viernes, 20 de febrero de 2015

CAPÍTULO 46 
María no podía estarse quieta en el salón. Sus nervios estaban a flor de piel y paseaba de arriba abajo sin descanso. Tan solo se detenía, de vez en cuando para observar el reloj que había sobre la chimenea y que marcaba cerca de las once de la noche.
Rosario hacía más de media hora que se había marchado a la granja de su hija, preocupada por ella. Pero les dejó dicho que en cuanto supiesen algo se lo hicieran saber con algún mozo.
-María, ¿por qué no te sientas? –le pidió amablemente Candela, sentada en el sofá y preocupada por el estado de nervios de la joven. Había preparado una tila para cada una pero no había surtido efecto-. No solucionas nada con tanto paseo.
-Lo sé Candela –repuso ella, apretando los labios y masajeándose las manos-. Pero ya han pasado varias horas y seguimos sin tener noticias. Ni de Gonzalo ni de mi tío Tristán.
La confitera también estaba preocupada por la falta de noticias de ambos, pero no lo exteriorizaba tanto como la joven.
-¿Y si mandamos a algún mozo para que vaya a la casa de aguas a ver qué ocurre allí? –le sugirió a María.
-Buena idea –el gesto de la joven se iluminó, aferrándose a esa esperanza-. Voy…
En ese instante Tristán entró en el salón con pasos rápidos y la mirada preocupada.
-¿Y Martín? –preguntó el hombre sin aliento, mirando por toda la sala-. ¿Ha vuelto?
-No –respondió Candela levantándose del sofá con la preocupación pintada en su rostro-. ¿Qué ha pasado, Tristán?
María se acercó a su tío con el corazón apretado en un puño. ¿Dónde estaba su esposo? ¿Por qué su tío preguntaba por él?
-No lo sé –confesó Tristán, con desesperación-. Me acerqué a la casa de aguas para ver si necesitaban algo y… allí no había nadie. Estaba todo tranquilo. Nadie sabía nada de ningún desperfecto y no habían visto a Martín desde la mañana. Estaba a punto de ir a casa de Epifanio para preguntarle si había mandado al mozo cuando llegó la guardia civil. Después de contarles lo que pasaba fuimos hasta la casa del encargado y para nuestra sorpresa, y la de él mismo, no sabía nada de lo ocurrido. Nos dijo que él no había mandado a ningún mozo aquí para que Martín fuera a la casa de aguas.
-¿Entonces? –preguntó su esposa sin entender nada-. ¿Quién mandó al mozo? Y… ¿Dónde está Gonzalo?
El rostro de María perdió el color, cada vez más preocupada por su esposo. Los latidos de su corazón no le daban tregua y lo único que deseaba en ese instante era despertar de aquella pesadilla.
-¿Y la guardia civil? –le preguntó la joven a su tío, tratando de buscar alguna respuesta a tanta pregunta-. ¿Dónde están ahora?
-Volvieron al cuartelillo –Tristán se pasó la mano por el pelo, confuso y sin saber qué hacer.
-Tenemos que ir allí y contarles lo que pasa –propuso María, de inmediato
Tristán asintió. No veía qué más podía hacer que dar parte a la guardia civil.
-Tienes razón. Ellos sabrán que hacer.
-Candela, quédese con Esperanza –le pidió María.
-Por supuesto; id con cuidado y en cuanto sepáis algo hacédmelo saber, por favor.
Tío y sobrina se disponían a salir por la puerta cuando entró Hipólito en la sala. Con los nervios del momento no habían escuchado la campanilla de la entrada y una de las doncellas le había cedido el paso hasta el salón.
El hijo de Dolores traía el gesto demudado.
-Hipólito, ¿qué haces aquí? –preguntó Tristán, sorprendido de ver al alcalde a esas horas en su casa.
-Tristán, María… -comenzó el marido de Quintina, pasando la mirada indecisa de uno a otro-. Veréis… vengo en calidad de alcalde a informaros de algo que ha ocurrido y que debéis saber.
Candela se acercó a su esposo y a María. Los tres esperaban aquello tan importante que Hipólito tenía que decirles y por su semblante serio sabían que no era nada bueno.
-¿Qué pasa? –inquirió Tristán, frunciendo el ceño.
María palideció. Algo en su interior le gritaba que se trataba de Gonzalo y que no eran buenas noticias. Sintió la mano de Candela aferrándose a su brazo y agradeció el gesto. Si no fuera por ella y su tío, en ese mismo instante habría caído redonda de los nervios.
Hipólito no sabía cómo dar la noticia, así que decidió ser lo más breve posible y tomó aire.
-Veréis… Vengo a informaros de que Gonzalo ha sido detenido.
María cerró los ojos y soltó un leve suspiro. Por un momento había temido algo mucho peor; aunque enseguida la preocupación volvió a invadirla.
-¿Detenido? –repitió la joven, sintiendo un inmenso frío en su interior-. ¿Por qué?
-Hipólito, habla –le urgió Tristán, tratando de contenerse. No entendía nada de lo que estaba sucediendo-. ¿Cómo es eso de que mi hijo ha sido detenido? ¿Dónde? ¿Por qué? Salió hace un par de horas camino de la casa de aguas y allí no estaba.
-Calma, por favor –solicitó el alcalde, quien no sabía cómo darles la noticia al completo-. Verás Tristán… No sé exactamente cómo han sido las cosas pero le ha encontrado la guardia civil entrando en la Casona a hurtadillas…
-¡Dios bendito! –soltó Candela, sin poder creérselo-. ¡Pero eso debe de ser un error!
-¿La Casona? –repitió María. Su mente no paraba de dar vueltas. ¿Qué absurdez era aquella?
Hipólito asintió, confirmándoselo.
-Vamos a ver, Hipólito –tomó la palabra Tristán, más sereno que su esposa y María-. ¿Qué es lo que ha pasado? Y desde el principio, por favor; no te dejes ni una coma.
El alcalde tragó saliva.
-Los detalles exactos no los sé –fue lo primero que les dijo-. Al parecer a la guardia civil le llegó un chivatazo de que alguien iba a intentar robar en la caja fuerte de la Casona y se presentaron allí inmediatamente. La señora montó en cólera creyendo que era una broma de muy mal gusto pues su despacho estaba cerrado y nadie podía entrar. Sin embargo, cuando los civiles le pidieron comprobar que todo estaba en orden, se encontraron a un enmascarado que había abierto la caja fuerte y se disponía a salir de allí con unos papeles. Los civiles le dieron el alto y al descubrirle el rostro vieron que se trataba de Gonzalo.
-¿Un enmascarado? –le interrumpió Candela, cuyo pensamiento enseguida voló hacia el Anarquista-. No sería el…
Hipólito asintió, apretando los labios.
-Así es Candela –le confirmó-. Todo parece indicar que es el mismo Anarquista.
-¡Eso no puede ser! –le cortó María alzando la voz-. Gonzalo no es el Anarquista. ¿De dónde se sacan eso? ¿Qué pruebas tienen contra él?
Lo afirmó con tal seguridad que incluso sorprendió a su tío y a Candela.
-Veréis –continuó Hipólito, sabiendo que lo que iba a decirles no sería de su agrado-. Por lo poco que me han contado, la llamada a la guardia civil fue anónima, pero una vez apresado, la nieta del gobernador, la señorita Isabel, dijo que había sido ella quien había dado la voz de alarma.
-¡¿Qué?! –gritó la esposa de Gonzalo, perdiendo los nervios-. ¿Cómo es eso posible?
-Al parecer dijo que ella misma le había tendido la trampa al encapuchado para que acudiese esa noche a la Casona pues sabía de sus intenciones de robar en la caja fuerte de la señora.
-¿Y cómo es que esa señorita tenía tratos con ese bandido? –intervino Candela, tan sorprendida como el resto.
-Todavía no lo ha contado –Hipólito se encogió de hombros-. Supongo que cuando preste declaración lo explicará todo.
-No lo entiendo –declaró María, confundida; aunque a la vez se maldecía por haber acertado con Isabel.
Ahora sabía por qué no era de fiar la prometida de Bosco. Se lo advirtió al Anarquista, que no confiase en ella y su empeño en seguir adelante con aquella alianza tan peligrosa había llevado a un inocente a ser detenido.
Tristán se volvió hacia su sobrina.
-Tranquila María. Estoy seguro de que se trata de un error y que lo solucionaremos –de nuevo se dirigió hacia Hipólito-. Lo que no entiendo es qué hacía mi hijo en la Casona. ¿Cómo llegó hasta allí?
El alcalde negó de nuevo con la cabeza. Ojalá pudiera darles más noticias pero era poco o nada lo que sabía.
-De momento no sé más. Ni el propio Gonzalo ha dicho nada, por lo que tengo entendido.
-¿Dónde está? –inquirió María-. Quiero verle.
-Los civiles se lo llevaron al cuartelillo y desde allí me dieron aviso de lo ocurrido y he venido enseguida a contároslo.
-Debemos ir inmediatamente al cuartelillo para aclarar las cosas–anunció María con determinación.
Su tío asintió, conforme.
-Yo iré –contestó él, recuperándose del primer golpe de saber a su hijo detenido-. Es mejor que tú te quedes con la niña y…
-Ni lo sueñe, tío –replicó la joven quien no iba a permitir que la dejasen de lado en aquel asunto-. Gonzalo es mi esposo y mi lugar está allí junto a él –se volvió hacia Candela-. Candela, usted puede cuidar de Esperanza, ¿verdad?
-Claro, hija. Ve tranquila –declaró la esposa de Tristán que comprendía perfectamente que el lugar de María en ese momento estaba junto a Gonzalo-. Yo me quedo aquí, pendiente de todo. Vosotros id al cuartelillo junto a Gonzalo. En estos momentos necesita más que nunca el apoyo de su familia.
-Candela, cariño –le dijo su esposo-. ¿Puedes llamar a don Marcial y ponerle al tanto de todo? A ver si puede venir cuanto antes.
-Por supuesto. Yo me encargo de llamarle –posó una mano sobre su antebrazo y le dedicó una sonrisa de apoyo-. Pierde cuidado.
-Yo también os acompaño –les dijo Hipólito-. Como alcalde de Puente Viejo tengo que personarme para que me informen de lo ocurrido.
Tras despedirse de Candela, los tres partieron hacia el cuartelillo con el corazón en un puño y con una sola idea en la cabeza: demostrar la inocencia de Gonzalo, por muy difícil que pareciera.

CONTINUARÁ...


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