miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPÍTULO 38 
Gonzalo entró en el salón del Jaral esperando encontrar a María. Al no verla se extrañó. ¿Dónde se hallaba su esposa? Su ausencia solo hacía que preocuparle más de lo que ya estaba.
-Martín –dijo Candela, saliendo del despacho-. ¿Ya estás aquí?
-Hola Candela –la saludó, algo desorientado-. Sí, me he retrasado un poco porque quería pasar antes por la casa de comidas para ver si Emilia o Alfonso necesitaban que trajese algo, pero ya está todo solucionado.
-Menos mal que Emilia se ha ofrecido a hacer la cena –declaró la esposa de Tristán-. Con todo el jaleo que he tenido en la confitería y sin la ayuda de Rosario en esta casa… no tendríamos comida hoy.
Gonzalo puso los brazos en jarra, recordando el problema que tenía Candela en su negocio. Tan grande había sido el contratiempo que incluso no había ido a comer al Jaral; ni ella ni su padre.
-Es verdad –recordó-. Y dígame, Candela, ¿al final han podido solucionar el atasco del horno?
La buena mujer tomó asiento en el sofá.
-Después de llevarnos todo el día, sí –le explicó. Gonzalo se sentó frente a ella-. Si no hubiese sido por tu padre seguiría sin poder poner el horno en marcha. Al parecer algún pájaro había hecho su nido en lo alto de la chimenea, y hasta que hemos podido acceder allí y quitarlo… nos ha costado un mundo. Luego hemos tenido que quitar la maraña de hojas secas que se habían acumulado y cuando ya pensábamos que estaba solucionado resulta que el tiro no iba bien –suspiró, al recordar el incidente-. En fin, que después de perder todo el día, Tristán ha logrado arreglarlo y he podido dejar lista la masa para mañana.
Gonzalo forzó una media sonrisa.
-Me alegro –declaró con sinceridad-. ¿Y mi padre, dónde está ahora?
-Arriba, cambiándose. No veas cómo se ha puesto entre el hollín y las hojas secas. Menos mal que Esperancita se ha portado fenomenal y se ha entretenido arriba de la confitería, porque sino…
Candela se detuvo al darse cuenta que Gonzalo no la estaba escuchando. La mente del joven vagaba por otros lares.
-Martín –posó una mano sobre la de él, preocupada por su semblante abstraído-, ¿te encuentras bien?
El hijo de Tristán volvió a la realidad.
-Disculpe, Candela. Tenía la mente en otro lado.
-Eso veo. ¿Hay algo que te preocupa, hijo?
Gonzalo pareció pensárselo dos veces antes de asentir levemente. Candela era para él como la madre que había perdido a tan temprana edad, y a quién le contaba en su etapa de sacerdote todo lo que le preocupaba y atormentaba, pues de alguna manera, ella también sufría por aquella época la indiferencia de Tristán. Desde entonces, la buena mujer se había convertido en su mayor confidente.
-Cómo me conoce –le confesó con una media sonrisa.
-Eres como un libro abierto. Y enseguida se sabe cuándo algo te preocupa. ¿Quieres contármelo?
-Se trata de María –confesó, y al hacerlo algo en su interior se liberó-. Estoy preocupado por ella –Candela ladeó la cabeza, escuchando atentamente-. Lleva unos días de lo más extraña, como ausente. No sé cómo explicarlo. Parece que tiene la mente en otro lado y se le olvidan las cosas.
-Pues, sinceramente, no me había fijado –confesó Candela, sintiéndose culpable por no haberse dado cuenta.
-Hoy, sin ir más lejos –continuó Gonzalo-, tenía que ir antes de comer a casa de sus padres a recoger los pedidos que ayer no pudo recoger usted en el colmado –la esposa de Tristán asintió levemente-, y Emilia me ha dicho que la ha visto salir de la plaza sin entrar a por ellos. ¿Lo ve normal eso?
-Pues… no, no es normal en ella comportarse de ese modo –declaró Candela, comenzando a preocuparse-. Martín, perdona si me meto en lo que no me llaman, pero, ¿ha pasado algo entre vosotros? ¿Habéis discutido?
-No Candela –le confesó él, sin ocultar su desconcierto por todo lo que ocurría-. Todo lo contrario. Entre nosotros las cosas andan perfectamente. Por eso me extraña tanto su actitud. Tengo la sensación de que me oculta algo pero no sé qué puede ser.
La esposa de Tristán asintió, comprendiendo la desazón del joven.
-No te preocupes, Martín. Seguro que no será nada. Igual es por la pronta llegada de esos inversores. Ya sabes cómo es tu esposa de meticulosa; le gusta que las cosas estén perfectas y debe de estar preocupada por si algo saliera mal. Pero si te quedas más tranquilo, hablaré con ella.
-¿Haría eso por mí? –le preguntó él, recobrando los ánimos-. Se lo agradecería enormemente, Candela.
-Déjalo de mi cuenta –declaró la buena mujer, siempre dispuesta a ayudar a sus seres queridos-. Si algo le pasa a tu esposa ya me enteraré.
Gonzalo miró el reloj que había sobre la chimenea. Faltaba poco para que los invitados comenzaran a llegar.
-Voy a cambiarme –se levantó del sofá, y Candela hizo lo mismo-. ¿María ha llegado ya?
-Hace un rato. Estaba en la cocina dándole la cena a Esperanza y luego quería acostarla. La pobre ha jugado tanto que estaba que se caía del sueño.
Gonzalo le sonrió, agradecido, antes de subir al cuarto a cambiarse. Al pasar por el cuarto de la niña escuchó a María cantando en voz baja. El joven se acercó a la puerta y observó a su mujer. El dulce sonido de su voz, susurrando aquella agradable melodía inundaba la alcoba, llenándola de tranquilidad y paz. Seguramente Esperanza ya se había dormido.
Gonzalo entró despacio, para no despertar a su hija y abrazó a María por detrás, envolviéndola en un cálido abrazo. Necesitaba sentirla cerca, percibir su calor; saber que estaba ahí. La joven no se lo esperaba y en un primer momento se asustó, pero enseguida se relajó y continuó cantando, cada vez más bajo, dejando que su esposo la arropase con sus brazos.
Gonzalo le retiró con suavidad el mechón del pelo que ocultaba su oreja y luego la besó en aquella zona, con dulzura, deseando que el tiempo se detuviera en ese instante.
-¿Ya se ha dormido? –le preguntó, susurrándole al oído.
-Apenas hace unos minutos –dijo María, sin apartar la mirada de su hija, quien tenía los ojos cerrados y dormía plácidamente-. La pobre estaba que no se sostenía. Incluso le ha costado cenar.
Gonzalo echó una mirada a la cuna cerciorándose de que la niña estaba bien. Esperanza tenía los ojos cerrados y respiraba acompasadamente. Ambos contemplaron unos segundos en silencio a su hija. A pesar del tiempo transcurrido desde su nacimiento, aun les costaba creer que aquel pedacito de vida era fruto de su amor. Ese amor que había logrado sobrevivir a las adversidades y que se había fortalecido con la llegada de la pequeña.
-¿Y tú cómo estás, mi vida? –le preguntó, obligándola a darse la vuelta.
-Bien –contestó María mirándole con infinito amor y le acarició el rostro-. Algo cansada pero bien.
Se acercó a él y le besó suavemente en los labios, deteniéndose unos segundos para saborear aquel instante. Pese a todos los besos que se habían dado, cada vez que los labios de Gonzalo rozaban los suyos sentía un pellizco de emoción en el corazón y todo a su alrededor parecía disolverse en figuras de humo. 
-Vamos a cambiarnos que enseguida llegarán mis padres y el resto –murmuró la joven soltándose.
Aunque pareciera que alejarse de su esposo en aquellos momentos de intimidad le resultaba sencillo, la verdad era bien distinta. María adoraba aquellos gestos de cariño que Gonzalo le prodigaba cada vez que tenía ocasión; los anhelaba desde el momento en que se despertaba por la mañana y le veía durmiendo junto a ella, y soñaba con ellos durante el resto del día. Pero era consciente de sus obligaciones y haciendo un gran esfuerzo se veía obligada a recordárselos, más de una vez a su esposo.
Gonzalo asintió, sabedor de que ella tenía razón. Sus obligaciones les reclamaban y ya tendrían tiempo para demostrarse su amor. Segundos después abandonaron la habitación de Esperanza y fueron a su alcoba a cambiarse.
Al bajar al salón, de nuevo, se encontraron con Emilia y Alfonso que acababan de llegar de la cocina, donde habían dejado las viandas con la cena.
-Madre, padre –les saludó María, dándoles un efusivo beso-. ¿Cómo están?
-Nosotros bien, hija –declaró su madre, acariciándole el mentón, visiblemente preocupada-. ¿Y tú?
-Perfectamente –declaró ella, con una sonrisa de oreja a oreja-. Feliz de tenerles hoy aquí a todos.
Emilia asintió lentamente, aunque su gesto no decía lo mismo.
-Entonces lo de esta mañana…
-¿Esta mañana? –se extrañó su hija, sin comprender-. ¿Qué es lo de esta mañana?
Emilia se volvió hacia Alfonso, quién le hizo un leve gesto con la cabeza, animándola a continuar.
-Te he visto salir de la plaza muy apresurada cuando se suponía que tenías que venir a por los encargos que había recogido del colmado. ¿Lo has olvidado?
María recordó en ese instante lo ocurrido y cómo el encuentro con Isabel Ramírez lo había trastocado todo.
-Lo siento, madre –se disculpó, avergonzada-. Tal era mi intención al bajar al pueblo, pero me encontré con la nieta del gobernador y al escuchar las campanas de la iglesia dando  la una, regresé al Jaral para preparar la comida. Luego ya, con tanto preparativo aquí y la casa de aguas, se me fue el santo al cielo.
María deseó que sus escusas fueran lo bastante creíbles para no tener que dar otras explicaciones a su extraño comportamiento.
-Deberías darte un respiro, hija –declaró Alfonso, preocupado-. Quizás quieras abarcar más de lo que puedes.
-No se preocupe, padre –trató de tranquilizarle ella-. Serán solo estos días hasta que vengan los inversores. Luego las aguas volverán a su cauce.
-Además hoy las cosas se han complicado más de la cuenta con el problema de la confitería –añadió Gonzalo, saliendo en defensa de su esposa-. Es normal que se haya olvidado.
María se volvió hacia él y le agradeció su apoyo cogiéndole de la mano.
Justo en ese momento aparecieron Tristán y Candela. Esta última portaba una gran bandeja repleta de exquisitas tostadas con queso que depositó sobre la mesa. El resto de las cosas ya estaban allí. Los platos para los invitados, los cubiertos y copas, así como otras bandejas con más aperitivos.
Tristán le dio una palmada en la espalda a su cuñado y besó a su hermana.
-¿Mariana, Nicolás y Rosario aún no han llegado? –preguntó Tristán, preocupado-. Ya deberían estar aquí.
-No te preocupes, mi amor –dijo Candela, volviendo junto a ellos-. El chófer ha salido a buscarlos hará cosa de media hora. Estarán a punto de llegar.
-Bueno, pues entonces aprovecharé el momento para informar a Alfonso de mis avances –declaró Tristán, indicándole al esposo de su hermana que le acompañara hasta el despacho.
Candela y Emilia se lanzaron una mirada significativa. Por mucho que insistiesen, sus esposos no tenían remedio. Aprovechaban cualquier instante para terminar hablando siempre de negocios.
Gonzalo acarició el brazo de María, indicándole que les acompañaba también. Ella aceptó, posando su mano sobre la suya.
-Verás, Alfonso –comenzó Tristán, cogiendo unos papeles que tenía guardados en una carpeta-. He estado recopilando toda la documentación que necesitamos para comenzar la sociedad –se los tendió-. Te los llevas y miras si está todo en orden para pasarlo al abogado.
Alfonso tomó la carpeta con un brillo entusiasta en los ojos.
-Mañana mismo los miro sin falta, Tristán. Estoy seguro que vamos a tener suerte con este negocio. Algo me dice que esta vez saldrá bien –declaró el padre de María con entusiasmo-. Solo falta que el gobernador quiera invertir también. Esta mañana hablé con él, y parece bastante animado. A ver si entre los tres conseguimos convencerle. Nos sería de gran ayuda que alguien tan relevante como él nos respaldara desde el principio.
Tanto Gonzalo como su padre pensaban igual que Alfonso. Con el apoyo del gobernador las cosas solo podían salir bien. Además, su posición social era la mejor manera de introducir los viñedos Castañeda-Castro entre la gente de alta alcurnia.
-Volvamos al salón que hoy es día de celebración –dijo Gonzalo, sabiendo que las mujeres andarían algo molestas por estar en aquellos momentos ocupándose de los negocios cuando debían estar celebrando con ellas.
-Cierto, Martín –su padre le acarició la nuca; un gesto que solía hacer muy a menudo y es que para Tristán, su hijo Martín era su mayor orgullo-. Es momento de estar en familia. Para los negocios siempre queda tiempo.
Los tres hombres regresaron al salón y justo en ese instante se escuchó la campanilla de la puerta. Segundos después, los tres invitados que faltaban entraron en el salón. Nicolás ayudaba a una embarazadísima Mariana a caminar. La hermana de Alfonso avanzaba con cierta dificultad, lo que no evitó que una sonrisa iluminase su rostro al ver a toda la familia reunida.
-Buenas noches a todos –saludaron los tres al unísono.
Alfonso se apresuró a ayudar a su cuñado, con su hermana, para que pudiera sentarse. Los problemas que estaba teniendo Mariana en sus últimos meses de embarazo no eran algo con lo que jugar y todos lo sabían.
Sin embargo, la esposa de Nicolás había hecho un esfuerzo para no perderse la celebración del primer aniversario de bodas de su sobrina.
Emilia por su parte ayudó a Rosario con unas bolsas que llevaba.
-Sé que vais a reñirme –dijo la abuela de María-. Pero he traído uno de mis guisos que sé que os gustan y no iba a dejaros esta noche, especialmente, sin probarlo.
-Abuela, sabe que no era necesario. Bastante tiene ya en la granja para que encima se haya molestado –se acercó a la buena mujer y la besó con cariño-. Lo único que queríamos era que viniesen hoy para compartir este momento todos juntos.
-Lo sé, María –declaró Rosario, acariciándole las manos-. Pero ya conoces a esta vieja, lo cabezota que es.
Gonzalo sonrió, acercándose a ellas y besó a la abuela de su esposa, a quien consideraba ya cómo propia después de tantos años.
-Y por eso la queremos tanto, Rosario –le confesó él.
-Y yo a vosotros, mi niño –murmuró con un nudo en la garganta, emocionada por el cariño que allí se respiraba.
-Rosario, no te vayas a poner a llorar ahora –intervino Tristán-. Hoy es un día de dicha no de llanto –se volvió hacia su hijo-. Martín trae una botella del mejor vino que tenemos que hoy hay que celebrar.
-Eso está hecho, padre.
Gonzalo salió hacia la bodega a por el vino y María aprovechó el momento para acercarse a Mariana y besarla, preocupada por su estado. Su tía le explicó que cada día le costaba más levantarse de la cama pero que el médico le había dicho que era normal porque el niño estaba creciendo y que lo importante era que no había vuelto a tener pérdidas.
-Seguro que todo irá bien, tita –trató de darle ánimos María-. Mírame a mí. Todas las complicaciones que tuve en el parto de Esperanza y luego todo fue bien; dentro de las circunstancias. La mejor medicina en estos casos es el cariño y afecto de los tuyos, y a ti eso no te va a faltar.
Mariana asintió, agradecida por sus palabras y se volvió hacia su madre.
-Lo que de verdad siento es que mi madre tenga que preocuparse tanto. ¿Por qué no aprovecha que ya me encuentro mucho mejor y vuelve aquí, madre?
-Tamaña insensatez cometería dejándote sola en estos momentos –replicó Rosario. Bajo ningún concepto daría su brazo a torcer y mucho menos en aquellas circunstancias-. No te librarás tan fácilmente de esta vieja. Ya puedes ir acostumbrándote a tenerme junto a ti, al menos hasta que des a luz. Luego… ya veremos.
-Rosario tiene razón, cuñada –intervino Emilia, apoyando la decisión de su suegra-. No estás para hacer nada y… y ya oíste al doctor Zabaleta… tienes que descansar. Incluso si es menester, yo misma puedo pasarme por las tardes a ayudaros.
-Sí claro -se quejó Mariana, quien siempre había estado acostumbrada a hacérselo todo ella misma; y ahora que no podía, se sentía como un estorbo-. Y si quiere también puede venir María a ordeñar las vacas.
Su sobrina ladeó la cabeza.
-Cuando quieras, tita –se ofreció la joven con gesto sincero-. Nicolás tendrá que enseñarme a hacerlo pero no tendría ningún problema en aprender.
Mariana negó con la cabeza mientras sonreía. Conociendo a María, estaba segura que sería muy capaz de hacerlo, pues pese a haberse criado en la Casona rodeada de lujos, su sobrina no dudaría ni un instante en arrimar el hombro en cualquier tarea que se le encomendase.
Gonzalo regresó de la bodega con dos botellas del mejor vino y entre Tristán y él las abrieron y llenaron las copas para el resto.
-Empecemos con un pequeño brindis –declaró Tristán, como anfitrión de la velada-. Porque esta época de felicidad que vivimos, perdure siempre –se volvió hacia la hija de Rosario-. Porque Mariana traiga al mundo a un niño, o niña, sano y fuerte. Y porque podamos reunirnos, año tras año, para celebrar el aniversario de bodas de María y Martín –se volvió hacia ellos y les guiñó un ojo-, o para anunciar más nacimientos.
Todos alzaron sus copas y brindaron por ello, deseando que así fuese y que la felicidad que reinaba en el Jaral se quedara allí y no les abandonase nunca.

 Después se sentaron alrededor de la mesa y disfrutaron del ágape como hacía tiempo que no hacían.

CONTINUARÁ...

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