CAPÍTULO 48
La mañana en la Casona comenzó con el
desayuno de rigor a pesar de lo ocurrido la noche anterior. La guardia civil
después de haber apresado a Gonzalo y llevárselo al cuartelillo, se quedó un
buen rato, tomando declaración a todos los habitantes de la casa, incluidos los
criados y doncellas. Nadie se libró del interrogatorio.
-¿Habéis visto que maravillosa mañana hace
hoy? –declaró la Montenegro, sin ocultar su buen humor. Se llevó la taza de
café a los labios y bebió. Ese día todo estaba a su gusto-. Qué lástima que
tenga tanto trabajo acumulado sino saldría a dar un paseo por los jardines.
Bosco y el gobernador la acompañaban, sin
embargo sus estados de ánimo no eran tan buenos como el de Francisca y a ambos les había abandonado el apetito. De
sobra sabían que su buen humor se debía a lo acontecido con Gonzalo; pero lo
que para la Montenegro era un triunfo, para los dos hombres no dejaba de ser
una sorpresa.
En un primer momento, cuando la guardia
civil entró en la Casona alegando que habían sido informados de que el famoso
Anarquista pensaba entrar de nuevo allí con la intención de robar en la caja
fuerte, la señora se enojó. ¿Qué clase de seguridad tenía la Casona? ¿Acaso no
pagaba bien a Mauricio y al resto de sus empleados para mantener su hogar
seguro de bandidos? Sin embargo, cuando descubrió que bajo aquel disfraz de
enmascarado se encontraba el hijo de la partera, una de las personas que más
odiaba en el mundo, su actitud cambió radicalmente. Sin que ella hubiese hecho
nada, aquel pobre infeliz había caído solito y ahora estaba a su merced. Tenía
a Gonzalo justo donde quería: entre rejas; y esperaba que por una buena
temporada.
-Bosco, querido, ¿vas a ir después al
cuartelillo? –le preguntó la señora-. Hay que formalizar la denuncia contra ese
bandido.
Su protegido levantó la mirada del plato.
-Perdone, ¿qué decía? –inquirió el muchacho,
volviendo a la realidad. Era evidente que no había escuchado nada de lo que la
señora había dicho.
-Te recordaba que hay que formalizar la
denuncia contra Gonzalo –repitió ella, sin perder su buen humor-. No voy a
dejar que salga de rositas de ésta. Esta vez no podrá hacerlo. Fue una
estupidez entrar aquí. Ahora ya sabemos que él era ese tal Anarquista –escupió
con odio-; y por si fuese poco me amenazó públicamente… No dejaré pasar este
agravio. Voy a contratar a Jiménez, ese abogado sabe cómo hacer las cosas. Mi
querido “nieto” va a pasar una buena temporada en prisión... –se quedó unos
instantes pensativa-. Incluso puede que pida garrote por haber osado
amenazarme.
-Yo sigo consternado por lo ocurrido –habló
el gobernador por primera vez, dejando su tostada de mantequilla a mitad-. El
señor Castro… -negó con la cabeza sin poder creerlo todavía-. Quién iba a
decirlo… con lo buena persona que parecía. E Isabel…
Ninguno de los presentes había mencionado a
la muchacha hasta ese momento, aunque todos la tenían en el pensamiento. La
nieta del gobernador seguía en su cuarto, descansando.
Casi
había supuesto mayor sorpresa saber que había sido ella quien le había tendido
una trampa al Anarquista para que entrase en la Casona y así ser descubierto,
que conocer su identidad.
Don Federico no salía de su asombro. Su
propia nieta se había estado relacionando con aquel individuo, poniendo su vida
en peligro tan solo por desenmascararle frente a todo el mundo; o al menos esa
era la versión que la muchacha les había dado.
Por el contrario, doña Francisca estaba
encantada con la joven, pues había demostrado tener arrestos al hacer algo así.
La Montenegro jamás lo hubiese imaginado de ella.
-No le dé más vueltas, don Federico –trató
de quitarle importancia la señora-. Su nieta ha demostrado un gran arrojo al
urdir ella sola ese plan. Es digna de admiración.
-No sé yo… -el gobernador seguía sin
tenerlas todas consigo. Para él Isabel seguía siendo su pequeña y pensar en lo
que había hecho no le enorgullecía en absoluto-. Ha sido toda una imprudencia
por su parte. Ponerse en peligro de ese modo tan solo por… ¿Y si ese bandido le
hubiera hecho algo? No quiero ni pensarlo.
-Y no lo haga –le pidió Francisca, con
calma-. Lo que tiene que pensar ahora es que afortunadamente todo ha salido
bien e Isabel está sana y salva. Además, al descubrir a ese bandido le ha
salvado a usted de cometer un grave error.
-¿A qué se refiere? –inquirió el hombre sin
entenderla. Dejó su taza de café sobre la mesa.
-Pues a que imagínese que habría pasado si
llega a hacer negocios con los Castro… El buen apellido de los Ramírez quedaría
manchado de por vida, asociado a ese delincuente –soltó la Montenegro, con
fingido pesar. Otra de las consecuencias de haber descubierto a Gonzalo era que
el negocio que el gobernador pensaba hacer con los vinos de los Castañeda,
seguramente quedaría anulado. Francisca sabía que para don Federico el honor y
la rectitud eran primordiales y no querría verse relacionado con un bandido.
-No había pensado en ello, la verdad
–confesó el abuelo de Isabel, pensativo-. Pero es cierto, después de lo
ocurrido no puedo seguir adelante con este negocio. Bajo ningún concepto puede
verse mi buen nombre manchado.
La Montenegro sonrió débilmente, celebrando
su victoria. De un plumazo, y sin hacer nada, se había deshecho de sus
enemigos. ¿Qué más podía pedir?
Se volvió hacia su protegido que seguía
meditabundo. La señora frunció el ceño. ¿Qué rondaba por la mente de Bosco?
¿Qué era aquello que le tenía tan abstraído?
-Querido, ¿te encuentras bien? –le preguntó.
El muchacho volvió a mirarla. Sus ojos
parecían tristes.
-Sí, es solo qué…
-Ahora que lo pienso –le interrumpió
Francisca, recordando lo ocurrido la noche anterior-. Anoche ibas a decirnos
algo importante cuando llegó la guardia civil. ¿Qué era?
Bosco palideció de golpe.
-Yo… -tragó saliva, sin saber qué decir. No
era el momento de hacer públicas sus intenciones. Después de todo lo ocurrido,
ahora no se veía con fuerzas de enfrentarse ni a doña Francisca ni al
gobernador. Tendría que buscar el momento oportuno más adelante-, no lo
recuerdo. No debía de ser tan importante.
En ese momento Fe entró en el salón portando
la correspondencia. La Montenegro le indicó que la dejase en la mesa del
despacho.
-Fe, sube al cuarto de la señorita Isabel, a
ver si se encuentra bien. Después de lo ocurrido anoche… –le ordenó la señora
cuando regresó al salón-. Me gustaría hablar con ella –se dirigió a Bosco-.
Aprovechando que vas al cuartelillo a formalizar la denuncia, sería bueno que
Isabel te acompañase y declarara ante el juez. No hay que alargarlo mucho,
cuanto antes solucionemos este tema, mejor que mejor. No es un trago agradable
ser testigo de algo así –se volvió de nuevo hacia Fe que no se había movido del
sitio-. ¿A qué esperas, haragana? Ve a buscar a la señorita.
-Disculpe, seña Francisca –repuso la
doncella-, pero la señorita Isabel ya se encuentra levantá desde hace la tira
de rato; y hasta ha desayunao la mar de bien.
-¿Y por qué no ha bajado a desayunar con
nosotros? –intervino don Federico con el gesto preocupado.
Fe se encogió de hombros sin saber qué
responder.
-Se sentirá avergonzada por lo ocurrido –añadió
el abuelo de la muchacha, tratando de disculparla-. ¡Pobrecita mía! Lo que
habrá tenido que pasar. No me lo quiero ni imaginar.
-Pos yo la he visto la mar de contenta y
risueña –se atrevió a decir Fe con su habitual desparpajo, dejando a todos los
presentes sorprendidos-. Con dicirles que hasta me ha pidio que mande ensillar
un caballo pa salir a pasiar…-los tres se miraron sin comprender nada-.
Entonces…, ¿qué hago? ¿Subo, no subo?
Francisca le hizo un gesto vago con la mano.
-Sube y dile que queremos hablar con ella.
La doncella hizo una leve reverencia y subió
al piso superior a llamar a la señorita Isabel.
Mientras, en el salón, terminaron de
desayunar.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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