CAPÍTULO 391: PARTE 5
Tal como le había dicho, Gonzalo realizó el
primer turno e incluso lo alargó todo lo que pudo, pero con la salida del sol
el cansancio y el sueño comenzó a apoderarse de él y no tuvo más remedio que
despertar a Tristán.
-Tristán. Tristán despierte es la hora –le zarandeó
débilmente. El tío de María se despertó de golpe y casi asustado-. Lamento no
dejarle descansar más tiempo pero… ya se me ha pasado el turno y se me cerraban
los ojos.
Tristán parpadeó varias veces antes de mirar
el reloj de la chimenea y levantarse.
-Le debo hora y media.
-No le digo yo que no se lo cobre en otro
momento –declaró Gonzalo desabrochándose la sotana-. Tengo los huesos molidos.
Tristán se colocó las botas.
-Cuando usted quiera. ¿Alguna novedad?
-La mayoría de los enfermos están
controlados –le expuso el parte, Gonzalo, con la mirada tan cansada que apenas
lograba mantener los ojos abiertos-. Pero anoche entraron tres nuevos y hay que
procurar bajarles esa fiebre como sea.
-Yo me ocupo –dijo Tristán, a quien el
descanso le había venido perfectamente-. Trate de descansar.
El tío de María salió hacia las cuadras y
solo entonces Gonzalo se atrevió a mirar hacia el camastro que tenía al lado
donde María dormitaba. El joven se acercó a observarla unos instantes, como si
el hecho de hacerlo fuera algo malo. Nadie podía verle en ese instante, pero de
alguna manera lo que sentía al verla dormir le hacía sentir culpable porque no
la veía como una muchacha más, sino como la mujer que era.
Finalmente, el joven se recostó en el jergón
donde había estado durmiendo Tristán.
María abrió los ojos. No había estado
durmiendo y algo le decía que Gonzalo la había estado observando.
-Gonzalo.
-Sí –musitó el joven a media voz.
-Desde niña llevo sin poder conciliar bien
el sueño –le confesó la muchacha. Era la primera vez que se le contaba aquel
secreto a alguien; y su corazón le decía que podía confiar en Gonzalo-. Me
despierto casi cada noche con terribles pesadillas… menos ayer y hoy. Dormir
cerca de ti me llena de paz.
Esperó respuesta a aquellas palabras pero
solo halló silencio.
Entonces dio media vuelta hacia el jergón de
Gonzalo y se dio cuenta de que estaba dormido y que no había escuchado ni una
sola de sus palabras.
María se acomodó con la cabeza apoyada en la
almohada y contempló en silencio el rostro sereno de Gonzalo. La muchacha
sonrió débilmente, sin poder apartar la mirada de él. Una fuerza interior se lo
impedía.
Sin darse cuenta, volvió a quedarse dormida
y cuando horas más tarde despertó, algo en su cuerpo no estaba bien: tenía
escalofríos y el malestar le recorría todo el cuerpo.
Gonzalo seguía durmiendo a su lado y no se
dio cuenta de nada.
Con gran esfuerzo, se sentó sobre la cama.
-¡Dios mío! –logró balbucear, sabiendo lo
que le pasaba.
Por muchas precauciones que había tomado,
María estaba contagiada. La muchacha había contraído la tan temida gripe española.
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