domingo, 1 de febrero de 2015

CAPÍTULO 36 
Pocos días después, María bajó al pueblo. Desde que Rosario se había trasladado a la granja de Mariana y Nicolás por los problemas que su hija tenía con el embarazo, la joven y Candela llevaban la casa juntas. Trataban de hacerlo tan bien como la buena mujer, sin embargo siempre había algo que les faltaba.
Candela debía haber ido el día anterior al Colmado a por unos encargos para la cena, ya que Gonzalo y María celebraban su primer aniversario de bodas y toda la familia estaba invitada esa noche a una pequeña reunión en el Jaral. Sin embargo la tarde anterior, la esposa de Tristán volvió a tener problemas con el horno de la confitería y se le fue el santo al cielo. Emilia se había acercado hasta el colmado para recoger los encargos ella misma y ahora María acudía a la posada a por ellos antes de regresar al Jaral.
La mañana en la casa de aguas había sido bastante intensa. La joven se había pasado gran parte de la jornada supervisando junto a Teodora la llegada de un nuevo cargamento de utensilios para la enfermería del balneario.
Al llegar a la plaza se detuvo. La campana de la iglesia anunció la una del mediodía. No tenía mucho tiempo, pensó la joven.
Dio dos pasos en dirección a la posada cuando vio a Isabel Ramírez cruzar la plaza, camino del zapatero. La nieta del gobernador caminaba tan deprisa que pasó junto a María y ni siquiera se detuvo.
-Isabel –la llamó la esposa de Gonzalo.
La muchacha se detuvo de golpe al escuchar su nombre y miró a ver quién la había llamado.
-María. Disculpa, no te había visto –repuso, volviendo sobre sus pasos-. He bajado al pueblo a por unos encargos y se me ha pasado la mañana volando.
-Es lo que pasa cuando tienes una boda que preparar –declaró María, sonriéndole con amabilidad-. ¿Supongo que ya tendréis la mitad de los preparativos listos? ¿Don Anselmo ya os ha dado fecha?
La sonrisa que lucía la prometida de Bosco se esfumó de golpe. María percibió enseguida la incomodidad de su pregunta y se preguntó a qué se debería.
-Todavía no –declaró la prometida de Bosco, forzando, de nuevo, una amable sonrisa-. Lo cierto es que ni Bosco ni yo tenemos prisa por casarnos. Estamos conociéndonos y lo demás ya vendrá.
Las palabras de la nieta del gobernador no hicieron más que poner a María sobre aviso. Habían pasado semanas desde el compromiso entre Isabel y Bosco, y desde entonces la relación parecía estancada. A ojos de todos, la pareja se estaba conociendo y no tenían ninguna prisa por pasar por el altar; sin embargo, para María había algo más. ¿Sería por Inés? ¿Acaso Bosco continuaba viéndose con ella en secreto e Isabel estaba al tanto? El asunto era la frialdad con la que la joven había hablado sobre su futura boda. Ninguna novia hablaba con aquella falta de interés sobre su futuro esposo, a no ser que no estuviera enamorada de él.
La esposa de Gonzalo quería indagar más en el asunto y se le ocurrió una idea. Se acercó a la muchacha, con aire confidencial para que nadie más las escuchase.
-¿Supongo que las cosas con Bosco están bien, no? –le preguntó a bocajarro.
Isabel le lanzó una mirada severa.
-Por supuesto que sí –contestó, sin ocultar la irritación que le producía la pregunta-. Entre nosotros las cosas están perfectamente.
-Menos mal –suspiró María-. Me temía algo grave. No me malinterpretes –añadió de inmediato-. Me han llegado rumores de que Bosco tuvo un encuentro fortuito con el llamado Anarquista y que estuvo a punto de cogerle.
-¿Bosco? –Isabel palideció de pronto-. ¿Qué Bosco estuvo a punto de coger a ese enmascarado?
María asintió. Su mentira estaba dando los frutos que quería. Ahora tan solo había que seguir tirando del hilo en la dirección correcta.
-Sí, pero que se le escapó por los pelos. Por eso te preguntaba si Bosco estaba bien.
-Pero… pero eso no puede ser –murmuró la muchacha, pensativa-. Esos rumores no son ciertos, María –declaró finalmente, con determinación-. Si mi prometido se hubiese encontrado con ese individuo me lo habría contado. Es más, lo habría mencionado en la Casona. No es algo para mantener en secreto –poco a poco fue recuperando la seguridad con la que solía hablar-. Además, no creo que detener a ese bandido sea tan sencillo; ni siquiera para alguien como Bosco.
-¿Por qué lo dices? –inquirió María, frunciendo el ceño.
-Porque ese enmascarado no es alguien que actúe sin pensar antes en las consecuencias de sus actos. Ha demostrado que sabe cuidarse perfectamente. Dudo mucho que puedan cogerle.
Por segunda vez, María se puso en alerta. Pero en esta ocasión fue por el tono empleado por Isabel. Por la manera en que hablaba del Anarquista, dejaba claro, no solo que le conocía sino que sentía admiración por aquel individuo. Una admiración que podía volverse peligrosa si se convertía en algo más.
-Vaya, parece que estás bastante informada sobre ese enmascarado –dejó caer la esposa de Gonzalo, con cautela.
-¿Y quién no lo está? –inquirió la nieta del gobernador, poniéndose a la defensiva. Isabel se dio cuenta de que había hablado de más, dejando entrever lo que quería ocultar, así que trató de buscar alguna excusa creíble-. En realidad en un pueblo tan pequeño como Puente Viejo, acostumbrado a la tranquilidad; pues que ocurra algo así lo vuelve más… más atractivo.
-¿Atractivo? –repitió María sin poder creérselo-. Yo más bien diría que peligroso. Con alguien como el Anarquista suelto por estos lares nadie está seguro.
Isabel sonrió a la vez que negó con la cabeza.
-Cómo se nota lo poco que has salido de este pueblo –le espetó sin miramientos-. Y no me lo tomes a mal. Pero en la capital estas cosas no pasan, así que comprenderás que vea esto de otra forma distinta a la tuya.
-No entiendo –declaró la esposa de Gonzalo, comenzando a preocuparse-. ¿De qué manera lo ves, si puede saberse?
-Pues es bien sencillo, querida –dijo Isabel. Sin darse cuenta estaba haciendo justo lo que María quería, que le contase lo que opinaba del Anarquista. Solo así lograría saber qué pasaba realmente-. La mayoría de las gentes de este pueblo consideran a ese enmascarado una especie de… bandido, de delincuente.
-¿Acaso no lo es? –la interrumpió-. Se dice que ha empezado a robar a los pobres campesinos que subsisten gracias a lo poco que ganan trabajando sus tierras o vendiendo su ganado. Si eso no es ser un bandido…
-Sinceramente, no creo que esos actos los haya cometido él –afirmó Isabel con una seguridad aplastante. María sintió un leve escalofrío al ver como Isabel defendía al Anarquista-. Desde un principio se ha visto que su único objetivo es luchar contra la tiranía de los señores de estas tierras. Lo único que busca es mejorar las condiciones de los trabajadores, según va pregonando por ahí. Para nada va con su personalidad el rebajarse a ser un simple ladrón –sus ojos brillaron con un tinte de admiración, que asustó a la nieta de Rosario-. A mí, personalmente, me recuerda a esos héroes de las novelas románticas… Robin Hood, el famoso arquero que robaba a los ricos para darles a los pobres; o el llamado Zorro de Johnston Mc.Culley ¿Has leído a este último? –María negó, lentamente, cada vez más sorprendida. Sin embargo, Isabel continuó, ajena a la conmoción  que sus palabras estaban causando en la esposa de Gonzalo-. Pues te la recomiendo. Te darás cuenta de cuanto se parece el enmascarado de Puente Viejo a esta clase de personajes.
Un gélido escalofrío recorrió el cuerpo de María, de arriba abajo. Las palabras de Isabel no hacían sino confirmar sus peores temores. El Anarquista no sabía con quién se había aliado. La nieta del gobernador era demasiado peligrosa, voluble… Y lo peor, parecía fascinada y obsesionada con él. María comenzó a entender la fría actitud de Isabel al hablarle de su compromiso con Bosco. Ahora sus planes podían tomar otro rumbo. Un rumbo que perjudicaría principalmente los planes del enmascarado si éste no estaba al tanto de lo que ocurría. Y si la alianza entre ellos no llegaba a buen puerto, posiblemente una de las afectadas fuese Inés. María estaba segura que Isabel no se olvidaría tan rápidamente de la sobrina de Candela. De algún modo, Inés siempre estaría en el ojo de mira de la nieta del gobernador, y la esposa de Gonzalo no podía permitir que eso ocurriese.
-Lo siento, María –dijo de pronto Isabel, recobrando la noción del tiempo-. Pero todavía me quedan por hacer un par de recados antes de regresar a la Casona, y voy con cierto retraso.
-Disculpa, Isabel –declaró la joven, apretando los labios, todavía compungida-. No te entretengo más. Yo también ando con prisas.
Ambas se despidieron y mientras María veía a la prometida de Bosco abandonar la plaza, tomó una decisión. Arriesgada pero necesaria.
Miró la posada de sus padres. Ahora no tenía tiempo para entrar y recoger el pedido. Volvería a la tarde.
Dio media vuelta y salió del pueblo tomando el camino que llevaba al Jaral con paso ligero.

Justo en ese momento, Emilia, que salía de la casa de comidas, vio a su hija. La mujer se quedó extrañada. Habían quedado que María pasaría a por los encargos a esa hora. ¿Lo habría olvidado? ¿Y dónde iba con tantas prisas? La esposa de Alfonso abrió la boca para llamar a su hija, pero se contuvo. Se encogió de hombros y entró de nuevo en la casa de comidas.

CONTINUARÁ...

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