CAPÍTULO 42
El mes de agosto estaba a punto de comenzar
y el calor no daba tregua alguna. Las mañanas comenzaban con una brisa suave
que inmediatamente se transformaban en un ambiente cálido y pesado,
permaneciendo así el resto del día. Solo la llegada de la noche daba cierta
tregua.
María se detuvo un instante junto al puente
de las ánimas, cerca de la salida del pueblo. Se secó con un pañuelo el sudor
de la frente y tomó aire. Como siguiera haciendo ese calor, las cosechas del
verano acabarían perdiéndose. Iba a retomar el paso hacia el pueblo cuando vio
a Isabel Ramírez tomar el camino contrario, el que abandonaba Puente Viejo en
dirección a Munia.
La esposa de Gonzalo se detuvo un segundo,
pensativa, siguiendo con la mirada a la muchacha. La nieta del gobernador avanzaba
con paso rápido, como si tuviese prisa o… o como si no quisiera que alguien la
viese tomar aquella dirección puesto que no era el camino hacia la Casona.
El instinto de María le decía que la segunda
opción era la correcta. Por su manera tan extraña de volverse constantemente y
ese paso tan rápido, poco característico de una señorita de ciudad, le hacía pensar
que iba a algún lugar al cual no debería ir.
Sin pensárselo dos veces, la esposa de
Gonzalo cambió su rumbo, y tomó el mismo camino que la muchacha. Aceleró el
paso para no perderla, aunque estaba casi segura de cuál iba a ser su destino
final y el corazón le dio un vuelco al pensar en ello.
Caminó a bastante distancia de Isabel, y
cerca de la vereda del camino por si a la prometida de Bosco le diera por mirar
hacia atrás, así María tan solo tendría que ocultarse junto a los arbustos del
sendero para no ser vista.
Afortunadamente, Isabel estaba tan
concentrada en llegar al lugar al que iba que no volvió a preocuparse por si
alguien la seguía. En realidad a esas horas era difícil encontrarse con algún
vecino del pueblo porque todos andaban resguardados en sus casas. Todos,
excepto María que había decidido visitar a Candela en la confitería y ver cómo
iba el nuevo horno que le habían instalado el día anterior. Pero ahora su
visita tendría que esperar.
Habían recorrido casi medio kilómetro bajo
la inclemencia del sol cuando Isabel se detuvo de golpe. María salió del camino
y se ocultó tras los matorrales desde donde podía ver los movimientos de la muchacha.
La nieta del gobernador volvió a mirar en
dirección al pueblo y al ver que no había nadie, giró hacia la izquierda y se
internó en el bosque, saliendo del campo de visión de María, quien dio un paso,
decidida a seguirla, pero se detuvo. ¿Y si Isabel la había visto y se había
escondido para sorprenderla? No podía pasar aquella opción por alto. Pero
tampoco podía quedarse escondida allí. Entonces, ¿qué hacía?
Tomó aire y esperó el tiempo que consideró
prudencial para retomar el camino. María trató de serenarse e improvisar una
excusa creíble por si Isabel le salía al paso. Algo que afortunadamente no
sucedió.
Al llegar a la altura en la que había
desaparecido, la joven se detuvo, con cautela, atisbando cualquier ruido que
pudiera resultarle extraño. Sin embargo, para sus sorpresa lo que vio fue a la
prometida de Bosco alejándose hacia el interior del bosque.
Ya no necesitó seguir sus pasos para saber
hacia dónde se dirigían. Sus sospechas eran ciertas. El destino final de Isabel
era la cabaña del Anarquista. Hacía allí iba la nieta del gobernador sin lugar
a dudas.
María, con la respiración desbocada y sus
pensamientos, convertidos en un torbellino, bullían en su mente. Se encaminó
hacia el lugar, adentrándose por otro lado, no fuera a ser que en realidad
Isabel si la hubiese visto y la esperaba junto al cobertizo para sorprenderla.
Finalmente llegó al lugar.
La joven se detuvo junto a un árbol desde
donde podía ver la cabaña a tan solo cinco metros de distancia. Todo a su
alrededor era silencio. Ni siquiera podía estar segura que Isabel se encontrase
dentro de la cabaña. ¿Cómo saberlo? Tan solo tenía una opción. Acercarse a
mirar por la pequeña ventana del lateral. No veía otra solución si quería
enterarse de lo que allí dentro acontecía.
Antes de abandonar su escondite, María
volvió a cerciorarse de que no había nadie cerca, por si fuera alguna trampa.
Tomó aire y tratando de hacer el menor ruido posible, caminó el pequeño tramo
que la separaba del cobertizo.
Antes de mirar al interior, se pegó a la pared,
todo lo que pudo y apretó los labios con fuerza. Sentía el latido de su corazón
martilleándole las sienes. No sabía que iba a encontrarse allí. Con mucho
cuidado fue asomándose poco a poco.
Al principio le costó atisbar algo del
interior con claridad a través de los sucios cristales. Cuando sus ojos se
acostumbraron, distinguió el interior de la cabaña. El escaso mobiliario estaba
colocado de igual forma a como ella los recordaba, sin embargo no fue eso lo
que llamó su atención. En el centro del cobertizo se encontraban Isabel y el
Anarquista.
-Aquí la tienes –le dijo la prometida de
Bosco al enmascarado, entregándole un papel-. La combinación de la caja fuerte
de la Casona.
Desde su posición, María vio como la
muchacha le pasaba un papel al Anarquista, pero no escuchó ni una palabra. Tan
solo les veía hablar y tuvo que descifrar lo que sucedía por sus escasos
movimientos y gestos.
-¿Estás segura que es ésta? –inquirió él,
sin levantar la mirada y sosteniendo el papel entre sus dedos.
-Totalmente –repuso Isabel, airada y algo
molesta por la duda-. Doña Francisca la abrió delante de mí. Mi plan para
descubrirla funcionó perfectamente.
-Tuviste suerte –trató de quitarle
importancia él, aunque tampoco era cuestión de menospreciar su ayuda-. Te
felicito.
Aquella contestación no pareció agradar
mucho a Isabel, acostumbrada a que alabasen sus actos, sin embargo la
indiferencia del enmascarado, la sacaba de quicio.
María vio como el hombre se guardaba el
papel bajo el ropaje. Se preguntó qué sería aquello que Isabel acababa de
darle. ¿Serían los pagarés que la Montenegro había hecho al arquitecto?
Enseguida desechó aquella idea. El papel era demasiado pequeño para ello. Su curiosidad
le hizo acercarse más al cristal. En ese momento, la prometida de Bosco se acercó
más al enmascarado. María entornó la mirada.
-Y ahora, ¿qué piensas hacer?
-Es mejor que no lo sepas –respondió con
sequedad el Anarquista y levantó levemente la mirada hacia ella-. Pero necesito
que me hagas un último favor. Quiero que mañana, por la noche, mantengas
entretenidos a todos durante la cena. Asegúrate de que a esas horas nadie entre
en el despacho y… y que la puerta esté cerrada.
La nieta del gobernador asintió, conforme.
No tenía que ser muy lista para darse cuenta de lo que pretendía hacer aquel
individuo.
-¿Y luego qué?
-¿Qué de qué? –le devolvió él la pregunta
sin comprender.
-¿Cuándo quedará roto mi compromiso con
Bosco?
El Anarquista suspiró y torció la boca
oculta bajo el pañuelo.
-En cuanto los papeles lleguen a manos de tu
abuelo –declaró-. Entonces sabrás que es el momento de acelerar esa ruptura.
Estoy seguro que sabrás cómo encaminarle para que sea él mismo quien decida
poner punto y final a ese compromiso.
El enmascarado estaba en lo cierto. Isabel
era lo suficientemente astuta como para hacerle ver a su abuelo que si se
casaba con Bosco, todo el mundo sabría que el distinguido y recto gobernador de
la comarca había emparentado con una persona capaz de enriquecerse con engaños,
y su tan respetada reputación quedaría dañada para siempre.
-Está bien –contestó ella, al fin, conforme-.
No habrá problema.
El enmascarado asintió levemente.
-Bien. Será mejor que te vayas.
El hombre dio un paso, con la intención de
salir de allí y el gesto tomó a María por sorpresa, que inmediatamente se hizo
a un lado, sin apartar la mirada de la escena. Los latidos de su corazón se
aceleraron al ver que Isabel cogió al Anarquista del brazo y le detuvo.
-¿Volveremos a vernos? –inquirió la nieta
del gobernador, suavizando su voz.
La pregunta sorprendió al bandido que pasó
su mirada de la mano de la muchacha a su rostro. La nieta del gobernador le
soltó, dándose cuenta de su osadía.
-Ya has hecho tu parte… así que… creo que no
–anunció él. Los ojos de Isabel se ensombrecieron de repente y el Anarquista supo
en ese instante que no debería haberse tomado a broma las advertencias de María
con respecto a los sentimientos que la nieta del gobernador albergaba hacia
él-. Será lo mejor. Cuanto menos te relacionen conmigo, mejor que mejor. Si
alguna vez llegasen a hacerlo, sí que se vería tu reputación dañada… y de por
vida.
El Anarquista esperó que eso fuese
suficiente para hacerla pensar lo que se jugaba. Sabía que para alguien como
Isabel, su reputación era más importante que cualquier otra cosa.
Sin embargo, una vez más, se equivocaba.
Isabel no se iba a dar por vencida tan
fácilmente.
-Eso nunca pasará –se acercó a él, buscando
cierta intimidad y le rozó un brazo.
El gesto no pasó desapercibido para María, quien abrió los ojos, sin poder creer lo que estaba viendo. ¿Terminaría el enmascarado cayendo rendido ante los encantos de Isabel? Tomó aire y siguió observando la escena.
El gesto no pasó desapercibido para María, quien abrió los ojos, sin poder creer lo que estaba viendo. ¿Terminaría el enmascarado cayendo rendido ante los encantos de Isabel? Tomó aire y siguió observando la escena.
-¿Sabes? –continuó Isabel bajando la voz,
volviéndola susurrante y dulce-. Cuando te conocí pensé que eras un simple
bandido, de esos que asaltan los caminos. Pero ahora que sé cuáles son los
verdaderos motivos que te han llevado a hacer esto, yo... me he dado cuenta de…
La muchacha alargó la mano hacia su rostro
para bajarle el pañuelo a la vez que se acercó más a él con la clara intención
de besarle.
El corazón de María se olvidó de respirar
unos segundos contemplando la escena a cámara lenta. En unos segundos
descubriría el rostro del Anarquista y el misterio quedaría resuelto.
Sin embargo, el enmascarado fue más rápido
que la muchacha, adivinando sus intenciones. Cogió su mano en el último momento
impidiéndole continuar.
-No vuelvas a intentarlo, nunca –le exigió
con dureza y determinación.
-Yo… -murmuró ella, sorprendida-, tan solo
quería…
-Sé lo que querías –le cortó él sin el menor
miramiento-. Ambos lo sabemos… pero ya te digo que eso es imposible. Entre tú y
yo no puede haber otra cosa que no sea la alianza para obtener nuestros
objetivos. Si por un momento has pensado que podía existir algo más, andabas
bien errada. Muy pronto dejaré de existir y desapareceré para siempre.
Isabel se soltó de malos modos. Aireada y furiosa.
¿Quién se creía aquel bandido que era para menospreciarla de aquel modo? Una
ofensa de aquel tipo no se perdonaba tan fácilmente.
Desde fuera, María soltó un suspiro. No le
fue necesario escuchar ni una sola palabra para saber lo que allí acababa de
acontecer. Isabel había tratado de descubrir el rostro del Anarquista, para
besarle y él la había rechazado, abiertamente, cortando de raíz cualquier
ilusión que hubiese albergado la nieta del gobernador. Sus gestos y reacciones
hablaban por ellos mismos.
-No te equivoques –le rebatió Isabel,
alzando el mentón orgullosa. Sus ojos se habían vuelto duros y su gélida mirada
hubiese congelado a cualquiera-. Jamás me fijaría en un bandido de tu clase.
Una señorita como yo aspira a mucho más.
-Me alegro que pienses así –declaró él,
sabiendo que sus palabras eran fruto de la rabia del momento. Pero no le
importaba; debía dejarle las cosas bien claras-. Será lo mejor para los dos.
-Por supuesto. Será lo mejor –tomó aire,
tratando de serenarse y no dejar ver que su rechazo le había dolido más de lo
que aparentaba-. Y no te preocupes, mañana para la cena, todos estarán ocupados
y me encargaré de que nadie se acerque al despacho. Tendrás vía libre.
El Anarquista frunció el ceño y asintió.
Isabel volvió a mirarle unos segundos antes
de dirigirse hacia la puerta. Aquella conversación había terminado.
María al ver que la muchacha pretendía marcharse, regresó a su escondite tras árboles.
María al ver que la muchacha pretendía marcharse, regresó a su escondite tras árboles.
-Gracias –dijo del pronto el enmascarado. La
prometida de Bosco se detuvo, con la mano sobre el pomo pero sin volverse-.
Gracias por todo.
-No te equivoques –le soltó ella con
frialdad-. Esto no lo hago ni por ti ni por esos trabajadores. Tan solo quiero
marcharme de este maldito pueblo de una vez por todas.
Sin añadir nada más, abandonó la cabaña con
paso decidido.
María la vio tomar el mismo camino por el
que había llegado. Sus paso eran más rápidos que al ir hasta allí. La esposa de
Gonzalo se preguntó qué estaría pasando por aquella cabecita en ese momento. No
se fiaba de la nieta del gobernador. Las personas cómo ella eran impredecibles.
Siempre querían salirse con la suya, sin importarles a quién se llevaban por
delante.
Pensó en la escena que acababa de
presenciar. ¿Cómo se habría tomado Isabel aquel rechazo? Cuando María habló con
ella en la plaza, le quedó bastante clara la admiración que sentía por el
enmascarado. Una admiración que en personas cómo ella podía convertirse en
obsesión.
Y la obsesión era peligrosa.
Poco después volvió a escucharse la puerta
del cobertizo abriéndose de nuevo. El Anarquista salió fuera y tras echar un
último vistazo a su alrededor, abandonó el lugar marchándose por el otro lado
al tomado por Isabel.
María le siguió con la mirada. Se mordió el labio inferior, pensativa. Por un instante tuvo el pensamiento de seguirle, pero no valía la pena, se dijo. Era tarde y la noche comenzaba a caer. No podía perder más tiempo o sino levantaría sospechas en el Jaral, algo que no quería que ocurriese bajo ningún concepto.
María le siguió con la mirada. Se mordió el labio inferior, pensativa. Por un instante tuvo el pensamiento de seguirle, pero no valía la pena, se dijo. Era tarde y la noche comenzaba a caer. No podía perder más tiempo o sino levantaría sospechas en el Jaral, algo que no quería que ocurriese bajo ningún concepto.
La joven se adentró en el bosque y regresó
por el mismo camino por el que había llegado allí.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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