martes, 25 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 3 
Varios días después, María estaba en el cuarto preparándose para el evento. En una hora debían estar a las afueras de Puente Viejo, donde iba a colocarse la primera piedra en lo que sería la estación del ferrocarril.
La joven estaba eligiendo los complementos que iba a llevar cuando Gonzalo entró en el cuarto. Se volvió hacia él y al ver que llevaba el traje gris de su boda, sonrió. Aquel atuendo le hacía tan apuesto que nunca se cansaba de verlo con él. Pero de pronto algo le llamó la atención y entrecerró los ojos, contrariada.
-Gonzalo, ¿y la corbata? –le riñó con cariño.
-Ya sabes que no me gusta ponérmela –se defendió su esposo, depositando un suave beso en sus labios.
María ya conocía aquella estrategia de Gonzalo para desviar la atención. Creía que con caricias y mimos conseguiría de ella cualquier cosa. Y hasta el momento siempre le funcionaba.

-¿Dónde están tu padre, Candela y Rosario? –preguntó la joven, dejando que él la cogiera por la cintura.

-Candela se marchó a primera hora. Tenía que estar en la Confitería para preparar las pastas para el evento y luego se pasaba por la casa de comidas donde le esperaría mi padre que iba a ayudar a Alfonso con las mesas para el ágape. Rosario acaba de marcharse con Esperanza. Quería dar un paseo con la niña, antes de acudir a la estación… de manera que… estamos solos.
La sonrisa pícara de Gonzalo la desarmó por completo. María sabía lo que aquello significaba y le devolvió la sonrisa, divertida. Su esposo la atrajo hacia sí y la beso de nuevo.
María le respondió con el mismo amor. Un gesto que Gonzalo aprovechó para besarla con mayor pasión, despertando en ella las mismas ansias que tenía él. Sus pensamientos se vieron anulados de repente. Solo existían ellos dos y su amor. Un amor que se alimentaba cada día, con pequeños destalles; un roce, una caricia en el momento adecuado, una mirada de entendimiento, que bastaba para decirse “te quiero”.
María siempre había soñado con vivir una gran historia de amor, como las de las novelas románticas que tanto le gustaban leer: Romeo y Julieta, Madame Bovary, la dama de las Camelias… Pero jamás imaginó que la suya con Gonzalo superaría a éstas en todos sus aspectos. Gonzalo era su vida. Él y Esperanza lo eran todo para ella.
Sus labios se anhelaban, nublando sus sentidos, embriagándoles de sensaciones incontrolables. Gonzalo la atrajo más hacia sí, queriendo fundirse con ella en un solo ser. Comenzó a besarle el cuello con pequeños besos, rozando su suave piel con mimo. María cerró los ojos, no podía luchar contra su propio cuerpo que le pedía a gritos que se entregase por completo a aquella maravillosa sensación. Cada beso de Gonzalo era una pequeña descarga que encendía su piel, volviéndola fuego. El mismo fuego que ardía lentamente en su interior y que amenazaba con desbordarse con cada latido de su corazón. ¿Cómo podía hacerle sentir tanto con tan poco?
Sin darse cuenta, sus pasos les habían acercado al borde de la cama. Gonzalo le estaba bajando la cremallera del vestido, cuando María le detuvo con cariño, haciendo un gran esfuerzo.
-Gonzalo, detente –le pidió, con las mejillas sonrosadas y los ojos brillando de deseo-. Si no nos damos prisa, llegaremos tarde.
-No creo que nos echen mucho de menos –replicó él sin soltar a su esposa. La mirada pícara de Gonzalo daba a entender que no iba a ponerle las cosas fáciles-. Nadie se enterará si llegamos con unos minutos de retraso.
Sin permitir que ella le contestara, Gonzalo volvió a besarla. Una parte de María quería entregarse a la pasión que le brindaba su esposo, olvidarse de las obligaciones y amarle con la misma intensidad que la primera vez. La mano de Gonzalo acarició su espalda, desnuda. María la alejó con toda la voluntad que fue capaz de reunir.
-¡Gonzalo, por favor! –le suplicó a media voz, subiéndose la cremallera del vestido.
Su esposo, se dio por vencido. Muy a su pesar, María tenía razón, aunque sus ánimos estaban por los suelos.
-Está bien –dijo al fin, con una triste sonrisa dibujada en sus labios-. Qué remedio, iremos al evento. Pero… se merecen que les demos plantón. Después de todos los desaires que nos han hecho. 
A María le dolía enormemente el desplante que había sufrido Gonzalo por parte del gobernador. No era justo. Ella misma debía controlarse para no salir corriendo hacia la Casona y decirle a aquel hombre, a quien todo el mundo consideraba justo, las cuatro verdades que se merecía.
Pero no lo haría. Si algo había aprendido María de sus años con la Montenegro era a saber actuar con cautela y no por impulsos. La señora le había enseñado muchas cosas, unas buenas y otras malas. Afortunadamente, María tenía criterio propio para decidir y quedarse con las buenas.
-Mi amor –dijo de pronto la joven-. Comprendo cómo te sientes. Pero quedarse aquí no es la solución. Tenemos que asistir y así demostraremos a todos que los Castro-Castañeda no somos rencorosos y que no nos lo hemos tomado como un agravio personal.
Si una cosa admiraba Gonzalo de su esposa era la calma y el saber estar que siempre demostraba. Cualidades que a él a veces le faltaban. Por eso se complementaban tan bien.
-¿Por qué siempre tienes las palabras adecuadas?- le preguntó Gonzalo, con admiración.
María se volvió hacia el espejo del tocador, terminando de ponerse los pendientes, y le devolvió una sonrisa divertida, a través del espejo.
-Será porque te conozco muy bien y sé cómo te sientes en este momento. Porque aunque parezca lo contrario, yo me siento igual. ¿Acaso crees que no me gustaría tener al gobernador delante y decirle lo que se merece? Pero… ¿de qué serviría? El daño ya está hecho –se volvió hacia Gonzalo y regresó junto a él-. Una vez me dijiste que no es buena la venganza. Bueno, ahora soy yo quien te recuerda esas mismas  palabras. De nada serviría. Primero porque eres un hombre bueno, y en tu corazón no tiene cabida el rencor; y segundo porque es mejor ser prudente. El tiempo pone a cada uno en su lugar, y estoy segura que tarde o temprano, sabrán reconocer tu valía.
-Al final lograrás sacarme los colores –la interrumpió Gonzalo, más animado por sus palabras.
-Me conformo con ver esa sonrisa en tus labios –añadió María besándole de nuevo-. Además, recuerda que en la colocación de la primera piedra no solo estará el gobernador y la Montenegro. El pueblo al completo asistirá, así como otras personalidades importantes de la comarca. Este acontecimiento no solo depende de ellos. Ni siquiera tendremos por qué saludarles, sino es menester.
El semblante de Gonzalo, volvió a ensombrecerse de nuevo.
-¿Qué pasa, cariño? –le preguntó María, preocupada.
María le acarició el rostro y Gonzalo soltó un leve suspiro.
-Olvidaba que también estará Ricardo Altamira –al decir el nombre de aquel hombre, Gonzalo no pudo ocultar su rabia.
-El arquitecto –murmuró María, con pesar, bajando la mano hasta el hombro de su esposo. 
El desplante del gobernador Ramírez al rechazar su estancia en la casa de aguas había sido el remate a lo acontecido anteriormente. Unos hechos que ocurrieron meses atrás pero que todavía marcaban sus vidas. Pensar en el arquitecto que había diseñado el trazado del ferrocarril le provocaba un odio aún mayor a Gonzalo.
-El mismo –confirmó su esposo con rabia-. El mismo que traicionó mi confianza. Cuando contacté con él jamás imaginé que se vendería al mejor postor.
-Ni tú ni nadie, mi amor –trató de calmarle María-. ¿Quién podía imaginar que uno de los mejores arquitectos de Madrid se dejaría comprar por unos cuantos cuartos?
Después de poner en marcha el balneario, Gonzalo le propuso a Conrado un nuevo proyecto: había llegado el momento de que el ferrocarril llegase a Puente Viejo. Un mejor medio de transporte que atraería a la clientela. Su cuñado accedió al instante y entre los dos se pusieron manos a la obra. Conrado contactó con las autoridades necesarias y Gonzalo se encargó de realizar los planos para el trazado de las vías del tren. Tristán, siempre le decía que de haber crecido a su lado estaba seguro que se habría decantado por estudiar arquitectura pues tenía los conocimientos y las cualidades necesarias para ello. Gonzalo pensó que su padre estaba en lo cierto y una manera de demostrarlo era presentando un gran proyecto. 
El alcalde en aquellos tiempos, don Pedro Mirañar, les ayudó en lo que pudo, hablando con los alcaldes de los otros pueblos vecinos, a quienes también beneficiaría la llegada del tren, o con sus conocidos de Madrid. Todo parecía ir bien encauzado hasta que el gobernador Ramírez dijo que para el proyecto necesitaban un arquitecto profesional, pues los planos realizados por Gonzalo, no valían. Necesitaban a alguien colegiado.
Conrado, que por aquel entonces ya vivía en Madrid junto a Aurora, contactó con uno de los mejores arquitectos del país: Ricardo Altamira, conocido en el gremio por haber construido varios puentes en la capital.
Cuando Gonzalo le presentó los planos, el arquitecto se mostró entusiasmado con la idea. Conseguir que el ferrocarril llegase hasta un pueblo desconocido como Puente Viejo, podía traerle mayor fama de la que ya poseía. Sin pensárselo dos veces, el hombre accedió a firmar el proyecto para presentárselo al gobernador.
Gonzalo no podía imaginar lo que vendría luego.
Semanas después, don Federico le llamó para decirle que apoyaría el proyecto. Gonzalo y Conrado se reunieron con él y el arquitecto para ultimar los detalles. Entonces llegó la sorpresa. Ricardo Altamira había modificado algunos tramos del recorrido, alegando que los costes iban a ser menores y que con los cambios ganaban en velocidad y tiempo. Conrado le explicó al gobernador que aquellos cambios no eran viables, pues se pretendía construir un túnel bajo una montaña donde la composición de la tierra era mayormente arenisca. El arquitecto, rebatió aquel informe que presentó Conrado, con otro, alegando que otros expertos arqueólogos habían realizado las mismas mediciones, concluyendo que las probabilidades de que el terreno cediera eran mínimas. El gobernador aceptó los informes del arquitecto, dando vía libre al proyecto modificado, para desesperación de Gonzalo y Conrado.
De la noche a la mañana, Gonzalo había visto como su proyecto, ya no era suyo, y que de algún modo, quedaba fuera de él.
El joven regresó a Puente Viejo furioso, sin entender muy bien cómo habían llegado a esa situación. Tristán trató de hablar con don Federico, a quién conocía de sus años en el ejército. Pero el hombre fue muy claro: el informe del arquitecto era el que mandaba.
Gonzalo solo podía pensar en lo iluso que había sido al creer que todo saldría según lo previsto. Solo entonces comprendió que no había cubierto bien sus espaldas y que hubo una mano detrás de todo aquello. Una mano que conocía muy bien, desgraciadamente.
-Fui un completo idiota, María –confesó a su esposa, con pesar, recordando aquellos días nefastos, en los que perdió su proyecto-. ¿Cómo pude pensar que la Montenegro se quedaría con los brazos cruzados y nos dejaría el camino libre para la llegada del ferrocarril? Tenía que haberlo imaginado.
-El problema es que no hay manera de demostrar que ella está tras el cambio del trazado –añadió María, con cautela.
Habían tenido aquella conversación varias veces, y siempre llegaban a la misma conclusión: Francisca era la más beneficiada con el cambio del trazado. Si se construía aquel túnel, las vías del ferrocarril tendrían que pasar necesariamente por sus terrenos y la Montenegro recibiría una alta suma de dinero por ello. ¿Pero cómo demostrarlo?
-Eso ya no importa –declaró Gonzalo, pensativo-. Lo que más me preocupa ahora mismo es que pronto comenzarán las obras. La montaña será dinamitada y si Conrado tiene razón, cosa que no dudo, los trabajadores estarán en peligro.
-¡Dios no lo quiera, Gonzalo! –pidió María en voz alta, preocupada por sus temores-. Lo último que necesitamos es que este proyecto que debería traer prosperidad a la comarca, traiga desgracias –María hizo una pausa y se quedó pensativa-. Por eso debemos acudir, Gonzalo. Para estar informados de cómo transcurren las obras. No podemos abandonar a los trabajadores a su suerte. Si está en nuestras manos ayudarles, lo haremos. Se lo debemos ya que este proyecto comenzó siendo nuestro. Si algo pasara no podría perdonármelo nunca.
-Ni yo, María –dijo su esposo, con convicción. No podía dejarse llevar por el desánimo y abandonar a los trabajadores. En cierto modo eran su responsabilidad.
Visto que finalmente iban a acudir al evento, María regresó al tema inicial de la conversación.
-Entonces, ¿qué?, ¿te pones la corbata? –le sugirió su esposa, con una sonrisa alegre y victoriosa.
Gonzalo alzó la mirada al techo, sopesando su respuesta. Odiaba ponerse corbata, ella lo sabía. Torció la boca y miró a María.
 -Solo con una condición –dijo al fin, con un brillo desconcertante en sus ojos pardos.
-Gonzalo Valbuena –recitó María, entrecerrando los ojos. Le conocía muy bien para saber lo que pasaba por su mente en esos instantes-. ¿Intentas sobornarme?
Gonzalo no respondió. Una simple mirada sirvió para que ambos supieran cual era la condición. Se acercó a ella y la atrajo hacía sí, para besarla de nuevo. María se dejó llevar, olvidando por unos instantes la realidad. Los besos de Gonzalo le provocaban ese efecto. Sus caricias eran el aire que necesitaba para respirar.
En esta ocasión no se opuso. Dejó que Gonzalo le bajase la cremallera del vestido de nuevo y que lo deslizase por sus hombros dejándola desnuda. El roce de sus manos sobre su piel la hacía temblar. Ella misma le quitó el chaleco y desabrochó los botones de la camisa. Gonzalo le acarició el rostro con la punta de sus dedos, con lentitud, queriendo dibujar cada contorno y recordar cada línea de su hermoso rostro.
-Te quiero –le susurró él.
María abrió los ojos y vio en los de él ese amor tan grande que les embargaba.
-Yo también te quiero, amor mío.
Se acercaron a la cama y se tumbaron en ella, sin dejar de besarse, entregándose el uno al otro, sin reservas, sin miedos, fundiéndose en una única alma. Porque eso es lo que eran juntos, un alma que latiría eternamente.
El destino había sido cruel con ellos desde el principio, llevándoles por caminos muy distintos. Pero habían luchado por estar juntos y le habían ganado la partida. Ahora eran una familia, junto a Esperanza. Y no dejarían que nada les separase de nuevo.
   CONTINUARÁ…



3 comentarios:

  1. Que bonitoooooooooooooooo, una escena AA, fan fan fan fan de póster de esta historia, me encanta

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  2. ¡¡Estoy totalmente enganchada!! Enhorabuena, ¡¡me encanta!!

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