martes, 10 de febrero de 2015

CAPÍTULO 41 
Pasaba ya de la medianoche e Inés seguía despierta. Los nervios ni siquiera la habían dejado meterse en la cama y caminaba de arriba abajo por todo el cuarto, deteniéndose de vez en cuando porque le parecía escuchar algún ruido extraño en el pasillo.
Bosco le había dicho que acudiría a verla cuando todos estuviesen acostados, pero de momento no había aparecido. ¿Y si se había arrepentido? Cuando pensaba que esa era la razón de su ausencia, el corazón se le desgarraba, pero a la vez se decía que era lo mejor que no hubiera ido. Inés tenía la determinación firme de no dejarle pasar, sin embargo allí estaba, esperándole despierta. Se maldijo por su falta de carácter. ¿Cómo decirle que no al hombre al que amaba?
Volvió a mirar el reloj. La una de la madrugada.
Bosco ya no iría. Se quitó la bata para acostarse cuando escuchó una de las baldosas rotas del pasillo moverse. El corazón se le detuvo. Allí fuera había alguien. ¿Sería él? ¿Quién más podría ir por los pasillos a esas horas?
Al poco vio como la manecilla de su puerta comenzaba a rodar lentamente. Como la puerta tenía el pestillo puesto no se abrió. Después de intentarlo dos veces, se escuchó la voz susurrante de Bosco al otro lado.
-Inés. Inés, soy yo, Bosco. ¿Estás despierta?
La muchacha avanzó unos pasos hacia la puerta, dispuesta a abrirle pero se detuvo.
-Inés –insistió el protegido de la Montenegro, al otro lado-. Necesito hablar contigo. Ábreme, por favor.
La sobrina de Candela se sentía a la deriva, entre dos aguas. Por un lado su corazón le pedía a gritos que abriera la puerta y le dejase entrar, y por otro, su mente y su dignidad le ordenaban que se mantuviera firme y rechazara al joven.
-Inés…
La joven no pudo soportar su suplica y le abrió la puerta.
La mirada de Bosco se clavó en ella nada más verla.
-¿Qué quieres? –inquirió ella, tratando de parecer enfadada aunque apenas lo pareció-. Estas no son horas de…
Bosco miró a ambos lados del pasillo. La oscuridad lo envolvía todo.
-Déjame pasar Inés y te lo explicaré.
La doncella sabía que si accedía a su petición estaba perdida. Su voluntad se haría añicos si dejaba que cruzase el umbral de su puerta.
Finalmente se hizo a un lado y cerró la puerta en cuanto él entró.
-Inés, yo…
-Si te he dejado pasar es solo porque no quiero que formes un escándalo en el pasillo y que alguien pueda vernos. Bastante tenemos ya como para que encima la señora se entere –se cruzó de brazos, tratando de parecer enfadada-. Así que ya puedes decirme que es eso tan importante que no puede esperar para que me despiertes a estas horas.
-Habría venido antes –comenzó él, sin saber bien qué decirle-, pero la señora se acuesta muy tarde y aún estaba en el salón a las doce. No ha sido hasta ahora que se ha retirado a sus aposentos para descansar.
-Al grano Bosco –le instó la doncella.
-Necesitaba verte –dio un paso hacia ella y la joven se escabulló hacia el otro lado, buscando su bata. Aunque Bosco la hubiese visto desnuda con anterioridad, ahora mostrarse ante él simplemente ataviada con la ropa interior no la hacía sentir a gusto, y necesitaba su bata para taparse-. Desde que no estamos juntos me he dado cuenta de que eres la persona más importante de mi vida.
La sobrina de Candela se volvió hacia él, sorprendida por la declaración. Había deseado tantas veces escuchar esas palabras… sin embargo ahora ya era tarde.
-Palabras huecas, Bosco –le espetó con dureza; y por una vez se sintió orgullosa de no caer en sus engaños-. ¿Ahora te das cuenta de que me quieres? Es muy fácil decirlo. No te creo. Ya no soy la misma boba que cayó rendida a los pies del señorito de la casa, encandilada por su palabrería barata y cursi. Si de verdad has pensado que con solo decirme que me echas de menos iba a volver junto a ti, te equivocabas. No volveré a creer ni una más de tus mentiras.
-No son mentiras, Inés –insistió el muchacho, con un deje desesperado en la voz-. Sé que es demasiado tarde, que he cometido muchos errores pero…
-Bosco –le cortó ella. No quería seguir escuchando más excusas-, si de verdad me hubieses querido, habrías gritado ese amor a los cuatro vientos. Te habrías enfrentado a la señora y le habrías dicho que no querías casarte con la señorita Isabel.
-No podía hacer eso, Inés –trató de defenderse, a pesar de saber que la muchacha estaba en lo cierto. Había sido un cobarde y ahora estaba pagando las consecuencias-. La señora me ha dado todo lo que tengo y se lo debo.
Inés asintió. Su mirada se tiñó de tristeza al comprender el carácter débil del joven.
-Elegiste, que no es lo mismo –declaró ella con pesar-. Elegiste las riquezas antes que el amor. Si es que de verdad era eso lo que sentías por mí.
Bosco dio un paso al frente y la cogió por los brazos.
-No digas eso, Inés –le suplicó, irritado-. Mi amor por ti es…
-Si de verdad fuese amor lo que sientes por mí, no habrías dudado ni un instante de mi inocencia cuando tu prometida me acusó de haber colocado la serpiente en su baño –le volvió a cortar ella, dolida.
-¡Y no lo hice! –se defendió Bosco, alzando la voz-. Sé que nunca serías capaz de algo así.
-Pues tu mirada no decía lo mismo –le recriminó, sin poder ocultar el daño que le hizo en aquel momento sus dudas-. Me culpaste de ello.
-¡Jamás habría hecho algo así! Y si así lo creíste, solo puedo pedirte perdón.
Inés levantó una mano para hacerle callar. No estaba dispuesta a seguir escuchando más sus mentiras. Ya no.
-¿De verdad has creído por un solo instante que iba a ser tan fácil? ¿Qué iba a creer tus vanas promesas de amor y que caería a tus pies como una tonta? La Inés que conociste, Bosco, esa, la mataste con tus engaños.
Bosco la soltó, con gesto derrotado. Era consciente del daño que le había hecho y lo difícil que sería convencerla de que estaba dispuesto a luchar por ella.
-¿Qué puedo hacer para que me creas? –dijo de pronto. No podía darse por vencido a la primera derrota-. Pídeme lo que sea, y lo haré.
La muchacha se mordió el labio inferior. Quería creerle, de verdad que era lo que más deseaba hacer… pero…
-¿Estarías dispuesto a romper tu compromiso con Isabel, por mí y enfrentarte a la señora? –le retó Inés, sabiendo que la prueba de amor que le pedía era demasiado grande.
El joven no respondió de inmediato. Dio un paso atrás, sorprendido e Inés malinterpretó el gesto.
-Lo sabía –declaró ella, con pesar. La pequeña esperanza que albergaba en su interior se esfumó de golpe-. Jamás serías capaz de…
-Lo haré –le cortó él, volviéndola a tomar de los brazos. Su mirada determinada confirmaba sus palabras, sin embargo la sobrina de Candela se quedó parada porque no esperaba aquella respuesta-. Hablaré con doña Francisca y le explicaré que no puedo casarme con Isabel porque amo a otra persona.
Inés reaccionó al fin, viendo la realidad que Bosco parecía no ver.
-¡Jamás lo permitirá! –negó ella con la cabeza -. No te dejará hacerlo. No la conoces, Bosco.
-No podrá hacer nada –insistió él, seguro de la decisión que acababa de tomar-. Y si se opone a ello solo me quedará una opción… marcharme de aquí… pero contigo.
-Eso lo dices para que vuelva contigo –Inés se negaba a creerle, a pesar de que su corazón le pedía a gritos que le diese esa oportunidad.
-No, Inés –repitió él con firmeza-. Te juro que en cuanto pueda hablaré con ella.
Bosco se acercó a la muchacha con la intención de besarla, pero ella le rechazó, apartándole suavemente.
-No te va a ser tan fácil –declaró con gran esfuerzo-. Esta vez no me valen las palabras. Tan solo cuando se conviertan en realidades, te creeré.
El protegido de la Montenegro asintió levemente. Era justa la petición de la muchacha. Le había roto el corazón demasiadas veces y tenía que ganarse de nuevo su confianza; algo a lo que estaba dispuesto.
-Es justa tu petición. Y en pocos días verás como la cumpliré… pero antes de marcharme solo te pido una cosa –Inés le lanzó una mirada interrogativa-. Solo te pido un beso. Necesito saber que todavía sientes lo mismo por mí.
-Bosco… -la súplica de su voz dejaba entrever que anhelaba ese beso más que nada en el mundo, aunque su mente le exigía mayor determinación y que no se dejase embaucar por sus palabras.
-Solo un beso –le susurró él, acercándose lentamente a ella.
La voluntad de Inés, se vino abajo. ¿Qué daño podía hacerle un simple beso? Ninguno.
En cuanto sintió el leve roce de los labios de su amado se aferró a él, entregándose sin reservas a ese beso.
Al separarse, Bosco le sonrió.
Se había hecho demasiado tarde y debía regresar a su cuarto. Sus manos siguieron cogidas unos instantes mientras él caminaba hacia la puerta, alejándose de la muchacha.
Cuando el joven cerró la puerta tras de sí, Inés suspiró a la vez que una sonrisa afloró en sus labios. Unos labios que aun sentían el cosquilleo de aquel beso que le quemaba la piel.

CONTINUARÁ...


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