CAPÍTULO 47
La celda en la que se encontraba Gonzalo era
fría, oscura y húmeda; muy parecida a aquella otra en la que estuvo varios años
atrás, cuando fue acusado injustamente de la agresión a María.
Nada más llegar al cuartelillo, los guardias
lo habían encerrado allí, sin más compañía que una jarra de agua y los ratones
que se escondían en las esquinas de la celda, buscando un escondrijo por el que
escabullirse.
El joven se había pasado la mayor parte de
la noche sentado en un viejo jergón, duro como una piedra, pensando en cuál iba
a ser su suerte. Pensó en su familia ya que era quienes más le preocupaban.
¿Sabrían ya lo ocurrido? ¿Cómo les explicaría su intromisión en la Casona? Y la
duda que más le atenazaba el corazón. ¿Creerían su verdad? Sabía que el asunto
era bastante complicado y que no saldría de allí con facilidad, y más si la
Montenegro era la agraviada en todo aquel asunto. Sin embargo, no era su suerte
lo que más le preocupaba sino la reacción de los suyos.
Las horas, sin tener ninguna clase de
noticia, se le hicieron eternas y tan solo cuando vio un débil rayo de luz
entrando por los barrotes del único ventanuco que tenía el lugar, supo que
había llegado un nuevo día. Un nuevo día sin noticias.
Se levantó para estirar las piernas y en ese
instante se escuchó movimiento al otro lado de la puerta. Se volvió y vio al
guardia abrirla y dejar paso a dos personas: su padre Tristán y María.
-Tienen un cuarto de hora –declaró el
guardia civil con malos modos.
Se disponía a marcharse pero Tristán le
detuvo.
-¿Un cuarto de hora? –frunció el ceño el
padre de Gonzalo-. Le he pagado lo suficiente para que sea como mínimo media
hora.
El guardia civil, torció el gesto de la
boca, malhumorado, pero acabó cediendo. Tristán había llenado sus bolsillos,
pagándole una alta cantidad de dinero para que le dejasen ver a su hijo.
-Está bien. Media hora. Ni un segundo más.
Tan solo cuando la puerta se cerró,
dejándoles a los tres encerrados allí dentro, Tristán y su hijo se abrazaron.
-Padre… -balbuceó Gonzalo, con dificultad-.
Yo…
-No te preocupes, Martín –le apoyó Tristán,
con un nudo en la garganta, emocionado-. Te sacaremos de aquí cuanto antes.
Llevamos toda la noche tratando de encontrar a don Marcial para que venga a
defenderte y demostrar tu inocencia.
Su hijo bajó la mirada, avergonzado de su
situación.
-Padre… quiero pedirles perdón por…
-No tienes que disculparte por nada –le
cortó su padre. Conocía a Martín perfectamente y sabía que era inocente. Debía
existir alguna explicación para lo ocurrido y estaba seguro que su hijo se la
daría-. Ahora lo importante es sacarte de aquí.
Acto seguido fue María quien se acercó a él
y le dio un furtivo beso en los labios. Gonzalo esperaba algo más, pero
comprendía que no era ni el momento ni el lugar.
-No es cosa fácil –habló María, por primera
vez, mirando a su esposo, quien le devolvió la mirada, preguntándose aún por
qué no le había abrazado-. Bosco ha interpuesto una denuncia contra ti,
acusándote de… de ser el Anarquista.
El rostro de Gonzalo perdió color y frunció
el ceño. ¿Acaso María también lo creía?
-¿Qué tontería es esa? –inquirió,
sorprendido-. Yo no soy un delincuente.
-Claro que no, hijo. Nosotros lo sabemos – Tristán
posó una mano sobre su hombro y miró a su sobrina quien asintió, confirmando sus
palabras. Al menos aquel apoyo de los suyos le daba ánimos al joven para no
derrumbarse-. Pero debemos saber qué ha pasado. Por qué estabas en la Casona y
no en la casa de aguas tal y cómo creíamos.
Gonzalo soltó un suspiro. Habían pasado
tantas cosas en las últimas horas que todavía no sabía ni cómo digerirlas.
-Sentaos –les pidió a los dos, señalando el
lugar dónde podían hacerlo-. Y os lo contaré todo.
Tristán y María se miraron de reojo y
accedieron a su petición, tomando asiento en unos taburetes de madera que había
junto a la mesa.
-Veréis… -comenzó Gonzalo, tratando de poner
en orden sus propios pensamientos-. Mi intención al salir del Jaral era, como
bien sabéis, acudir a la casa de aguas para ayudar a Epifanio en la rotura de
la tubería; sin embargo, el mozo que trajo el recado, Gervasio, me dijo que
todo había sido una treta para sacarme del Jaral sin levantar sospechas y que
en la casa de aguas todo estaba en perfecto orden. Al parecer, la tarde
anterior un “enmascarado” le había pedido que contactase conmigo para entregarme
este papel a la hora en que le indicaba y sin que nadie más que yo lo supiera
–el joven sacó un trozo de papel arrugado de su bolsillo y se lo tendió a su
padre-. Como puede ver, aunque con muy mala letra, ahí se explica que si quería
obtener los pagarés que la Montenegro había hecho al arquitecto por
beneficiarla en el proyecto del ferrocarril, debía seguir las instrucciones que
se me indicaban.
Tristán leyó con cierta dificultad la misiva
redactada con mala caligrafía. Efectivamente, allí se instaba a Gonzalo a
entrar en la Casona por los túneles secretos, señalándole donde se encontraba
la entrada y que allí mismo encontraría unos ropajes para ocultarse; así como
la combinación de la caja fuerte de la Montenegro.
Después de leerla dos veces, Tristán se la
pasó a su sobrina quien con manos temblorosas leyó el contenido:
Si deseas obtener los pagarés con que Francisca
Montenegro consiguió el favor del arquitecto Ricardo Altamira, tan solo debes
de seguir las instrucciones que se detallan a continuación: Accederás a la
Casona por la entrada del viejo roble, situada en el cerro del lobo. En la
misma entrada encontrarás ropajes para ocultarte y una antorcha para iluminar
el camino. Los pagarés se encuentran en la caja fuerte del despacho de la doña
Francisca y la combinación es: ocho, tres, uno.
María soltó el aire contenido, viendo una
esperanza de luz en todo aquel asunto. Aquella misiva serviría para demostrar
la inocencia de Gonzalo.
-Al principio dudé si seguir esas
instrucciones –confesó Gonzalo, avergonzado de sus actos-. Pero… llevaba tanto
tiempo buscando la manera de que la Montenegro pagase por lo que había hecho y…
y esos pobres trabajadores que siguen en la montaña, trabajando bajo esas
circunstancias, jugándose la vida cada día… No podía dejar pasar la oportunidad
de remediarlo –negó con la cabeza, apesadumbrado-. Ahora sé que era todo una
trampa.
-Te comprendo, hijo –le apoyó Tristán, con
pesar. Él mismo tenía la misma sensación de impotencia ante aquel asunto-. Es
duro verte atado de pies y manos, viendo cómo otros sufren… y si viste que la
solución estaba al alcance de tu mano…
-Ahora lo que tenemos que hacer es
entregarle este papel a don Marcial para que se lo haga llegar al juez –declaró
María alargando la mano para tocar la de su esposo, en un gesto cariñoso-. Con
esto demostraremos tu inocencia.
Gonzalo asintió, sin mucho convencimiento;
pero la fuerza que María le daba a través de su apoyo le devolvía la esperanza.
-El problema es que quien pone la denuncia
es la Montenegro y ya sabemos cuánto me quiere mi querida “abuelita”. No dejará
que salga de aquí con tanta facilidad.
-A mí me preocupa más saber si esto ha sido
una trampa contra ti o contra el Anarquista –comentó Tristán, de repente.
Gonzalo se volvió hacia Tristán.
-Explíquese, padre –le pidió su hijo, sin
entender.
-Por lo que hemos podido averiguar, fue la
nieta del gobernador quien denunció que alguien iba a tratar de robar en la
caja fuerte de la Casona. La muchacha ha prestado declaración y por lo que
hemos sabido llevaba semanas en contacto con ese conocido bandido.
-Sí –confirmó María, sin poder ocultar su
desagrado-. Por lo que ha dicho, lo hizo para ganarse su confianza y tenderle
una trampa, para descubrir su identidad.
-Una trampa en la que yo he caído –sentenció
Gonzalo.
-Efectivamente –continuó Tristán, pensando
en todas las posibilidades-. Pero… ¿Un bandido que entabla amistad con una
señorita de la categoría de Isabel Ramírez, dejándose engañar con tanta
facilidad? No me lo creo. Lo que me hace llegar al siguiente punto. ¿Y si en
realidad todo ha sido un plan para que te vieras en esta situación? ¿Y si fue
el propio Anarquista quien te tendió la trampa?
-¿Por qué ese bandido iba a tener algo
contra mí? –preguntó Gonzalo sin comprender-. Por lo que sabemos sus actos han
ido siempre dirigidos contra doña Francisca. No tiene sentido.
-Ya le entiendo tío Tristán –afirmó María,
con los ojos brillantes-. Está insinuando que todo ha sido orquestado desde un
principio por alguien, posiblemente cercano a la Montenegro, con el único
propósito de que Gonzalo cayera en la trampa. ¿No es así?
Su tío asintió.
-Desgraciadamente conozco muy bien a mi
madre y sé de lo que es capaz. Su odio hacia nosotros no tiene límites. Y todo
esto me resulta demasiada casualidad. Martín que anhela los pagarés que Francisca
le hizo a ese arquitecto y de repente recibe una misiva con las instrucciones
para conseguirlos… -Tristán negó con la cabeza-. Todo muy sencillo.
María miró de reojo a su esposo.
-Eso tendría sentido. Hacerle creer a todo
el mundo que el Anarquista va contra la Montenegro cuando en realidad si
objetivo eras tú –dedujo su esposa-. Porque si nos ponemos a pensar… ese
bandido ha tenido más de una ocasión para terminar con ella y nunca lo ha hecho.
¿Por qué? Porque en realidad nunca tuvo intención de matarla.
-¿E Isabel Ramírez? –preguntó su esposo,
interesado.
La joven se mordió el labio, pensativa.
Hasta donde ella sabía, Isabel no conocía la identidad del Anarquista. Y si le
había traicionado algo le decía que era a causa de su rechazo y no de un plan
premeditado.
-Creo que Isabel tan solo ha sido una pieza
más este asunto.
-En fin… -suspiró Tristán, visiblemente
cansado después de haberse pasado toda la noche en el cuartelillo junto a María
esperando que les dejasen ver a Gonzalo-. Lo que importa ahora es que podamos
demostrar tu inocencia. Ya tendremos tiempo de hacer conjeturas. Hay que
entregarle a don Marcial esa misiva y encontrar a ese mozo… Gervasio. Él tiene
que corroborar tu versión.
-Esperemos que no haya problemas –sentenció
Gonzalo, apesadumbrado por su suerte.
Tristán se levantó del asiento.
-Estoy seguro de que colaborará –trató de
infundirle ánimos a su hijo-. No ha cometido ningún delito y por tanto no tiene
nada que temer. Tan solo se limitó a darte un recado.
Gonzalo asintió, levantándose y su padre
volvió a abrazarle con fuerza.
-No te preocupes, Martín. En nada esto será
solo un mal recuerdo.
-Eso espero, padre –forzó una sonrisa.
Tristán se volvió hacia María.
-Voy a ver si don Marcial ha llegado ya. Te
esperaré fuera.
Su sobrina asintió.
Tristán dio la voz para que el guardia le
dejase salir.
Tan solo cuando se quedaron solos, María
cruzó en dos pasos la distancia que la separaban de Gonzalo y le abrazó con
fuerza. Su esposo se aferró a ella, aspirando su aroma. Por fin la tenía entre
sus brazos.
En ese instante el mundo se detuvo a su
alrededor. Desde que había entrado en la celda, Gonzalo sentía una congoja
aprisionándole el pecho. ¿Cómo reaccionaría su esposa ante la acusación que
pesaba sobre él? ¿Le creería o dudaría de él? Ahora sabía la respuesta.
-Ya creía que no ibas a abrazarme –le
susurró al oído-.Creí que…
-Sssssshhhhh –le hizo callar ella,
acariciándole la nuca-. No es necesario que digas nada, amor mío.
A ambos les costó separarse pero tuvieron
que hacerlo. María le acarició el rostro varias veces.
Sin que Gonzalo pudiese decir nada, la joven
le besó. Sus labios le transmitieron todo ese apoyo que las palabras no eran
capaz de expresar. El hijo de Tristán bebió de ellos, alimentándose de la esperanza
y las ganas de luchar para seguir adelante.
-Gracias –dijo Gonzalo al separarse de
ella-. Gracias por estar ahí.
-Gonzalo –le cortó su esposa con la mirada
seria-. Quiero que tengas algo bien claro. Nunca he confiado en alguien como
confío en ti. ¿De acuerdo? Así que digan lo que digan siempre estaré ahí. Eso
nunca lo dudes.
-No lo haré, cariño –volvió a abrazarse a
ella con fuerza, sintiendo sus respiraciones caminar de la mano, al mismo
ritmo-. Me gustaría pedirte un favor.
-Dime.
-Quiero que le des un beso a Esperanza de
parte de su padre y dile que la extraño mucho y… -se le quebró la voz al pensar
en su hija.
-No te preocupes –le cortó María, dándose
cuenta de lo que le costaba hablar de la niña-. Lo haré. Y también le diré que
muy pronto su padre estará de vuelta con nosotras.
Gonzalo cogió y le besó la mano, como tantas
veces solía hacer.
-Hay una pregunta que me gustaría hacerte
–dijo ella de repente, frunciendo el ceño-. En la misiva ponía que había unos
ropajes para que te los pusieras –Gonzalo asintió-. ¿Cómo eran esos ropajes?
-Pues… era un sombrero grande, un abrigo
negro y… y un pañuelo oscuro de cuadros. ¿Por qué lo preguntas?
María negó con la cabeza.
-Por nada –trató de mostrarse indiferente
aunque en su interior respiró aliviada.
La joven recordaba perfectamente cómo era el
atuendo del Anarquista y aquel que le acababa de describir su esposo no
coincidía con el del famoso bandido.
Volvió a besarle para terminar abrazados de
nuevo. Una sonrisa afloró en el rostro de María.
Mientras siguieran juntos nada malo podía pasar.
Mientras siguieran juntos nada malo podía pasar.
Ahora sabía que las cosas saldrían bien.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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