaba de ti.
La joven dio un paso atrás, sabiendo que nada iba a hacerle cambiar de opinión.
-Está bien –tragó saliva y alzó el mentón con dignidad-. Cuanto antes comencemos con esto, antes acabaremos.
Se dirigió hacia la bicicleta y la cogió del manillar, llevándola hasta el centro del prado.
-Que quede claro que si te quedas viudo y tus hijos sin madre, no es por mi culpa –le echó en cara ella.
-Lo tendré en cuenta, cariño –le contestó Gonzalo, sin que su comentario le afectase-. Súbete al sillín.
Afortunadamente, María llevaba la ropa de montar a caballo porque con un vestido o cualquier otra indumentaria, no habría sido capaz de montar en bicicleta.
Gonzalo le indicó donde debía colocar los pies.
-Al principio es complicado mantener el equilibrio pero en cuanto lo consigas será coser y cantar.
-Muy fácil lo ves tú –miró los pedales tratando de mantener el pie derecho sobre él.
-No te preocupes porque voy a guiarte y no te dejaré sola hasta que consigas mantener el equilibrio –le explicó él, queriendo tranquilizarla-. ¿Estás lista?
-No –dijo con firmeza María; su voz se tiñó de temor al pensar que en cuanto diese el primer pedaleo caería de bruces al suelo-. Pero qué remedio, si te has empeñado en  que me despeñe.
Gonzalo negó con la cabeza, sin poder ocultar una media sonrisa.
-Mira que eres cabezota –le dio un beso en la mejilla para tranquilizarla-. Lo primero es tomar impulso. Es lo más difícil cuando es la primera vez. Verás que la bicicleta no te responde y que vas dando bandazos por la falta de equilibrio. Pero no temas que juntos lo conseguiremos.
La joven tomó aire y se concentró para comenzar a pedalear.
Tal como le había dicho su esposo, lo más complicado fue el primer paso. La rueda delantera parecía tener vida propia, dirigiéndose a izquierda y derecha sin orden alguno.
Afortunadamente, Gonzalo la tenía cogida por el sillín y el manillar en aquellos primeros compases para que comenzase a perderle el miedo. Enseguida rodó en dirección recta y el temor a una caída fue perdiendo fuerza.
Avanzaron unos cuantos metros con cautela, para que María se hiciese a la bicicleta.
-Mantén la espalda recta –le ordenó Gonzalo, después de dar varias vueltas por el prado. María pedaleaba cada vez con mayor confianza. Su mal humor se había evaporado y el gesto concentrado de su rostro indicaba que estaba atenta a los pequeños detalles que su esposo le indicara.
Sin que ella lo percibiera, Gonzalo fue dejando que controlase el manillar. Ahora era la joven quien dirigía la bicicleta mientras él tan solo la cogía del sillín.
Poco a poco, mejoraba el equilibrio y tan concentrada estaba en no perderlo que cuando quiso darse cuenta, Gonzalo ya no la tenía sujeta y era ella misma la que estaba montando en bicicleta, sin ayuda de nadie.
De la sorpresa inicial pasó al pánico, que le hizo perder el equilibrio y en unos segundos fue a parar al suelo.
Gonzalo corrió a su lado, preocupado. Quizá la había dejado demasiado pronto sola.
-¡María, María! –gritó, asustado al verla en el suelo.
La bicicleta estaba a un lado, tirada y la joven permanecía quieta, con los ojos cerrados y sin moverse.
-¡María! Cariño –le cogió el rostro entre las manos, sintiendo el corazón en un puño al verla en aquel estado-. Cariño, abre los ojos.
Gonzalo sintió la congoja y el temor de que algo malo le hubiese pasado a su esposa. Jamás se lo perdonaría.
Tras unos segundos que se le hicieron eternos, y en los cuales no dejó de acariciarle el rostro, intentando que volviese en sí, María abrió un ojo y sonrió con picardía.
-Te lo advertí, Gonzalo –murmuró ella, ante la mirada preocupada de él-, si me pasaba algo recaería sobre tu conciencia.
El joven abrió la boca, entre sorprendido, aliviado y enfadado por el susto.
-Serás…
Sin darle tregua, comenzó a hacerle cosquillas. María se revolvió entre risas durante unos instantes hasta que él tomó su rostro entre sus manos y la besó con pasión.
- Casi se me para el corazón pensando que te había pasado algo; jamás me lo perdonaría –le confesó Gonzalo, apoyando su cabeza al lado de la de ella y pasando el brazo sobre su cintura. María tan solo tenía que girar un poco el rostro para tener los labios del joven junto a los suyos.
Se quedaron unos segundos en silencio, disfrutando de aquel instante de quietud, sintiendo sus respiraciones agitadas y el sol cayendo sobre sus rostros mientras el sonido de los pájaros que revoloteaban sobre los árboles más cercanos les llegaba, amortiguado por el murmullo del agua del río.
-¿Ves como no ha sido tan malo como pensabas? –dijo de pronto Gonzalo-. En apenas un par de sesiones más, serás toda una experta.
-¡Qué! –se incorporó de golpe, asustada-. ¡Ni lo sueñes! Bastante he tenido por hoy.
-Pero mujer, si lo has hecho de guinda –la piropeó Gonzalo, sentándose junto a ella y apoyando el mentón sobre su hombro, en un gesto cariñoso.
-Ni hablar –negó con la cabeza-. No vuelvo a subirme a este trasto endemoniado.
-Está bien –le concedió él, con tranquilidad.
María frunció el ceño.
-¿Está bien? –se extrañó ella, volviéndose hacia él-. ¿No vas a insistir más?
-No –certificó Gonzalo-. Lo he intentado y ya veo que no va a haber forma de hacerte cambiar de opinión.
María se acercó para besarle, agradecida por librarle de aquel tormento, pero Gonzalo la rechazó, sorprendiéndola.
-Está claro que no eres la mujer valiente que yo creía –le soltó con su voz teñida de decepción-. Eres capaz de abrir tumbas, de saltar desde lo alto de un acantilado pero no de montar en una simple bicicleta.
Su esposa arrugó el ceño, sintiendo sus palabras. Podría ser muchas cosas, pero no una cobarde.
-Está bien –anunció de pronto-. Tienes razón. No voy a dejar que una simple bicicleta pueda conmigo. De hoy no pasa. Aprenderé a montar.
Hizo ademán de levantarse pero Gonzalo la detuvo. Mostró una sonrisa de oreja a oreja.
-Ésta es mi María –declaró con un brillo de orgullo en los ojos que no pudo ocultar-. La que me enamoró desde el primer instante y que me sigue volviendo loco cada día.
Las mejillas de su esposa se tiñeron de rojo, avergonzada por su declaración, a la vez que su corazón latía con fuerza.
-Anda, zalamero –acercó su rostro al de él y le besó-. No sé cómo te las apañas para conseguir siempre lo que quieres de mí.
-Eso es porque me quieres tanto como yo a ti –sus ojos se convirtieron en una fina línea, desbordando el amor que sentía por ella.
Volvió a besarla, tumbándose ambos sobre la hierba.
-Gonzalo… -musitó ella, hipnotizada por su mirada-… la bicicleta.

-¿Qué bicicleta? –le acarició el rostro, dibujando con sus dedos el contorno de su mentón-. La bicicleta puede esperar… yo no.


2 comentarios:

  1. SIN PALABRAS!!
    qué maravilla, que gustazo, qué gozada leer relatos así de nuestros AA!!!!!!!!
    Ya podrían aprender los guionistas...
    no pares, por lo que más quieras, sigue deleitándonos con este tipo de relatos de ellos en Cuba, mucho mejor leer tu blog que ver el truño de serie en el que se ha convertido "el secreto de puente viejo"
    ah!! y el relato de la medallita también es para enmarcar... cómo me gusta ver a María celosilla, aunque sea un ratico. Lo mejor son las reconciliaciones, jeje
    pues dicho queda MIL GRACIAS Y CONTINÚA!!!!!

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  2. Muchísimas gracias por tus palabras. Me alegro mucho que te gusten ;)
    Y no te preocupes, sigo trabajando en un relato más largo, que espero tener pronto terminado. Os iré informando de los avances.

    Un besazo!!!!

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