CAPÍTULO 46
María no podía estarse quieta en el salón.
Sus nervios estaban a flor de piel y paseaba de arriba abajo sin descanso. Tan
solo se detenía, de vez en cuando para observar el reloj que había sobre la
chimenea y que marcaba cerca de las once de la noche.
Rosario hacía más de media hora que se había
marchado a la granja de su hija, preocupada por ella. Pero les dejó dicho que
en cuanto supiesen algo se lo hicieran saber con algún mozo.
-María, ¿por qué no te sientas? –le pidió
amablemente Candela, sentada en el sofá y preocupada por el estado de nervios
de la joven. Había preparado una tila para cada una pero no había surtido
efecto-. No solucionas nada con tanto paseo.
-Lo sé Candela –repuso ella, apretando los
labios y masajeándose las manos-. Pero ya han pasado varias horas y seguimos
sin tener noticias. Ni de Gonzalo ni de mi tío Tristán.
La confitera también estaba preocupada por
la falta de noticias de ambos, pero no lo exteriorizaba tanto como la joven.
-¿Y si mandamos a algún mozo para que vaya a
la casa de aguas a ver qué ocurre allí? –le sugirió a María.
-Buena idea –el gesto de la joven se
iluminó, aferrándose a esa esperanza-. Voy…
En ese instante Tristán entró en el salón
con pasos rápidos y la mirada preocupada.
-¿Y Martín? –preguntó el hombre sin aliento,
mirando por toda la sala-. ¿Ha vuelto?
-No –respondió Candela levantándose del sofá
con la preocupación pintada en su rostro-. ¿Qué ha pasado, Tristán?
María se acercó a su tío con el corazón
apretado en un puño. ¿Dónde estaba su esposo? ¿Por qué su tío preguntaba por
él?
-No lo sé –confesó Tristán, con
desesperación-. Me acerqué a la casa de aguas para ver si necesitaban algo y…
allí no había nadie. Estaba todo tranquilo. Nadie sabía nada de ningún
desperfecto y no habían visto a Martín desde la mañana. Estaba a punto de ir a
casa de Epifanio para preguntarle si había mandado al mozo cuando llegó la
guardia civil. Después de contarles lo que pasaba fuimos hasta la casa del
encargado y para nuestra sorpresa, y la de él mismo, no sabía nada de lo ocurrido.
Nos dijo que él no había mandado a ningún mozo aquí para que Martín fuera a la
casa de aguas.
-¿Entonces? –preguntó su esposa sin entender
nada-. ¿Quién mandó al mozo? Y… ¿Dónde está Gonzalo?
El rostro de María perdió el color, cada vez
más preocupada por su esposo. Los latidos de su corazón no le daban tregua y lo
único que deseaba en ese instante era despertar de aquella pesadilla.
-¿Y la guardia civil? –le preguntó la joven
a su tío, tratando de buscar alguna respuesta a tanta pregunta-. ¿Dónde están
ahora?
-Volvieron al cuartelillo –Tristán se pasó
la mano por el pelo, confuso y sin saber qué hacer.
-Tenemos que ir allí y contarles lo que pasa
–propuso María, de inmediato
Tristán asintió. No veía qué más podía hacer
que dar parte a la guardia civil.
-Tienes razón. Ellos sabrán que hacer.
-Candela, quédese con Esperanza –le pidió
María.
-Por supuesto; id con cuidado y en cuanto
sepáis algo hacédmelo saber, por favor.
Tío y sobrina se disponían a salir por la
puerta cuando entró Hipólito en la sala. Con los nervios del momento no habían
escuchado la campanilla de la entrada y una de las doncellas le había cedido el
paso hasta el salón.
El hijo de Dolores traía el gesto demudado.
-Hipólito, ¿qué haces aquí? –preguntó
Tristán, sorprendido de ver al alcalde a esas horas en su casa.
-Tristán, María… -comenzó el marido de
Quintina, pasando la mirada indecisa de uno a otro-. Veréis… vengo en calidad
de alcalde a informaros de algo que ha ocurrido y que debéis saber.
Candela se acercó a su esposo y a María. Los
tres esperaban aquello tan importante que Hipólito tenía que decirles y por su
semblante serio sabían que no era nada bueno.
-¿Qué pasa? –inquirió Tristán, frunciendo el
ceño.
María palideció. Algo en su interior le
gritaba que se trataba de Gonzalo y que no eran buenas noticias. Sintió la mano
de Candela aferrándose a su brazo y agradeció el gesto. Si no fuera por ella y
su tío, en ese mismo instante habría caído redonda de los nervios.
Hipólito no sabía cómo dar la noticia, así
que decidió ser lo más breve posible y tomó aire.
-Veréis… Vengo a informaros de que Gonzalo
ha sido detenido.
María cerró los ojos y soltó un leve
suspiro. Por un momento había temido algo mucho peor; aunque enseguida la
preocupación volvió a invadirla.
-¿Detenido? –repitió la joven, sintiendo un
inmenso frío en su interior-. ¿Por qué?
-Hipólito, habla –le urgió Tristán, tratando
de contenerse. No entendía nada de lo que estaba sucediendo-. ¿Cómo es eso de
que mi hijo ha sido detenido? ¿Dónde? ¿Por qué? Salió hace un par de horas
camino de la casa de aguas y allí no estaba.
-Calma, por favor –solicitó el alcalde,
quien no sabía cómo darles la noticia al completo-. Verás Tristán… No sé
exactamente cómo han sido las cosas pero le ha encontrado la guardia civil
entrando en la Casona a hurtadillas…
-¡Dios bendito! –soltó Candela, sin poder
creérselo-. ¡Pero eso debe de ser un error!
-¿La Casona? –repitió María. Su mente no
paraba de dar vueltas. ¿Qué absurdez era aquella?
Hipólito asintió, confirmándoselo.
-Vamos a ver, Hipólito –tomó la palabra
Tristán, más sereno que su esposa y María-. ¿Qué es lo que ha pasado? Y desde
el principio, por favor; no te dejes ni una coma.
El alcalde tragó saliva.
-Los detalles exactos no los sé –fue lo
primero que les dijo-. Al parecer a la guardia civil le llegó un chivatazo de
que alguien iba a intentar robar en la caja fuerte de la Casona y se
presentaron allí inmediatamente. La señora montó en cólera creyendo que era una
broma de muy mal gusto pues su despacho estaba cerrado y nadie podía entrar.
Sin embargo, cuando los civiles le pidieron comprobar que todo estaba en orden,
se encontraron a un enmascarado que había abierto la caja fuerte y se disponía
a salir de allí con unos papeles. Los civiles le dieron el alto y al
descubrirle el rostro vieron que se trataba de Gonzalo.
-¿Un enmascarado? –le interrumpió Candela,
cuyo pensamiento enseguida voló hacia el Anarquista-. No sería el…
Hipólito asintió, apretando los labios.
-¡Eso no puede ser! –le cortó María alzando
la voz-. Gonzalo no es el Anarquista. ¿De dónde se sacan eso? ¿Qué pruebas
tienen contra él?
Lo afirmó con tal seguridad que incluso
sorprendió a su tío y a Candela.
-Veréis –continuó Hipólito, sabiendo que lo
que iba a decirles no sería de su agrado-. Por lo poco que me han contado, la
llamada a la guardia civil fue anónima, pero una vez apresado, la nieta del
gobernador, la señorita Isabel, dijo que había sido ella quien había dado la
voz de alarma.
-¡¿Qué?! –gritó la esposa de Gonzalo,
perdiendo los nervios-. ¿Cómo es eso posible?
-Al parecer dijo que ella misma le había
tendido la trampa al encapuchado para que acudiese esa noche a la Casona pues
sabía de sus intenciones de robar en la caja fuerte de la señora.
-¿Y cómo es que esa señorita tenía tratos
con ese bandido? –intervino Candela, tan sorprendida como el resto.
-Todavía no lo ha contado –Hipólito se
encogió de hombros-. Supongo que cuando preste declaración lo explicará todo.
-No lo entiendo –declaró María, confundida;
aunque a la vez se maldecía por haber acertado con Isabel.
Ahora sabía por qué no era de fiar la
prometida de Bosco. Se lo advirtió al Anarquista, que no confiase en ella y su
empeño en seguir adelante con aquella alianza tan peligrosa había llevado a un
inocente a ser detenido.
Tristán se volvió hacia su sobrina.
-Tranquila María. Estoy seguro de que se
trata de un error y que lo solucionaremos –de nuevo se dirigió hacia Hipólito-.
Lo que no entiendo es qué hacía mi hijo en la Casona. ¿Cómo llegó hasta allí?
El alcalde negó de nuevo con la cabeza.
Ojalá pudiera darles más noticias pero era poco o nada lo que sabía.
-De momento no sé más. Ni el propio Gonzalo
ha dicho nada, por lo que tengo entendido.
-¿Dónde está? –inquirió María-. Quiero
verle.
-Los civiles se lo llevaron al cuartelillo y
desde allí me dieron aviso de lo ocurrido y he venido enseguida a contároslo.
-Debemos ir inmediatamente al cuartelillo
para aclarar las cosas–anunció María con determinación.
-Yo iré –contestó él, recuperándose del
primer golpe de saber a su hijo detenido-. Es mejor que tú te quedes con la
niña y…
-Ni lo sueñe, tío –replicó la joven quien no
iba a permitir que la dejasen de lado en aquel asunto-. Gonzalo es mi esposo y
mi lugar está allí junto a él –se volvió hacia Candela-. Candela, usted puede
cuidar de Esperanza, ¿verdad?
-Claro, hija. Ve tranquila –declaró la
esposa de Tristán que comprendía perfectamente que el lugar de María en ese
momento estaba junto a Gonzalo-. Yo me quedo aquí, pendiente de todo. Vosotros
id al cuartelillo junto a Gonzalo. En estos momentos necesita más que nunca el
apoyo de su familia.
-Candela, cariño –le dijo su esposo-.
¿Puedes llamar a don Marcial y ponerle al tanto de todo? A ver si puede venir
cuanto antes.
-Por supuesto. Yo me encargo de llamarle
–posó una mano sobre su antebrazo y le dedicó una sonrisa de apoyo-. Pierde
cuidado.
-Yo también os acompaño –les dijo Hipólito-.
Como alcalde de Puente Viejo tengo que personarme para que me informen de lo
ocurrido.
Tras despedirse de Candela, los tres
partieron hacia el cuartelillo con el corazón en un puño y con una sola idea en
la cabeza: demostrar la inocencia de Gonzalo, por muy difícil que pareciera.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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