CAPÍTULO 37
Debía de ser cerca de las seis de la tarde
cuando María abrió la puerta de la cabaña. El sol comenzaba a declinar
débilmente aunque aún le quedaban unas cuantas horas de luz al día. El chirrido
de la puerta inundó el lugar y la joven se detuvo en el umbral. No había nadie
allí. Debía de haberlo sabido, pensó inmediatamente. El Anarquista no iba a
estar siempre allí, esperando a que ella llegase.
Entró y cerró la puerta. No tendría más
remedio que dejarle una misiva diciéndole que le urgía verle. Tenía importantes
novedades que contarle antes de que cometiese alguna estupidez. Rebuscó en su
bolso de mano, buscando algún papel. No llevaba carboncillo para escribir pero
recordó haber visto uno sobre la mesa de la cabaña. Se acercó a ella para
redactar la misiva, y justo en ese instante la puerta se abrió.
María volteó rápidamente, con el corazón
detenido unos segundos. Por un momento temió que no se tratase de él, sino de
otra persona, pero al ver la característica silueta del Anarquista recortada a
contraluz, recobró la serenidad.
-Se ve que le has pillado el gusto a eso de
buscarme –declaró el enmascarado, con un deje de ironía-. Es raro el día que no
te encuentre haciéndome una visita.
-No digas tonterías –le espetó ella, de mal
talante, cansada de sus impertinencias-. Si estoy aquí es porque no he tenido
más remedio que venir. ¿Acaso crees que me hace gracia? Para nada. Me arriesgo
mucho viniendo a buscarte cuando lo que te mereces en verdad es que…
María no pudo terminar la frase.
-¿Por qué no continúas? –le preguntó él,
extrañado-. ¿Qué es lo que en verdad me merezco?
La joven apretó los puños, conteniéndose.
Suspiró levemente y se encaró de nuevo a él.
-Lo que te mereces es que me marche y deje
que te despeñes tú solito con tus planes de venganza hacia la Montenegro.
-¿Y por qué no lo haces? –quiso saber él,
manteniendo la calma. Una calma que la ponía nerviosa-. No te he pedido que te
metas en este asunto. Te recuerdo que excepto la primera vez, has sido tú quien
me ha buscado.
María negó con la cabeza, cada vez más
enfadada. En realidad se merecía que le dejara allí, solo. Pero no podía. Algo
se lo impedía.
El Anarquista cruzó la puerta y la cerró
tras él.
A pesar de encontrarse en pleno verano, la
oscuridad de las paredes y del techo dejaba la cabaña en una semipenumbra
asfixiante. Allí dentro oscurecía más pronto.
-Si estoy aquí es por Inés –le espetó ella a
tan solo medio metro de él-. Ya te lo he dicho muchas veces. Solo por ella.
Algo me dice que será la más perjudicada con tus planes. Por mucho que Isabel te
prometa que se marchará sin tomar represalias contra la muchacha, no me fío de
sus intenciones. ¿De verdad te has tragado eso de que se irá sin que Bosco e
Inés paguen por su traición? –María sabía muy bien como actuaba la mente de
Isabel, pues desgraciadamente veía en ella las mismas actitudes de Fernando
Mesía, el que fue su esposo. Eran personas cuya palabra no valía nada. Para
ellos la venganza era más importante que la dignidad.
Tiempo atrás, Fernando también le había
prometido marcharse y dejarla libre para que rehiciera su vida junto a Gonzalo,
siempre que él quedase como un señor a ojos de todo el pueblo. Entonces María
le creyó. Solo después supo que todo había sido una mentira, y que bajo aquella
fachada de resignación ocultó sus verdaderas intenciones; primero queriendo
deshacerse de ella con el accidente de Miopía y mucho más tarde haciendo lo
propio con Gonzalo, a quien mandó darle una paliza y enterrarle vivo.
No. Definitivamente con personas como
Fernando e Isabel había que ir un paso por delante y detenerles antes de que
llevasen a cabo sus planes.
-Está bien –le concedió él, aceptando sus
razones-. No te fías de la nieta del gobernador. Tendré en cuenta tus opiniones
al respecto. ¿Algo más?
María le miró de soslayo antes de hablar.
-Sí, sí hay más –insistió, sin poder
contenerse-. Supongo, por tus palabras, que vuestra “alianza” sigue en pie.
-Supones bien –le confirmó con sequedad-.
Muy pronto tendré en mi poder el arma para destruir a la Montenegro.
-¿Y puede saberse a qué precio? –inquirió la
esposa de Gonzalo.
El Anarquista frunció el ceño, sin
comprender.
-¿Qué quieres decir? Ya te dije cuál era el
trato con Isabel Ramírez.
-Sí –María no pudo ocultar la irritación que
le provocaba aquella conversación-. Ella te conseguía esos papeles y con ellos
su abuelo rompería toda relación con Francisca, incluyendo el compromiso de su
nieta con Bosco –repitió, cansada de escuchar siempre las mismas palabras.
-Efectivamente. ¿Cuál es el problema?
-El problema es que para Isabel esto se ha convertido
en algo “emocionante”; no sé si me explico –el enmascarado negó con la cabeza y
María continuó-. Pues que cree que eres una especie de héroe e incluso te ha
comparado con personajes novelescos. Siente por ti una especie de admiración
casi obsesiva que puede desembocar en algo mucho peor.
El Anarquista soltó una sonora carcajada al
escuchar las explicaciones de María.
-¿Te hace gracia? –le recriminó ella con el
ceño fruncido-. No creo que sea para tomárselo a risa.
-Un momento –le cortó él, recobrando parte
de la serenidad-. ¿Me estás diciendo que la nieta del gobernador está
interesada en mí? –María asintió levemente, confirmando sus palabras-. Eso no
tiene ni pies ni cabeza. Esa muchacha es una de las personas más altivas que he
conocido en mi vida y su actitud para conmigo no la definiría precisamente… de
cariñosa.
-Créeme si te digo que sabe muy bien ocultar
sus sentimientos –insistió María recordando el brillo febril de los ojos de
Isabel al mencionar al enmascarado-. Y sabe también lo que quiere.
-Y según tú me quiere a mí –añadió el
Anarquista, divertido con las suposiciones de la joven.
Dio un paso y se colocó más cerca de María. Ella
se envaró, conteniendo la respiración.
-Dime una cosa –murmuró él, clavando su
mirada en ella-. ¿Qué es lo que te molesta realmente, que Isabel esté
interesada en mí o que yo pueda llegar a interesarme por ella?
La pregunta pilló a María por sorpresa. ¿Qué
pretendía aquel hombre? Su impertinencia la sacó de sus casillas.
-Ni una cosa, ni la otra –respondió la joven,
sosteniéndole la mirada a duras penas-. Ambos podéis hacer lo que os plazca.
Solo digo que si Isabel ha sido capaz de traicionar a su prometido, de quien
supuestamente estaba enamorada, por sentirse humillada; no dudará en hacer lo
mismo con cualquier otro si no consigue lo que quiere de él.
-Ese no será mi caso. Porque Isabel obtendrá
de nuestro acuerdo lo que quiere, que es su libertad –repitió el enmascarado
muy seguro de sus planes-. Gracias a mí, se librará de ese compromiso sin poner
en entredicho su reputación.
María negó con la cabeza. Seguía sin fiarse
de la nieta del gobernador, sin embargo el Anarquista no era de la misma
opinión, y así difícilmente iban a llegar a alguna parte.
-¿Y si quiere algo más de ti? –insistió la
joven.
-De mí no obtendrá nada más que eso –declaró
él con rotundidad, cansándose de la insistencia de la esposa de Gonzalo-. No
puedo darle otra cosa porque soy un bandido, buscado por media comarca y…
-Un bandido con vida propia –le cortó María,
sin poder contenerse.
Bajo aquel disfraz se ocultaba alguien un
hombre con un pasado y un presente que nadie conocía.
El Anarquista la miró unos segundos, antes
de responder.
-Exactamente –corroboró en un susurro-. Una
vida que no cambiaría por nada del mundo, ni tampoco pondría en peligro, bajo
ningún concepto.
María soltó un débil suspiro.
-Pues nadie lo diría, por la forma en que te
conduces –respondió ella. Su voz sonó irritada; más de lo que deseaba.
La escasa luz que hasta ese momento entraba
por la ventana se había ido apagando con el correr de los minutos, dando paso a
las sombras de la caída de la tarde. El interior de la cabaña se sumió en una
semioscuridad opresiva. Apenas podían distinguirse los contornos de las cosas y
mucho menos el del enmascarado, quien se acercó a María más de la cuenta,
quedándose a tan solo unos milímetros de ella.
La esposa de Gonzalo podía percibir su
cercanía. Lo sabía por el roce de sus ropas y el sonido de su respiración, tan
cerca que casi podía sentirla en su rostro.
Una fuerza más poderosa que su propia
voluntad le hizo girar la cabeza en dirección al enmascarado hallando lo que
estaba buscando. Durante unos instantes, sus miradas se encontraron. El tiempo
pareció detenerse y los segundos dejaron de existir. Sentía la respiración del
Anarquista a escasos milímetros de su boca, separados por un fino pañuelo. Sin
embargo, eran sus ojos los que la tenían atrapada. María buscó en su interior
la fuerza necesaria para apartar la mirada, pero no la halló. Su respiración se
aceleró irremediablemente, sintiendo una opresión en el pecho a punto de
estallar. Sus labios se separaron unos segundos a punto de cometer un error… Quería
cerrar los ojos y cortar el contacto visual que la tenía presa. ¿Pero cómo
lograrlo? La respuesta le vino en forma de un fogonazo de luz, el recuerdo de
Gonzalo y de Esperanza junto a ella, sonriendo felices, inundó su mente de
claridad. Fue suficiente para que su cuerpo reaccionase de golpe y volviera a
la realidad, logrando apartar la mirada de la del Anarquista.
-En fin, allá tú y tus actos –María recobró
su voluntad aunque seguía sintiendo la boca seca. La imagen de su familia había
sido suficiente para que tomase de nuevo el control de sí misma. Para ella eran
lo más importante, y bajo ningún concepto pondría su felicidad en peligro.
Jamás-. Yo solo venía a advertirte sobre
Isabel.
El Anarquista dio unos pasos atrás y asintió
lentamente.
-Lo tendré en cuenta –contestó el hombre-.
Créeme.
Sin añadir nada más, María abandonó la
cabaña con paso ligero. Ni siquiera se preocupó de cerrar la puerta y el
Anarquista la vio marchar. Alejándose cada vez más de él hasta que su rastro se
convirtió en un simple recuerdo.
CONTINUARÁ...
jooooo, cómo me haces esto??? María sintiendo la más mínima atracción por otro hombre? esta no es mi María...
ResponderEliminarcon lo enganchada que me tienes a esta historia y me haces esto? rezo para que haya una explicación coherente, y eso que no soy creyente, jajaja
bueno, aún así, gracias por esta maravillosa historia. espero ansiosa cada capítulo, pero por dios santo! no me des más disgustos... ;-)
Para nada es mi intención darte disgustos jajaja, si lees el capítulo 40 te compensará.
EliminarEn cuanto a la explicación que dices, continua leyéndolo hasta el final y cuando vuelvas a echar la vista atrás verás que las cosas no son como parecen ;) y que lo que tu has tomado de una manera tiene otra lectura posible.
Me alegro que te guste y sigue disfrutando del relato, que todavía queda lo mejor.