jueves, 12 de febrero de 2015

CAPÍTULO 42 
El mes de agosto estaba a punto de comenzar y el calor no daba tregua alguna. Las mañanas comenzaban con una brisa suave que inmediatamente se transformaban en un ambiente cálido y pesado, permaneciendo así el resto del día. Solo la llegada de la noche daba cierta tregua.
María se detuvo un instante junto al puente de las ánimas, cerca de la salida del pueblo. Se secó con un pañuelo el sudor de la frente y tomó aire. Como siguiera haciendo ese calor, las cosechas del verano acabarían perdiéndose. Iba a retomar el paso hacia el pueblo cuando vio a Isabel Ramírez tomar el camino contrario, el que abandonaba Puente Viejo en dirección a Munia.
La esposa de Gonzalo se detuvo un segundo, pensativa, siguiendo con la mirada a la muchacha. La nieta del gobernador avanzaba con paso rápido, como si tuviese prisa o… o como si no quisiera que alguien la viese tomar aquella dirección puesto que no era el camino hacia la Casona.
El instinto de María le decía que la segunda opción era la correcta. Por su manera tan extraña de volverse constantemente y ese paso tan rápido, poco característico de una señorita de ciudad, le hacía pensar que iba a algún lugar al cual no debería ir.
Sin pensárselo dos veces, la esposa de Gonzalo cambió su rumbo, y tomó el mismo camino que la muchacha. Aceleró el paso para no perderla, aunque estaba casi segura de cuál iba a ser su destino final y el corazón le dio un vuelco al pensar en ello.
Caminó a bastante distancia de Isabel, y cerca de la vereda del camino por si a la prometida de Bosco le diera por mirar hacia atrás, así María tan solo tendría que ocultarse junto a los arbustos del sendero para no ser vista.
Afortunadamente, Isabel estaba tan concentrada en llegar al lugar al que iba que no volvió a preocuparse por si alguien la seguía. En realidad a esas horas era difícil encontrarse con algún vecino del pueblo porque todos andaban resguardados en sus casas. Todos, excepto María que había decidido visitar a Candela en la confitería y ver cómo iba el nuevo horno que le habían instalado el día anterior. Pero ahora su visita tendría que esperar.
Habían recorrido casi medio kilómetro bajo la inclemencia del sol cuando Isabel se detuvo de golpe. María salió del camino y se ocultó tras los matorrales desde donde podía ver los movimientos de la muchacha.
La nieta del gobernador volvió a mirar en dirección al pueblo y al ver que no había nadie, giró hacia la izquierda y se internó en el bosque, saliendo del campo de visión de María, quien dio un paso, decidida a seguirla, pero se detuvo. ¿Y si Isabel la había visto y se había escondido para sorprenderla? No podía pasar aquella opción por alto. Pero tampoco podía quedarse escondida allí. Entonces, ¿qué hacía?
Tomó aire y esperó el tiempo que consideró prudencial para retomar el camino. María trató de serenarse e improvisar una excusa creíble por si Isabel le salía al paso. Algo que afortunadamente no sucedió.
Al llegar a la altura en la que había desaparecido, la joven se detuvo, con cautela, atisbando cualquier ruido que pudiera resultarle extraño. Sin embargo, para sus sorpresa lo que vio fue a la prometida de Bosco alejándose hacia el interior del bosque.

Ya no necesitó seguir sus pasos para saber hacia dónde se dirigían. Sus sospechas eran ciertas. El destino final de Isabel era la cabaña del Anarquista. Hacía allí iba la nieta del gobernador sin lugar a dudas.
María, con la respiración desbocada y sus pensamientos, convertidos en un torbellino, bullían en su mente. Se encaminó hacia el lugar, adentrándose por otro lado, no fuera a ser que en realidad Isabel si la hubiese visto y la esperaba junto al cobertizo para sorprenderla.
Finalmente llegó al lugar.
La joven se detuvo junto a un árbol desde donde podía ver la cabaña a tan solo cinco metros de distancia. Todo a su alrededor era silencio. Ni siquiera podía estar segura que Isabel se encontrase dentro de la cabaña. ¿Cómo saberlo? Tan solo tenía una opción. Acercarse a mirar por la pequeña ventana del lateral. No veía otra solución si quería enterarse de lo que allí dentro acontecía.
Antes de abandonar su escondite, María volvió a cerciorarse de que no había nadie cerca, por si fuera alguna trampa. Tomó aire y tratando de hacer el menor ruido posible, caminó el pequeño tramo que la separaba del cobertizo.
Antes de mirar al interior, se pegó a la pared, todo lo que pudo y apretó los labios con fuerza. Sentía el latido de su corazón martilleándole las sienes. No sabía que iba a encontrarse allí. Con mucho cuidado fue asomándose poco a poco.
Al principio le costó atisbar algo del interior con claridad a través de los sucios cristales. Cuando sus ojos se acostumbraron, distinguió el interior de la cabaña. El escaso mobiliario estaba colocado de igual forma a como ella los recordaba, sin embargo no fue eso lo que llamó su atención. En el centro del cobertizo se encontraban Isabel y el Anarquista.
-Aquí la tienes –le dijo la prometida de Bosco al enmascarado, entregándole un papel-. La combinación de la caja fuerte de la Casona.
Desde su posición, María vio como la muchacha le pasaba un papel al Anarquista, pero no escuchó ni una palabra. Tan solo les veía hablar y tuvo que descifrar lo que sucedía por sus escasos movimientos y gestos.
-¿Estás segura que es ésta? –inquirió él, sin levantar la mirada y sosteniendo el papel entre sus dedos.
-Totalmente –repuso Isabel, airada y algo molesta por la duda-. Doña Francisca la abrió delante de mí. Mi plan para descubrirla funcionó perfectamente.
-Tuviste suerte –trató de quitarle importancia él, aunque tampoco era cuestión de menospreciar su ayuda-. Te felicito.
Aquella contestación no pareció agradar mucho a Isabel, acostumbrada a que alabasen sus actos, sin embargo la indiferencia del enmascarado, la sacaba de quicio.
María vio como el hombre se guardaba el papel bajo el ropaje. Se preguntó qué sería aquello que Isabel acababa de darle. ¿Serían los pagarés que la Montenegro había hecho al arquitecto? Enseguida desechó aquella idea. El papel era demasiado pequeño para ello. Su curiosidad le hizo acercarse más al cristal. En ese momento, la prometida de Bosco se acercó más al enmascarado. María entornó la mirada.
-Y ahora, ¿qué piensas hacer?
-Es mejor que no lo sepas –respondió con sequedad el Anarquista y levantó levemente la mirada hacia ella-. Pero necesito que me hagas un último favor. Quiero que mañana, por la noche, mantengas entretenidos a todos durante la cena. Asegúrate de que a esas horas nadie entre en el despacho y… y que la puerta esté cerrada.
La nieta del gobernador asintió, conforme. No tenía que ser muy lista para darse cuenta de lo que pretendía hacer aquel individuo.
-¿Y luego qué?
-¿Qué de qué? –le devolvió él la pregunta sin comprender.
-¿Cuándo quedará roto mi compromiso con Bosco?
El Anarquista suspiró y torció la boca oculta bajo el pañuelo.
-En cuanto los papeles lleguen a manos de tu abuelo –declaró-. Entonces sabrás que es el momento de acelerar esa ruptura. Estoy seguro que sabrás cómo encaminarle para que sea él mismo quien decida poner punto y final a ese compromiso.
El enmascarado estaba en lo cierto. Isabel era lo suficientemente astuta como para hacerle ver a su abuelo que si se casaba con Bosco, todo el mundo sabría que el distinguido y recto gobernador de la comarca había emparentado con una persona capaz de enriquecerse con engaños, y su tan respetada reputación quedaría dañada para siempre.
-Está bien –contestó ella, al fin, conforme-. No habrá problema.
El enmascarado asintió levemente.
-Bien. Será mejor que te vayas.
El hombre dio un paso, con la intención de salir de allí y el gesto tomó a María por sorpresa, que inmediatamente se hizo a un lado, sin apartar la mirada de la escena. Los latidos de su corazón se aceleraron al ver que Isabel cogió al Anarquista del brazo y le detuvo.
-¿Volveremos a vernos? –inquirió la nieta del gobernador, suavizando su voz.
La pregunta sorprendió al bandido que pasó su mirada de la mano de la muchacha a su rostro. La nieta del gobernador le soltó, dándose cuenta de su osadía.
-Ya has hecho tu parte… así que… creo que no –anunció él. Los ojos de Isabel se ensombrecieron de repente y el Anarquista supo en ese instante que no debería haberse tomado a broma las advertencias de María con respecto a los sentimientos que la nieta del gobernador albergaba hacia él-. Será lo mejor. Cuanto menos te relacionen conmigo, mejor que mejor. Si alguna vez llegasen a hacerlo, sí que se vería tu reputación dañada… y de por vida.
El Anarquista esperó que eso fuese suficiente para hacerla pensar lo que se jugaba. Sabía que para alguien como Isabel, su reputación era más importante que cualquier otra cosa.
Sin embargo, una vez más, se equivocaba.
Isabel no se iba a dar por vencida tan fácilmente.
-Eso nunca pasará –se acercó a él, buscando cierta intimidad y le rozó un brazo.
El gesto no pasó desapercibido para María, quien abrió los ojos, sin poder creer lo que estaba viendo. ¿Terminaría el enmascarado cayendo rendido ante los encantos de Isabel? Tomó aire y siguió observando la escena.
-¿Sabes? –continuó Isabel bajando la voz, volviéndola susurrante y dulce-. Cuando te conocí pensé que eras un simple bandido, de esos que asaltan los caminos. Pero ahora que sé cuáles son los verdaderos motivos que te han llevado a hacer esto, yo... me he dado cuenta de…
La muchacha alargó la mano hacia su rostro para bajarle el pañuelo a la vez que se acercó más a él con la clara intención de besarle.
El corazón de María se olvidó de respirar unos segundos contemplando la escena a cámara lenta. En unos segundos descubriría el rostro del Anarquista y el misterio quedaría resuelto.
Sin embargo, el enmascarado fue más rápido que la muchacha, adivinando sus intenciones. Cogió su mano en el último momento impidiéndole continuar.
-No vuelvas a intentarlo, nunca –le exigió con dureza y determinación.
-Yo… -murmuró ella, sorprendida-, tan solo quería…
-Sé lo que querías –le cortó él sin el menor miramiento-. Ambos lo sabemos… pero ya te digo que eso es imposible. Entre tú y yo no puede haber otra cosa que no sea la alianza para obtener nuestros objetivos. Si por un momento has pensado que podía existir algo más, andabas bien errada. Muy pronto dejaré de existir y desapareceré para siempre.
Isabel se soltó de malos modos. Aireada y furiosa. ¿Quién se creía aquel bandido que era para menospreciarla de aquel modo? Una ofensa de aquel tipo no se perdonaba tan fácilmente.
Desde fuera, María soltó un suspiro. No le fue necesario escuchar ni una sola palabra para saber lo que allí acababa de acontecer. Isabel había tratado de descubrir el rostro del Anarquista, para besarle y él la había rechazado, abiertamente, cortando de raíz cualquier ilusión que hubiese albergado la nieta del gobernador. Sus gestos y reacciones hablaban por ellos mismos.
-No te equivoques –le rebatió Isabel, alzando el mentón orgullosa. Sus ojos se habían vuelto duros y su gélida mirada hubiese congelado a cualquiera-. Jamás me fijaría en un bandido de tu clase. Una señorita como yo aspira a mucho más.
-Me alegro que pienses así –declaró él, sabiendo que sus palabras eran fruto de la rabia del momento. Pero no le importaba; debía dejarle las cosas bien claras-. Será lo mejor para los dos.
-Por supuesto. Será lo mejor –tomó aire, tratando de serenarse y no dejar ver que su rechazo le había dolido más de lo que aparentaba-. Y no te preocupes, mañana para la cena, todos estarán ocupados y me encargaré de que nadie se acerque al despacho. Tendrás vía libre.
El Anarquista frunció el ceño y asintió.
Isabel volvió a mirarle unos segundos antes de dirigirse hacia la puerta. Aquella conversación había terminado.
María al ver que la muchacha pretendía marcharse, regresó a su escondite tras árboles.
-Gracias –dijo del pronto el enmascarado. La prometida de Bosco se detuvo, con la mano sobre el pomo pero sin volverse-. Gracias por todo.
-No te equivoques –le soltó ella con frialdad-. Esto no lo hago ni por ti ni por esos trabajadores. Tan solo quiero marcharme de este maldito pueblo de una vez por todas.
Sin añadir nada más, abandonó la cabaña con paso decidido.
María la vio tomar el mismo camino por el que había llegado. Sus paso eran más rápidos que al ir hasta allí. La esposa de Gonzalo se preguntó qué estaría pasando por aquella cabecita en ese momento. No se fiaba de la nieta del gobernador. Las personas cómo ella eran impredecibles. Siempre querían salirse con la suya, sin importarles a quién se llevaban por delante.
Pensó en la escena que acababa de presenciar. ¿Cómo se habría tomado Isabel aquel rechazo? Cuando María habló con ella en la plaza, le quedó bastante clara la admiración que sentía por el enmascarado. Una admiración que en personas cómo ella podía convertirse en obsesión.
Y la obsesión era peligrosa.
Poco después volvió a escucharse la puerta del cobertizo abriéndose de nuevo. El Anarquista salió fuera y tras echar un último vistazo a su alrededor, abandonó el lugar marchándose por el otro lado al tomado por Isabel.


María le siguió con la mirada. Se mordió el labio inferior, pensativa. Por un instante tuvo el pensamiento de seguirle, pero no valía la pena, se dijo. Era tarde y la noche comenzaba a caer. No podía perder más tiempo o sino levantaría sospechas en el Jaral, algo que no quería que ocurriese bajo ningún concepto.
La joven se adentró en el bosque y regresó por el mismo camino por el que había llegado allí.

CONTINUARÁ...





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