domingo, 22 de febrero de 2015

CAPÍTULO 47 
La celda en la que se encontraba Gonzalo era fría, oscura y húmeda; muy parecida a aquella otra en la que estuvo varios años atrás, cuando fue acusado injustamente de la agresión a María.
Nada más llegar al cuartelillo, los guardias lo habían encerrado allí, sin más compañía que una jarra de agua y los ratones que se escondían en las esquinas de la celda, buscando un escondrijo por el que escabullirse.
El joven se había pasado la mayor parte de la noche sentado en un viejo jergón, duro como una piedra, pensando en cuál iba a ser su suerte. Pensó en su familia ya que era quienes más le preocupaban. ¿Sabrían ya lo ocurrido? ¿Cómo les explicaría su intromisión en la Casona? Y la duda que más le atenazaba el corazón. ¿Creerían su verdad? Sabía que el asunto era bastante complicado y que no saldría de allí con facilidad, y más si la Montenegro era la agraviada en todo aquel asunto. Sin embargo, no era su suerte lo que más le preocupaba sino la reacción de los suyos.
Las horas, sin tener ninguna clase de noticia, se le hicieron eternas y tan solo cuando vio un débil rayo de luz entrando por los barrotes del único ventanuco que tenía el lugar, supo que había llegado un nuevo día. Un nuevo día sin noticias.
Se levantó para estirar las piernas y en ese instante se escuchó movimiento al otro lado de la puerta. Se volvió y vio al guardia abrirla y dejar paso a dos personas: su padre Tristán y María.
-Tienen un cuarto de hora –declaró el guardia civil con malos modos.
Se disponía a marcharse pero Tristán le detuvo.
-¿Un cuarto de hora? –frunció el ceño el padre de Gonzalo-. Le he pagado lo suficiente para que sea como mínimo media hora.
El guardia civil, torció el gesto de la boca, malhumorado, pero acabó cediendo. Tristán había llenado sus bolsillos, pagándole una alta cantidad de dinero para que le dejasen ver a su hijo.
-Está bien. Media hora. Ni un segundo más.
Tan solo cuando la puerta se cerró, dejándoles a los tres encerrados allí dentro, Tristán y su hijo se abrazaron.
-Padre… -balbuceó Gonzalo, con dificultad-. Yo…
-No te preocupes, Martín –le apoyó Tristán, con un nudo en la garganta, emocionado-. Te sacaremos de aquí cuanto antes. Llevamos toda la noche tratando de encontrar a don Marcial para que venga a defenderte y demostrar tu inocencia.
Su hijo bajó la mirada, avergonzado de su situación.
-Padre… quiero pedirles perdón por…
-No tienes que disculparte por nada –le cortó su padre. Conocía a Martín perfectamente y sabía que era inocente. Debía existir alguna explicación para lo ocurrido y estaba seguro que su hijo se la daría-. Ahora lo importante es sacarte de aquí.
Acto seguido fue María quien se acercó a él y le dio un furtivo beso en los labios. Gonzalo esperaba algo más, pero comprendía que no era ni el momento ni el lugar.
-No es cosa fácil –habló María, por primera vez, mirando a su esposo, quien le devolvió la mirada, preguntándose aún por qué no le había abrazado-. Bosco ha interpuesto una denuncia contra ti, acusándote de… de ser el Anarquista.
El rostro de Gonzalo perdió color y frunció el ceño. ¿Acaso María también lo creía?
-¿Qué tontería es esa? –inquirió, sorprendido-. Yo no soy un delincuente.
-Claro que no, hijo. Nosotros lo sabemos – Tristán posó una mano sobre su hombro y miró a su sobrina quien asintió, confirmando sus palabras. Al menos aquel apoyo de los suyos le daba ánimos al joven para no derrumbarse-. Pero debemos saber qué ha pasado. Por qué estabas en la Casona y no en la casa de aguas tal y cómo creíamos.
Gonzalo soltó un suspiro. Habían pasado tantas cosas en las últimas horas que todavía no sabía ni cómo digerirlas.
-Sentaos –les pidió a los dos, señalando el lugar dónde podían hacerlo-. Y os lo contaré todo.
Tristán y María se miraron de reojo y accedieron a su petición, tomando asiento en unos taburetes de madera que había junto a la mesa.
-Veréis… -comenzó Gonzalo, tratando de poner en orden sus propios pensamientos-. Mi intención al salir del Jaral era, como bien sabéis, acudir a la casa de aguas para ayudar a Epifanio en la rotura de la tubería; sin embargo, el mozo que trajo el recado, Gervasio, me dijo que todo había sido una treta para sacarme del Jaral sin levantar sospechas y que en la casa de aguas todo estaba en perfecto orden. Al parecer, la tarde anterior un “enmascarado” le había pedido que contactase conmigo para entregarme este papel a la hora en que le indicaba y sin que nadie más que yo lo supiera –el joven sacó un trozo de papel arrugado de su bolsillo y se lo tendió a su padre-. Como puede ver, aunque con muy mala letra, ahí se explica que si quería obtener los pagarés que la Montenegro había hecho al arquitecto por beneficiarla en el proyecto del ferrocarril, debía seguir las instrucciones que se me indicaban.
Tristán leyó con cierta dificultad la misiva redactada con mala caligrafía. Efectivamente, allí se instaba a Gonzalo a entrar en la Casona por los túneles secretos, señalándole donde se encontraba la entrada y que allí mismo encontraría unos ropajes para ocultarse; así como la combinación de la caja fuerte de la Montenegro.
Después de leerla dos veces, Tristán se la pasó a su sobrina quien con manos temblorosas leyó el contenido:
Si deseas obtener los pagarés con que Francisca Montenegro consiguió el favor del arquitecto Ricardo Altamira, tan solo debes de seguir las instrucciones que se detallan a continuación: Accederás a la Casona por la entrada del viejo roble, situada en el cerro del lobo. En la misma entrada encontrarás ropajes para ocultarte y una antorcha para iluminar el camino. Los pagarés se encuentran en la caja fuerte del despacho de la doña Francisca y la combinación es: ocho, tres, uno.
María soltó el aire contenido, viendo una esperanza de luz en todo aquel asunto. Aquella misiva serviría para demostrar la inocencia de Gonzalo.
-Al principio dudé si seguir esas instrucciones –confesó Gonzalo, avergonzado de sus actos-. Pero… llevaba tanto tiempo buscando la manera de que la Montenegro pagase por lo que había hecho y… y esos pobres trabajadores que siguen en la montaña, trabajando bajo esas circunstancias, jugándose la vida cada día… No podía dejar pasar la oportunidad de remediarlo –negó con la cabeza, apesadumbrado-. Ahora sé que era todo una trampa.
María le devolvió la misiva y él se la guardó.
-Te comprendo, hijo –le apoyó Tristán, con pesar. Él mismo tenía la misma sensación de impotencia ante aquel asunto-. Es duro verte atado de pies y manos, viendo cómo otros sufren… y si viste que la solución estaba al alcance de tu mano…
-Ahora lo que tenemos que hacer es entregarle este papel a don Marcial para que se lo haga llegar al juez –declaró María alargando la mano para tocar la de su esposo, en un gesto cariñoso-. Con esto demostraremos tu inocencia.
Gonzalo asintió, sin mucho convencimiento; pero la fuerza que María le daba a través de su apoyo le devolvía la esperanza.
-El problema es que quien pone la denuncia es la Montenegro y ya sabemos cuánto me quiere mi querida “abuelita”. No dejará que salga de aquí con tanta facilidad.
-A mí me preocupa más saber si esto ha sido una trampa contra ti o contra el Anarquista –comentó Tristán, de repente.
Gonzalo se volvió hacia Tristán.
-Explíquese, padre –le pidió su hijo, sin entender.
-Por lo que hemos podido averiguar, fue la nieta del gobernador quien denunció que alguien iba a tratar de robar en la caja fuerte de la Casona. La muchacha ha prestado declaración y por lo que hemos sabido llevaba semanas en contacto con ese conocido bandido.
-Sí –confirmó María, sin poder ocultar su desagrado-. Por lo que ha dicho, lo hizo para ganarse su confianza y tenderle una trampa, para descubrir su identidad.
-Una trampa en la que yo he caído –sentenció Gonzalo.
-Efectivamente –continuó Tristán, pensando en todas las posibilidades-. Pero… ¿Un bandido que entabla amistad con una señorita de la categoría de Isabel Ramírez, dejándose engañar con tanta facilidad? No me lo creo. Lo que me hace llegar al siguiente punto. ¿Y si en realidad todo ha sido un plan para que te vieras en esta situación? ¿Y si fue el propio Anarquista quien te tendió la trampa?
-¿Por qué ese bandido iba a tener algo contra mí? –preguntó Gonzalo sin comprender-. Por lo que sabemos sus actos han ido siempre dirigidos contra doña Francisca. No tiene sentido.
-Ya le entiendo tío Tristán –afirmó María, con los ojos brillantes-. Está insinuando que todo ha sido orquestado desde un principio por alguien, posiblemente cercano a la Montenegro, con el único propósito de que Gonzalo cayera en la trampa. ¿No es así?
Su tío asintió.
-Desgraciadamente conozco muy bien a mi madre y sé de lo que es capaz. Su odio hacia nosotros no tiene límites. Y todo esto me resulta demasiada casualidad. Martín que anhela los pagarés que Francisca le hizo a ese arquitecto y de repente recibe una misiva con las instrucciones para conseguirlos… -Tristán negó con la cabeza-. Todo muy sencillo.
María miró de reojo a su esposo.
-Eso tendría sentido. Hacerle creer a todo el mundo que el Anarquista va contra la Montenegro cuando en realidad si objetivo eras tú –dedujo su esposa-. Porque si nos ponemos a pensar… ese bandido ha tenido más de una ocasión para terminar con ella y nunca lo ha hecho. ¿Por qué? Porque en realidad nunca tuvo intención de matarla.
-¿E Isabel Ramírez? –preguntó su esposo, interesado.
La joven se mordió el labio, pensativa. Hasta donde ella sabía, Isabel no conocía la identidad del Anarquista. Y si le había traicionado algo le decía que era a causa de su rechazo y no de un plan premeditado.
-Creo que Isabel tan solo ha sido una pieza más este asunto.
-En fin… -suspiró Tristán, visiblemente cansado después de haberse pasado toda la noche en el cuartelillo junto a María esperando que les dejasen ver a Gonzalo-. Lo que importa ahora es que podamos demostrar tu inocencia. Ya tendremos tiempo de hacer conjeturas. Hay que entregarle a don Marcial esa misiva y encontrar a ese mozo… Gervasio. Él tiene que corroborar tu versión.
-Esperemos que no haya problemas –sentenció Gonzalo, apesadumbrado por su suerte.
Tristán se levantó del asiento.
-Estoy seguro de que colaborará –trató de infundirle ánimos a su hijo-. No ha cometido ningún delito y por tanto no tiene nada que temer. Tan solo se limitó a darte un recado.
Gonzalo asintió, levantándose y su padre volvió a abrazarle con fuerza.
-No te preocupes, Martín. En nada esto será solo un mal recuerdo.
-Eso espero, padre –forzó una sonrisa.
Tristán se volvió hacia María.
-Voy a ver si don Marcial ha llegado ya. Te esperaré fuera.
Su sobrina asintió.
Tristán dio la voz para que el guardia le dejase salir.
Tan solo cuando se quedaron solos, María cruzó en dos pasos la distancia que la separaban de Gonzalo y le abrazó con fuerza. Su esposo se aferró a ella, aspirando su aroma. Por fin la tenía entre sus brazos.
En ese instante el mundo se detuvo a su alrededor. Desde que había entrado en la celda, Gonzalo sentía una congoja aprisionándole el pecho. ¿Cómo reaccionaría su esposa ante la acusación que pesaba sobre él? ¿Le creería o dudaría de él? Ahora sabía la respuesta.
-Ya creía que no ibas a abrazarme –le susurró al oído-.Creí que…
-Sssssshhhhh –le hizo callar ella, acariciándole la nuca-. No es necesario que digas nada, amor mío. 
A ambos les costó separarse pero tuvieron que hacerlo. María le acarició el rostro varias veces.
-Conseguiremos sacarte de aquí, te lo prometo.
Sin que Gonzalo pudiese decir nada, la joven le besó. Sus labios le transmitieron todo ese apoyo que las palabras no eran capaz de expresar. El hijo de Tristán bebió de ellos, alimentándose de la esperanza y las ganas de luchar para seguir adelante.
-Gracias –dijo Gonzalo al separarse de ella-. Gracias por estar ahí.
-Gonzalo –le cortó su esposa con la mirada seria-. Quiero que tengas algo bien claro. Nunca he confiado en alguien como confío en ti. ¿De acuerdo? Así que digan lo que digan siempre estaré ahí. Eso nunca lo dudes.
-No lo haré, cariño –volvió a abrazarse a ella con fuerza, sintiendo sus respiraciones caminar de la mano, al mismo ritmo-. Me gustaría pedirte un favor.
-Dime.
-Quiero que le des un beso a Esperanza de parte de su padre y dile que la extraño mucho y… -se le quebró la voz al pensar en su hija.
-No te preocupes –le cortó María, dándose cuenta de lo que le costaba hablar de la niña-. Lo haré. Y también le diré que muy pronto su padre estará de vuelta con nosotras.
Gonzalo cogió y le besó la mano, como tantas veces solía hacer.
-Hay una pregunta que me gustaría hacerte –dijo ella de repente, frunciendo el ceño-. En la misiva ponía que había unos ropajes para que te los pusieras –Gonzalo asintió-. ¿Cómo eran esos ropajes?
-Pues… era un sombrero grande, un abrigo negro y… y un pañuelo oscuro de cuadros. ¿Por qué lo preguntas?
María negó con la cabeza.
-Por nada –trató de mostrarse indiferente aunque en su interior respiró aliviada.
La joven recordaba perfectamente cómo era el atuendo del Anarquista y aquel que le acababa de describir su esposo no coincidía con el del famoso bandido.
Volvió a besarle para terminar abrazados de nuevo. Una sonrisa afloró en el rostro de María.
 Mientras siguieran juntos nada malo podía pasar.
Ahora sabía que las cosas saldrían bien.


CONTINUARÁ...


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