CAPÍTULO 384: PARTE 2
Poco después, don Anselmo y Gonzalo se
despidieron de sus anfitrionas. Doña Francisca aprovechó un instante asolas con
Gonzalo para dejarle claro que no le gustaban los curas revolucionarios y que
si quería que se llevaran bien lo mejor sería que no se metiese en sus asuntos.
Si la señora pensaba que con aquellas advertencias el joven se amedrantaría,
estaba bien equivocada y así se lo hizo saber él; siempre ayudaría a quién le
necesitara y no iba a acatar ninguna orden de personas como ella. La Montenegro
terminó por decirle que a las personas que se metían en su camino las aplastaba
sin piedad y que tan solo esperaba que él no fuese una de ellas.
A la mañana siguiente, María acudió al Jaral
a visitar a su tío Tristán quien iba a salir pero ella logró convencerle para
que se quedara un rato. La muchacha aprovechó para convencerle de realizar una
reunión allí mismo para rezar por el alma de Pepa. Sabía que su tío no era
hombre creyente desde la muerte de su esposa, pero las gentes del pueblo
querían hacerle un homenaje a la que fuese la mejor partera de la Comarca. Su
tío, incapaz de negarle nada, accedió a ello y terminó por marcharse.
Con el beneplácito de Tristán para realizar
el rezo, María acudió después a la casa parroquial para informar a don Anselmo.
Al entrar, la muchacha se quedó paralizada en la puerta.
-Buenos días –balbuceó, sin poder apartar la
mirada de Gonzalo.
El
joven se estaba vistiendo y apenas llevaba puesta la camisa de tirantes. Al
verla llegar continuó colocándose la sotana.
-¿A ti no te han enseñado a llamar a la
puerta? –le recriminó él mientras se vestía.
-Discúlpame… solo… quería…
La muchacha logró avanzar unos pasos
mientras Gonzalo cogió el alzacuello para colocárselo.
-¿Qué? –insistió él, ajeno a la turbación
que estaba provocando en ella para quien era la primera vez que veía a un joven
semidesnudo-. ¿Qué quieres?
-Espera –tragó saliva y se quitó los
guantes.
María no se lo pensó dos veces y se acercó
para ayudarle a colocarse el alzacuellos.
-Ayudarte –sonrió ella con inocencia y sin
poder apartar sus ojos de los de él-. Que veo que aún no estás muy ducho y eres
capaz de rebanarte el gaznate.
Gonzalo sintió como su corazón se aceleraba
al contemplar la mirada limpia de María. La joven atesoraba una pureza que él
nunca antes había visto en otras personas. Por un instante pareció que el
tiempo se detenía y que solo existían ellos. Una fuerza superior les impedía
romper aquel contacto visual.
-Pues… sí que tienes su intríngulis esto
–murmuró María con un cosquilleo en el estómago y la boca seca.
Gonzalo hizo un esfuerzo y logró apartarla
lentamente.
-Me dirás ahora por qué has venido o solo
pretendías importunarme –le soltó el joven todavía turbado.
-Nada más lejos –declaró la María con
dignidad y mirándose los guantes-. Vengo en son de paz para pediros a don
Anselmo y a ti que dirijáis el rezo del rosario por el alma de Pepa. La mujer
de la tumba que te intrigaba.
-La que estaba vacía –cada vez que se
mencionaba a su madre, Gonzalo no podía ocultar su interés.
-Justo –afirmó la muchacha viendo como el
joven terminaba de abrocharse la sotana-. Don Anselmo ya se ha comprometido
conmigo a rezar el rosario así que… solo quedas tú.
-¿Irá… Tristán Castro? –quiso saber. Después
de su primer encontronazo con su padre no sabía cómo reaccionaría al verle de
nuevo.
-Naturalmente que irá. Fue su esposo –apuntó
María con firmeza-. Y como te prometí te lo presentaré como es debido para que
hagáis buenas migas. Creo que es una buena razón para acudir.
-Está bien –accedió finalmente él-. Iré.
Además… será una ocasión propicia para conversar con la gente que conoció a
Pepa.
María entrecerró los ojos. No se le había
pasado por alto el interés que sentía Gonzalo por la historia de Pepa y así se
lo hizo saber.
-Primero te sorprendo rezándole a su tumba y
ahora aceptas mi ofrecimiento solo para saber más sobre ella. Me sorprende el
interés que sientes hacia su persona.
Gonzalo apartó la mirada de ella. La
muchacha era demasiado avispada y no se la podía mentir con facilidad; así que
buscó una excusa que fuese bastante creíble.
-Me interesa porque no es habitual encontrar
a alguien de quien hablen tan bien y de manera tan unánime Pensé que quizá
podría aprender algo de la pureza y de la bondad que dicen atesoraba.
-¿Y qué tienes que aprender tú sobre pureza
y bondad? –le preguntó ella sin ocultar su interés a pesar de saber que su
pregunta pudiera parecer grosera-. ¿Acaso no sabes ya todo lo que hay que
saber?
-Yo menos que nadie –declaró Gonzalo con
seriedad-. He cometido muchos errores en mi vida –su semblante se ensombreció
con recuerdos del pasado. Recuerdos dolorosos-. Demasiados.
-¡Diantre! –trató de quitarle importancia
María-. ¿Tantos han sido para que pongas ese semblante de funeral?
-En absoluto –le sonrió él-. Es solo que a
veces me ocurre que de tanto ensayar el dramatismo en los sermones pongo
énfasis donde no debiera –bromeó-. No me hagas el menor caso. Voy a conversar
con don Anselmo. Si he de dirigir el rezo con él habré de prepararme antes. En
marcha.
María asintió en silencio y mientras Gonzalo
buscaba a don Anselmo, ella regresó a la Casona para arreglarse.
CONTINUARÁ...
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