viernes, 14 de agosto de 2015

CAPÍTULO 391: PARTE 3
En cuanto Emilia se enteró de que su hija estaba enferma, se personó en el Jaral para verla pero Tristán se lo impidió; y solo tras asegurarle que estaba mejorando, la madre de María accedió a marcharse sin haberla visto.
María salió del despacho donde se había escondido. Su tío, sabedor de la verdad la regañó. No le gustaban las mentiras y no compartía las razones de su sobrina para estar allí; y así se lo hizo saber. Las duras palabras de Tristán llegaron al corazón de la muchacha que no fue capaz de retener las lágrimas, pues sabía que con su manera de actuar había decepcionado a su tío; y eso era lo último que quería, porque Tristán sería una persona tosca y huraña, pero María le respetaba y admiraba.
De manera que queriendo que su tío la perdonase, comenzó a atender a los enfermos en las cuadras, ayudando como la que más; mostrándoles a cada uno de ellos la mejor de las sonrisas, algo que la gente agradeció.
Desde su camastro, don Anselmo la observó, orgulloso de los esfuerzos que estaba haciendo la muchacha, y así se lo comentó a Gonzalo que se encontraba junto a él en ese instante. El joven diácono había seguido cada uno de los pasos de María durante toda la jornada. Sin poder evitarlo, no le quitó la mirada de encima. Toda la rabia y el enfado inicial habían ido disipándose a medida que veía como María se desvivía en cuidados con los contagiados, regalándoles su sonrisa y alegría; la mejor de las medicinas a su entender. Incluso don Anselmo se dio cuenta del bien que les hacía la presencia de la ahijada de Francisca y Gonzalo no pudo ocultarle que su sonrisa era lo más luminoso que había visto nunca.
Mientras, María ajena a ello, se acercó a atender a los Mirañar que mejoraban a cada hora que pasaba. Hipólito incluso se atrevió a echarle algún piropo a la muchacha, llamándola “bella María”. Dolores por su parte, le preguntó si la Montenegro la había dejado acudir a ayudar, porque conociéndola, le resultaba extraño. María le confesó que la había engañado y creía que estaba contagiada, y le pidió a la esposa de don Pedro que no lo contara. La mujer agradecida por el trato, se lo prometió.
En ese momento, Tristán llegó a las cuadras con un saco. Al ver a su sobrina, su semblante se endureció de repente al reconocer las ropas que llevaba puestas: eran las de su difunta esposa. ¿Por qué las llevaba María?
Sin darle ninguna explicación, le exigió a su sobrina que se quitara aquellas ropas. La muchacha no entendía lo que sucedía pero obedeció al momento.
Gonzalo, que había presenciado lo ocurrido, le preguntó a su padre qué había sucedido. Tristán lo enfrentó: él ponía las reglas y si no se cumplían, tendrían que marcharse.
Sin embargo, poco después, Tristán se arrepintió de haber tratado de aquella manera tan hiriente a María. La muchacha no tenía culpa de nada. Rosario le había entregado aquel vestido de Pepa sin mala intención; pero para él todo lo que había pertenecido a su esposa era “sagrado” y que alguien pudiese llevarlo, era una especie de traición.
Así que con el corazón encogido, buscó a María en el salón donde la joven estaba recogiendo unos trapos.
-María, te estaba buscando.
Su sobrina no sabía cómo tratarle después de la reprimenda que había recibido.
-Lamento haberle importunado poniéndome esas ropas, tío Tristán –se disculpó, avergonzada-. Yo no sabía que eran de…
-Pepa –terminó él la frase, dándose cuenta de que María no quería nombrarla por no importunarle-. Puedes decirlo. Soy yo quien lamenta haberte gritado, María –se disculpó Tristán-. Nadie mejor que tú para vestirlas. A ella le haría ilusión que sirvieran para una causa como ésta –su tío le entregó las ropas de nuevo.
María sabía lo importante que eran para él y lo difícil que le habría supuesto dar aquel paso.
-Le juro que no las desmereceré, tío.
Sin poder evitarlo, María le abrazó. Hacía tanto tiempo que Tristán no recibía aquellas muestras de cariño que el hombre ya no sabía ni como comportarse ante aquella situación.
-Bueno… -dijo, algo incómodo; y cambió de tema- ¿Estás tomando las precauciones higiénicas convenientes?
-No me quito la mascarilla y me lavo las manos a cada rato –le explicó la joven, sonriéndole-. Pierda cuidado.
Gonzalo entró en el salón, con gesto preocupado y serio.
-Señor, tenemos un grave problema. Las medicinas se han agotado. Y en las farmacias de los alrededores ya no quedan existencias. Amén de que no disponemos de capital para enviar a alguien a la ciudad a comprar más.
-Paciencia –pidió María, con las esperanzas puestas en que pronto llegaría la ayuda de la Montenegro.
-Sin medicinas hemos de concienciarnos de que perderemos a muchos enfermos, María –le recordó Gonzalo.
Ninguna sabía qué hacer cuando llegó la ayuda. Roque, el encargado de la textil, entró en el Jaral.
-Buenas tardes. Traigo un carro lleno de mantas y de medicinas, de parte de doña Francisca Montenegro.
-Sabía que estando yo aquí, mi madrina no me fallaría –declaró María, suspirando aliviada-. ¿Van descargándolo ustedes mientras yo me mudo de ropa, señores?
En aquel momento, supieron que los enfermos tenían una posibilidad de salvarse. Daba lo mismo el origen de la ayuda, porque lo importante era la salud de los contagiados.

Tristán y Gonzalo siguieron a Roque hasta la carreta y los tres descargaron las medicinas y las mantas. Con ellas lograrían salir de aquella maldita enfermedad sin perder a ninguno de los paisanos de Puente Viejo.
CONTINUARÁ...

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