CAPÍTULO 41
Pasaba ya de la medianoche e Inés seguía
despierta. Los nervios ni siquiera la habían dejado meterse en la cama y
caminaba de arriba abajo por todo el cuarto, deteniéndose de vez en cuando
porque le parecía escuchar algún ruido extraño en el pasillo.
Bosco le había dicho que acudiría a verla
cuando todos estuviesen acostados, pero de momento no había aparecido. ¿Y si se
había arrepentido? Cuando pensaba que esa era la razón de su ausencia, el
corazón se le desgarraba, pero a la vez se decía que era lo mejor que no
hubiera ido. Inés tenía la determinación firme de no dejarle pasar, sin embargo
allí estaba, esperándole despierta. Se maldijo por su falta de carácter. ¿Cómo
decirle que no al hombre al que amaba?
Volvió a mirar el reloj. La una de la
madrugada.
Bosco ya no iría. Se quitó la bata para
acostarse cuando escuchó una de las baldosas rotas del pasillo moverse. El
corazón se le detuvo. Allí fuera había alguien. ¿Sería él? ¿Quién más podría ir
por los pasillos a esas horas?
Al poco vio como la manecilla de su puerta
comenzaba a rodar lentamente. Como la puerta tenía el pestillo puesto no se
abrió. Después de intentarlo dos veces, se escuchó la voz susurrante de Bosco
al otro lado.
-Inés. Inés, soy yo, Bosco. ¿Estás
despierta?
La muchacha avanzó unos pasos hacia la
puerta, dispuesta a abrirle pero se detuvo.
-Inés –insistió el protegido de la
Montenegro, al otro lado-. Necesito hablar contigo. Ábreme, por favor.
La sobrina de Candela se sentía a la deriva,
entre dos aguas. Por un lado su corazón le pedía a gritos que abriera la puerta
y le dejase entrar, y por otro, su mente y su dignidad le ordenaban que se
mantuviera firme y rechazara al joven.
-Inés…
La joven no pudo soportar su suplica y le
abrió la puerta.
La mirada de Bosco se clavó en ella nada más
verla.
-¿Qué quieres? –inquirió ella, tratando de
parecer enfadada aunque apenas lo pareció-. Estas no son horas de…
Bosco miró a ambos lados del pasillo. La
oscuridad lo envolvía todo.
-Déjame pasar Inés y te lo explicaré.
La doncella sabía que si accedía a su
petición estaba perdida. Su voluntad se haría añicos si dejaba que cruzase el
umbral de su puerta.
Finalmente se hizo a un lado y cerró la
puerta en cuanto él entró.
-Inés, yo…
-Si te he dejado pasar es solo porque no
quiero que formes un escándalo en el pasillo y que alguien pueda vernos.
Bastante tenemos ya como para que encima la señora se entere –se cruzó de
brazos, tratando de parecer enfadada-. Así que ya puedes decirme que es eso tan
importante que no puede esperar para que me despiertes a estas horas.
-Habría venido antes –comenzó él, sin saber
bien qué decirle-, pero la señora se acuesta muy tarde y aún estaba en el salón
a las doce. No ha sido hasta ahora que se ha retirado a sus aposentos para
descansar.
-Al grano Bosco –le instó la doncella.
-Al grano Bosco –le instó la doncella.
-Necesitaba verte –dio un paso hacia ella y
la joven se escabulló hacia el otro lado, buscando su bata. Aunque Bosco la
hubiese visto desnuda con anterioridad, ahora mostrarse ante él simplemente
ataviada con la ropa interior no la hacía sentir a gusto, y necesitaba su bata
para taparse-. Desde que no estamos juntos me he dado cuenta de que eres la
persona más importante de mi vida.
La sobrina de Candela se volvió hacia él,
sorprendida por la declaración. Había deseado tantas veces escuchar esas
palabras… sin embargo ahora ya era tarde.
-Palabras huecas, Bosco –le espetó con
dureza; y por una vez se sintió orgullosa de no caer en sus engaños-. ¿Ahora te
das cuenta de que me quieres? Es muy fácil decirlo. No te creo. Ya no soy la
misma boba que cayó rendida a los pies del señorito de la casa, encandilada por
su palabrería barata y cursi. Si de verdad has pensado que con solo decirme que
me echas de menos iba a volver junto a ti, te equivocabas. No volveré a creer
ni una más de tus mentiras.
-No son mentiras, Inés –insistió el
muchacho, con un deje desesperado en la voz-. Sé que es demasiado tarde, que he
cometido muchos errores pero…
-Bosco –le cortó ella. No quería seguir
escuchando más excusas-, si de verdad me hubieses querido, habrías gritado ese
amor a los cuatro vientos. Te habrías enfrentado a la señora y le habrías dicho
que no querías casarte con la señorita Isabel.
-No podía hacer eso, Inés –trató de
defenderse, a pesar de saber que la muchacha estaba en lo cierto. Había sido un
cobarde y ahora estaba pagando las consecuencias-. La señora me ha dado todo lo
que tengo y se lo debo.
Inés asintió. Su mirada se tiñó de tristeza
al comprender el carácter débil del joven.
-Elegiste, que no es lo mismo –declaró ella
con pesar-. Elegiste las riquezas antes que el amor. Si es que de verdad era
eso lo que sentías por mí.
Bosco dio un paso al frente y la cogió por
los brazos.
-No digas eso, Inés –le suplicó, irritado-. Mi
amor por ti es…
-Si de verdad fuese amor lo que sientes por
mí, no habrías dudado ni un instante de mi inocencia cuando tu prometida me
acusó de haber colocado la serpiente en su baño –le volvió a cortar ella,
dolida.
-¡Y no lo hice! –se defendió Bosco, alzando
la voz-. Sé que nunca serías capaz de algo así.
-Pues tu mirada no decía lo mismo –le recriminó,
sin poder ocultar el daño que le hizo en aquel momento sus dudas-. Me culpaste
de ello.
-¡Jamás habría hecho algo así! Y si así lo creíste, solo puedo pedirte perdón.
-¡Jamás habría hecho algo así! Y si así lo creíste, solo puedo pedirte perdón.
Inés levantó una mano para hacerle callar.
No estaba dispuesta a seguir escuchando más sus mentiras. Ya no.
-¿De verdad has creído por un solo instante
que iba a ser tan fácil? ¿Qué iba a creer tus vanas promesas de amor y que
caería a tus pies como una tonta? La Inés que conociste, Bosco, esa, la mataste
con tus engaños.
Bosco la soltó, con gesto derrotado. Era
consciente del daño que le había hecho y lo difícil que sería convencerla de
que estaba dispuesto a luchar por ella.
-¿Qué puedo hacer para que me creas? –dijo
de pronto. No podía darse por vencido a la primera derrota-. Pídeme lo que sea,
y lo haré.
La muchacha se mordió el labio inferior.
Quería creerle, de verdad que era lo que más deseaba hacer… pero…
-¿Estarías dispuesto a romper tu compromiso
con Isabel, por mí y enfrentarte a la señora? –le retó Inés, sabiendo que la
prueba de amor que le pedía era demasiado grande.
El joven no respondió de inmediato. Dio un
paso atrás, sorprendido e Inés malinterpretó el gesto.
-Lo sabía –declaró ella, con pesar. La
pequeña esperanza que albergaba en su interior se esfumó de golpe-. Jamás
serías capaz de…
-Lo haré –le cortó él, volviéndola a tomar
de los brazos. Su mirada determinada confirmaba sus palabras, sin embargo la
sobrina de Candela se quedó parada porque no esperaba aquella respuesta-.
Hablaré con doña Francisca y le explicaré que no puedo casarme con Isabel
porque amo a otra persona.
Inés reaccionó al fin, viendo la realidad
que Bosco parecía no ver.
-¡Jamás lo permitirá! –negó ella con la
cabeza -. No te dejará hacerlo. No la conoces, Bosco.
-No podrá hacer nada –insistió él, seguro de
la decisión que acababa de tomar-. Y si se opone a ello solo me quedará una
opción… marcharme de aquí… pero contigo.
-Eso lo dices para que vuelva contigo –Inés
se negaba a creerle, a pesar de que su corazón le pedía a gritos que le diese
esa oportunidad.
-No, Inés –repitió él con firmeza-. Te juro
que en cuanto pueda hablaré con ella.
Bosco se acercó a la muchacha con la
intención de besarla, pero ella le rechazó, apartándole suavemente.
-No te va a ser tan fácil –declaró con gran
esfuerzo-. Esta vez no me valen las palabras. Tan solo cuando se conviertan en
realidades, te creeré.
El protegido de la Montenegro asintió
levemente. Era justa la petición de la muchacha. Le había roto el corazón
demasiadas veces y tenía que ganarse de nuevo su confianza; algo a lo que
estaba dispuesto.
-Es justa tu petición. Y en pocos días verás
como la cumpliré… pero antes de marcharme solo te pido una cosa –Inés le lanzó
una mirada interrogativa-. Solo te pido un beso. Necesito saber que todavía
sientes lo mismo por mí.
-Bosco… -la súplica de su voz dejaba
entrever que anhelaba ese beso más que nada en el mundo, aunque su mente le
exigía mayor determinación y que no se dejase embaucar por sus palabras.
-Solo un beso –le susurró él, acercándose
lentamente a ella.
La voluntad de Inés, se vino abajo. ¿Qué
daño podía hacerle un simple beso? Ninguno.
En cuanto sintió el leve roce de los labios
de su amado se aferró a él, entregándose sin reservas a ese beso.
Al separarse, Bosco le sonrió.
Se había hecho demasiado tarde y debía regresar a su cuarto. Sus manos siguieron cogidas unos instantes mientras él caminaba hacia la puerta, alejándose de la muchacha.
Se había hecho demasiado tarde y debía regresar a su cuarto. Sus manos siguieron cogidas unos instantes mientras él caminaba hacia la puerta, alejándose de la muchacha.
Cuando el joven cerró la puerta tras de sí,
Inés suspiró a la vez que una sonrisa afloró en sus labios. Unos labios que aun
sentían el cosquilleo de aquel beso que le quemaba la piel.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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