CAPÍTULO 393: PARTE 3
Tras terminar con la redacción de la carta,
Gonzalo la guardó en un sobre donde había escrito las señas del internado donde
estaba la hija de Tristán.
El joven se sentía turbado, incapaz de
controlar todas las emociones vividas hasta ese momento. María le observó en
silencio, sintiendo que evitaba mirarle, y preguntándose si sería por el beso
que se habían dado la noche anterior. Quería hablar con él sobre ello, pero no
sabía cómo hacerlo.
-Serías tan amable de enviar la carta a
correos si no es demasiada molestia –le pidió ella; Gonzalo seguía sin hablarle
y eso la tenía en un sin vivir-. ¿Lo es?
-No, en absoluto –se volvió finalmente,
tratando de sonreir-. Discúlpame, me he quedado desnortado.
-Natural- convino la joven, sentada en el camastro
y casi completamente restablecida-. Son muchos días con sus noches los que
llevas aquí luchando contra la adversidad.
-María –le cortó él, incapaz de seguir
callando por más tiempo lo que le estaba atormentando. Quería terminar con aquella
situación y dejar las cosas claras con la joven-. Pese a haber vivido fatigas
desde niño y haber visto la muerte rondándome… hasta ayer noche no había
sentido verdadero miedo.
El corazón de María se aceleró al escucharle
hablar así. Se levantó del camastro, dispuesta a acercarse a él. Ella también
sentía miedo por aquel sentimiento que nunca antes había sentido.
-¿A qué?
-A mis sentimientos María –le confesó con
angustia.
-Gonzalo, yo…
-Olvídalo –le pidió él, con la mirada llena
de culpa. No podía dejar que el amor hacia una mujer arraigara en él; y estar
cerca de María era demasiado peligroso para mantenerse firme en su decisión-.
Has de olvidar estos días por el bien de ambos. Y pierde cuidado por la carta
que… la echaré al correo.
Aquella lejanía les dolía a ambos. Pero era
lo mejor para evitar tentaciones. Gonzalo era un hombre de Dios y no podía
dejarse llevar por sentimientos que le estaban prohibidos. Debía de poner un
límite y alejarse de María.
-Agradecida –declaró ella, tratando de
mantenerse entera, cuando su corazón sangraba ante las palabras de Gonzalo. Las
lágrimas querían huir de sus ojos, pero afortunadamente, María fue capaz de
retenerlas-. Espera un instante que voy a por unas monedas para el envío.
Dio media vuelta y solo entonces Gonzalo
hizo ademán de detenerla. La lucha interior que mantenía con sus sentimientos le
estaba destrozando y no sabía cómo manejar la situación.
Mientras su mente seguía pensando en María,
llegó Tristán preguntando por ella.
-¿Y mi sobrina?
-Yo diría que milagrosamente recuperada –le dijo
el diácono, que mantenía el sobre con la carta en sus manos. Tristán enseguida
se dio cuenta de ello y al leer a quien iba dirigida la carta su mirada se
ensombreció-. Ha ido a coger un…
-Aurora Castro –leyó el tío de María. Su
gesto se torció y su mirada se tiñó de rabia-. Esa carta es para mi hija.
-Así es –corroboró Gonzalo, sin darse cuenta
del dolor que embargaba a Tristán-. Iba a mandarla en correo para…
-¿Cómo se atreve? –le espetó de mal talante,
levantando la voz y encarándose con él-. ¿Cómo se ha enterado de la existencia
de mi hija?
-Señor, deje que le explique –Gonzalo comprendió
que Tristán andaba errado en sus cavilaciones, y se aturulló en sus
explicaciones-. Sé de Aurora porque…
-¡No la nombre! –le exigió su padre, fuera
de sí-. ¿Pero quién demonios se cree usted para tomarse tamaña atribución?
Los últimos acontecimientos le hicieron
perder los nervios también a Gonzalo. No lo soportaba más; llevaba días
callando su verdadera identidad, soportando el mal talante de su padre y luego
estaba el beso… demasiado para un alma joven e impetuosa como la suya.
Sin poder evitarlo, Gonzalo se encaró con su
padre. Había llegado la hora de hablar claro.
-¿En verdad quiere saber quién soy? –sus ojos
se inundaron de rabia; rabia por los años que había crecido alejado de su
familia, por regresar a casa y encontrarse con la muerte de su madre, con quien
había anhelado encontrarse después de tantos años; pero sobretodo, rabia por no
hallar en Tristán al padre que él recordaba-. ¿Quiere saber quién soy, don
Tristán?
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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