martes, 18 de agosto de 2015

CAPÍTULO 391: PARTE 4
A la caída de la noche, Gonzalo entró en el salón para lavarse un poco. El día había sido largo y el cansancio comenzaba a hacer mella en él. Sin embargo, se encontraba contento por los últimos acontecimientos. Con el apoyo y la ayuda de todo el pueblo, las cosas iban mejorando.
El joven aprovechó aquel momento de soledad para relajarse. El agua sobre su cuerpo cansado era el mejor bálsamo para sanarlo. Tan absorto estaba que no se dio cuenta de que María había entrado en el salón. La muchacha se detuvo al contemplarle. Se había quitado la sotana y tan solo lucía una camisa de tirantes que dejaba al descubierto sus fuertes brazos.
Gonzalo se volvió y al verla, ambos no pudieron evitar sentirse azorados.
-María, ¿qué estás haciendo aquí? –se acercó a colocarse la sotana con premura.
-Nada –la muchacha sintió la boca seca y trató de mostrarse serena cuando su corazón latía desbocado. Entonces recordó por qué estaba allí-. Te traigo algo de cena que supongo estarás hambriento –le tendió el plato en cuanto Gonzalo estuvo vestido de nuevo-. Has de alimentarte bien si no quieres caer redondo, preso del agotamiento.
-Agradecido.
Ambos tomaron asiento en uno de los jergones.
-¿Esta noche también la pasarás en vela? –le preguntó ella.
-Solo la mitad de ella. He acordado con Tristán que yo haría el primer turno y él el segundo.
-Si queréis, podemos hacer que los turnos sean más cortos y yo me encargo del tercero –se ofreció María, viéndole tomar el caldo.
-No es necesario. Bastante estás esforzándote ya de día. ¿Tú no comes?
-Ya comí. –la muchacha se levantó para dirigirse hacia la mesa-. Y como una lima he de decir no te preocupes.
Llenó un vaso de agua.
-¿Cómo sabías que doña Francisca iba a mandar todas esas medicinas? –le preguntó Gonzalo, de pronto
-Que la conozco y… a pesar de lo que todos opináis de mi madrina, ella es una buena mujer –la defendió ella-. Y me quiere.
María le tendió el vaso a Gonzalo que lo tomó. Estaba más sediento de lo que pensaba.
-Sabía que estando yo aquí enferma no nos faltaría de nada.
-Un poco egoísta por su parte, ¿no? –Gonzalo no pudo evitar decirle lo que pensaba sobre la manera de proceder de la Montenegro-. Si no pensara que tú estás contagiada, se hubiera olvidado de todo el mundo.
-Un poco egoísta por la tuya, criticarla en lugar de agradecer que solo por ella se van a salvar todos tus enfermos, ¿no crees? –la defendió María con vehemencia.
-Tienes razón, discúlpame –Gonzalo no quiso insistir. Ambos tenían puntos de vista diferentes sobre la señora. Una visión que ninguno cambiaría.
María relajó el gesto. No quería pelear con Gonzalo. Era lo último que deseaba. Se sentó de nuevo junto a él y cambió de tema, pues era lo mejor.
-Gonzalo, ¿crees que se salvarán todos? Según dicen los periódicos esta fiebre está acabando con muchas vidas en todo el mundo.
-Durante la Gran Guerra murieron millones de personas, pero ahora, con las medicinas necesarias y con la ayuda de Dios, confío en que podremos salvarlos a todos.
-Gracias a ti –le dijo, sonriendo y sin poder ocultar su admiración por el joven. Durante aquellos días, Gonzalo había demostrado estar hecho de una pasta especial: capaz de soportar cualquier contratiempo que se le pusiera por delante y remar contracorriente si fuera necesario-. Deberían ponerte un monumento en medio de la plaza de Puente Viejo.
-No. Habrían de ponértelo a ti –le devolvió el cumplido el joven, con sinceridad y clavando en ella una mirada significativa, imposible de ocultar su admiración por el arrojo de María-. Si no hubieras fingido estar enferma, para mañana ya no dispondríamos de suministros y… esto sería un cataclismo.
-Entonces ya no estás enfadado conmigo –le preguntó ella.
Gonzalo ladeó la cabeza.
-Solo un poco –declaró, sonriéndole.
María le devolvió la misma sonrisa. En aquel instante dejaron de existir las diferencias entre ellos. Habían trabajado codo con codo y estaban satisfechos con el resultado. Lo demás no importaba. María y Gonzalo hacían un buen equipo. Los dos luchaban por ayudar a la gente y creían en un mundo mejor; y ese sentimiento de entrega y esperanza era algo que les uniría para siempre.
Gonzalo se terminó de beber el agua y le tendió el vaso vacío a María, que permaneció sentada a su lado hasta que el joven diácono se terminó la cena.
CONTINUARÁ...



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