CAPÍTULO 392. PARTE 1
María comprendió al instante que su malestar
se debía al contagio. Sentía unos terribles escalofríos que le recorrían todo
el cuerpo y la garganta le quemaba, impidiéndole tragar con normalidad. Su
cuerpo se revelaba contra ella.
Miró de reojo a Gonzalo, asustada, pero el
joven continuaba durmiendo placenteramente. De repente, comenzó a toser,
incapaz de controlarse; lo que despertó a Gonzalo. Rápidamente, antes de que se
diese cuenta, la muchacha volvió a recostarse en el camastro y cerró los ojos
justo cuando el diácono se volvía a mirarla.
Ella no tuvo más remedio que abrirlos
también.
-No sé si Dios me perdonará que haya dormido
como un lirón en medio de esta zarabanda –declaró Gonzalo, levantándose, y con
el ánimo recuperado; así como las fuerzas.
-Me da que Dios es más comprensivo de lo que
creemos –respondió María haciendo un gran esfuerzo.
-Yo también lo creo –certificó Gonzalo,
despejándose del todo. La miró unos instantes y entonces recordó que le había despertado-
Oye, ¿eras tú quien tosía o… lo he soñado?
-¿Yo? No –se apresuró a decirle ella,
sintiendo un nuevo escalofrío recorriéndola de arriba abajo-. Dormía hasta hace
un momento –mintió, apartando la mirada. Has sido tú al levantarte quién me ha
despertado.
-Lo lamento. Sigue durmiendo pues, aún es
muy temprano.
Gonzalo se levantó para ponerse la sotana.
-No. Si tú te levantas yo también –la
muchacha trató de incorporarse de nuevo, sintiendo cómo las escasas fuerzas que
le quedaban, la estaban abandonando-. Ya basta de dormir.
-He comprobado ya de sobra lo porfiada que
eres, así que… no intentaré convencerte de nada –se chanceó Gonzalo.
María trató de sonreír a su broma.
En ese instante, Tristán entró en el salón.
-Me alegra ver que estáis despiertos –les
dijo a ambos con gesto serio-. Hay que hervir agua para limpiar, recoger la
leche en las vaquerizas para quien pueda necesitarla y exprimir zumo de
naranja.
-Ahora mismo nos ponemos a ello –convino
Gonzalo.
Tristán se acercó a su sobrina, y se extrañó
al verla tan callada.
-María, ¿te encuentras bien? Pareces cansada
y acabas de despertar.
-Claro que estoy bien, tío –pero ella ni
siquiera era capaz de mirarle a los ojos, temerosa de que viera en ellos la
verdad; pues sabía que si descubrían que estaba contagiada, no dejarían que
continuase ayudándoles en el cuidado de los enfermos y no quería abandonarles
en ese momento-. Tendré aún cara de sueño pero nada que no arregle un poco de
agua fría en el rostro y… y un buen tazón de leche.
Sin embargo, tanto Tristán como Gonzalo,
estaban tan preocupados por los enfermos de las cuadras que la creyeron sin
darse cuenta de su mentira.
-Sí, desayunaos bien –declaró el tío de
María-. Nos aguarda un día duro. Os espero en la cocina.
Gonzalo le vio salir del salón, y un
pensamiento le vino a la mente. Algo que compartió con María, que seguía
sentada sobre el jergón, tratando de recuperar las fuerza.
-Quién diría que hace solo un día no quería
dejar entrar aquí a los enfermos –dijo el joven, abotonándose la sotana-. Y ahora
se desvive como el que más por ellos y cuida de nuestras fuerzas.
-Ya te dije que tenía un corazón de oro –le
recordó ella; tragó saliva y aquel gesto le produjo un enorme dolor en la
garganta-. Parece que solo crees en lo que ves, como santo Tomás.
-Ni me acerco a los santos, no te hagas
ilusiones –murmuró él, terminando de vestirse-. Si hablamos de Dios te diré
que… me basta con la fe pero… si hablamos de los hombres prefiero los hechos a
las palabras.
-Entonces, tienes hechos de sobra, ¿verdad?
-Unos cuantos –dio unos pasos para acudir a
la cocina-. ¿Vienes?
-No. Ve tú. Ahora voy yo.
-Parece que te has despertado perezosa –se
extrañó Gonzalo, al verla tan quieta, y sin imaginar la verdad.
-Es que a mí me gusta ir bien vestida desde
la mañana –alzó la mirada hacia su sotana y sonrió-, no con los botones cojos
como los llevas tú.
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