martes, 24 de febrero de 2015

CAPÍTULO 48 
La mañana en la Casona comenzó con el desayuno de rigor a pesar de lo ocurrido la noche anterior. La guardia civil después de haber apresado a Gonzalo y llevárselo al cuartelillo, se quedó un buen rato, tomando declaración a todos los habitantes de la casa, incluidos los criados y doncellas. Nadie se libró del interrogatorio.
-¿Habéis visto que maravillosa mañana hace hoy? –declaró la Montenegro, sin ocultar su buen humor. Se llevó la taza de café a los labios y bebió. Ese día todo estaba a su gusto-. Qué lástima que tenga tanto trabajo acumulado sino saldría a dar un paseo por los jardines.
Bosco y el gobernador la acompañaban, sin embargo sus estados de ánimo no eran tan buenos como el de Francisca y  a ambos les había abandonado el apetito. De sobra sabían que su buen humor se debía a lo acontecido con Gonzalo; pero lo que para la Montenegro era un triunfo, para los dos hombres no dejaba de ser una sorpresa.
En un primer momento, cuando la guardia civil entró en la Casona alegando que habían sido informados de que el famoso Anarquista pensaba entrar de nuevo allí con la intención de robar en la caja fuerte, la señora se enojó. ¿Qué clase de seguridad tenía la Casona? ¿Acaso no pagaba bien a Mauricio y al resto de sus empleados para mantener su hogar seguro de bandidos? Sin embargo, cuando descubrió que bajo aquel disfraz de enmascarado se encontraba el hijo de la partera, una de las personas que más odiaba en el mundo, su actitud cambió radicalmente. Sin que ella hubiese hecho nada, aquel pobre infeliz había caído solito y ahora estaba a su merced. Tenía a Gonzalo justo donde quería: entre rejas; y esperaba que por una buena temporada.
-Bosco, querido, ¿vas a ir después al cuartelillo? –le preguntó la señora-. Hay que formalizar la denuncia contra ese bandido.
Su protegido levantó la mirada del plato.
-Perdone, ¿qué decía? –inquirió el muchacho, volviendo a la realidad. Era evidente que no había escuchado nada de lo que la señora había dicho.
-Te recordaba que hay que formalizar la denuncia contra Gonzalo –repitió ella, sin perder su buen humor-. No voy a dejar que salga de rositas de ésta. Esta vez no podrá hacerlo. Fue una estupidez entrar aquí. Ahora ya sabemos que él era ese tal Anarquista –escupió con odio-; y por si fuese poco me amenazó públicamente… No dejaré pasar este agravio. Voy a contratar a Jiménez, ese abogado sabe cómo hacer las cosas. Mi querido “nieto” va a pasar una buena temporada en prisión... –se quedó unos instantes pensativa-. Incluso puede que pida garrote por haber osado amenazarme.  
-Yo sigo consternado por lo ocurrido –habló el gobernador por primera vez, dejando su tostada de mantequilla a mitad-. El señor Castro… -negó con la cabeza sin poder creerlo todavía-. Quién iba a decirlo… con lo buena persona que parecía. E Isabel…
Ninguno de los presentes había mencionado a la muchacha hasta ese momento, aunque todos la tenían en el pensamiento. La nieta del gobernador seguía en su cuarto, descansando.
 Casi había supuesto mayor sorpresa saber que había sido ella quien le había tendido una trampa al Anarquista para que entrase en la Casona y así ser descubierto, que conocer su identidad.
Don Federico no salía de su asombro. Su propia nieta se había estado relacionando con aquel individuo, poniendo su vida en peligro tan solo por desenmascararle frente a todo el mundo; o al menos esa era la versión que la muchacha les había dado.
Por el contrario, doña Francisca estaba encantada con la joven, pues había demostrado tener arrestos al hacer algo así. La Montenegro jamás lo hubiese imaginado de ella.
-No le dé más vueltas, don Federico –trató de quitarle importancia la señora-. Su nieta ha demostrado un gran arrojo al urdir ella sola ese plan. Es digna de admiración.
-No sé yo… -el gobernador seguía sin tenerlas todas consigo. Para él Isabel seguía siendo su pequeña y pensar en lo que había hecho no le enorgullecía en absoluto-. Ha sido toda una imprudencia por su parte. Ponerse en peligro de ese modo tan solo por… ¿Y si ese bandido le hubiera hecho algo? No quiero ni pensarlo.
-Y no lo haga –le pidió Francisca, con calma-. Lo que tiene que pensar ahora es que afortunadamente todo ha salido bien e Isabel está sana y salva. Además, al descubrir a ese bandido le ha salvado a usted de cometer un grave error.
-¿A qué se refiere? –inquirió el hombre sin entenderla. Dejó su taza de café sobre la mesa.
-Pues a que imagínese que habría pasado si llega a hacer negocios con los Castro… El buen apellido de los Ramírez quedaría manchado de por vida, asociado a ese delincuente –soltó la Montenegro, con fingido pesar. Otra de las consecuencias de haber descubierto a Gonzalo era que el negocio que el gobernador pensaba hacer con los vinos de los Castañeda, seguramente quedaría anulado. Francisca sabía que para don Federico el honor y la rectitud eran primordiales y no querría verse relacionado con un bandido.
-No había pensado en ello, la verdad –confesó el abuelo de Isabel, pensativo-. Pero es cierto, después de lo ocurrido no puedo seguir adelante con este negocio. Bajo ningún concepto puede verse mi buen nombre manchado.
La Montenegro sonrió débilmente, celebrando su victoria. De un plumazo, y sin hacer nada, se había deshecho de sus enemigos. ¿Qué más podía pedir?
Se volvió hacia su protegido que seguía meditabundo. La señora frunció el ceño. ¿Qué rondaba por la mente de Bosco? ¿Qué era aquello que le tenía tan abstraído?
-Querido, ¿te encuentras bien? –le preguntó.
El muchacho volvió a mirarla. Sus ojos parecían tristes.
-Sí, es solo qué…
-Ahora que lo pienso –le interrumpió Francisca, recordando lo ocurrido la noche anterior-. Anoche ibas a decirnos algo importante cuando llegó la guardia civil. ¿Qué era?
Bosco palideció de golpe.
-Yo… -tragó saliva, sin saber qué decir. No era el momento de hacer públicas sus intenciones. Después de todo lo ocurrido, ahora no se veía con fuerzas de enfrentarse ni a doña Francisca ni al gobernador. Tendría que buscar el momento oportuno más adelante-, no lo recuerdo. No debía de ser tan importante.
En ese momento Fe entró en el salón portando la correspondencia. La Montenegro le indicó que la dejase en la mesa del despacho.
-Fe, sube al cuarto de la señorita Isabel, a ver si se encuentra bien. Después de lo ocurrido anoche… –le ordenó la señora cuando regresó al salón-. Me gustaría hablar con ella –se dirigió a Bosco-. Aprovechando que vas al cuartelillo a formalizar la denuncia, sería bueno que Isabel te acompañase y declarara ante el juez. No hay que alargarlo mucho, cuanto antes solucionemos este tema, mejor que mejor. No es un trago agradable ser testigo de algo así –se volvió de nuevo hacia Fe que no se había movido del sitio-. ¿A qué esperas, haragana? Ve a buscar a la señorita.
-Disculpe, seña Francisca –repuso la doncella-, pero la señorita Isabel ya se encuentra levantá desde hace la tira de rato; y hasta ha desayunao la mar de bien.
-¿Y por qué no ha bajado a desayunar con nosotros? –intervino don Federico con el gesto preocupado.
Fe se encogió de hombros sin saber qué responder.
-Se sentirá avergonzada por lo ocurrido –añadió el abuelo de la muchacha, tratando de disculparla-. ¡Pobrecita mía! Lo que habrá tenido que pasar. No me lo quiero ni imaginar.
-Pos yo la he visto la mar de contenta y risueña –se atrevió a decir Fe con su habitual desparpajo, dejando a todos los presentes sorprendidos-. Con dicirles que hasta me ha pidio que mande ensillar un caballo pa salir a pasiar…-los tres se miraron sin comprender nada-. Entonces…, ¿qué hago? ¿Subo, no subo?
Francisca le hizo un gesto vago con la mano.
-Sube y dile que queremos hablar con ella.
La doncella hizo una leve reverencia y subió al piso superior a llamar a la señorita Isabel.
Mientras, en el salón, terminaron de desayunar.

CONTINUARÁ...


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