CAPÍTULO 36
Pocos días después, María
bajó al pueblo. Desde que Rosario se había trasladado a la granja de Mariana y
Nicolás por los problemas que su hija tenía con el embarazo, la joven y Candela
llevaban la casa juntas. Trataban de hacerlo tan bien como la buena mujer, sin
embargo siempre había algo que les faltaba.
Candela debía haber ido el
día anterior al Colmado a por unos encargos para la cena, ya que Gonzalo y
María celebraban su primer aniversario de bodas y toda la familia estaba
invitada esa noche a una pequeña reunión en el Jaral. Sin embargo la tarde
anterior, la esposa de Tristán volvió a tener problemas con el horno de la
confitería y se le fue el santo al cielo. Emilia se había acercado hasta el
colmado para recoger los encargos ella misma y ahora María acudía a la posada a
por ellos antes de regresar al Jaral.
La mañana en la casa de
aguas había sido bastante intensa. La joven se había pasado gran parte de la
jornada supervisando junto a Teodora la llegada de un nuevo cargamento de
utensilios para la enfermería del balneario.
Al llegar a la plaza se
detuvo. La campana de la iglesia anunció la una del mediodía. No tenía mucho
tiempo, pensó la joven.
Dio dos pasos en dirección
a la posada cuando vio a Isabel Ramírez cruzar la plaza, camino del zapatero. La
nieta del gobernador caminaba tan deprisa que pasó junto a María y ni siquiera
se detuvo.
-Isabel –la llamó la esposa
de Gonzalo.
La muchacha se detuvo de
golpe al escuchar su nombre y miró a ver quién la había llamado.
-María. Disculpa, no te
había visto –repuso, volviendo sobre sus pasos-. He bajado al pueblo a por unos
encargos y se me ha pasado la mañana volando.
-Es lo que pasa cuando
tienes una boda que preparar –declaró María, sonriéndole con amabilidad-.
¿Supongo que ya tendréis la mitad de los preparativos listos? ¿Don Anselmo ya
os ha dado fecha?
La sonrisa que lucía la
prometida de Bosco se esfumó de golpe. María percibió enseguida la incomodidad
de su pregunta y se preguntó a qué se debería.
-Todavía no –declaró la
prometida de Bosco, forzando, de nuevo, una amable sonrisa-. Lo cierto es que
ni Bosco ni yo tenemos prisa por casarnos. Estamos conociéndonos y lo demás ya
vendrá.
Las palabras de la nieta
del gobernador no hicieron más que poner a María sobre aviso. Habían pasado
semanas desde el compromiso entre Isabel y Bosco, y desde entonces la relación
parecía estancada. A ojos de todos, la pareja se estaba conociendo y no tenían
ninguna prisa por pasar por el altar; sin embargo, para María había algo más.
¿Sería por Inés? ¿Acaso Bosco continuaba viéndose con ella en secreto e Isabel
estaba al tanto? El asunto era la frialdad con la que la joven había hablado
sobre su futura boda. Ninguna novia hablaba con aquella falta de interés sobre
su futuro esposo, a no ser que no estuviera enamorada de él.
La esposa de Gonzalo quería
indagar más en el asunto y se le ocurrió una idea. Se acercó a la muchacha, con
aire confidencial para que nadie más las escuchase.
-¿Supongo que las cosas con
Bosco están bien, no? –le preguntó a bocajarro.
Isabel le lanzó una mirada
severa.
-Por supuesto que sí
–contestó, sin ocultar la irritación que le producía la pregunta-. Entre
nosotros las cosas están perfectamente.
-Menos mal –suspiró María-.
Me temía algo grave. No me malinterpretes –añadió de inmediato-. Me han llegado
rumores de que Bosco tuvo un encuentro fortuito con el llamado Anarquista y que
estuvo a punto de cogerle.
-¿Bosco? –Isabel palideció
de pronto-. ¿Qué Bosco estuvo a punto de coger a ese enmascarado?
María asintió. Su mentira
estaba dando los frutos que quería. Ahora tan solo había que seguir tirando del
hilo en la dirección correcta.
-Sí, pero que se le escapó
por los pelos. Por eso te preguntaba si Bosco estaba bien.
-Pero… pero eso no puede
ser –murmuró la muchacha, pensativa-. Esos rumores no son ciertos, María
–declaró finalmente, con determinación-. Si mi prometido se hubiese encontrado
con ese individuo me lo habría contado. Es más, lo habría mencionado en la
Casona. No es algo para mantener en secreto –poco a poco fue recuperando la
seguridad con la que solía hablar-. Además, no creo que detener a ese bandido
sea tan sencillo; ni siquiera para alguien como Bosco.
-¿Por qué lo dices?
–inquirió María, frunciendo el ceño.
-Porque ese enmascarado no
es alguien que actúe sin pensar antes en las consecuencias de sus actos. Ha
demostrado que sabe cuidarse perfectamente. Dudo mucho que puedan cogerle.
Por segunda vez, María se
puso en alerta. Pero en esta ocasión fue por el tono empleado por Isabel. Por
la manera en que hablaba del Anarquista, dejaba claro, no solo que le conocía
sino que sentía admiración por aquel individuo. Una admiración que podía
volverse peligrosa si se convertía en algo más.
-Vaya, parece que estás
bastante informada sobre ese enmascarado –dejó caer la esposa de Gonzalo, con
cautela.
-¿Y quién no lo está?
–inquirió la nieta del gobernador, poniéndose a la defensiva. Isabel se dio
cuenta de que había hablado de más, dejando entrever lo que quería ocultar, así
que trató de buscar alguna excusa creíble-. En realidad en un pueblo tan pequeño
como Puente Viejo, acostumbrado a la tranquilidad; pues que ocurra algo así lo
vuelve más… más atractivo.
-¿Atractivo? –repitió María
sin poder creérselo-. Yo más bien diría que peligroso. Con alguien como el
Anarquista suelto por estos lares nadie está seguro.
Isabel sonrió a la vez que
negó con la cabeza.
-Cómo se nota lo poco que
has salido de este pueblo –le espetó sin miramientos-. Y no me lo tomes a mal.
Pero en la capital estas cosas no pasan, así que comprenderás que vea esto de
otra forma distinta a la tuya.
-No entiendo –declaró la
esposa de Gonzalo, comenzando a preocuparse-. ¿De qué manera lo ves, si puede
saberse?
-Pues es bien sencillo,
querida –dijo Isabel. Sin darse cuenta estaba haciendo justo lo que María
quería, que le contase lo que opinaba del Anarquista. Solo así lograría saber
qué pasaba realmente-. La mayoría de las gentes de este pueblo consideran a ese
enmascarado una especie de… bandido, de delincuente.
-¿Acaso no lo es? –la
interrumpió-. Se dice que ha empezado a robar a los pobres campesinos que
subsisten gracias a lo poco que ganan trabajando sus tierras o vendiendo su
ganado. Si eso no es ser un bandido…
-Sinceramente, no creo que
esos actos los haya cometido él –afirmó Isabel con una seguridad aplastante.
María sintió un leve escalofrío al ver como Isabel defendía al Anarquista-.
Desde un principio se ha visto que su único objetivo es luchar contra la
tiranía de los señores de estas tierras. Lo único que busca es mejorar las
condiciones de los trabajadores, según va pregonando por ahí. Para nada va con
su personalidad el rebajarse a ser un simple ladrón –sus ojos brillaron con un
tinte de admiración, que asustó a la nieta de Rosario-. A mí, personalmente, me
recuerda a esos héroes de las novelas románticas… Robin Hood, el famoso arquero
que robaba a los ricos para darles a los pobres; o el llamado Zorro de Johnston
Mc.Culley ¿Has leído a este último? –María negó, lentamente, cada vez más
sorprendida. Sin embargo, Isabel continuó, ajena a la conmoción que sus palabras estaban causando en la
esposa de Gonzalo-. Pues te la recomiendo. Te darás cuenta de cuanto se parece
el enmascarado de Puente Viejo a esta clase de personajes.
Un gélido escalofrío
recorrió el cuerpo de María, de arriba abajo. Las palabras de Isabel no hacían
sino confirmar sus peores temores. El Anarquista no sabía con quién se había
aliado. La nieta del gobernador era demasiado peligrosa, voluble… Y lo peor,
parecía fascinada y obsesionada con él. María comenzó a entender la fría
actitud de Isabel al hablarle de su compromiso con Bosco. Ahora sus planes
podían tomar otro rumbo. Un rumbo que perjudicaría principalmente los planes
del enmascarado si éste no estaba al tanto de lo que ocurría. Y si la alianza
entre ellos no llegaba a buen puerto, posiblemente una de las afectadas fuese
Inés. María estaba segura que Isabel no se olvidaría tan rápidamente de la sobrina
de Candela. De algún modo, Inés siempre estaría en el ojo de mira de la nieta
del gobernador, y la esposa de Gonzalo no podía permitir que eso ocurriese.
-Lo siento, María –dijo de
pronto Isabel, recobrando la noción del tiempo-. Pero todavía me quedan por
hacer un par de recados antes de regresar a la Casona, y voy con cierto retraso.
-Disculpa, Isabel –declaró
la joven, apretando los labios, todavía compungida-. No te entretengo más. Yo
también ando con prisas.
Ambas se despidieron y
mientras María veía a la prometida de Bosco abandonar la plaza, tomó una
decisión. Arriesgada pero necesaria.
Miró la posada de sus
padres. Ahora no tenía tiempo para entrar y recoger el pedido. Volvería a la
tarde.
Dio media vuelta y salió
del pueblo tomando el camino que llevaba al Jaral con paso ligero.
Justo en ese momento,
Emilia, que salía de la casa de comidas, vio a su hija. La mujer se quedó
extrañada. Habían quedado que María pasaría a por los encargos a esa hora. ¿Lo
habría olvidado? ¿Y dónde iba con tantas prisas? La esposa de Alfonso abrió la
boca para llamar a su hija, pero se contuvo. Se encogió de hombros y entró de
nuevo en la casa de comidas.
CONTINUARÁ...
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