jueves, 10 de septiembre de 2015

CAPÍTULO 393: PARTE 2
Al regresar al Jaral, Gonzalo y Tristán comenzaron a recoger las mantas y otros utensilios que ya no iban a utilizar, pues los infectados por la gripe se estaban recuperando y muchos de ellos volvían a sus casas; en nada las cuadras quedarían vacías de nuevo y se podría levantar el hospital de campaña que habían improvisado en el Jaral.
Tristán aprovechó el momento para confesarle a Gonzalo que debía bajar al pueblo y poner al tanto a Emilia y Alfonso sobre el estado de María. La fiebre ya había remitido pero la joven seguía muy débil y la enfermedad continuaba latente en su cuerpo.
Ambos estaban hablando de ello cuando Mauricio se acercó a agradecerles lo que habían hecho. El alcalde se marchaba a su casa, y pese a su carácter rudo, era consciente de que se había salvado gracias a los cuidados recibidos allí.
Tristán sabía que Mauricio era leal a su madre, y que debía haberle costado un mundo dar aquel paso, y por ello le aceptó el agradecimiento; por ello y por Pepa, pues el viejo capataz de la Casona apreciaba a su difunta esposa por todo lo que había hecho por el malogrado Efrén, a quién Mauricio había querido y criado como un hijo.
Después de despedirse del alcalde, Tristán marchó al pueblo para hablar con su hermana y su cuñado sobre el estado de María. Sin dudarlo ni un segundo, Emilia acudió al Jaral para estar cerca de su hija, quien a pesar de seguir infectada, su semblante había mejorado mucho y ya no tenía fiebre.
Emilia colmó a su hija de besos y abrazos al verla, lo que no impidió que le echase una pequeña regañina  por haberles engañado la primera vez para que la dejasen estar en el Jaral. Pero la muchacha sabía cómo contentar a su madre a quien adoraba pese a haberse criado lejos de ella, y con su habitual zalamería le dijo que era la mejor madre que había en el mundo. A Emilia le bastaban aquellas palabras para olvidar lo lejana que la sentía a veces y recordar que María era su pequeña, su niña.
Aprovechando que María ya se encontraba mejor, su madre la dejó unos instantes para ir a la cocina a ver a su suegra.
En cuanto Emilia salió del salón, María vio llegar a Gonzalo, que hablaba con un aldeano a quien le estaba dando las últimas órdenes.
 -Atiéndalo usted, ahora bajo –le indicó al mozo que se marchó hacia las cuadras. María al ver que se acercaba a ella dio media vuelta en el camastro y se tapó con la manta, tratando de hacerse la dormida. Pero Gonzalo la había pillado-. Sé perfectamente que estás ahí.
-Me cubría de la luz –se excusó, sin atreverse a mirarle a la cara-. Acabas de despertarme.
La joven se incorporó con cierta dificultad. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a Gonzalo después de lo sucedido entre ambos.
El joven diácono, trató de mantener la distancia con ella y se mostró algo serio. No obstante, debía cerciorarse de que María seguía recuperándose y se sentó a su lado para tomarle el pulso. La sobrina de Tristán le tendió la mano.
-Aun tienes el pulso acelerado –se dio cuenta Gonzalo, inmediatamente.
-Estoy bien –le dijo ella, mirándole con fijeza-. ¿Y tú?
Gonzalo clavó sus ojos pardos en ella, una mirada serena y cargada de un sentimiento que no podía ocultar.
-Eras tú la que ayer delirabas.
Sin poder evitarlo, ambos recordaron lo sucedido la noche anterior, cuando sus labios se juntaron en un dulce y anhelado beso. Ninguno había podido evitarlo. Llevaban tiempo tentando al destino, trabajando juntos, admirando el buen hacer del otro y al final se habían dejado llevar por aquel sentimiento que estaba arraigando en sus corazones y que crecía con fuerza, cada día.
Volviendo a la realidad, Gonzalo le soltó la mano. No podía dejar que aquello volviese a ocurrir.
-Quizá quieras ayudarme a escribir una carta –le pidió María, con la excusa de tenerle cerca-. No me encuentro con fuerzas para estar largo rato recostada.
El diácono se levantó para buscar papel y lápiz.
-Claro –le concedió. Ante todo quería seguir manteniendo con ella la cordialidad que había existido hasta ese momento entre ellos. No quería que un simple beso terminase por malograr su amistad; además, no estaba seguro de si la propia María recordaría lo sucedido. Quizá la fiebre había borrado de su memoria aquel beso-. Si me dices para quien es la misiva.
-Para mi prima Aurora. La hija de Tristán.
Al escuchar el nombre de su hermana, Gonzalo se estremeció. Sin embargo no dejó traslucir sus emociones. Aurora. Su medio hermana. Su única familia… y tan lejos de ella.
Sin decir nada más, el joven buscó papel y lápiz para que María le dictara la carta que enviaría a su hermana. Sin saberlo, la joven le había dado uno de los mejores regalos, ya que a través de aquella carta, Gonzalo se sentiría más cerca de Aurora.

CONTINUARÁ...



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