EL PACTO (parte 2)
María había rezado para que al día siguiente
cayera un gran diluvio y así posponer los planes de Gonzalo.
Sin embargo, el sol lucía radiante sobre el
cielo azul, augurando un hermoso día.
Gonzalo la pilló mirando el cielo, con el
gesto torcido.
-Por más que reces no va a llover –le dijo
él en cuanto llegaron al prado.
Su esposa de cruzó de brazos, y apretó los
dientes.
-¿No has podido elegir otro lugar mejor?
–inquirió ella, irritada-. Se supone que necesitamos un terreno firme y sin
muchas alteraciones. ¿O quieres que me rompa algo?
-Mira que te gusta el dramatismo –le echó él
en cara, con ironía-. No te va a pasar nada. Ya verás que en cuanto aprendas,
no querrás dejarlo.
María miró la bicicleta que había llevado
Gonzalo. En mala hora había accedido a que él le enseñara a montar en una. Tan
solo había aceptado porque el trato implicaba que él aprendería a montar a
caballo; cosa que ya sabía hacer, como había descubierto el día anterior. De
manera que todo había sido una argucia de su esposo para tenerla en aquella
situación; muy divertida para él, pero un tormento para la joven.
Se acercó a él y soltó un leve suspiro.
-Y por qué no lo dejamos para otro día –le
pidió ella, posando sus manos sobre su pecho y lanzándole una mirada amorosa y
seductora-. Podríamos aprovechar este rato para otras cosas –pasó sus dedos por
las solapas de su chaleco, y bajó la mirada avergonzada.
Gonzalo la observó sin alterarse.
-¿Estás intentando comprarme? –sonrió él,
con cierta malicia-. María Castañeda de Castro, esto no me lo esperaba de ti.
La joven dio un paso atrás, sabiendo que
nada iba a hacerle cambiar de opinión.
-Está bien –tragó saliva y alzó el mentón
con dignidad-. Cuanto antes comencemos con esto, antes acabaremos.
Se dirigió hacia la bicicleta y la cogió del
manillar, llevándola hasta el centro del prado.
-Que quede claro que si te quedas viudo y
tus hijos sin madre, no es por mi culpa –le echó en cara ella.
-Lo tendré en cuenta, cariño –le contestó
Gonzalo, sin que su comentario le afectase-. Súbete al sillín.
Afortunadamente, María llevaba la ropa de
montar a caballo porque con un vestido o cualquier otra indumentaria, no habría
sido capaz de montar en bicicleta.
Gonzalo le indicó donde debía colocar los
pies.
-Al principio es complicado mantener el
equilibrio pero en cuanto lo consigas será coser y cantar.
-Muy fácil lo ves tú –miró los pedales
tratando de mantener el pie derecho sobre él.
-No te preocupes porque voy a guiarte y no
te dejaré sola hasta que consigas mantener el equilibrio –le explicó él,
queriendo tranquilizarla-. ¿Estás lista?
-No –dijo con firmeza María; su voz se tiñó
de temor al pensar que en cuanto diese el primer pedaleo caería de bruces al
suelo-. Pero qué remedio, si te has empeñado en que me despeñe.
Gonzalo negó con la cabeza, sin poder ocultar
una media sonrisa.
-Mira que eres cabezota –le dio un beso en
la mejilla para tranquilizarla-. Lo primero es tomar impulso. Es lo más difícil
cuando es la primera vez. Verás que la bicicleta no te responde y que vas dando
bandazos por la falta de equilibrio. Pero no temas que juntos lo conseguiremos.
La joven tomó aire y se concentró para
comenzar a pedalear.
Tal como le había dicho su esposo, lo más
complicado fue el primer paso. La rueda delantera parecía tener vida propia,
dirigiéndose a izquierda y derecha sin orden alguno.
Afortunadamente, Gonzalo la tenía cogida por
el sillín y el manillar en aquellos primeros compases para que comenzase a
perderle el miedo. Enseguida rodó en dirección recta y el temor a una caída fue
perdiendo fuerza.
Avanzaron unos cuantos metros con cautela,
para que María se hiciese a la bicicleta.
-Mantén la espalda recta –le ordenó Gonzalo,
después de dar varias vueltas por el prado. María pedaleaba cada vez con mayor
confianza. Su mal humor se había evaporado y el gesto concentrado de su rostro
indicaba que estaba atenta a los pequeños detalles que su esposo le indicara.
Sin que ella lo percibiera, Gonzalo fue
dejando que controlase el manillar. Ahora era la joven quien dirigía la
bicicleta mientras él tan solo la cogía del sillín.
Poco a poco, mejoraba el equilibrio y tan
concentrada estaba en no perderlo que cuando quiso darse cuenta, Gonzalo ya no
la tenía sujeta y era ella misma la que estaba montando en bicicleta, sin ayuda
de nadie.
De la sorpresa inicial pasó al pánico, que
le hizo perder el equilibrio y en unos segundos fue a parar al suelo.
Gonzalo corrió a su lado, preocupado. Quizá
la había dejado demasiado pronto sola.
-¡María, María! –gritó, asustado al verla en
el suelo.
La bicicleta estaba a un lado, tirada y la
joven permanecía quieta, con los ojos cerrados y sin moverse.
-¡María! Cariño –le cogió el rostro entre
las manos, sintiendo el corazón en un puño al verla en aquel estado-. Cariño,
abre los ojos.
Gonzalo sintió la congoja y el temor de que
algo malo le hubiese pasado a su esposa. Jamás se lo perdonaría.
Tras unos segundos que se le hicieron
eternos, y en los cuales no dejó de acariciarle el rostro, intentando que
volviese en sí, María abrió un ojo y sonrió con picardía.
-Te lo advertí, Gonzalo –murmuró ella, ante
la mirada preocupada de él-, si me pasaba algo recaería sobre tu conciencia.
El joven abrió la boca, entre sorprendido,
aliviado y enfadado por el susto.
-Serás…
Sin darle tregua, comenzó a hacerle
cosquillas. María se revolvió entre risas durante unos instantes hasta que él
tomó su rostro entre sus manos y la besó con pasión.
- Casi se me para el corazón pensando que te
había pasado algo; jamás me lo perdonaría –le confesó Gonzalo, apoyando su
cabeza al lado de la de ella y pasando el brazo sobre su cintura. María tan
solo tenía que girar un poco el rostro para tener los labios del joven junto a
los suyos.
Se quedaron unos segundos en silencio,
disfrutando de aquel instante de quietud, sintiendo sus respiraciones agitadas
y el sol cayendo sobre sus rostros mientras el sonido de los pájaros que
revoloteaban sobre los árboles más cercanos les llegaba, amortiguado por el
murmullo del agua del río.
-¿Ves como no ha sido tan malo como
pensabas? –dijo de pronto Gonzalo-. En apenas un par de sesiones más, serás
toda una experta.
-¡Qué! –se incorporó de golpe, asustada-.
¡Ni lo sueñes! Bastante he tenido por hoy.
-Pero mujer, si lo has hecho de guinda –la
piropeó Gonzalo, sentándose junto a ella y apoyando el mentón sobre su hombro,
en un gesto cariñoso.
-Ni hablar –negó con la cabeza-. No vuelvo a
subirme a este trasto endemoniado.
-Está bien –le concedió él, con
tranquilidad.
María frunció el ceño.
-¿Está bien? –se extrañó ella, volviéndose
hacia él-. ¿No vas a insistir más?
-No –certificó Gonzalo-. Lo he intentado y
ya veo que no va a haber forma de hacerte cambiar de opinión.
María se acercó para besarle, agradecida por
librarle de aquel tormento, pero Gonzalo la rechazó, sorprendiéndola.
-Está claro que no eres la mujer valiente
que yo creía –le soltó con su voz teñida de decepción-. Eres capaz de abrir
tumbas, de saltar desde lo alto de un acantilado pero no de montar en una
simple bicicleta.
Su esposa arrugó el ceño, sintiendo sus
palabras. Podría ser muchas cosas, pero no una cobarde.
-Está bien –anunció de pronto-. Tienes
razón. No voy a dejar que una simple bicicleta pueda conmigo. De hoy no pasa.
Aprenderé a montar.
Hizo ademán de levantarse pero Gonzalo la
detuvo. Mostró una sonrisa de oreja a oreja.
-Ésta es mi María –declaró con un brillo de
orgullo en los ojos que no pudo ocultar-. La que me enamoró desde el primer
instante y que me sigue volviendo loco cada día.
Las mejillas de su esposa se tiñeron de
rojo, avergonzada por su declaración, a la vez que su corazón latía con fuerza.
-Anda, zalamero –acercó su rostro al de él y
le besó-. No sé cómo te las apañas para conseguir siempre lo que quieres de mí.
-Eso es porque me quieres tanto como yo a ti
–sus ojos se convirtieron en una fina línea, desbordando el amor que sentía por
ella.
Volvió a besarla, tumbándose ambos sobre la
hierba.
-Gonzalo… -musitó ella, hipnotizada por su
mirada-… la bicicleta.
-¿Qué bicicleta? –le acarició el rostro,
dibujando con sus dedos el contorno de su mentón-. La bicicleta puede esperar…
yo no.
SIN PALABRAS!!
ResponderEliminarqué maravilla, que gustazo, qué gozada leer relatos así de nuestros AA!!!!!!!!
Ya podrían aprender los guionistas...
no pares, por lo que más quieras, sigue deleitándonos con este tipo de relatos de ellos en Cuba, mucho mejor leer tu blog que ver el truño de serie en el que se ha convertido "el secreto de puente viejo"
ah!! y el relato de la medallita también es para enmarcar... cómo me gusta ver a María celosilla, aunque sea un ratico. Lo mejor son las reconciliaciones, jeje
pues dicho queda MIL GRACIAS Y CONTINÚA!!!!!
Muchísimas gracias por tus palabras. Me alegro mucho que te gusten ;)
ResponderEliminarY no te preocupes, sigo trabajando en un relato más largo, que espero tener pronto terminado. Os iré informando de los avances.
Un besazo!!!!