CAPÍTULO 3
Varios días después, María estaba en el cuarto preparándose para el evento. En una hora debían estar a las afueras de Puente Viejo, donde iba a colocarse la primera piedra en lo que sería la estación del ferrocarril.
Varios días después, María estaba en el cuarto preparándose para el evento. En una hora debían estar a las afueras de Puente Viejo, donde iba a colocarse la primera piedra en lo que sería la estación del ferrocarril.
La joven estaba eligiendo los complementos
que iba a llevar cuando Gonzalo entró en el cuarto. Se volvió hacia él y al ver
que llevaba el traje gris de su boda, sonrió. Aquel atuendo le hacía tan
apuesto que nunca se cansaba de verlo con él. Pero de pronto algo le llamó la
atención y entrecerró los ojos, contrariada.
-Gonzalo, ¿y la corbata? –le riñó con
cariño.
-Ya sabes que no me gusta ponérmela –se
defendió su esposo, depositando un suave beso en sus labios.
María ya conocía aquella estrategia de
Gonzalo para desviar la atención. Creía que con caricias y mimos conseguiría de
ella cualquier cosa. Y hasta el momento siempre le funcionaba.
-¿Dónde están tu padre, Candela y Rosario?
–preguntó la joven, dejando que él la cogiera por la cintura.
-Candela se marchó a primera hora. Tenía que
estar en la Confitería para preparar las pastas para el evento y luego se
pasaba por la casa de comidas donde le esperaría mi padre que iba a ayudar a
Alfonso con las mesas para el ágape. Rosario acaba de marcharse con Esperanza.
Quería dar un paseo con la niña, antes de acudir a la estación… de manera que…
estamos solos.
La sonrisa pícara de Gonzalo la desarmó por
completo. María sabía lo que aquello significaba y le devolvió la sonrisa,
divertida. Su esposo la atrajo hacia sí y la beso de nuevo.
María le respondió con el mismo amor. Un
gesto que Gonzalo aprovechó para besarla con mayor pasión, despertando en ella
las mismas ansias que tenía él. Sus pensamientos se vieron anulados de repente.
Solo existían ellos dos y su amor. Un amor que se alimentaba cada día, con
pequeños destalles; un roce, una caricia en el momento adecuado, una mirada de
entendimiento, que bastaba para decirse “te quiero”.
María siempre había soñado con vivir una
gran historia de amor, como las de las novelas románticas que tanto le gustaban
leer: Romeo y Julieta, Madame Bovary, la dama de las Camelias… Pero jamás
imaginó que la suya con Gonzalo superaría a éstas en todos sus aspectos.
Gonzalo era su vida. Él y Esperanza lo eran todo para ella.
Sus labios se anhelaban, nublando sus
sentidos, embriagándoles de sensaciones incontrolables. Gonzalo la atrajo más
hacia sí, queriendo fundirse con ella en un solo ser. Comenzó a besarle el
cuello con pequeños besos, rozando su suave piel con mimo. María cerró los
ojos, no podía luchar contra su propio cuerpo que le pedía a gritos que se
entregase por completo a aquella maravillosa sensación. Cada beso de Gonzalo
era una pequeña descarga que encendía su piel, volviéndola fuego. El mismo
fuego que ardía lentamente en su interior y que amenazaba con desbordarse con
cada latido de su corazón. ¿Cómo podía hacerle sentir tanto con tan poco?
Sin darse cuenta, sus pasos les habían
acercado al borde de la cama. Gonzalo le estaba bajando la cremallera del
vestido, cuando María le detuvo con cariño, haciendo un gran esfuerzo.
-Gonzalo, detente –le pidió, con las
mejillas sonrosadas y los ojos brillando de deseo-. Si no nos damos prisa,
llegaremos tarde.
-No creo que nos echen mucho de menos
–replicó él sin soltar a su esposa. La mirada pícara de Gonzalo daba a entender
que no iba a ponerle las cosas fáciles-. Nadie se enterará si llegamos con unos
minutos de retraso.
Sin permitir que ella le contestara, Gonzalo
volvió a besarla. Una parte de María quería entregarse a la pasión que le
brindaba su esposo, olvidarse de las obligaciones y amarle con la misma
intensidad que la primera vez. La mano de Gonzalo acarició su espalda, desnuda.
María la alejó con toda la voluntad que fue capaz de reunir.
-¡Gonzalo, por favor! –le suplicó a media
voz, subiéndose la cremallera del vestido.
Su esposo, se dio por vencido. Muy a su
pesar, María tenía razón, aunque sus ánimos estaban por los suelos.
-Está bien –dijo al fin, con una triste
sonrisa dibujada en sus labios-. Qué remedio, iremos al evento. Pero… se
merecen que les demos plantón. Después de todos los desaires que nos han hecho.
A María le dolía enormemente el desplante
que había sufrido Gonzalo por parte del gobernador. No era justo. Ella misma
debía controlarse para no salir corriendo hacia la Casona y decirle a aquel
hombre, a quien todo el mundo consideraba justo, las cuatro verdades que se
merecía.
Pero no lo haría. Si algo había aprendido
María de sus años con la Montenegro era a saber actuar con cautela y no por
impulsos. La señora le había enseñado muchas cosas, unas buenas y otras malas.
Afortunadamente, María tenía criterio propio para decidir y quedarse con las
buenas.
-Mi amor –dijo de pronto la joven-.
Comprendo cómo te sientes. Pero quedarse aquí no es la solución. Tenemos que
asistir y así demostraremos a todos que los Castro-Castañeda no somos
rencorosos y que no nos lo hemos tomado como un agravio personal.
Si una cosa admiraba Gonzalo de su esposa
era la calma y el saber estar que siempre demostraba. Cualidades que a él a
veces le faltaban. Por eso se complementaban tan bien.
-¿Por qué siempre tienes las palabras
adecuadas?- le preguntó Gonzalo, con admiración.
María se volvió hacia el espejo del tocador,
terminando de ponerse los pendientes, y le devolvió una sonrisa divertida, a
través del espejo.
-Será porque te conozco muy bien y sé cómo
te sientes en este momento. Porque aunque parezca lo contrario, yo me siento
igual. ¿Acaso crees que no me gustaría tener al gobernador delante y decirle lo
que se merece? Pero… ¿de qué serviría? El daño ya está hecho –se volvió hacia
Gonzalo y regresó junto a él-. Una vez me dijiste que no es buena la venganza.
Bueno, ahora soy yo quien te recuerda esas mismas palabras. De nada serviría. Primero porque
eres un hombre bueno, y en tu corazón no tiene cabida el rencor; y segundo
porque es mejor ser prudente. El tiempo pone a cada uno en su lugar, y estoy
segura que tarde o temprano, sabrán reconocer tu valía.
-Al final lograrás sacarme los colores –la
interrumpió Gonzalo, más animado por sus palabras.
-Me conformo con ver esa sonrisa en tus
labios –añadió María besándole de nuevo-. Además, recuerda que en la colocación
de la primera piedra no solo estará el gobernador y la Montenegro. El pueblo al
completo asistirá, así como otras personalidades importantes de la comarca. Este
acontecimiento no solo depende de ellos. Ni siquiera tendremos por qué
saludarles, sino es menester.
El semblante de Gonzalo, volvió a
ensombrecerse de nuevo.
-¿Qué pasa, cariño? –le preguntó María,
preocupada.
María le acarició el rostro y Gonzalo soltó
un leve suspiro.
-Olvidaba que también estará Ricardo
Altamira –al decir el nombre de aquel hombre, Gonzalo no pudo ocultar su rabia.
-El arquitecto –murmuró María, con pesar, bajando
la mano hasta el hombro de su esposo.
El desplante del gobernador Ramírez al rechazar
su estancia en la casa de aguas había sido el remate a lo acontecido
anteriormente. Unos hechos que ocurrieron meses atrás pero que todavía marcaban
sus vidas. Pensar en el arquitecto que había diseñado el trazado del
ferrocarril le provocaba un odio aún mayor a Gonzalo.
-El mismo –confirmó su esposo con rabia-. El
mismo que traicionó mi confianza. Cuando contacté con él jamás imaginé que se
vendería al mejor postor.
-Ni tú ni nadie, mi amor –trató de calmarle
María-. ¿Quién podía imaginar que uno de los mejores arquitectos de Madrid se
dejaría comprar por unos cuantos cuartos?
Después de poner en marcha el balneario,
Gonzalo le propuso a Conrado un nuevo proyecto: había llegado el momento de que
el ferrocarril llegase a Puente Viejo. Un mejor medio de transporte que
atraería a la clientela. Su cuñado accedió al instante y entre los dos se
pusieron manos a la obra. Conrado contactó con las autoridades necesarias y
Gonzalo se encargó de realizar los planos para el trazado de las vías del tren.
Tristán, siempre le decía que de haber crecido a su lado estaba seguro que se
habría decantado por estudiar arquitectura pues tenía los conocimientos y las
cualidades necesarias para ello. Gonzalo pensó que su padre estaba en lo cierto
y una manera de demostrarlo era presentando un gran proyecto.
El alcalde en aquellos tiempos, don Pedro
Mirañar, les ayudó en lo que pudo, hablando con los alcaldes de los otros
pueblos vecinos, a quienes también beneficiaría la llegada del tren, o con sus
conocidos de Madrid. Todo parecía ir bien encauzado hasta que el gobernador
Ramírez dijo que para el proyecto necesitaban un arquitecto profesional, pues
los planos realizados por Gonzalo, no valían. Necesitaban a alguien colegiado.
Conrado, que por aquel entonces ya vivía en
Madrid junto a Aurora, contactó con uno de los mejores arquitectos del país:
Ricardo Altamira, conocido en el gremio por haber construido varios puentes en
la capital.
Cuando Gonzalo le presentó los planos, el
arquitecto se mostró entusiasmado con la idea. Conseguir que el ferrocarril
llegase hasta un pueblo desconocido como Puente Viejo, podía traerle mayor fama
de la que ya poseía. Sin pensárselo dos veces, el hombre accedió a firmar el proyecto
para presentárselo al gobernador.
Gonzalo no podía imaginar lo que vendría luego.
Semanas después, don Federico le llamó para
decirle que apoyaría el proyecto. Gonzalo y Conrado se reunieron con él y el
arquitecto para ultimar los detalles. Entonces llegó la sorpresa. Ricardo
Altamira había modificado algunos tramos del recorrido, alegando que los costes
iban a ser menores y que con los cambios ganaban en velocidad y tiempo. Conrado
le explicó al gobernador que aquellos cambios no eran viables, pues se
pretendía construir un túnel bajo una montaña donde la composición de la tierra
era mayormente arenisca. El arquitecto, rebatió aquel informe que presentó
Conrado, con otro, alegando que otros expertos arqueólogos habían realizado las
mismas mediciones, concluyendo que las probabilidades de que el terreno cediera
eran mínimas. El gobernador aceptó los informes del arquitecto, dando vía libre
al proyecto modificado, para desesperación de Gonzalo y Conrado.
De la noche a la mañana, Gonzalo había visto
como su proyecto, ya no era suyo, y que de algún modo, quedaba fuera de él.
El joven regresó a Puente Viejo furioso, sin
entender muy bien cómo habían llegado a esa situación. Tristán trató de hablar
con don Federico, a quién conocía de sus años en el ejército. Pero el hombre
fue muy claro: el informe del arquitecto era el que mandaba.
Gonzalo solo podía pensar en lo iluso que
había sido al creer que todo saldría según lo previsto. Solo entonces
comprendió que no había cubierto bien sus espaldas y que hubo una mano detrás
de todo aquello. Una mano que conocía muy bien, desgraciadamente.
-Fui un completo idiota, María –confesó a su
esposa, con pesar, recordando aquellos días nefastos, en los que perdió su
proyecto-. ¿Cómo pude pensar que la Montenegro se quedaría con los brazos
cruzados y nos dejaría el camino libre para la llegada del ferrocarril? Tenía
que haberlo imaginado.
-El problema es que no hay manera de
demostrar que ella está tras el cambio del trazado –añadió María, con cautela.
Habían tenido aquella conversación varias
veces, y siempre llegaban a la misma conclusión: Francisca era la más
beneficiada con el cambio del trazado. Si se construía aquel túnel, las vías
del ferrocarril tendrían que pasar necesariamente por sus terrenos y la
Montenegro recibiría una alta suma de dinero por ello. ¿Pero cómo demostrarlo?
-Eso ya no importa –declaró Gonzalo,
pensativo-. Lo que más me preocupa ahora mismo es que pronto comenzarán las
obras. La montaña será dinamitada y si Conrado tiene razón, cosa que no dudo,
los trabajadores estarán en peligro.
-¡Dios no lo quiera, Gonzalo! –pidió María
en voz alta, preocupada por sus temores-. Lo último que necesitamos es que este
proyecto que debería traer prosperidad a la comarca, traiga desgracias –María
hizo una pausa y se quedó pensativa-. Por eso debemos acudir, Gonzalo. Para
estar informados de cómo transcurren las obras. No podemos abandonar a los
trabajadores a su suerte. Si está en nuestras manos ayudarles, lo haremos. Se
lo debemos ya que este proyecto comenzó siendo nuestro. Si algo pasara no
podría perdonármelo nunca.
-Ni yo, María –dijo su esposo, con
convicción. No podía dejarse llevar por el desánimo y abandonar a los
trabajadores. En cierto modo eran su responsabilidad.
Visto que finalmente iban a acudir al
evento, María regresó al tema inicial de la conversación.
-Entonces, ¿qué?, ¿te pones la corbata? –le
sugirió su esposa, con una sonrisa alegre y victoriosa.
Gonzalo alzó la mirada al techo, sopesando
su respuesta. Odiaba ponerse corbata, ella lo sabía. Torció la boca y miró a
María.
-Solo con una condición –dijo al fin, con un
brillo desconcertante en sus ojos pardos.
-Gonzalo Valbuena –recitó María,
entrecerrando los ojos. Le conocía muy bien para saber lo que pasaba por su
mente en esos instantes-. ¿Intentas sobornarme?
Gonzalo no respondió. Una simple mirada
sirvió para que ambos supieran cual era la condición. Se acercó a ella y la
atrajo hacía sí, para besarla de nuevo. María se dejó llevar, olvidando por
unos instantes la realidad. Los besos de Gonzalo le provocaban ese efecto. Sus
caricias eran el aire que necesitaba para respirar.
En esta ocasión no se opuso. Dejó que
Gonzalo le bajase la cremallera del vestido de nuevo y que lo deslizase por sus
hombros dejándola desnuda. El roce de sus manos sobre su piel la hacía temblar.
Ella misma le quitó el chaleco y desabrochó los botones de la camisa. Gonzalo
le acarició el rostro con la punta de sus dedos, con lentitud, queriendo
dibujar cada contorno y recordar cada línea de su hermoso rostro.
-Te quiero –le susurró él.
María abrió los ojos y vio en los de él ese
amor tan grande que les embargaba.
-Yo también te quiero, amor mío.
Se acercaron a la cama y se tumbaron en
ella, sin dejar de besarse, entregándose el uno al otro, sin reservas, sin
miedos, fundiéndose en una única alma. Porque eso es lo que eran juntos, un alma
que latiría eternamente.
El destino había sido cruel con ellos desde
el principio, llevándoles por caminos muy distintos. Pero habían luchado por
estar juntos y le habían ganado la partida. Ahora eran una familia, junto a
Esperanza. Y no dejarían que nada les separase de nuevo.
CONTINUARÁ…
Que bonitoooooooooooooooo, una escena AA, fan fan fan fan de póster de esta historia, me encanta
ResponderEliminarUna MARAVILLA . Gracias!!!
ResponderEliminar¡¡Estoy totalmente enganchada!! Enhorabuena, ¡¡me encanta!!
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