CAPÍTULO 393: PARTE 2
Al regresar al Jaral, Gonzalo y Tristán
comenzaron a recoger las mantas y otros utensilios que ya no iban a utilizar,
pues los infectados por la gripe se estaban recuperando y muchos de ellos
volvían a sus casas; en nada las cuadras quedarían vacías de nuevo y se podría
levantar el hospital de campaña que habían improvisado en el Jaral.
Tristán aprovechó el momento para confesarle
a Gonzalo que debía bajar al pueblo y poner al tanto a Emilia y Alfonso sobre
el estado de María. La fiebre ya había remitido pero la joven seguía muy débil
y la enfermedad continuaba latente en su cuerpo.
Ambos estaban hablando de ello cuando
Mauricio se acercó a agradecerles lo que habían hecho. El alcalde se marchaba a
su casa, y pese a su carácter rudo, era consciente de que se había salvado
gracias a los cuidados recibidos allí.
Tristán sabía que Mauricio era leal a su
madre, y que debía haberle costado un mundo dar aquel paso, y por ello le
aceptó el agradecimiento; por ello y por Pepa, pues el viejo capataz de la
Casona apreciaba a su difunta esposa por todo lo que había hecho por el
malogrado Efrén, a quién Mauricio había querido y criado como un hijo.
Después de despedirse del alcalde, Tristán
marchó al pueblo para hablar con su hermana y su cuñado sobre el estado de
María. Sin dudarlo ni un segundo, Emilia acudió al Jaral para estar cerca de su
hija, quien a pesar de seguir infectada, su semblante había mejorado mucho y ya
no tenía fiebre.
Emilia colmó a su hija de besos y abrazos al
verla, lo que no impidió que le echase una pequeña regañina por haberles engañado la primera vez para que
la dejasen estar en el Jaral. Pero la muchacha sabía cómo contentar a su madre
a quien adoraba pese a haberse criado lejos de ella, y con su habitual
zalamería le dijo que era la mejor madre que había en el mundo. A Emilia le
bastaban aquellas palabras para olvidar lo lejana que la sentía a veces y
recordar que María era su pequeña, su niña.
Aprovechando que María ya se encontraba
mejor, su madre la dejó unos instantes para ir a la cocina a ver a su suegra.
En cuanto Emilia salió del salón, María vio
llegar a Gonzalo, que hablaba con un aldeano a quien le estaba dando las
últimas órdenes.
-Atiéndalo
usted, ahora bajo –le indicó al mozo que se marchó hacia las cuadras. María al
ver que se acercaba a ella dio media vuelta en el camastro y se tapó con la
manta, tratando de hacerse la dormida. Pero Gonzalo la había pillado-. Sé
perfectamente que estás ahí.
-Me cubría de la luz –se excusó, sin atreverse
a mirarle a la cara-. Acabas de despertarme.
La joven se incorporó con cierta dificultad.
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a Gonzalo después de lo
sucedido entre ambos.
El joven diácono, trató de mantener la
distancia con ella y se mostró algo serio. No obstante, debía cerciorarse de
que María seguía recuperándose y se sentó a su lado para tomarle el pulso. La
sobrina de Tristán le tendió la mano.
-Estoy bien –le dijo ella, mirándole con
fijeza-. ¿Y tú?
Gonzalo clavó sus ojos pardos en ella, una
mirada serena y cargada de un sentimiento que no podía ocultar.
-Eras tú la que ayer delirabas.
Sin poder evitarlo, ambos recordaron lo
sucedido la noche anterior, cuando sus labios se juntaron en un dulce y
anhelado beso. Ninguno había podido evitarlo. Llevaban tiempo tentando al
destino, trabajando juntos, admirando el buen hacer del otro y al final se
habían dejado llevar por aquel sentimiento que estaba arraigando en sus
corazones y que crecía con fuerza, cada día.
Volviendo a la realidad, Gonzalo le soltó la
mano. No podía dejar que aquello volviese a ocurrir.
-Quizá quieras ayudarme a escribir una carta
–le pidió María, con la excusa de tenerle cerca-. No me encuentro con fuerzas
para estar largo rato recostada.
El diácono se levantó para buscar papel y lápiz.
-Claro –le concedió. Ante todo quería seguir
manteniendo con ella la cordialidad que había existido hasta ese momento entre
ellos. No quería que un simple beso terminase por malograr su amistad; además,
no estaba seguro de si la propia María recordaría lo sucedido. Quizá la fiebre
había borrado de su memoria aquel beso-. Si me dices para quien es la misiva.
-Para mi prima Aurora. La hija de Tristán.
Al escuchar el nombre de su hermana, Gonzalo
se estremeció. Sin embargo no dejó traslucir sus emociones. Aurora. Su medio
hermana. Su única familia… y tan lejos de ella.
Sin decir nada más, el joven buscó papel y
lápiz para que María le dictara la carta que enviaría a su hermana. Sin
saberlo, la joven le había dado uno de los mejores regalos, ya que a través de
aquella carta, Gonzalo se sentiría más cerca de Aurora.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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