lunes, 10 de agosto de 2015

CAPÍTULO 391: PARTE 2
La noche a Gonzalo se le antojó larga, pendiente de la evolución de María. El joven ni siquiera se atrevió a parpadear, temiendo que en algún momento la muchacha necesitase de su ayuda. Sin embargo, a medida que fueron pasando las horas sus sospechas se acrecentaron: María no estaba contagiada.
Con el amanecer, la muchacha abrió los ojos y al ver a Gonzalo a su vera, sonrió tímidamente.

-Buenos días –le saludó, sin poder apartar su mirada de él. ¿Habría estado toda la noche velándola?, se preguntó ella.
-Y milagrosos por lo que se ve –repuso Gonzalo con frialdad-. ¿Cómo te encuentras?
-Un poquito mejor –la muchacha percibió su tono, frío, y tragó saliva. Debía seguir con la farsa-. Aunque bien es cierto que noto las tragaderas cerradas –se llevó la mano a la garganta, como si le molestase tragar-. Como dijo ayer mi tío Tristán.
-¿Entonces… no quieres desayunar? –insistió Gonzalo, frunciendo el ceño, y no dejándose llevar por la muchacha-. Rosario ha preparado chocolate y… y pan tostado con confituras. También hay fruta, huevos fritos y jamón asado.
-Tal vez pruebe algo. Haré el esfuerzo. Por mi abuela, ya sabes.
-¿A qué juegas, niña? –el joven no pudo aguantar más las mentiras.
-¿Qué dices? –el corazón de María se aceleró. La había descubierto y sabía la que se le venía encima. Debía mantener la mentira a como diera lugar.
-Que me he pasado toda la noche velándote y ni una tos, ni una gota de sudor, ni un mal sueño como tienen todos los demás.
-Puede que… -titubeó ella, sin encontrar la manera cómo defenderse de las acusaciones-, que la fiebre no me ataque a mí con la misma virulencia.
-O tal vez solo estás fingiendo –le espetó él, cuya rabia colmaba sus ojos.
-¿Y por qué habría de hacer tal cosa?
-Qué se yo… -gritó Gonzalo, sin ocultar su enfado-; porque eres una mocosa malcriada y embustera.
-Y a ti te deberían de lavar la boca con jabón de lagarto, grosero –se defendió María, dolida por sus palabras; por muy ciertas que fuesen-. Yo no miento.
Gonzalo tomó aire. ¿Hasta cuándo iba a mantener aquella mentira?
-¿Ah, no? –acercó el dorso de la mano para comprobar que su frente seguía tibia y apretó los labios, al ver que estaba en lo cierto-. Entonces... ¿por qué no tienes fiebre?
-Pu… pu… puede que ya me haya curado –trató de seguir fingiendo aunque sabía que era en vano.
-En ese caso…  -Gonzalo se levantó-, daré aviso a tu madrina para que mande a recogerte.
María le detuvo cogiéndole del brazo.
-¡Espera!
-Un embuste más… -le advirtió Gonzalo, visiblemente enfadado-, y no querré volver a saber de ti.
La muchacha se levantó del camastro.
-Está bien. Lo confieso. Todo fue fingido.
Sus palabras, confirmando lo que ya sabía, le dolieron a Gonzalo. ¿Por qué lo había hecho? ¿Qué razones tenía María para fingir la enfermedad? Una mezcla de coraje y alivio le invadió de golpe. Rabia por sentir que la muchacha se tomaba la gripe como si fuese un juego cuando mucha gente moría por ella; y alivio al ver que estaba sana y no había que temer por su vida.
-¿Cómo se puede ser tan irresponsable? –le espetó el joven, cuyo enfado iba a más-. ¿Tú sabes lo que hemos sufrido por ti? A mí… cada vez que se me cerraban los ojos… me saltaban las pesadillas pensando que te perdíamos.
-¿De veras? –su confesión sorprendió a la muchacha que no pensaba que podía haberle afectado tanto creerla enferma.
Gonzalo dio media vuelta para salir del salón.
-Espera, que todo tiene una explicación –volvió a detenerle ella, quien comenzaba a darse cuenta de que había actuado mal y le dolía que Gonzalo pensase que era una niña caprichosa que se dejaba guiar por impulsos cuando solo pretendía ayudar.
-¿Qué explicación hay para jugar con algo que puede acabar con tantas vidas, María? –quiso saber el joven diácono que seguía sin comprender las razones de la muchacha. Unas razones que le dolían porque demostraban la inmadurez de María; y eso le dolía más que cualquier cosa.
-Yo quiero arrimar el hombro –le explicó con seriedad-. Y sino llego a fingir, mi madrina no me hubiera dejado venir.
-No necesitamos más ayuda –se defendió él.
-Pues claro que la necesitáis, Gonzalo. Mírate –el joven tuvo que admitir que el cansancio llevaba días sin darle tregua-. Estás derrengado, necesitas descansar.
-Ya descansaré cuando pase lo peor.
-¿Y cómo va a pasar lo peor si no tenéis medicinas? –convino ella- Conmigo aquí lograremos todo lo necesario para vencer esta enfermedad.
Gonzalo frunció el ceño. ¿Adónde quería ir a parar María?
-¿Cómo?
-Estando yo en el Jaral, nuestros medios para atender a los enfermos se multiplicarán –María se acercó a él y le tomó de la mano. Un gesto que le sorprendió-. Confía en mí, por favor.
Ante aquella petición, el joven diácono no pudo negarse. En cierta manera, María estaba en lo cierto, las medicinas escaseaban ya y si no llegaban los medicamentos la gente comenzaría a morir.

Por mucho que lo negase, la “mentira” de María podría servir para salvarles la vida a aquellos enfermos. Con ella en el Jaral, la Montenegro mandaría medicinas. Ahora tan solo había que esperar a que eso ocurriese. El problema era que no había tiempo; tenían que llegar lo antes posible.
CONTINUARÁ...

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