LA MEDALLITA (parte 1)
El sol de la tarde comenzaba a decaer cuando
María enfiló el polvoriento camino hacia la hacienda Casablanca, donde había
quedado con Gonzalo para ir a cabalgar cuando terminara la jornada en los
campos.
Ambos habían convertido aquellos paseos casi
en un ritual, pues era de los pocos momentos que tenían para estar juntos y
disfrutar en la intimidad de su mutua compañía. María, mucho mejor amazona que
Gonzalo, le había enseñado a su esposo a montar a caballo, pues aunque el joven
sabía hacerlo, le faltaba técnica y práctica. Cada vez que recordaba cómo había
sido su primera clase de equitación, María no podía ocultar una sonrisa. Aquel
recuerdo quedaría grabado para siempre en su memoria; como tantos otros vividos
juntos.
A medida que se fue acercando a la gran
portalada que daba acceso a la hacienda, la joven se fue encontrando por el
camino con jornaleros que, una vez terminada la jornada, volvían a sus casas. Al
reconocerla, la saludaban con una inclinación de cabeza y ella les devolvía el
saludo con el mismo gesto, acompañándolo de una sonrisa.
Al traspasar la puerta principal, encima de
la cual podía leerse el nombre “Casablanca”, María pudo divisar a lo lejos a
Gonzalo, quien estaba acompañado por una muchacha que, a primera vista, María
no pudo distinguir de quien se trataba, pues llevaba su cabello oculto tras un
pañuelo oscuro, como muchos de los campesinos del lugar; y sus ropas parecían
algo desgastadas a pesar del largo delantal que cubría la falda.
La primera impresión que tuvo la esposa de
Gonzalo al verla fue recordar a su tía Mariana, pues vestían igual. Sin
embargo, la muchacha que charlaba con Gonzalo era más bajita y joven que su
querida tita.
Conforme fue acercándose a ellos, María se
dio cuenta de la excitación que embargaba a la muchacha, por sus gestos. Se
retorcía las manos sin descanso y hablaba con cierta rapidez, aunque la joven
no podía escucharla desde su posición. Gonzalo la escuchaba con atención y de
repente, la muchacha le colocó algo que retorcía entre las manos, en las suyas,
obligándole a cerrarlas para que él se quedará con lo que acababa de darle.
Acto seguido le mostró una amplia sonrisa, se puso de puntillas y le dio un
beso en la mejilla.
María se detuvo al ver la escena. ¿Quién era
aquella muchacha y por qué besaba a su esposo? ¿Qué le habría entregado? Sus
latidos se aceleraron, buscando una explicación coherente a lo que estaba
viendo.
Entonces, el rostro de la muchacha se volvió
en su dirección y al verla llegar, perdió el color y se marchó en otra
dirección evitando cruzarse con ella directamente.
María retomó el paso para llegar junto a su
esposo que se guardó en el bolsillo lo que fuese que le había dado aquella
muchacha.
Al ver a María sonrió y la saludó con un
beso en los labios como solía hacer siempre.
-Ya estás aquí –comentó él con total
naturalidad-. Voy a pedir que ensillen los caballos.
Iba a marcharse hacia las cuadras para dar
la orden pero María le detuvo.
-¿Quién era esa muchacha? –la joven no pudo
aguantarse la pregunta, tratando de mostrarse serena cuando una garra invisible
le corroía en su interior-. Me suena su cara pero no…
-Adelita –dijo Gonzalo mirándola fijamente-.
La hija del herrero. La habrás visto por el pueblo.
Entonces María la recordó. La hija de
Carlos, el herrero. Una muchacha de apenas dieciséis años que había estado en
sus clases tiempo atrás pero que había dejado de acudir porque tenía que cuidar a su difunta madre. Luego, tras la
muerte de ésta, ya no regresó.
-¿Y qué quería?
-Nada. Tontunas de chiquilla –declaró él; y
cortó el interrogatorio-. Vuelvo enseguida.
María le dejó ir a las cuadras mientras su
mente no dejaba de darle vueltas a lo que había visto. Aquella muchacha le
había dado algo a su esposo, y Gonzalo se lo había guardado. ¿Qué sería? ¿Por
qué no le había contado nada? La joven tragó saliva para serenarse. No tenía
motivos para desconfiar de Gonzalo. Nunca se los había dado y no iba a comenzar
ahora a desconfiar por una tontería… Sin embargo, la mirada sorprendida de
Adelita cuando la había visto junto a él denotaba que ocultaba algo. ¿Temor?
¿Miedo? ¿Sorpresa al encontrarla hablando con Gonzalo?
Quizá solo fuese la mente de María que veía
cosas donde no las había, se dijo a sí misma y trató de olvidar aquella escena.
En cuanto Gonzalo regresó con los dos
caballos ensillados, ambos montaron, cada uno en el suyo, y salieron al galope
hacia el bosque, buscando la ribera del río; su lugar favorito para pasear.
Por mucho que María quiso olvidarse de lo
que había visto, su mente la traicionaba una y otra vez, provocándole una punzada
en el corazón; una sensación de vértigo que solo había sentido una vez con
anterioridad y que no le gustó en absoluto tener que recordarla. Se negaba a
admitirlo, pero estaba celosa. Y no porque desconfiase de Gonzalo sino porque
no se fiaba de la muchacha, pues aunque había tratado de negárselo, sabía
distinguir cuando una mujer coqueteaba con un hombre; y eso era lo que la tal
Adelita había hecho con su esposo: coquetear; y en su presencia, de ahí el
azoramiento al verla llegar.
Por su parte, Gonzalo, ajeno a los
pensamientos de su esposa, se mostró con ella tan cariñoso como de costumbre, atento
a cualquier cosa que necesitara; le contó cómo había sido su día de trabajo en
la finca y lo que estaban avanzando en el cultivo de los campos que hasta hacía
pocos meses eran yermos y casi irrecuperables. Y pese a todo intento por
hacerla sonreír, la percibió fría y algo distante, aunque lo achacó a un
posible cansancio. Por eso, prefirió dar por terminado el paseo antes de lo
habitual, creyendo que a María le vendría bien regresar a casa.
Sin embargo, aquel cambio lo único que
provocó en ella fue una mayor desazón, relacionándolo con la muchacha y no con
otro motivo.
Al llegar a casa, Gonzalo decidió ir a darse
un baño como solía hacer cada día al volver del campo.
Durante el camino de regreso, María había
estado más callada de lo normal y apenas habían cruzado un par de palabras. Su
esposo no comprendía a qué podía deberse su mutismo y pensó en invitarla a
bañarse con él para que le contase qué le sucedía.
-¿Por qué no nos damos un baño juntos? –le
propuso cogiéndola por la cintura y tratando de darle un beso que la joven
aceptó a medias, apartando algo el rostro.
-En otro momento –se disculpó ella, pues
tenía en mente otra cosa-. Ve tú –Gonzalo frunció el ceño. María estaba muy
rara y no le gustaba verla así-. Voy a ver cómo están los niños y si necesitan
algo antes de que cenemos.
Sin darle tiempo a una réplica, la joven
salió del cuarto.
Gonzalo se quedó unos segundos mirando la
puerta. ¿Qué le sucedía a María? ¿Le habría pasado algo que no le había
contado? El joven se dijo que tras el baño hablaría con ella para aclarar qué
la tenía en aquel estado.
Mientras Gonzalo se bañaba en la alcoba
contigua, María regresó al cuarto tratando de no hacer ruido. Se detuvo,
buscando con la mirada dónde estaban las ropas de su esposo, y las encontró sobre
uno de los sillones. ¿Seguiría allí lo que Adelita le había entregado con tanto
misterio? Dio dos pasos hacia el sillón y se detuvo. No. No podía hacer
aquello. Confiaba en Gonzalo y si él no le había enseñado nada era porque no
debía de tener mayor importancia.
Había sido mala idea, se dijo para sí misma;
había tratado de evitar a su esposo para revisar sus cosas y ahora se
arrepentía de ello. Dio media vuelta para ir a cambiarse la ropa de montar y
acudir junto a Gonzalo tal como le había propuesto hacía unos minutos pero… sus
pasos se volvieron de nuevo y sin pensárselo dos veces rebuscó en los bolsillos
del pantalón.
Tenía que salir de dudas cuanto antes, se
dijo, con el corazón en un puño; deseando que sus temores solo fueran humo y
que de seguro terminaría riéndose de sus celos sin fundamento.
De repente sus dedos tropezaron con un
diminuto objeto redondo y fino que colgaba de una especie de cadenita.
María sacó una medalla de plata, redonda, de
la virgen de la Caridad, patrona de Cuba. La sostuvo en la palma de su mano y
al darle la vuelta pudo leer un pequeño grabado que rezaba:
Para mi Martín
Te amo
Al leer aquellas palabras, algo dentro de
María se rompió. No por Gonzalo, ni por su fidelidad, sino porque por primera
vez era consciente de que su marido podía atraer a otras mujeres, algo que no
había tenido en cuenta hasta entonces.
Aquel pequeño trozo de metal lo confirmaba y
le quemaba en la mano como si fuera una brasa ardiendo.
-María… ¿qué estás haciendo?
La voz de Gonzalo tras ella le hizo pegar un
brinco. Su primer pensamiento fue tratar de disimular pero quería terminar con
aquello cuanto antes. No quería secretos entre ellos.
Se volvió, tratando de mantener el gesto
sereno pero su mirada sombría la delataba. Extendió la palma de la mano y le
mostró a su esposo la medallita.
-¿Qué significa esto? –le preguntó ella a
media voz; manteniendo sus ojos fijos en él.
CONTINUARÁ...
Uffff,esto no se hace,no se si podre esperar a ver el desenlace .Precioso como era de esperar Mel.Te he dicho alguna vez que me encantan tus relatos?????Muchas gracias por hacernos soñar!!!
ResponderEliminarJo Mel cada relato que pones mas me gusta que el anterior jo me encanta un beso
ResponderEliminarMuchas gracias a tod@s!!!! Me alegro que los disfrutéis!!! Un beso para tod@s!!!
ResponderEliminarMe encantaaa , no se si podre aguantar para ver la segunda parte :)) Un besazoo mel
ResponderEliminarEn unos minutos el desenlace Ángela. Un beso para ti también ;)
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