CAPÍTULO 391: PARTE 4
A la caída de la noche, Gonzalo entró en el
salón para lavarse un poco. El día había sido largo y el cansancio comenzaba a
hacer mella en él. Sin embargo, se encontraba contento por los últimos
acontecimientos. Con el apoyo y la ayuda de todo el pueblo, las cosas iban
mejorando.
El joven aprovechó aquel momento de soledad
para relajarse. El agua sobre su cuerpo cansado era el mejor bálsamo para
sanarlo. Tan absorto estaba que no se dio cuenta de que María había entrado en
el salón. La muchacha se detuvo al contemplarle. Se había quitado la sotana y
tan solo lucía una camisa de tirantes que dejaba al descubierto sus fuertes
brazos.
Gonzalo se volvió y al verla, ambos no
pudieron evitar sentirse azorados.
-María, ¿qué estás haciendo aquí? –se acercó
a colocarse la sotana con premura.
-Nada –la muchacha sintió la boca seca y
trató de mostrarse serena cuando su corazón latía desbocado. Entonces recordó
por qué estaba allí-. Te traigo algo de cena que supongo estarás hambriento –le
tendió el plato en cuanto Gonzalo estuvo vestido de nuevo-. Has de alimentarte
bien si no quieres caer redondo, preso del agotamiento.
-Agradecido.
Ambos tomaron asiento en uno de los
jergones.
-¿Esta noche también la pasarás en vela? –le
preguntó ella.
-Solo la mitad de ella. He acordado con
Tristán que yo haría el primer turno y él el segundo.
-Si queréis, podemos hacer que los turnos
sean más cortos y yo me encargo del tercero –se ofreció María, viéndole tomar
el caldo.
-No es necesario. Bastante estás
esforzándote ya de día. ¿Tú no comes?
-Ya comí. –la muchacha se levantó para
dirigirse hacia la mesa-. Y como una lima he de decir no te preocupes.
Llenó un vaso de agua.
-¿Cómo sabías que doña Francisca iba a
mandar todas esas medicinas? –le preguntó Gonzalo, de pronto
-Que la conozco y… a pesar de lo que todos
opináis de mi madrina, ella es una buena mujer –la defendió ella-. Y me quiere.
María le tendió el vaso a Gonzalo que lo
tomó. Estaba más sediento de lo que pensaba.
-Sabía que estando yo aquí enferma no nos
faltaría de nada.
-Un poco egoísta por su parte, ¿no? –Gonzalo
no pudo evitar decirle lo que pensaba sobre la manera de proceder de la
Montenegro-. Si no pensara que tú estás contagiada, se hubiera olvidado de todo
el mundo.
-Un poco egoísta por la tuya, criticarla en
lugar de agradecer que solo por ella se van a salvar todos tus enfermos, ¿no
crees? –la defendió María con vehemencia.
-Tienes razón, discúlpame –Gonzalo no quiso
insistir. Ambos tenían puntos de vista diferentes sobre la señora. Una visión
que ninguno cambiaría.
María relajó el gesto. No quería pelear con
Gonzalo. Era lo último que deseaba. Se sentó de nuevo junto a él y cambió de
tema, pues era lo mejor.
-Gonzalo, ¿crees que se salvarán todos?
Según dicen los periódicos esta fiebre está acabando con muchas vidas en todo
el mundo.
-Durante la Gran Guerra murieron millones de
personas, pero ahora, con las medicinas necesarias y con la ayuda de Dios,
confío en que podremos salvarlos a todos.
-Gracias a ti –le dijo, sonriendo y sin
poder ocultar su admiración por el joven. Durante aquellos días, Gonzalo había
demostrado estar hecho de una pasta especial: capaz de soportar cualquier
contratiempo que se le pusiera por delante y remar contracorriente si fuera
necesario-. Deberían ponerte un monumento en medio de la plaza de Puente Viejo.
-No. Habrían de ponértelo a ti –le devolvió
el cumplido el joven, con sinceridad y clavando en ella una mirada
significativa, imposible de ocultar su admiración por el arrojo de María-. Si
no hubieras fingido estar enferma, para mañana ya no dispondríamos de
suministros y… esto sería un cataclismo.
-Entonces ya no estás enfadado conmigo –le
preguntó ella.
Gonzalo ladeó la cabeza.
-Solo un poco –declaró, sonriéndole.
María le devolvió la misma sonrisa. En aquel
instante dejaron de existir las diferencias entre ellos. Habían trabajado codo
con codo y estaban satisfechos con el resultado. Lo demás no importaba. María y
Gonzalo hacían un buen equipo. Los dos luchaban por ayudar a la gente y creían
en un mundo mejor; y ese sentimiento de entrega y esperanza era algo que les
uniría para siempre.
Gonzalo se terminó de beber el agua y le
tendió el vaso vacío a María, que permaneció sentada a su lado hasta que el
joven diácono se terminó la cena.
CONTINUARÁ...
Que nerviosss!!! Ya queda menos para el besoo :))
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